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TÉRMINO
- HUELVA
  ANEXOS
 
  • Arqueología urbana de Huelva  Expandir
  • l espacio geográfico en el que se localiza la actual Huelva presenta unas características cuyo conocimiento es necesario para entender la evolución de la propia ciudad a lo largo del tiempo. Conviven en una no muy amplia extensión de terreno la costa atlántica, los ríos Tinto y Odiel, y un territorio de elevaciones de cumbres planas que no superan los 65 m. de altitud que los onubenses llamamos cabezos, en cuyas laderas se ha venido asentando la población que hoy se conoce como Huelva. Los cabezos son formaciones de arcillas amarillentas sedimentadas durante el periodo Terciario y coronados durante el Cuaternario por un conglomerado rojizo de tierras ferruginosas mezcladas con cantos de diversos tamaño, que protegen la parte superior de las arcillas de los avatares meteorológicos, fundamentalmente de la lluvia, provocando no pocos desprendimientos en sus laderas. Aunque hoy disimulada, cuando no destruida por la ciudad actual, aún puede apreciarse el frente de acantilado de esta formación natural que se apoyaba en una no muy ancha playa que la pleamar cubría al entrar en el amplio estuario en el que desembocan los ríos Tinto y Odiel. Dos ríos que nacen en las estribaciones de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche y que discurren casi en paralelo hasta unirse en el extremo sur de la estrecha península que con dirección Norte-Sur forman los cabezos de Huelva. Ambos ríos estructuran la actual provincia onubense, que a su vez queda definida por el Guadiana, a occidente, y el Guadalquivir a oriente. Sin embargo, Tinto y Odiel son dos ríos diferentes, pues aunque los dos transportan en sus aguas elementos minerales procedentes de las áreas mineras de la provincia de Huelva, se diferencian en que el cúmulo de dichos elementos es infinitamente mayor en el Tinto respecto del Odiel, lo que facilita el que éste pueda regar los campos de su ribera, al menos en su tramo último, mientras que el rojo río Tinto no puede hacerlo por los abundantes minerales que transporta. Esta circunstancia unida a que el río Odiel discurre al pie de la acantilada vertiente occidental de la península de Huelva y el Tinto lo hace junto a la suave pendiente de la oriental, condiciona el que la ciudad haya buscado acomodo junto a la Ría del Odiel, en la que aún hoy la influencia mareal sigue siendo una realidad evidente que se introduce ampliamente Odiel arriba, mientras que cada vez es menor su trascendencia en el río Tinto, dada la acumulación de sedimentos.
        Fue en este marco geográfico en el que con seguridad desde época neolítica se van asentando distintas comunidades en los rebordes del amplísimo estuario abierto al océano Atlántico y hoy muy cerrado por la flecha litoral de Punta Umbría y la isla de Saltés.
        Es en las tierras bajas de Aljaraque, frente a Huelva y bañadas por el Odiel, como en las elevaciones de Lucena del Puerto al este de Huelva y a cuyo pie discurre el Tinto, donde se confirman los primeros asentamientos humanos. Pero también desde la misma época se acredita la presencia humana en las cercanías de la propia Huelva, aunque en este caso sólo ha sido posible documentarlo de forma fehaciente en las marismas del río Tinto y por algunos elementos aislados en las del Odiel, lo que se comprende por el hecho de que la ciudad de Huelva ocupa el mismo solar desde que por primera vez se habitara el lugar, siendo difícil por el momento precisar cuándo se produjo la primera ocupación. Desde las escasas referencias a un ídolo neolítico supuestamente hallado hace al menos un siglo en los cabezos de El Conquero, hasta pequeños fragmentos cerámicos de época calcolítica encontrados de forma aislada y fuera de contexto en las excavaciones realizadas en el casco urbano de Huelva, pocas evidencias se tienen de aquellas épocas, excepción hecha del reciente hallazgo en el Seminario, a las afueras de la actual Huelva en dirección noreste, de un yacimiento con restos de cabañas, silos y enterramientos individuales de la Edad del Cobre.
