El Plan de Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, que empieza a gestarse durante el reinado de Fernando VI con la idea de repoblar el llamado “Desierto de Sierra Morena”, una zona de 50 km. totalmente despoblada entre Viso del Marqués y Bailén, se materializa durante el reinado de Carlos III bajo el impulso del ministro Pedro R. de Campomanes y Pablo de Olavide. Mediante un acuerdo con el bávaro Juan Gaspar Thürriegel, se establecen 22 nuevos núcleos de población en Jaén, con capital en La Carolina En 1767 llegan a Andalucía 6.000 colonos, centroeuropeos (alemanes, franceses, suizos, flamencos e italianos) y católicos, con el fin de repoblar esta zona. A cada colono se le entregan 50 fanegas de tierra de labor y un terreno para plantar árboles y viñas. Cada familia recibe 2 vacas, 5 ovejas, 5 cabras, 5 gallinas, 1 gallo y 1 puerca de parir. A cambio, tienen la obligación de mantener su casa poblada y a no salir de sus terrenos durante 10 años. Los objetivos que persigue este Fuero Real son: 1º) formar sociedades modelo que sirvan de ejemplo a los pueblos del entorno y al resto del país; 2º) mantener la seguridad y el orden público en el camino de Madrid a Andalucía; y 3º) poblar zonas desiertas mediante un esquema previo (admisión única de población útil, desarrollo de todos los ramos de la agricultura, establecimiento de la industria y dispersión de la población por el campo). Curiosamente, el régimen ilustrado tiene claro que no quiere “intelectuales” entre los colonos (“no habrá estudios de Gramática, y mucho menos de otras Facultades mayores”), sino simples trabajadores agrícolas “destinados a la labranza, cría de ganado y artes mecánicas [...] como nervio de la fuerza de un Estado”. Gracias a la influencia del Conde de Aranda, Pablo de Olavide es nombrado Superintendente de estas Nuevas Poblaciones. Establece la capitalidad de estos núcleos en La Carolina, sede del Intendente, y una subdelegación en La Carlota. Debe supervisar que los “sitios [...] sean sanos, bien ventilados, sin aguas estadizas que ocasionen intemperie”, que la distancia entre cada población sea de “cuarto o medio cuarto de legua”, que cada población tenga “quince, veinte o treinta casas a lo más”, que cada tres o cuatro poblaciones “formen una Feligresía o Concejo con un Diputado”, que en “paraje oportuno se construya una Iglesia, casa de Concejo y cárcel”, que cada grupo de colonos “puedan tener Párroco de su idioma”, que “las nuevas poblaciones estén sobre los caminos reales o cercanas a ellos”, que se establezca “un mercado franco semanal” para surtir a los pobladores, que los colonos artesanos sean “provistos de los instrumentos de sus respectivos oficios” y que “el vecino ha de ser preferido al forastero en cualquier arrendamiento”. Pablo de Olavide, artífice del cumplimiento del Fuero Real, llamó a la capital de estas nuevas poblaciones “La Carolina”, en memoria del impulsor de la medida, el rey Carlos III.
Cristina Mellado |