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ANEXOS |
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- CRONOLOGÍA

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1885 En Casares (Málaga) nace Blas Infante Pérez el día 5 de julio a las 11 de la mañana.
1896-1900 Cursa el bachillerato en el colegio-internado de Jesús Nazareno, de los Escolapios, en Archidona (Málaga), con exámenes en los institutos de Cabra (Córdoba) y Málaga. Primeros contactos con los campesinos. Durante las vacaciones se impone la obligación de ir por los campos –según decía– “para instruir a los jornaleros”.
1901-1904 Permanece en Casares, donde trabaja como auxiliar de su padre en la Secretaría del Juzgado Municipal. Su abuelo materno, Ignacio Pérez de Vargas y Salas. alienta su vocación intelectual y literaria. Crisis económica familiar. El abuelo Ignacio se ocupará de los estudios de los nietos.
1905-1906 Blas Infante descubre Granada. Ingreso en la Universidad. Preparatorio de Derecho en la Facultad de Filosofía y Letras. Entre junio de 1905 y octubre de 1906 realiza integramente la Licenciatura en Derecho.
1907-1909 Prepara en Casares las oposiciones a Notaría. Intensas lecturas, especialmente filosóficas. Primeros escritos. Algunas salidas a Córdoba, Sevilla y Madrid, donde realiza las pruebas y ejercicios de las oposiciones, ganando plaza que no puede ocupar por no haber cumplido la edad reglamentaria exigida.
1910 Instalado en Sevilla, toma posesión de la notaría de Cantillana, donde conoce a los ingenieros agrónomos Antonio Albendín y Juan Sánchez Mejía, que le iniciarán en la economía natural, poniéndole en contacto con el movimiento fisiocrático (georgistas).
1911-1913 Relaciones sentimentales con Raquel. Los días 26, 27 y 28 de mayo de 1913 asiste al Primer Congreso Internacional de Economistas Fisiócratas, en Ronda, donde dirá: “Ha llegado la hora de que mueran los privilegios”. Y proclama que Andalucía es la tierra más fértil de España. Participa en la creación de la revista Bética.
1914-1916 Polémica de José María Izquierdo y Blas Infante sobre cuestiones religiosas. En 1915 aparece la primera edición del Ideal Andaluz. Blas Infante se encuentra ya incorporado al movimiento andalucista, convirtiéndose –sin pretenderlo– en líder y coordinador. En 1916 abre en Sevilla el primer Centro Andaluz.
1917-1918 Convocatoria, manifiesto y celebración de la Asamblea de las Provincias Andaluzas, en Ronda. Acuerdos sobre la bandera y el escudo de Andalucía. Se asumen las tesis federalistas de la Constitución Cantonal de Andalucía de 1883, promulgada en Antequera. Primera aventura electoral del Blas Infante, que se presenta a diputado por el distrito de Gaucín-Casares-Estepona.
1919 El 19 de febrero contrae matrimonio con María Angustias García Parias. Un mes antes, en Cordoba, tiene lugar una reunión a iniciativa del llamado Directorio Andaluz, donde surge un documento considerado el Ideario de la Nacionalidad Andaluza, que influirá decisivamente en la futura línea política del andalucismo de Infante. De regreso de su viaje de bodas, Blas Infante asiste en Córdoba a la Asamblea Regionalista. Mediado el año, segunda aventura electoral de Blas Infante en su distrito natal de Gaucín.
1920-1923 El matrimonio Infante fija su residencia en el número 15 de la sevillana calle San Pedro Mártir, donde Blas funda la editorial y biblioteca Avante. Aparecen, entre otras obras, Motamid, último rey de Sevilla, Cuentos de animales y La dictadura Pedagógica. Blas Infante y su mujer viajan a Madrid, donde muere Luis Infante. Al iniciarse la Dictadura de Primo de Rivera quedan en suspenso las actividades andalucistas. Blas Infante permuta su notaría en Cantillana por la de Isla Cristina (Huelva) a finales de 1923.
1924-1929 El 15 de septiembre de 1924 viaja a Marruecos y se dirige hacia el desierto de Agmat, donde visita la tumba de Motamid de Sevilla. Vive una de las étapas más felices de su matrimonio. El 28 de mayo de 1928 nace su primera hija, Luisa Ginesa. Al siguiente año viaja a Galicia, donde entra en contacto con el nacionalismo gallego. Correspondencia con el poeta catalán Joaquín Casés-Carbó. Inicia la primera serie de sus Cartas Andalucistas.
1930-1931 Todavía en Isla Cristina, el 4 de agosto de 1930, nace María de los Ángeles, su segunda hija. Consigue destino en Coria del Río. En 1931 se instala de nuevo en Sevilla, donde constituye la Junta Liberalista de Andalucía. Pocos días después de la proclamación de la República, Infante ingresa como militante en el Partido Republicano Federal Autónomo, presentándose a las elecciones para las Constituyentes, por Córdoba y por Sevilla. Intensa actividad política. Incidente electoral de la famosa candidatura conocida como “el complot de Tablada”. Escribe La verdad sobre el Complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía. El 26 de noviembre nace su hijo Luis Blas.
1933 Asamblea regionalista de Córdoba, donde surge el Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Andalucía. En noviembre forma candidatura con Eduardo Ortega y Gasset y se presenta como andalucista independiente a las elecciones en Málaga.
1934-1935 Desengaño, ataques de la derecha y de la izquierda, y el Estatuto de Autonomía en punto muerto. En el Recreo de Villa Alegría, entre Coria y Puebla del Río, dedica muchas horas a escribir (Viajar hacia lo último, Solidaridad y Separatismo...). Trabaja como abogado y tiene abierto bufete en Sevilla. El 24 de septiembre de 1935 nace su última hija, Alegría. Entrevista con José Antonio Primo de Rivera.
1936 Después de las elecciones de febrero se intensifica la campaña andalucista en favor del Estatuto de Autonomía, un momento de actividad casi frenética para Blas Infante. El 18 de julio estalla la Guerra Civil. El 2 de agosto a las once de la mañana Infante es detenido por un grupo de falangistas en su casa de Coria. Es trasladado a Sevilla. Al filo de la madrugada del 10 de agosto es fusilado sumariamente a la altura del kilómetro cuatro de la carretera de Carmona
1940 La viuda de Blas Infante consigue de las autoridades franquistas un documento acreditativo de la muerte de su marido.
1943 La familia de Blas Infante recupera y regresa a la casa de Coria del Río, tras el pago de una multa de 2.000 pesetas.
1954 El día 8 de febrero, a consecuencia de un cáncer de vejiga, muere Angustias García Parias, viuda de Blas Infante.
1976 Con motivo del cuarenta aniversario de la muerte de Blas Infante, en diversos pueblos y ciudades andaluzas se celebran actos de homenaje en su memoria. En Casares queda inaugurado un monumento. Segunda edición de Ideal Andaluz.
1977 La noche del 11 de agosto, en el mismo lugar donde fue asesinado, el Partido Socialista de Andalucía convocó una concentración andalucista a la que asistieron, junto con la familia Infante, los antiguos miembros supervivientes de las Juntas Liberalistas de Andalucía y representantes de diversas fuerzas políticas regionales. Fue colocada una bandera andaluza y una placa recordatoria, y fue leído un Manifiesto andaluz que, en su memoria, reivindicaba la consecución de un Estatuto de Autonomía para Andalucía.