        Hasta el momento no se ha podido confirmar si hubo o no continuidad entre el Calcolítico y el Bronce Final, pues no será hasta esta etapa cuando se documente una población asentada en los cabezos onubenses. Constituida por cabañas, su existencia es cierta en torno al paso del segundo al primer milenio antes de nuestra era, siendo esta población de hace unos tres mil años la que cronológicamente coincide con el extraordinario hallazgo de armas y objetos de bronce encontrados en la Ría del Odiel en los años veinte del pasado siglo. Y también será la que reciba la llegada de los fenicios.
        Influencia fenicia. La presencia de los navegantes venidos del Oriente Próximo, supuso la primera transformación de la población que llegaría a ser la ciudad de Huelva. Una transformación que fue radical, pues no sólo afectó a lo urbanístico y lo arquitectónico, sino que dio lugar a un cambio de considerables consecuencias en lo socio-económico y lo cultural. Es evidente que las modificaciones en los elementos físicos son siempre más evidentes que aquellas que afectan a las actividades y el pensamiento de quienes habitan un lugar, de ahí que lo arquitectónico sea siempre el punto de partida y referencia para el posterior conocimiento de quienes habitan un sitio. La primera evidencia de este proceso se acredita en el muro construido en la ladera noroccidental del cabezo de San Pedro. Constituido por un pilar de sillares de arenisca en el que se apoyan dos lienzos de mampuestos de pizarra, este tipo de muros está acreditado en el Oriente Próximo desde épocas anteriores a su presencia en Huelva, siendo su uso común en el Mediterráneo incluso hasta época medieval y en todas las culturas que lo ocuparon. El de Huelva fue edificado a comienzos del siglo VIII a.C., aunque no se descarta una mayor antigüedad, siendo su finalidad la de proteger las construcciones que se distribuían por la ladera del cabezo de los derrumbes que ocasionan las lluvias. No fue el conservado en San Pedro el único muro de estas características construido en Huelva, sino que se ha podido ir comprobando la existencia de otros en el mismo cabezo como en otros lugares de la ciudad. Muros que protegían las nuevas construcciones que paulatinamente iban sustituyendo las cabañas ovaladas por edificios de planta cuadrangular construidos con piedra y en los que eran frecuentes los pavimentos de arcilla roja, con la que en algunos casos también se enlucían las paredes de tapial, adobe o mampuestos.
        Sociedad en Tartessos. Pero no es sólo una modificación arquitectónica o urbanística lo que da lugar a la ciudad, sino que ésta se constituye por el nacimiento de una nueva sociedad que también acepta los gustos y formas, en este caso, del Mediterráneo oriental, que es lo mismo que decir que la población autóctona se orientaliza a partir de la llegada de los fenicios. Surge así una nueva forma de vida con costumbres y hábitos distintos a los precedentes, a la que se viene identificando con el mundo de Tartessos. Huelva, o como se llamara en aquel tiempo, pasa así de ser un poblado de cabañas con una estructura social y económica doméstico-familiar con predominio de cierta autarquía, a ser una sociedad diversificada en lo económico como resultado de la especialización de los habitantes de la ciudad. Ahora son necesarios canteros, pescadores, metalúrgicos, comerciantes y un sin fin de gente dedicada a tareas diversas, que tienen como resultado una diferenciación social acusada en función de la actividad desarrollada por cada cual y que se acredita de manera fehaciente en la necrópolis de La Joya*, cuyas tumbas contienen ajuares de enorme riqueza que ponen de manifiesto la existencia de élites que desde el punto de vista político, administrativo, económico, social o cultural, gobernaban y dirigían la ciudad. Con la llegada de los fenicios, Huelva crecerá de manera exponencial y llegará a alcanzar una superficie cercana a las 14 ha, convirtiéndose además en un puerto comercial de gran trascendencia, cuyo fundamento económico se encuentra en la metalurgia que se desarrolla en la misma ciudad con los minerales, sobre todo de plata, obtenidos en la amplia faja pirítica de la comarca del Andévalo. La actividad portuaria será desde entonces una constante en la historia de la ciudad, bien por la actividad pesquera, bien por la comercialización de minerales o por la exportación de los metales obtenidos con la producción metalúrgica. Serán estos dos últimos, minerales y metales, los elementos esenciales de la economía de la ciudad, pues cuando las minas onubenses han estado en explotación ello ha tenido una repercusión inmediata en la ciudad; sin embargo, cuando la actividad minera ha decaído también lo ha hecho la ciudad.
