Los ceutíes suelen reafirmar su españolidad en el hecho de que decidieron acogerse voluntariamente al Estado que empezaba a construirse al otro lado del Estrecho. El suceso tuvo lugar tras la conquista portuguesa de 1415, poco antes de que en la Península concluyera la llamada Reconquista que, en el fondo, no lo fue tanto. Una flota llegada desde Oporto y al mando de don Enrique El Navegante se hizo con la ciudad, cuyo gobierno fue asumido por don Pedro de Meneses. A dicho periodo, la ciudad le debe la imagen de su patrona la Virgen de Africa, el Pendón Real, el bastón de mando, un “aleo” de acebuche, la bandera blanquinegra que ahora esgrime su autonomía y el Escudo de Ceuta que, dicho sea de paso, es prácticamente el mismo que el portugués, con un par de variantes. Tras morir el rey portugués Sebastián I en la aciaga batalla de Alzazarquivir (1578), reivindicado por el “sebastianismo” decimonónico que heredó Fernando Pessoa, el Rey Felipe II de España se anexiona Portugal, así como sus reinos y territorios conquistados, entre los que figuraba la ciudad de Ceuta. El hijo del emperador respetará las instituciones y privilegios que la ciudad obtuvo bajo la tutela portuguesa. Pero la unión política de la Península durará poco: en diciembre de 1640 será coronado Juan IV de Portugal, recobrando dicho país la independencia de la corona española. La ciudad de Ceuta, sin embargo, decide mantenerse fiel a Felipe IV de España y III de Portugal y, mediante plebiscito, apuesta por mantenerse bajo la Corona Española, por lo que los ceutíes llevan a gala el hecho de ser el único pueblo que ha decidido voluntariamente pertenecer al Reino de España. Algo así como un referéndum de autodeterminación que es recordado, sobre todo, a la hora de mantener el habitual pulso diplomático con Marruecos sobre la soberanía de dicha plaza y de Melilla. En cualquier caso, la muestra de lealtad a la corona es reconocida por el rey Felipe IV que en Real Célula, dada en Aranjuez el 30 de abril de 1656, concede a la ciudad Carta de Naturaleza y añade el título de Fidelísima a los que ya ostentaba de Noble y Leal. Desde entonces, Ceuta ha vivido la historia en primera fila, desde los ataques berberiscos al Convoy de la Victoria, con las huellas de Franco sobre el Monte Hacho, desde el promontorio donde vio cruzar los barcos. Claro que tampoco se alude en demasía a la fuerte represión sufrida por el pueblo ceutí durante la guerra y la posguerra civil española. O al hecho de que la fortaleza local fuera utilizada como presidio por donde pasaron, por ejemplo, futuros héroes de la independencia cubana. Durante largo tiempo, Ceuta perteneció a la provincia de Cádiz, bajo cuyo obispado aún se encuentra adscrita. Sin embargo, tras el diseño del mapa autonómico español, fue designada ciudad autónoma, con un régimen especial que ha permitido mantener su desarrollo, en un entorno político bastante difícil, que caracteriza a la cornisa norte de África. Suele presumir de haber congeniado a cuatro culturas distintas, la cristiana, la judía, la musulmana y la hindú. No es falso, pero no es cierto: la marginalidad en la que ha vivido la comunidad de origen marroquí –mucho de cuyos habitantes tendrían derecho a ser españoles de varias generaciones— explica fenómenos como el alto grado de analfabetismo que padece aún hoy dicho sector o la dedicación al contrabando y al narcotráfico de destacados miembros de dicho colectivo. Una economía sumergida cuyos principales beneficiarios siguen formando parte de quienes han mantenido el poder y el control político de la ciudad, durante generaciones. Las hormiguitas –matuteros que cargan sus pesados bultos a despecho de la policía marroquí—, las revueltas en los campamentos para inmigrantes de El Angulo o de Calamocarro, los niños de la calle, o la existencia de organizaciones sediciosas como el Movimiento de Liberación de Septa o presuntos miembros locales de la red de al Qaeda, han constituido buena parte del cuerpo informativo que, durante los últimos años, ha conocido la ciudad. Ceuta se encuentra especialmente ligada con Algeciras, el puerto situado al otro lado del Estrecho y a donde pasaron a tener segunda residencia muchos ceutíes temerosos de perder sus propiedades, en el hipotético caso de que los marroquíes alcanzaran sus últimos objetivos diplomáticos. Por no decir militares. Tras el incidente del islote de El Perejil y los casos de inmigración clandestina detectados en el perímetro fronterizo, parece que se ha apaciguado la vida a un lado y otro de la aduana de El Tarajal. Pero cualquiera sabe. A Ceuta, eso dicen algunos de sus irónicos pobladores, no sólo le llaman la Perla del Mediterráneo por lo hermosa que es. Sino porque muchos de ellos suelen aburrirse como una ostra. A pesar de ello, la remodelación urbana de que ha gozado el centro histórico durante los últimos años, la preservación de grandes espacios verdes o la construcción del llamado Parque del Mediterráneo, última obra de César Manrique, han brindado alternativas sólidas a la vida cotidiana a escala local. Juan José Téllez |