1983 Reconocimiento explícito del Parlamento Andaluz de Blas Infante como Padre de la Patria Andaluza.
2001 La casa de Blas Infante en Coria del Río (Casa Museo) pasa a depender de la Junta de Andalucía. En el recinto de Villa Alegría se instala la Casa Museo de Blas Infante, el Centro de Investigación de la Memoria y el Museo de la Autonomía de Andalucía. |
- La imagen de Blas Infante

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La dictadura de Franco fue tan larga y tan metódica en su eliminación de las huellas y la memoria de cuanto había sido la España liberal anterior a 1936 que cuando, en las postrimerías del régimen, muchos andaluces comenzaron a ver necesaria la autonomía de su tierra ante el retraso económico y el olvido o la adulteración de sus raíces y sus valores, ignoraban la existencia de un relevante proceso proautonomía durante la Restauración y la II República y la trayectoria de figuras que, como Blas Infante, dedicaron su vida a concienciar a los andaluces y promover esa autonomía. Prácticamente sólo en los últimos meses del franquismo, en el bienio 1974-1975, se inicia la recuperación de Blas Infante, a través, sobre todo, de algunas revistas. En compensación, ese redescubrimiento y esa valorización de su ideario sigue un proceso rápido, ayudado también por la acelerada evolución del proceso autonómico andaluz. En octubre de 1975, el manifiesto de la entonces ASA, “Por un poder andaluz”, cita ya a Blas Infante, “principal representante del movimiento autonomista andaluz”. En ese 1975 un andalucista histórico, Juan Álvarez-Ossorio y Barrau, escribe El Ideal andaluz y Blas Infante Pérez, con la idea de dar a conocer la figura de Infante a las nuevas generaciones, pero queda inédito. Habrá que esperar a 1976 para que al fin se reedite –en Madrid e incompleto– El Ideal andaluz, con un prólogo oportunista de Enrique Tierno Galván y un mejor estudio introductorio de Juan Antonio Lacomba. En 1979 llegan las primeras ediciones andaluzas: ese año se imprime en Granada –editorial Aljibe– La verdad sobre el complot de Tablada y el estado libre de Andalucía; la misma editorial edita simultaneamente un breve ensayo del profesor Lacomba, Blas Infante, la forja de un ideal andaluz, que, posteriormente, ampliado, conocería varias reediciones. También en 1979, José Luis Ortiz de Lanzagorta, uno de los pioneros en la divulgación de la figura del notario, publica Blas Infante, vida y muerte de un hombre andaluz. Sin duda, entre 1977 y 1982 se produce la definitiva popularización de Blas Infante. En 1980, la Junta de Andalucía, entonces ente preautonómico, edita Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo. Los partidos políticos de ámbito estatal aceptan la figura del notario fusilado una madrugada de agosto de 1936, aunque en distinto grado; en algunos sectores, sobre todo los marxistas más ortodoxos, nunca dejará de verse con recelo su ideario, considerado mezcla de burgués y libertario, y su antitestalismo. Se extiende la consideración de “padre de la patria andaluza”, que casi deviene tópico. Se le cita, se le usa, a veces sin haberlo leído. Las elecciones municipales de abril de 1979, primeras de la democracia, aportan una nueva clase política al poder local, en gran medida vía partidos de izquierda, lo que junto al complejo y tenso proceso autonómico favorece el enraizamiento de Blas Infante. Avenidas, plazas, calles, institutos y colegios públicos pasan a denominarse “Blas Infante” en toda Andalucía, donde hoy prácticamente dos tercios de las poblaciones tienen alguna calle dedicada a él, y en muchos se levantan monumentos o bustos. Incluso se inauguran algunos bustos en varias ciudades catalanas con alta inmigración andaluza. En abril de 1983, el parlamento andaluz aprueba un preámbulo para el Estatuto de Autonomía ya vigente en el que se reconoce expresamente la contribución de Blas Infante a la autonomía de los andaluces. En esos años irán también editándose sus obras. Una aportación colectiva llega en 1981: El siglo de Blas Infante, 1883-1981. Alegato contra una ocultación. En 1982 se crea la Fundación Blas Infante, dependiente de la Junta de Andalucía, por iniciativa de Rafael Escuredo. La fundación organizará unos congresos sobre Andalucismo Histórico* cada dos años en los que irán apareciendo trabajos sobre el pensamiento de Infante. En 1987 edita el ensayo de Juan Antonio Lacomba La represión en Andalucía durante la guerra civil. El asesinato de Blas Infante y en 1995 el de Isidoro Moreno Blas Infante, una propuesta política para la Andalucía de hoy. Desde otros ámbitos se produce también un acercamiento a Blas Infante, aunque menos intenso. En el festival de cine de Sevilla de 1980 se presentaba Un hombre, un ideal: Blas Infante, mediometraje de Manuel Carlos Fernández. Tendrá que transcurrir casi un cuarto de siglo para que se estrene el primer largometraje, el film Una pasión singular (2002), de Antonio Gonzalo. Sin embargo, tras ese periodo de efervescencia durante la Transición, la figura de Blas Infante, aunque consolidada, pasa a un muy discreto segundo término. Se oficializa el homenaje cada agosto en el lugar donde fue fusilado en las afueras de Sevilla, la vieja carretera de Carmona, y su casa de Coria del Río es declarada en 2003 bien cultural y convertida en casa-museo. Siguen apareciendo obras sobre él, a través de especialistas como Enrique Iniesta, con ensayos como Los manuscritos inéditos de Blas Infante (1989) o Blas Infante. Toda su verdad (2000), y se habla de él en muchos colegios cada víspera del 28 de febrero. Pero el mensaje transformador yace convenientemente adormecido.
Antonio Checa |
- El ideal de Blas Infante

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Según nos ha contado Ruiz Lagos, el despacho de Blas Infante está intacto. Junto a su mesa, un receptor de radio. A su derecha, un crucifijo en su hornacina. Sobre la mesa, una cruz gastada de antiguo cilicio. Más allá, piezas arqueológicas y azulejos con refranes en el pequeño patio cuajado de flores. Todo el “Castillete” de Coria del Río respira aún la personalidad de Blas Infante, andaluz de raíz, idealista, hombre de espíritu franciscano, bueno y humilde, profundamente creyente. Contrasta esta imagen –que es la auténtica– con la que se desprende del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas, para quien Blas Infante “formó parte de una candidatura revolucionaria en las elecciones de 1931; en los años sucesivos hasta el 1936 se significó como propagandista para la constitución de un partido andalucista y regionalista andaluz y, según la certificación del folio 46, falleció el 10 de agosto de 1936 a consecuencia de la aplicación del Bando de Guerra […] , lo que supone en él una actitud de grave oposición y desobediencia al mando legítimo y de las disposiciones del mismo emanadas”. Se mata aun hombre, pero no se puede matar una idea. El mismo Blas Infante, recogiendo un texto aljamiado, lo había dicho: “A mí sólo me era ordenado producir la voz; a Dios toca hacerla oír a aquéllos que caminan más allá de las montañas”. Y la voz –el programa– de Blas Infante no fue un simple instrumento de partido o de Gobierno. Fue mucho más: una ética de la convivencia y una esperanza de justicia para su pueblo andaluz. Recientemente, Acosta Sánchez ha señalado que, tanto en el pensamiento de Blas Infante, como en el desarrollo político e ideológico del andalucismo, se pueden señalar tres etapas: la regionalista, la nacionalista y la liberalista, bien delimitadas cronológicamente. La regionalista corre desde los balbuceos del movimiento, en la primera década del siglo XX, hasta la formulación del Ideal Andaluz en 1915; la etapa nacionalista del andalucismo va de 1916 a 1931, con un punto álgido en 1919; el nacionalismo andalucista madura ideológicamente en la revista Andalucía y encuentra su máxima expresión en el ‘Manifiesto de Córdoba’ de 1 de enero de 1919; la fase liberalista se da en la II República, pero ese “liberalismo” no hay que entenderlo en el sentido burgués, sino en el de “liberación” de Andalucía de la represión y colonización secular. Junto a todo ello, Acosta Sánchez insiste en la preocupación andalucista por el problema de la tierra, su vinculación política al federalismo y su proximidad al anarquismo. En conclusión –y cito textualmente a Acosta Sánchez– “no podemos definir al andalucismo como un movimiento federalista, que aspira a la inserción del Estado Libre de Andalucía en su Unión Ibérica, previa reconstrucción de a identidad histórica del pueblo andaluz, es decir, de la recuperación de la historia, la cultura específica y la unidad de Andalucía, labrando, por esa vía de introspección, un nacionalismo Bético (diferenciado del burgués) que se propone fundamentalmente la liberación de las masas jornaleras”. Un hombre, un esfuerzo, una teoría, un movimiento andaluz. Todo va junto en el trazado del perfil biográfico de Blas Infante. Por eso, cuando la descarga ahogó el grito de ¡Viva Andalucía Libre!, él esperaba que por cada gota de sangre derramada nacerían nuevas fuerzas para la libertad y autonomía del pueblo andaluz. Por eso, también, ya en 1917 había dicho: “Si en la lucha que hemos emprendido nos sorprende la muerte, tendremos la íntima satisfacción de haber cumplido con nuestro deber”.