        La sociedad orientalizada por la influencia fenicia verá a fines del siglo VII a.C. la llegada de los griegos, primero los de la costa de Jonia y sus islas y poco después los de la Grecia continental. Su presencia se mantendrá durante un siglo, pero ello no dará lugar a que se produzcan cambios sustanciales en la sociedad, ni en lo arquitectónico o en su configuración urbana, que seguirá adaptándose a la topografía de las laderas de los cabezos. No obstante, los materiales griegos hallados parecen evidenciar la introducción del simposio, forma griega de tomar colectivamente el vino, así como el hallazgo de varios obeloi parece indicar que se comienza a introducir un sistema protomonetal. La búsqueda de nuevos mercados por parte de los comerciantes griegos y el posible descenso de la rentabilidad de las explotaciones mineras de Huelva, debieron propiciar el decaimiento de la ciudad a partir de las últimas décadas del siglo VI a.C., observándose a partir de ese momento un cierto estancamiento en la evolución urbanística y arquitectónica, ahora más pobre en su ejecución y en la que los característicos pavimentos rojos son ahora sustituidos por otros de arcillas más arenosas y de color amarillento. Comienza así la llamada época Turdetana, en la que la ciudad vive de la pesca, el marisqueo y la agricultura que se extiende por las más suaves laderas orientales de los cabezos. Este nuevo modo de vida, basado más en la subsistencia que en una economía que genera riqueza, será el que encuentren los romanos a su llegada, quienes darán el nombre de Onuba a la ciudad.
        Es con los romanos cuando parece comenzar una ligera recuperación, manifestada en que a fines del siglo II a.C. la ciudad acuña moneda que en su anverso muestra una cabeza masculina con casco y en el reverso dos espigas de trigo entre las que se coloca el nombre de la ciudad. Espigas que indican que es la agricultura el fundamento económico de Onuba hasta mediados del siglo d.C., aunque en este caso no serán las minas la que produzcan la revitalización de la ciudad, sino la pesca y la transformación industrial de la misma en salazones que se exportaban hacia el Mediterráneo. El crecimiento económico que ello supone coincide con el desarrollo que toda la provincia Bética tuvo con los emperadores de la familia Flavia a mediados del siglo I, lo que dará lugar a la transformación de la ciudad y de su arquitectura con edificios singulares de grandes proporciones y buena calidad, a los que llegaba el agua corriente por medio de tuberías de hierro. Agua que suministraba un acueducto, en gran parte subterráneo, y que se captaba a través de la filtración de la lluvia en los cabezos. Acueducto del que aún se conservan algunos de sus tramos subterráneos y que estuvo en uso hasta los años 30 del siglo XX. Pero el crecimiento que supuso la industrialización de las salazones no fue extenso en el tiempo, pues el nacimiento de nuevas factorías en toda la costa onubense, sobre todo en la occidental, frenó el desarrollo de Onuba. Desde entonces el tiempo transcurrirá sin sobresaltos ni transformaciones dignas de señalar en una ciudad de la que apenas quedan vestigios y que reduce extraordinariamente su superficie. Esta ciudad que fue grande y rica en tiempos de Tartessos, es ahora una pequeña población que se constriñe al entorno de los cabezos de San Pedro y del Molino de Viento, mientras en el de La Esperanza se encuentra una pequeña necrópolis.