Juan Antonio Lacomba De Blas Infante. La forja de un ideal andaluz. |
- Fundación Blas Infante

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Desde sus asesinato en la carretera de Carmona en agosto de 1936, el nombre de Blas Infante había quedado en silencio, sepultado, como sus restos mortales, en la fosa común del olvido impuesto por los que ya mandaban en Sevilla desde el mismo arranque de la sublevación militar que dio origen a la Guerra Civil. Su viuda, sus tres hijas (Luisa Ginesa, María de los Ángeles y Alegría) y su único hijo varón, Luis Blas, permanecieron en Villa Alegría, la casa construida por Infante en el término municipal de Coria del Rio, en Sevilla. Ellos se ocuparon, especialmente su hija mayor, Luisa, de mantener y cuidar el legado histórico del líder andalucista: sus manuscritos, sus pertenencias personales, el mobiliario y decorado de su despacho, o su bandera andaluza. Cuando a mediados de los años setenta fue extendiéndose el conocimiento de la figura de Blas Infante, el interés por este tesoro documental conservado por la familia fue creciendo, y se hacía evidente la necesidad de mantener su carácter de patrimonio común de todos los andaluces. De esto se encargó la propia familia de Infante, hasta que, tras las primeras elecciones andaluzas celebradas en mayo de 1982, el presidente Rafael Escuredo acordó con los herederos la constitución de una entidad independiente que asumiera la custodia y difusión de la obra de Blas Infante. El Gobierno Andaluz, en su sesión del 15 de diciembre de ese mismo 1.982, aprobó constituir, junto con la familia Infante, una Fundación Cultural Privada, bajo el nombre de Blas Infante, y con el objeto del estudio y conocimiento de su vida, de la conservación y difusión de su pensamiento como base esencial sobre la que se desarrolló el Ideal Andaluz y el Andalucismo Histórico, y de su papel en la historia andaluza del siglo XX. El Gobierno acordó asimismo iniciar los trámites legales oportunos a fin de disponer como dotación inicial y subvención para el funcionamiento de la Fundación de una cantidad de veinte millones de pesetas. La constitución formal tuvo lugar el 21 de enero de 1.983, firmando por la Junta de Andalucía su presidente, Rafael Escuredo, y en nombre propio y de sus hermanos, María de los Ángeles Infante. En el mismo acto quedó constituido el primer Consejo de Patronato de la Fundación, integrado por Rafael Escuredo, Rafael Román, María de los Ángeles y Luisa Infante, Pedro Ruiz-Berdejo, Concepción Cobreros, Reyes Guichot, Enrique García Gordillo, J. L. Ortiz de Lanzagorta, Enrique Soria Medina, Juan Álvarez-Ossorio, Emilio Lemos, Teresa Vázquez, Manuel Ruiz Lagos, Antonio Gala, Antonio Tastet, J. M. Vaz de Soto, Manuel Urbano, J. M. Gonzalez Ruiz, Antonio Burgos, Manuel Clavero, J. M. Javierre, J. A. Lacomba, Antonio Ojeda y José de la Peña Cámara. La familia Infante cedió a la Fundación todos los derechos de publicación de la obra de Blas Infante, así como la propiedad de todos lo manuscritos. La sede de la Fundación se mantuvo durante 12 años en el domicilio particular de Pedro Ruiz-Berdejo (que cedió gratuitamente un despacho en Calle O´Donell 25, en Sevilla), hasta que en 1.995 pasó a ocupar el magnífico edificio conocido como Casa del Rey Moro, cedido por la Junta de Andalucía, y situado en el número 103 de la sevillana calle Sol. Desde su constitución, la Fundación ha organizado, cada dos años, el Congreso del Andalucismo Histórico, que en sus distintas ediciones se ha celebrado en las ocho capitales y otras ciudades andaluzas, como Antequera, Casares, Ecija, Ronda y Carmona, hasta el año 2005. Otras actividades permanentes de la Fundación, que desde su constitución preside María de los Ángeles Infante, son la convocatoria anual del premio de investigación Memorial Blas Infante, la organización de los actos institucionales y conmemorativos del 10 de agosto, aniversario del asesinato de Infante, el mantenimiento de la Cátedra Blas Infante en la Universidad de Otoño de Andújar, conferencias y actos divulgativos en pueblos y ciudades de toda Andalucía, debates y mesas redondas en su propia sede, y una intensidad actividad en cuanto a publicaciones, con varias reediciones de toda la obra de Blas Infante, y de varios autores , siempre con el referente de Andalucía. Se publican asimismo los trabajos distinguidos con el premio Memorial Blas Infante. A todo ello hay que añadir la publicación de las actas de los Congresos del Andalucismo Histórico, 12 volúmenes hasta el año 2005, de extraordinario valor como documentos divulgativos y de consulta para investigadores.
Enrique García |
- La Antropología Política de Blas Infante

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Es sabido que Blas Infante poseía una magnífica biblioteca y bebía sus conocimientos de fuentes multidisciplinares. Pero nunca se ha subrayado su utilización de conceptos y planteamientos de la Antropología (o Etnología, como en su tiempo se denominaba en Europa a la disciplina), aplicados a sus análisis sobre Andalucía y el ámbito de la política. Y, sin embargo, una gran parte del pensamiento blasinfantiano no sólo refleja la lectura de antropólogos y etnólogos de su época sino que bien podría situarse en el propio ámbito de la moderna Antropología Política, del que sería uno de sus fundadores y el indiscutible iniciador en Andalucía. Así, por ejemplo, en su libro de 1931 La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de Andalucía, utiliza Infante, de manera descarnada, las categorías antropológicas, muy vigentes en las primeras décadas del siglo XX, de “mana”, “mentalidad prelógica”, o “magia homeopática”, para zaherir a los políticos profesionales, tanto de la etapa monárquica como de la republicana, que sacralizaban o satanizaban palabras –como Justicia, Democracia, Clase Obrera, Revolución, Nacionalismo, Libertad, República...–, o mandaban fusilar casas a cañonazos, como había ocurrido con la famosa taberna Casa Cornelio, centro de anarcosindicalistas en el sevillano barrio de la Macarena, con la misma mentalidad “prelógica”, nos dice, por la que nuestros ancestros del Paleolítico dibujaban bisontes asaetados en las cuevas o formulaban conjuros: con la consideración de que la representación o el nombre de un animal, o de una persona, o de una idea, equivalen efectivamente al animal, la persona o la idea, y de que, por ello, lo que se hiciera a las representaciones surtiría el mismo efecto a sus correspondientes realidades. Según este “realismo primitivista prelógico –señala– basta pronunciar nombres y fórmulas para transformar las cosas y las conciencias” (Ibid, 29-31). Interesa subrayar, especialmente, una característica de la parte fundamental de la obra de Blas Infante que se nos presenta con claridad si logramos separar, en sus textos, lo nuclear de lo accesorio y lo sustantivo de lo más directamente deudor de los condicionamientos de su época y de las formas del lenguaje y el estilo de su momento histórico: su modernidad. Por ello, están vigentes la mayor parte de sus más importantes planteamientos teóricos, aunque muchos de quienes invocan, también con mentalidad “prelógica”, su nombre los desconozcan o menosprecien. Por ello, también, el “padre de la patria andaluza” no sólo debería ser un símbolo compartido por todos los andaluces de bien, y una guía política para conseguir la liberación o “restauración” de Andalucía por la que sacrificó su vida, sino que habría de ser estudiado como uno de los precursores, e incluso iniciadores, de la Antropología Política. Muchos ejemplos podrían aportarse para respaldar esta afirmación. Uno de ellos sería su concepto, tanta veces malinterpretado o burdamente manipulado, de “nacionalismo internacionalista”, al que a veces incluso se refiere terminológicamente con la expresión, aparentemente un contrasentido, de “nacionalismo antinacionalista”, aplicado al tipo de nacionalismo que él considera único adecuado para Andalucía, subrayando que en nada se parece a los otros nacionalismos existentes en la Península. En su obra inconclusa Fundamentos de Andalucía, escrita entre finales de los años 1920 y 1936, Infante contrapuso, o mejor sería decir sobrepuso, lo que él llamaba “Principio de las Culturas” al tan en boga en su época “Principio de las Nacionalidades”, único vigente y aceptado en el Derecho Político. El Principio de las Nacionalidades parte de la premisa, acuñada durante el siglo XIX, de que “a cada Nación corresponde un Estado”. O, con otras palabras, que toda Nación posee, sin que ninguna instancia pueda negarselo, pleno Derecho a la Autodeterminación. Infante reconoce este principio y este Derecho, pero añade que afirmarlo en abstracto no resuelve el problema de cuales sean los sujetos de derecho concretables ni sustrae de muy graves riesgos. En la práctica –denuncia–, su utilización tras la Gran Guerra (la que solemos llamar Primera Guerra Mundial) había servido, paradójicamente, para legitimar las conquistas bélicas y consolidar o destruir estados según la conveniencia de los vencedores, sin atender a la realidad de los pueblos-naciones. En palabras del propio Infante, perfectamente aplicables actualmente, “la nación se define, ante todo, según el Principio de las Nacionalidades, por la existencia histórica de un Estado, y la nación es, ante todo, un ente político. Por consiguiente el Estado ‘propio’ es su ‘dueño absoluto’. Los demás estados respetan a todo trance este principio, en el cual aperciben el fundamento de su propia absoluta consagración. Fingen creer que cada nación elige su propio estado y siguen la ley de abstención absoluta, de no intervención en los ‘asuntos internos de cada país’. Y esos asuntos interiores suelen provenir nada menos que de la existencia en un Estado de pueblos diferentes que aspiran a un estado propio y a los cuales se esclaviza, apoyándose en aquella moral del ‘laissez faire’ a cada Estado dentro de su propio territorio, que rige las relaciones diplomáticas, esto es la Sociedad no de las Naciones sino de los Estados entre sí” (Ibid, p. 189). Constata Infante, con gran clarividencia, que, en contraste con el derecho que en abstracto se pretende garantizar: que cada nación tenga la posibilidad de ser libre y de crear su propio estado, el Principio de las Nacionalidades, en su materialización práctica ha llevado a que cada Estado existente se considere con el derecho a definirse como nación, lo sea o no realmente, vetando, incluso por la violencia, a los verdaderos pueblos-naciones que existen en su interior el reconocimiento como tales y los derechos que esto conlleva, con la aquiescencia y la no intervención exterior de los demás Estados, interesados en apuntalarse mutuamente para garantizar el status quo que favorece a todos ellos. El resultado, pues, es el contrario al pretendido, porque, realmente, en la práctica, “con cada Estado el Principio de las Nacionalidades crea una nación” (Ibid, p. 127). Como reflejan las palabras anteriores, aunque ello no sea tenido en cuenta por la mayoría de los políticos que dicen seguir su pensamiento, es la autoafirmación de los Estados como nacionales, y no la existencia de pueblos-naciones con identidad, lo que está en la base de los múltiples etnocidios y genocidios que en su época, y hasta hoy, siguen siendo perpetrados en todos los continentes en nombre de la sacralizada “unidad nacional” de los Estados. Y es que, en la práctica, el Principio de las Nacionalidades funciona realmente como “Principio de las Estatalidades”; y ello incluso cuando lo enarbolan los movimientos de liberación nacional que tienen como objetivo central la creación de un nuevo Estado como los ya existentes. Es el radical antiestatalismo y anticentralismo de Blas Infante, su análisis de la utilización perversa del Principio de las Nacionalidades, y en modo alguno un supuesto antinacionalismo teórico o que él no defendiese que Andalucía sea una nación, lo que está en la base de su resistencia, e incluso de lo que llega en alguna ocasión a denominar “repugnancia invencible” a la utilización del término nación y del calificativo nacionalista. Ello, además, resultaría premonitorio, ya que fueron precisamente los que se autodenominaban nacionales en la Guerra Civil quienes habrían de asesinarle. Esta resistencia ha venido siendo la base de una mixtificación manipuladora de su teoría política por parte tanto de las organizaciones y sectores políticos conservadores como de la izquierda estatalista. Unos y otros actúan, además, generalmente, como si su única o más importante obra fuera Ideal Andaluz, precisamente su primer libro, de juventud. Conviene recordar que, pocos años después de escribir éste, Infante, en el “Manifiesto de creación de los Centros Andaluces” (1917), en la Asamblea de Ronda (1918) y en la Asamblea de Córdoba (1919), realiza repetidamente afirmaciones como las siguientes: “La personalidad de Andalucía se destaca hoy más poderosamente que ninguna otra nacionalidad hispánica...”; “Andalucía es una nacionalidad porque la Naturaleza y la Historia hicieron de ella una distinción en el territorio hispano..., y porque una común necesidad invita a todos sus hijos a luchar juntos por una común redención”; “Andalucía es una realidad nacional, una patria viva en nuestras conciencias” (Manifiesto de Córdoba, 1/1/1919). Como también declara, inequívocamente, su voluntad de hacer efectivo el contenido del artículo primero de la llamada Constitución Andaluza de Antequera, de 1883, de hacer de Andalucía “una Democracia Soberana y Autónoma”, a partir de cuya consecución es como habría que plantearse pactar una “federación española” o incluso una “Federación de las nacionalidades de Iberia”, que incluiría a Portugal (Fundamentos… p. 44). Sólo es a partir de una “federación de nacionalidades” (que, realmente, se acerca a una estructura casi confederal) como Blas Infante se plantea la “futura creación” de una entidad “España” o “Iberia” que en ningún modo sería una realidad “natural” preexistente ni la continuidad del Estado Español generado históricamente, al que califica de “forma unitaria engendrado por medios tan artificiosos como las combinaciones dinásticas, representada por un estado centralista, el cual sólo en el apoyo de tradiciones ya desautorizadas funda su autoridad y tiene su asiento” (Ibid, p. 104). Es esta España, “la España del ‘Tanto-Monta’, la avaricia y la falsía –Fernando–, o la intolerancia y la crueldad –Isabel–; la España austriaca, continuada por los borbones y apuntalada por la restauración, la que agoniza ya próxima al acabamiento” (Ibid, p.135). La posición rotunda de Infante a este respecto, junto con su no menos rotunda postura sobre el problema agrario –resultado tanto de su sensibilidad personal ante el problema jornalero como, sobre todo, de su colaboración de casi veinte años con Pascual Carrión, que fue mucho más importante, en definitiva, que su acercamiento primero al Georgismo fisiócrata– provocaron el total y pronto distanciamiento de los regionalistas conservadores, consumada ya antes de terminar la segunda década del siglo. En cualquier caso, Infante nos aclararía perfectamente, en algunos de sus escritos de madurez, que suponen aportaciones importantes al campo de la Antropología Política, el porqué de su desconfianza ante los términos nación y nacionalista. El uso de la palabra nación, nos dice, es casi siempre “un mero pretexto o justificación del Estado”, una “justificación para la rapacidad de este”, una excusa para realizar “salvajes exclusiones”. De aquí la afirmación de que su nacionalismo andaluz es “un nacionalismo internacionalista, universalista, lo contrario de todos aquellos nacionalismos inspirados por el Principio Europeo de las Nacionalidades. Más claro, se trata de una paradoja: los nacionalistas andaluces venimos a defender un nacionalismo ‘antinacionalista’..., no exclusivista..., no proteccionista en lo económico... basado en el libre cambio... y en cuyo Estatuto habría de leerse ‘en Andalucía no hay extranjeros’...” (La verdad sobre el complot de Tablada, p. 69). Toda una declaración política que permanece vigente en la actualidad en sus aspectos fundamentales. El supuesto antinacionalismo de Infante no es otra cosa, en realidad, que radical antiestatalismo, de clara inspiración marxista y, sobre todo, libertaria. El Estado es concebido, por naturaleza, como un “instrumento de opresión” por parte de los intereses, grupos e individuos que “personifican el Estado”. El alineamiento de Infante con las teorías que consideran que todo Estado, por su propia naturaleza, es opresor y no un árbitro neutral ni la representación de un supuesto bien común, lo alejan totalmente del pensamiento liberal e hicieron apartarse de él a cuantos tenían una ideología conservadora. En Fundamentos de Andalucía (p. 173) podemos leer: “Militares, banqueros, diplomáticos, reyes, colonialistas, antisocialistas, industriales, visiones y celos de estadistas, ¿son estos el pueblo? Estos son los individuos que personifican el Estado”. Para tratar de superar las características perversas de los Estados supuestamente “nacionales”, Infante elabora el que denomina Principio de las Culturas, el cual tiene como premisa: “a cada cultura, un pueblo”. Es esta su principal aportación a la Antropología Política. En lugar de partir de una realidad fáctica de carácter político, el Estado, autodefinido como Estado-Nación, parte de un concepto de base antropológica, el de ‘cultura de un pueblo’ –hoy hablaríamos también de identidad cultural o de etnicidad–. Este es antepuesto, por Infante, a aquel como elemento clave para resolver el problema de la determinación de la existencia de pueblos-naciones, es decir, que cuales son los verdaderos sujetos del derecho a la libre determinación. En sus propias palabras: “Dos hechos, conjuntos o separados entre sí, entrañan la virtualidad determinante de la existencia de un pueblo. 