        Como pequeña seguirá siendo Onuba en época visigoda, momento del afianzamiento del cristianismo en toda la región, aunque el protagonismo de la zona lo ejercerá a partir de entonces la ciudad de Niebla, aguas arriba del río Tinto. Tampoco la conquista de Huelva por los musulmanes en el año 713 supuso ningún cambio sustancial en la ciudad, como pone de manifiesto el que aún en el siglo X Huelva no aparece citada en los textos musulmanes. Será en el siglo XI cuando al-Bakri escribe que Awnaba “es una villa defendida naturalmente: las elevaciones que la rodean no se abren más que en estrechos pasos”. Más tarde, en el siglo XII, al-Idrisi hará referencia a ella por su cercanía a la isla de Saltés, en la que se encuentra otra población musulmana, que padeció varias incursiones de los normandos. Respecto de su urbanismo en época musulmana poco sabemos, así como tampoco de su arquitectura, siendo más que probable la continuidad del sistema constructivo mediante un zócalo de piedra o ladrillo, sobre el que se elevaba la pared de adobe o tapial que configuraba las estancias. Son éstos datos indirectos deducidos de los escasos restos que en ocasiones se han hallado en las excavaciones realizadas en la ciudad y más concretamente en el cabezo de San Pedro, centro neurálgico de la evolución histórica de la ciudad de Huelva y emplazamiento defensivo de la misma. En cualquier caso y aunque en época musulmana no hay referencia directa de la existencia de ningún inmueble con finalidad defensiva, lo cierto es que tras ser conquistada la ciudad por los cristianos el año 1257, fue donada en 1299 por Fernando IV a Don Diego de Haro “el Bueno”, señor de Vizcaya, haciéndose constar en el documento que se otorga “Nuestra villa que dicen Huelva, con su Alcázar”, lo que lleva a pensar que en época musulmana debió existir tal complejo defensivo.
        A partir de la conquista, la ciudad de Huelva siguió viviendo, como a lo largo de toda su historia, adaptándose a la topografía del terreno en la que se encontraba y obteniendo los recursos para la subsistencia de su entorno más cercano, gracias a la pesca y la actividad agropecuaria.
  • Huelva en la contemporaneidad  Expandir
  • El trayecto hacia la contemporaneidad en los territorios onubenses con todo lo que ello implica, tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen en las parcelas económicas, sociales y políticas, se caracteriza como un proceso gradual y progresivo, nada rupturista. Al igual que en el resto de España, la invasión de los ejércitos napoleónicos había supuesto en Huelva el despertar de unos sentimientos patrióticos, que las dinámicas propias del Antiguo Régimen habían mantenido aletargados hasta los inicios del siglo XIX. Desde el estallido revolucionario del 2 de mayo de 1808, y desde su doble virtualidad de guerra de liberación y revolucionaria, la Guerra de la Independencia había convertido a Huelva –al igual que el suroeste peninsular– en una encrucijada estratégica para el desarrollo de las campañas militares.