1º La voluntad actual de un grupo humano, sea o no continuación de una expresa voluntad pretérita, que quiere erigir a ese grupo en pueblo libre, para poder dirigir, particular o independientemente, su distinto desarrollo cultural. 2º La existencia de un grupo humano, asentado en un territorio, que haya sido, o sea, foco originario de un distinto desarrollo cultural” (Ibid, p.150). Infante nos subraya que son dos las bases para la consideración de una colectividad humana como pueblo y para la afirmación del derecho de este a la libertad mediante la autodeterminación –él usa la expresión de la época “autarquía nacional”–, incluido el derecho a dotarse de un estado político propio, del cual señala, sin embargo, los peligros que entraña. La primera es la especificidad cultural, históricamente desarrollada –lo que llamaríamos hoy identidad cultural o etnicidad–, “que no se mata tan fácilmente”, aunque los individuos que vivan esa cultura diferenciada puedan incluso no ser conscientes, en determinados momentos, de la existencia de ella. La segunda es “la voluntad de vivir por sí”; “…la voluntad de ser, cuya existencia no es incompatible con una débil expresión actual” (Ibid, pp 157 y 194ss). La única vía para que un estado con estas bases no se convierta en lo que son todos los Estados contemporáneos, opresores y falsamente representantes de la sociedad, el Estado de un “pueblo cultural” tendría que ser un estado de nuevo tipo, un “Estado cultural”, que fuera un “instrumento de práctica interior” de aquel y no su mandatario (Ibid, pp. 182ss). Infante es consciente de que este nuevo tipo de Estado no existe como posibilidad inmediata y afirma, además, que tampoco respondería a ese modelo ningún super-estado político. Por esta razón, y “durante el tránsito”, se erige en partidario de impulsar “sociedades humanistas e interculturales, independientes de los estados” –hoy diríamos organizaciones e instancias no gubernamentales–, señalando que, en su tiempo, no era precisamente un ejemplo de ellas la mal llamada Sociedad de Naciones (realmente Sociedad de Estados, cuya sucesora sería la actual ONU) sino organizaciones como la Liga Internacional de los Derechos del Hombre (Ibid, pp. 186-7). Y nos afirma, en una muestra de saber antropológico y de utilización adecuada del relativismo cultural, que si una cultura determina a un pueblo y este a una cultura, no existen culturas superiores o inferiores, ni pueblos mayores ni menores de edad, ni naciones progenitoras ni filiales, madres o hijas. “Todo eso estará muy bien –nos dice irónica y contundentemente– para ditirambos que hagan dulce la digestión de los banquetes políticos, pero no es verdad: es mentira” (Ibid, pp. 152-4). Al insistir en que los pueblos no son entes primordialmente políticos sino que la base de su existencia es cultural, nos subraya cómo la relaciones entre los diferentes pueblos serían pacíficas, de convivencia y tolerancia, si pudieran darse plenamente al margen de las estructuras estatales. Como los Estados “son instrumento de la dictadura más o menos encubierta de una clase o de una casta” (Carta Andalucista de 1/1/1936), son estos “los que siembran la semilla de rencores de la que los pueblos recogen la cosecha..., emborrachándose de historia guerrera no elaborada por ellos sino por los Estados” (Fundamentos…, p. 190). Afirmación esta última plenamente en la línea antropológica que señala, en contra de tópicos mil veces repetidos, que no son las diferencias culturales –las diferencias en historia, lengua, religión, instituciones y costumbres–, ni la existencia de etnicidades diversas, ni la afirmación de la identidad propia y de los derechos de cada pueblo-nación, lo que está en la base de la violencia que muchos llaman, inadecuadamente, étnica o nacionalista, sino en la naturaleza de los Estados, en los intereses que cada Estado representa y defiende por la coacción y la violencia, directa o indirecta, física, legal o ideológica. Y esto es válido tanto para el caso de los Estados existentes, en cuyo origen se encuentra casi indefectiblemente la violencia, como de los que se pretende crear también violentamente. Infante afirma que Andalucía puede fundamentarse perfectamente tanto desde las bases del Principio de las Nacionalidades como desde las del Principio de las Culturas. Respecto al primero, “o Andalucía era ‘Nación’ o ‘Región’ ..., o nada era. El dilema que plantea el malhadado Principio es terminante: o nación o elemento integrante de una nación. El ser, referido a los pueblos, es la ‘nación’. Si acaso, deja margen para referir un sub-ser a una entidad secundaria que se denomina ‘región’...” (Ibid, p. 132). Ante este dilema, la afirmación de Infante es rotunda: “Según el Principio de las Nacionalidades, Andalucía es una Nación” (Ibid, p. 133). Y ello, en base a los criterios geográfico, antropológico-físico, etnográfico (o antropológico-cultural), psicológico, filológico y etológico. Como escribe explícitamente, “tuvimos que invertir algún tiempo en demostrar a los andaluces lo que hasta los extranjeros sabían y saben de un modo evidente, esto es, que Andalucía no es Castilla” (Ibid, p. 146). Pero como el Principio de las Nacionalidades, al ser “político, particular, excluyente”, tiende a engendrar “nacionalismos estúpidos, patrioteros y chauvinistas”, nacionalismos –realmente nacionalismos de estado o estatalismos– agresivos, “nosotros elaboramos otro criterio más seguro, principalmente humano: ‘a cada pueblo su cultura’, universalista, convergente, de mayor suficiencia científica para el discernimiento de las ‘nacionalidades populares’ y, por consiguiente, de las autarquías, el cual vinimos a usar para fundamentar teóricamente a Andalucía...: el Principio de las Culturas” (Ibid, p. 149). “Andalucía es –afirma Infante– un pueblo cultural” y su fundamentación sobre este Principio “es tan sólido que acaso ningún pueblo del mundo pueda llegar a asentarse sobre él con más firmeza y con más derecho” (Ibid, p. 191). Una afirmación rotunda que respalda con razones y argumentos que, sin duda, es preciso actualizar para utilizar los conocimientos acumulados tras su muerte, pero que todos nuestros niños deberían aprender en las escuelas y nuestros intelectuales desarrollar crítica y creativamente o, cuando menos, aceptar discutirlas con seriedad. Desde estas bases de Antropología Política, ¿podría alguien honestamente afirmar que Blas Infante no es un “nacionalista de Pueblo”, en contraposición a los “nacionalistas de Estado”, o acusar al nacionalismo andaluz que él teorizó de exclusivista o excluyente, o de defensor de intereses dominantes o mezquinos? Bastaría con leer atentamente su obra –cosa que casi nadie hace, incluidos la mayoría de quienes supuestamente se inspiran en él para la acción política– para convencernos de la increíble modernidad de la parte fundamental de su pensamiento y para comprobar su apuesta total, que pagó con la vida, contra el imperialismo –que ya anunciaba se disfrazaría, como ocurre hoy, de falso universalismo (Ibid, p. 177)–, el asimilacionismo y la homogeneización cultural forzada, el determinismo geográfico e histórico, los estatalismos disfrazados de nacionalismos, y la intolerancia y la xenofobia, y a favor de la libertad de los pueblos y las personas sin distinción de raza, sexo, religión y costumbres. Por ello, más allá de la necesaria puesta al día de algunos de sus argumentos, y de los datos que los sustentan, la Antropología Política de Blas Infante sigue siendo hoy la parte más viva del conjunto de su obra, en la cual la cultura (el concepto antropológico de cultura, es decir, la forma de existencia material y espiritual propia de cada pueblo), y no la política, entendida, tal como lo era en su tiempo y lo sigue siendo hoy, como escenario de lucha por el poder, se constituye en el principio director en la vida de los pueblos y las personas y en la base para la construcción de la nación, en nuestro caso Andalucía.
Isidoro Moreno Navarro |
- La familia Infante

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Aunque sufrieron la mayor de las pérdidas, los más negros de los lutos, los Infante sobrevivieron para reponer la dignidad de padre. El palacete de Coria del Río representa la luz, que fue apagada el 2 de agosto de 1936 cuando Blas Infante fue detenido. Y el kilómetro cuatro de la carretera de Carmona es la referencia de la muerte, la venganza de la dictadura contra un hombre que encarnaba el sueño de un pueblo. Tardó mucho tiempo en hacerse justicia, en reponer su grito de “Andalucía, libre”. Los Infante ya no tenían por qué esconder por más tiempo la bandera de un pueblo. La memoria. Me ha recordado Luisa, la hija mayor de Blas Infante, el itinerario de aquellos días finales que acabaron con la vida de su padre. Dice esta valerosa mujer que la obra que más le impresiona es El Complot de Tablada. Porque es el libro que refleja el estado de ánimo de un hombre que sufre el desengaño, que se levanta contra todas las adversidades para seguir defendiendo sus ideales, pese a las obstrucciones políticas y a los odios y venganzas, que remataron la última sentencia de ese complot. Porque un complot rodeó no sólo su vida en los momentos finales, sino que además lo persiguió con la condena al silencio durante la dictadura y con el destierro al olvido en los primeros años de la democracia. La muerte. El tiempo no ha borrado de la memoria de Luisa ni el más mínimo detalle de aquellos días decisivos para los Infante: “Yo me fui a la casa de los guardias a preguntarles que quién era aquella gente; porque yo nunca había visto un falange ni nada de eso. Estaba dentro de la casa cuando vi que se lo llevaban. Se volvió así un poco y dijo a los guardias ‘adiós Anita, adiós Salvador’. Mi madre me decía que yo me había escondido. ¡Y qué me iba a esconder! Es que estaba en el campo y vi ese revuelo de gente, a Crespo, a un guardia civil, a un municipal, a otros falanges... Por eso me fui a preguntarle a los caseros. Rosario, la mujer que estaba en la casa, contaba que detuvieron a mi padre y Crespo le dio un empujón a mi madre; mi madre se revolvió y le dijo: ‘Soy sobrina del Gobernador’. Y eso, le impresionó al hombre y se portó, bueno dentro de lo que cabe, porque le respondió a mi madre: ‘¿Usted no ha dicho que es la sobrina del Gobernador? Pues haga usted el favor, señora, de adelantarse a mí, que yo voy a hacer tiempo para que llegue usted a Sevilla antes que yo’. Mi padre dijo entonces que ella no tenía que hablar con nadie. Entonces, ese señor le dijo: ‘Yo sé la gravedad de las órdenes que tengo que cumplir’. Las órdenes eran que lo mataran en la carretera y que se le aplicara la ley de fugas. Cuando se lo llevaron, mi madre nos cogió a los cuatro y nos llevó a casa de don José Martínez Luna, procurador de mi padre; era falangista y además el padrino de mi hermana Alegría. Nos dejó en su casa de la Gavidia. Don José acompañó a mi madre a varios sitios. Que había que tener valor en aquellos tiempos. Fue a ver a otro amigo militar, que la acompañó al Gobierno Civil. Se entrevistó con su tío (Pedro Parias); pero él le dijo que no sabía nada de eso. Consiguió al fin ver a mi padre donde estaba detenido. Pocos días después volvió a verlo. Nosotros nos quedamos abajo en un coche. Yo creo que serían sus últimas palabras cuando le dijo que en la caja de caudales quedaban trescientas pesetas, que nadie le pagaría y que nos comprara juguetes. Nosotros no lo vimos; pero él sí nos vio desde la ventana”. Las víctimas. “Mi padre fue la víctima. Pero también lo fue mi madre. No dormía, no pensaba más que si cuando lo mataron habría quedado vivo... Iba de noche de cuarto en cuarto. Perdió mucho peso. Y qué hombres tan cobardes. Que un hombre tan caballeroso tenga que dejarse matar por esos chulos... Hay muchos que se hacen los valientes con una mujer así. Y muchos de los que se decían amigos de mi padre, la veían por la calle y le volvían la cara. Mi madre tuvo que vender la casa de Casares, la de Sevilla, el cortijo de Peñaflor, para poder vivir, conservar la casa y sacarnos a todos adelante. Y para colmo la gente le decía ‘¡su familia, su familia!’. Sí, la familia... Mi padre le dijo a mi madre, la última vez que lo vio antes de que lo asesinaran, que era ese pleito familiar con la familia de Peñaflor. Ese pleito... Sí así se lo dijo. Y así murió la pobre en 1954, a los 63 años. Y lo que tuvo que pasar. Era una mujer fuerte. Aparentemente, claro, porque por dentro estaba destrozada.... Mi padre es el hombre más valiente que ha habido en Andalucía. Porque en sus circunstancias podía haber vivido muy bien, y con lo que él quiso a su tierra; quizá el que más. Él adoraba a su tierra tanto, que cuando murió su madre dijo: ‘Este amor que yo le tengo a mi madre, también lo paso a Andalucía’. En la cartera llevaba un trocito de bandera y un mechón de pelo de su madre. Lo que más quería lo llevaba con él el día que lo asesinaron. ¿Que si perdono? Yo, por lo menos, no puedo perdonar. Mi madre decía que según la doctrina de la Iglesia no se puede perdonar un robo hasta que no se devuelva lo robado... ¿Y quién devuelve una vida? No. Yo no puedo perdonar. Ésa es la verdad. Muchas veces me pongo a pensar en mi madre y me digo que hay que ver con lo feliz que era esta mujer y qué criminales, qué país tan horroroso...” Los herederos. Mientras vivió doña Angustias García Parias guardó celosamente el patrimonio que Blas Infante había dejado a Andalucía en la casa de Villa Alegría, de Coria del Río. Conservó la bandera, guardada en una cómoda, el himno, el escudo, la biblioteca... “Un señor de Coria nos dijo que mi padre tenía una cinta de bandera, en la que firmaban los que venían por la casa y que él mismo la había firmado. Esa bandera no la hemos encontrado. Se ve que mi madre la quitaría de en medio para que no se vieran los nombres, para protegerlos. Y el escudo estaba en la puerta. Mi madre nunca lo quiso quitar porque decía que, como son tan bestias, ni sabían lo que era”, recuerda Luisa, que tras la muerte de su madre asumió la responsabilidad de convertirse en guardiana de la casa familiar. En ese inmueble, hoy patrimonio de Andalucía, crecieron los cuatro hermanos: Luisa, María de los Ángeles, Luis Blas y Alegría. Ellos fueron los que sufrieron directamente la pérdida de su padre, el dolor silencioso de su madre y las represalias del régimen. Luisa siguió regando las macetas de cintas con los colores de la bandera. María de los Ángeles sería la llamada a propagar la obra de su padre, a custodiar su patrimonio, a defender su memoria del olvido, de los recelos pasados y presentes y del odio, que provocaba la figura del revolucionario andaluz. Alegría, la más pequeña, representa la orfandad y el silencio en esta historia. Y Luis Blas, el único varón, no supo soportar el peso de la injusticia y emprendió el camino del exilio forzado y voluntario. Escapó de la opresión del régimen en Sevilla. Se fue como un emigrante en esos trenes cargados de andaluces, con sus maletas y sus nostalgias. En Ámsterdam, donde trabajaba de camarero, fui a su encuentro. Allí, lejos de la tragedia, quiso ser feliz, allí enarboló la bandera andaluza de la emigración y allí dejó dicho que quería que reposaran sus restos. Un pueblo con bandera. Además de los Infante, sus herederos de la sangre, los que están registrados con su apellido en el corazón y en la historia, el otro gran heredero universal es el pueblo andaluz. Cuando el 4 de diciembre de 1997 se celebró el Día de Andalucía era la bandera de un pueblo, la bandera verdiblanca, la que se desplegaba por las calles y los pueblos de Andalucía. La enseña que lució junto a la Giralda, portada por los hijos del futuro, y la que se manchó de sangre en Málaga, cuando en otro acto de represión y asesinato, cayó muerto el joven José Manuel García Caparrós. Allí se encontraba enmudecido de dolor y de rabia Plácido Fernández Viagas, encarnando la máxima representación de esa Andalucía que se tiró a la calle en son de paz para mostrar su identidad como pueblo con los símbolos que le había legado el notario de Casares, elevado hoy a la categoría de Padre de la Patria Andaluza. Así, tras siglos de guerra, Andalucía volvió a recuperar su identidad maltratada.