        En efecto, los territorios de la futura provincia cuentan con su propio peso específico en el conflicto. Por una parte en la villa de Huelva se forma en junio de 1808 una Junta del municipio formada por 12 vocales, como respuesta política e institucional característica ante el vacío de poder y de legitimidad que supone la reclusión de la familia real española en Francia. Las pretensiones de esta institución se centraron en la organización de la resistencia frente al ejército invasor y el autogobierno del municipio. Por otra parte, Huelva afrontaba el compromiso de alojar a la Junta Revolucionaria de Sevilla, refugiada en Ayamonte tras su huída de la capital hispalense por el hostigamiento de las tropas de Dupont y Bessiers. Además de proteger los accesos occidentales, tanto terrestres como marítimos, hacia Cádiz, donde se acabaría instalando la Junta Central y se abrirían las primeras Cortes Constituyentes de España. Tras la derrota de los invasores en Bailén y el regreso de la Grande Armée al frente del propio Napoleón, la zona suroccidental peninsular nuevamente es escenario de los avatares propios de un conflicto armado: Aracena, Huelva, Zalamea, Villanueva de los Castillejos y Niebla los sufrieron entre 1810 y 1811. Una vez concluido el conflicto sus consecuencias no residieron tanto en los acontecimientos directamente ligados al mismo, sino en la conflictividad social e ideológica que generó, donde comienzan a cuestionarse las estructuras sociales y económicas del Antiguo Régimen y donde comienza a formarse una cultura política contemporánea, basada en conceptos tales como libertad, igualdad jurídica, soberanía nacional, representatividad o sufragio.
        Tras la pendular pugna entre el liberalismo emergente y las resistencias absolutistas entre 1814 y 1833, el fallecimiento de Fernando VII supuso el punto de inflexión definitivo hacia la liquidación institucional del Antiguo Régimen. Desde la óptica liberal se puso de manifiesto la necesidad de una articulación administrativa y política en los territorios que superara el heterogéneo y obsoleto sistema de los reinos. Éste es el origen de la puesta en práctica efectiva de la división del territorio español en provincias y de la aparición de la provincia de Huelva como figura institucional. A partir de 1834 comienzan en Huelva los trabajos de ejecución del Real Decreto donde se tipificó la nueva división administrativa, entre ellos la dotación de una nueva estructura institucional. En este sentido Huelva contó con su primer Jefe Político –posteriormente denominado Gobernador Civil– en la figura de José María Huet y Allier y la Diputación Provincial onubense tuvo su sesión de instalación el 16 de noviembre de 1835. Por lo demás, la nueva provincia se articuló en seis partidos judiciales: encabezados por Ayamonte, Aracena, Huelva, La Palma, Moguer y El Cerro del Andévalo, que en 1847 se trasladaría a Valverde. Paralelamente a la adaptación del territorio onubense a su nuevo estatus provincial, la época isabelina –incluidas sus dos regencias previas– inicia su andadura condicionada por una perenne situación de inestabilidad política, de la cual Huelva no quedaría ajena.
        La época isabelina y el Sexenio. La etapa que transcurre desde 1833 hasta 1874 se caracteriza por la consolidación y el desarrollo de la provincia de Huelva como institución y como realidad palpable a los ojos de los onubenses, pero también en otras materias, aunque no siempre con ritmos uniformes, como la demográfica, económica y social. En consonancia con las tendencias políticas marcadas a nivel nacional, se dejó sentir en la Huelva de la época la debilidad e inestabilidad de un sistema político liberal en proceso de crecimiento; diseñado y construido en esta primera fase en base a la exclusión de los rivales políticos. Por tanto, el desarrollo pendular de la vida política en el primer liberalismo, bipolarizada entre la opción liberal moderada y la opción liberal progresista, estuvo marcado por acusados vaivenes, cambios de gobierno y de texto constitucional, represión política, relevos masivos de funcionarios… Esto desembocó en una constante sensación de provisionalidad, que en Huelva se reflejó en la aparición de juntas revolucionarias –con diversos objetivos y adhesiones políticas– los años 1835, 1836, 1840, 1843, 1854 y 1868 y, como ejemplos sintomáticos, en la sucesión de 39 gobernadores civiles y de 19 corporaciones provinciales a lo largo del reinado de Isabel II. Como excepciones cabe apuntar que Miguel Tenorio de Castilla ocupó el cargo de Gobernador Civil durante casi tres años y medio, entre 1843 y 1847, y que la corporación provincial instalada en 1858 tuvo continuidad hasta enero de 1864. Aunque ambos casos se enmarcan en contextos de pretoriano y excluyente dominio político del Partido Moderado y de la Unión Liberal respectivamente.