Antonio Ramos Espejo |
- Antología de Blas Infante

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[Hacia el ideal andaluz]
(...) Hay que dirigir espiritualmente al pueblo andaluz, maldiciendo los dogmas y virtudes fariseaicas, agentes de la tiranía, que condenan al rebelde y santifican la sumisión de los pobres de espíritu, por el temor degradados. Hay que penetrar hasta el fondo de su genio, y enseñarle para que reconozca y abrace el dogma insuperable de la gloria de la vida que exalta, y libera al hombre creador, consagrando, como principal virtud y primera fe, la fe y la virtud del esfuerzo providente, la confianza en la lucha creadora. Y hay que fortalecer el sagrado depósito de su cualidad, defendiendo su personalidad mediante el despertar de su patriotismo, que tanto quiere decir como dignidad, avanzada natural sensible a los ataques de los ajenos vilipendios, y cuyos gritos estimulan, el esfuerzo y salvan del deshonor. Y hay que encender los cerebros apagados mediante una acción pedagógica, intensa y adecuada. Y como condición fundamental, sin la cual débiles o nulos serían los efectos de las precedentes, hay que fortalecer la base de la existencia y de todo orden de creaciones, la vida física depauperada, los estómagos enflaquecidos, desenvolviendo todas las fuentes de abundancia y de riqueza material, y, sobre todo, el manantial que ha de surtir todas esas fuentes: la tierra andaluza, el suelo andaluz. Del solar andaluz ha de manar, principalmente, la vida de Andalucía, que fue grande cuando su solar fue espléndido y hermoso. Y para que vuelva a serla hay que arrancarlo al actual régimen tiránico de propiedad; tomado de los señores que en horrible experiencia de lustros de siglos han demostrado convierte su acción en eriales y desiertos, los pobres campos que hoy sienten la nostalgia de sus galas de jardines, y nacionalizarlo o regionalizarlo; es decir, entregarlo al pueblo, para que, del mismo modo que en felices edades pasadas, lo ame y fecunde.
De El Ideal Andaluz.
El principio de las nacionalidades y Andalucía
(...) Por consiguiente, se me dirá: He aquí que la pretensión de fundamentar Andalucía empieza por encontrarse detenida ante un obstáculo infranqueable. El único principio universal que se conoce, constitutivo de un criterio relativo a la determinación de las naciones, es, como su propio nombre lo indica, el de las nacionalidades. Y, ¿si el principio de las nacionalidades es falso, cómo va a poder ser fundamentada Andalucía? Precisamente, por esto. Yo no me propongo fundamentar una nación, sino un SER, cuyo género estudiaremos, después, en lugar oportuno. Porque si Andalucía no fuera un Ser y sí fuera una Nación, ni se podría llegar a fundamentar puesto que, según, hemos visto, ninguna nación es susceptible de ser fundamentada sea cual fuere el criterio que se venga a ensayar para este fin, ni, por otra parte, yo tendría necesidad de fundamentarla, porque yo no estaría con ella. Bueno está que por insuficiencia léxico-gráfica se haya deslizado alguna que otra vez, incluso, por nosotros mismos, con respecto a Andalucía y con relación a nosotros, los términos Nación y nacionalistas. Pero yo confieso a Vdes. que, aún, antes de haber investigado cuál es el verdadero contendido de estas palabras, siempre llegué a sentir una repugnancia invencible ante ese nombre, y, sobre todo, ante este calificativo. Cuando nosotros vinimos a manifestar el ser de Andalucía, como meros instrumentos de una oportunidad que los tiempos anteriores habían venido elaborando, precisamente, fue en nombre de ese pretendido Principio de las Nacionalidades, que se intentó llegar a detenernos. O Andalucía era Nación o Región (término subordinado de substancia análoga), o nada era. Esto es, no podía ser otra cosa. El dilema que plantea el malhadado principio es terminante: o nación o elemento integrante de una nación. El ser, referido a los pueblos es la nación. Si acaso, deja margen para referir un sub-ser a una entidad secundaria que se denomina región. Es decir, o ser nación o región o municipio, otro sub-ser en el sub-ser de la Región o no ser. Pero, como hemos dicho que el principio de las nacionalidades es un comodín, nosotros para demostrar ante el mundo gobernado por ese principio que éramos, principalmente, no tuvimos inconveniente en demostrar, que según el principio de las nacionalidades, Andalucía era una nación, liberando, de este modo, nuestro sentimiento de ser Andalucía un ente principal. Pero, al mismo tiempo, tangenciando ese principio llegamos a demostrar que Andalucía era un Ser. He aquí cómo se operó este humilde, aunque, tal vez, curioso acontecimiento.
De Fundamentos de Andalucía (Edición y Estudios de Manuel Ruiz Lagos).
Instrucción y educación
(...) Instrucción gratuita en todos sus grados y obligatoria, en los primeros. Responsabilidad contra padres y Poderes de las ciudades por los niños dejados de instruir. Consagración de la santidad religiosa de los niños, flechas de nuestro anhelo hacia la Eternidad. Pena al crimen de regatearles cualquier elemento de desarrollo material o moral. Pedagogos ambulantes de profesión, sostenidos por la Dictudura, encargados de la educación o crecimiento espiritual de los ciudadanos adultos, en misiones pedagógicas constantes desarrolladas en ciudades, pueblos y aldeas.
De La Dictadura Pedagógica.
[¡Viva Andalucía libre!]
¡Viva Andalucía libre! El primer Gobierno de este siglo que escuchó este grito inesperado, para la ignorancia relativa a Andalucía, fue el del año 19, presidido por el señor Maura el Viejo. Un Gobernador de Córdoba, nombrado por Conesa, lo transmitió, azorado, a Goicoechea, ministro de la Gobernación; quien, por orden de su jefe, mandó clausurar nuestro Centro Andaluz de Córdoba, esparciendo a sus asociados por lugares de deportación, en los cuales siguió resonando, fluyente de los labios de los desterrados y de los labios campesinos, extrañamente para España. Eran los tiempos en que el Poder Central hubo de enviar un Virrey, contra nosotros: el General La Barrera, cuya gestión, desgraciadamente, fue más laboriosa que la del fugaz Alto Comisario de la República de Andalucía, General Sanjurjo, lanzado contra nuestra candidatura. Y ¡cuántas veces el Andalucía libre ha surgido vibrando de las gargantas jornaleras, y espontáneamente, sin que nadie se lo hubiera enseñado a las multitudes que hubieron de rodearnos, durante nuestras viejas campañas andalucistas; las cuales venían a hacerlo rimar con el ululeo de la bandera verde y blanca de Andalucía; “verde, como la esperanza, cuando se asoma a nuestros campos; blanca, como nuestra bondad”, que dicen los versos árabes que la cantan! ¡Qué Gobiernos, qué país! ¡Llegar a sentir tanta alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado, desde el siglo XVII, el negro “como el duelo después de las batallas” y el rojo “como el carmín de nuestros sables”, que también rezan los versos citados, y todavía se inquietan! Pero hasta aquí, seguramente, estaré hablando en lenguas a la asamblea, como diría San Pablo. Empezaremos a aclarar en la crónica siguientes.
blas infante De La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía (Aljibe, 1979).
[Felah-mengu]
Unas bandas errantes, perseguidas con saña, pero sobre las cuales no pesa el anatema de la expulsión y de la muerte, vagan ahora de lugar en lugar y constituyen comunidades dirigidas por jerarcas, y abiertas a todo desesperado peregrino, lanzado de la sociedad por la desgracia y el crimen. Basta cumplir un rito de iniciación para ingresar en ellos. Son los gitanos. Los hospitalarios gitanos errabundos, hermanos de todos los perseguidos. Los más desgraciados hijos de Dios, que diría Borrow. Hubo, pues, necesidad de acogerse a ellos. A bandadas ingresaban aquellos andaluces, los últimos descendientes de los hombres venidos de las culturas más bellas del mundo; ahora labradores huidos –en árabe, labrador huido o expulsado significa “felah-mengu”–. ¿Comprendéis ahora por qué los gitanos de Andalucía constituyen, en decir de los escritores, el pueblo gitano más numeroso de la Tierra? ¿Comprendéis por qué el nombre flamenco no se ha usado en la literatura española hasta el siglo XIX, y por qué existiendo desde entonces, no trascendió al uso general? Un nominador arábigo tenía que ser perseguido al llegar a denunciar al grupo de hombres, heterodoxos a la ley del Estado, que con ese nombre se amparaba. Comienza entonces la elaboración de lo flamenco por los andaluces desterrados o huidos en los montes de África y de España. Esos hombres conservaban la música de la Patria, y esa música les sirvió para analizar su pena y para afirmar su espíritu: el ritmo lento, el agotamiento comático. ¡La gran estirpe creadora, reducida a la condición gitana! ¡Cómo resonaría, rechazada por el eco de las montañas y despedida hacia la garganta o el valle, la copla terrible que aún conservan los cancioneros: “Yo no esciendo d´arey...”. Y la protesta del estribillo: “¡La casa de los Montoya...!
blas infante De Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo.
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- Antología sobre Blas Infante

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Ideal transformador: Blas Infante
En la suma y síntesis del pensamiento andalucista la doctrina de Blas Infante es universalista. No sólo se constriñe al concepto “nación o pueblo”, sino que sueña con la implantación de unos ideales colectivistas, humanitarios y progresivos para toda la humanidad, a través del pueblo andaluz. Evidentemente, la falta de óptica en su conocimiento proviene del silencio que sobre su persona y su obra se ha observado en estos últimos cincuenta años. Por supuesto, tampoco se pretende, ahora, ni se intenta decir lo definitivo sobre el ideólogo andaluz. Serán necesarios muchos trabajos para clasificar su teoría del poder, su concepción económico-social y su ideal aplicado a nuestro país, así como su vigencia en nuestros días con los correctivos que el tiempo, imperiosamente, haya marcado. A Blas Infante hay que situarlo en la corriente ideológica regeneracionista. Por ella entendemos aquella actitud de los intelectuales del primer cuarto del siglo que mantuvieron, sobre los principios de la afirmación de las libertades humanas, la aplicación de un voluntarismo progresivo que condujera al hombre, a través de etapas emancipadoras, a la auténtica liberación. Conseguir la fraternidad absoluta universal, es el ideal más querido del pensador andaluz, pero es consciente de que el proceso hasta llegar a ella será sumamente duro y sólo factible cuando los hombres tengan una actitud ideológica preparada, dispuesta mediante una mentalización pedagógica. Significará el triunfo de un nuevo talante personal ante la colectividad. Una nueva “circunstancia vital” que en cada hombre –y concretamente en el andaluz– supondrá, como escribió en su Ideal Andaluz, “espiritualizar la forma y formalizar el espíritu”. Infante expone esta dialéctica claramente en un trabajo poco difundido y rara vez citado, la Dictadura Pedagógica. El ensayo es, ni más ni menos, toda una crítica de la teoría del poder y una respuesta a la situación política de los años veinte, en sus relaciones con Andalucía y los restantes pueblos de España.
manuel ruiz lagos De El andalucismo militante (1979).
La profecía del himno ¿Qué tiene la música? Su encanto, su fuerza, el ambiente que construye, la virtud y magia con que evoca y con que anuncia, el ánimo con que empuja. Eso tiene. Y es el arte, con la danza, más cercano al pueblo. En Andalucía, ese protagonismo popular llega nada menos que a un magisterio sobre los exquisitos. “Ni la música sería lo que es, ni la orquesta moderna sonaría como suena, de no haber existido la influencia del cante jondo”, escribía Manuel de Falla. El himno de Andalucía tiene una prehistoria. Es la que se va a contar ahora. Diez años de ella transcurrieron en Cantillana. Su génesis fue lenta. Iniciada en los finiseculares días escolapios de Blasillo en Archidona, no madura hasta 1933, tres años antes del asesinato de don Blas. Durante 38 años (1895-1933), se llamaba el ‘Santo Dios’. Sus palabras eran otras y su melodía la misma. Encadenando frases infantinianas referidas al ‘Santo Dios’, canción de jornaleros –siempre ellos– segadores andaluces, va la obertura de una historia pimpante y gallarda. Se diría una leyenda. “En algunos pueblos andaluces [texto de Blas Infante], en la cuenca del Guadalquivir, en parte de la cuenca, en muchos pueblos de la provincia de Sevilla, en cuyo campo de Cantillana lo escuché yo, y en la Sierra de Huelva, en algunos pueblos de la Sierra de Huelva, donde en El Alosno yo lo anoté, yo he oído cantar muchas veces, este magnífico himno por los segadores a la salida y a la puesta del sol, en crepúsculos inolvidables”. ¡Todo un compendio de legitimidad popular y andaluza! Sonaba una música de estirpe, de historia antigua y trabajada en el campo: en el campo, donde todo lo bello y sabroso nace, crece y reconforta. Y en las secas gargantas jornaleras, la clase no emergente pero sí representativa de lo andaluz. La Historia cantaba su propia imagen.
enrique iniesta coullaut-valera De Blas Infante. Toda su verdad.
El rosal de Seisdedos
A la memoria de Blas Infante
En aquel corralón de Seisdedos, en Casas Viejas, en donde fueron sacrificados muchos jornaleros andaluces en aras de una República macabra, fue arrancado de cuajo en la refriega un rosal anónimo, que rodaba por los suelos cubiertos de lodo y sangre. Mi gran amigo Blas Infante fue en peregrinación a Casas Viejas, contempló la casita en ruinas de Seisdedos, con sus ojos cegados por las lágrimas, y recogió condolido aquel rosal profanado por las bestias sanguinarias del Poder Lo llevó piadosamente a Sevilla y lo plantó en el más fértil suelo de su jardín, y lo regó con la más cristalina de sus aguas. El rosal se vistió pomposamente de verde y se cubrió de capullos prometedores de las más bellas rosas. Y fueron objeto constante de especulación por parte de los visitantes del jardín las flores rojas que un día brotarían de aquel rosal cogido en la casita del crimen, rojas como el color de la sangre derramada por los campesinos mártires; rojas como el color de la bandera de la rebelión de los esclavos. Pero una esplendorosa mañana de primavera, en que la naturaleza renacía en un ambiente de luz y pájaros, al toque del alba dado por las campanas de la torre morisca, cambió el rosal sus capullos por unas hermosas flores, no rojas, como se esperaba, sino blancas como el color de la nieve y el armiño. ¡ Como se regocijaba Blas Infante de la ocurrencia del rosal, burlando nuestras esperanzas y ajeno al furioso batallar de los hombres! Para nosotros, el rosal, agradecido, reflejaba en aquellas rosas blancas y puras la conciencia inmaculada de Blas Infante, que lo había devuelto a la vida. Otros bárbaros como los asesinos de Casas Viejas, esta vez no disfrazados con el gorro frigio, sino llevando por enseña la cruz gamada, aparecieron en Sevilla de improviso y dieron muerte al más ilustre de sus hijos: a Blas Infante. El duelo tendió su manto sobre la viuda y huérfanos del caído, y el jardín, no regado más que con lágrimas de dolor, se convirtió en campo yermo. El rosal perdió su lozanía, dejó caer, como lágrimas, las hojas mustias de sus rosas; se despojó de su ropaje verde y se vistió con otro gris, de luto; y por último, la savia dejó de correr por sus venas. Y en una oscura noche sin luna y sin estrellas, exhaló su último suspiro el rosal de Seisdedos. Único superviviente de la más inicua de las tragedias, digna de la pluma del gran Esquilo. Ya en el jardín no hay amores, ni hay niños juguetones, ni pájaros cantores, ni flores blancas ni rojas, ni aguas cristalinas, ni por allí cruzan como otras veces, visitantes soñadores. El desastre cobija aquella tierra del crimen, en la que no crecen, como en el corralón de Seisdedos, más que cardos y espinas. Como no hay noche ni aurora, esperemos un alba roja, tan encendida que todo lo revestirá de color de fuego, como el que arde imperecedero en nuestros corazones de revolucionarios andaluces, españoles internacionales.
pedro vallina De Mis memorias (2000). |
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