        Aparte de este enfrentamiento político dentro del seno de las propias tendencias liberales, hay que añadir el ingrediente de la amenaza carlista. En la provincia de Huelva se dejó sentir escasamente la I Guerra Carlista, ya que evidentemente la contienda se concentró en la zona septentrional peninsular. En cuanto al especto estratégico-militar, Huelva sólo sufrió dos frentes de potencial enfrentamiento: por una parte, la amenaza del miguelismo portugués, especialmente en lo referente al proyecto conjunto de Miguel de Portugal y Carlos de España de invasión de Ayamonte y la línea del Guadiana; y por otra, la partida del General carlista Miguel Gómez en la segunda mitad de 1836, en la que el territorio provincial se vio realmente amenazado. En todo caso las autoridades isabelinas dedicaron la mayor parte de sus esfuerzos al seguimiento de los posibles seguidores del pretendiente en el interior. Se controlaron los ámbitos de expansión de ideas, especialmente el púlpito, por ello hubo destierros, confinamientos y desplazamientos de sus parroquias de varios clérigos y presbíteros provinciales, como muestra del entendimiento entre la Iglesia y el carlismo en esta etapa.
        Las tendencias de evolución social, aunque progresivamente, comienzan a adaptarse a los modelos contemporáneos. En esta primera fase evolutiva, a la altura de mediados del siglo XIX, comienza a ser visible dentro de las elites económicas y sociales de la provincia, una generación de onubenses que, procedentes de las capas más altas de la sociedad agraria provincial, alcanzan relevancia en política tanto en la provincia como a nivel nacional, por su acceso a las Cámaras Colegisladoras representando a Huelva. De estos liderazgos, que pueden personalizarse en figuras como Miguel Tenorio de Castilla, Juan Gualberto González Bravo, Joaquín Garrido Melgarejo, Luis Hernández-Pinzón y Álvarez…, surgen auténticas dinastías de políticos donde la relación endogámica con el poder, la perpetuación de apellidos y el origen de relaciones de naturaleza clientelar, comienzan a establecerse como pautas de actuación de las elites políticas onubenses en la contemporaneidad.
        La Revolución Gloriosa de 1868 se materializó en Huelva en un clima sosegado y pacífico, fundamentalmente por el contexto de colaboración entre las elites políticas y los cuerpos militares de la provincia a la hora de afrontar los cambios institucionales en las jornadas revolucionarias. Se produjo la deposición y sustitución del Gobernador Civil y se formó una junta revolucionaria que asumió el protagonismo a la hora de implementar transformaciones realmente significativas. A pesar de ello, este instrumento de poder se limitó a marcar una ruptura respecto a la etapa isabelina, reconquistando aquellas parcelas del liberalismo que se habían perdido, sin plantear un giro brusco a los destinos políticos de la provincia. Como en la mayoría de las juntas españolas, salvo excepciones como la sevillana, la protesta se dirigió más contra la propia Reina que contra la institución monárquica en sí. Por ello, tanto en la formación de la junta como en la representación que la provincia tuvo en las Cortes Constituyentes de 1869, los grupos políticos monárquicos dominaron la situación. La excepción se personificó en Francisco Díaz Quintero, primer representante parlamentario onubense de tendencia republicana.
        A pesar de que el Sexenio es una etapa semidesconocida para la historiografía onubense, podemos afirmar que fueron seis años de experimentación política –incluido el primer ensayo republicano en el país– y de profundos cambios en el régimen social y económico de la provincia. En una coyuntura, ya perenne, de crisis hacendística, Huelva asistió a la desamortización de su subsuelo y la venta a compañías extranjeras de sus más importantes recursos naturales. De la mano de esta subliminal colonización, llegarán el despegue cultural y económico, nuevas formas de organización y relación social, un urbanismo de vanguardia…
        Despegue poblacional y minero. Para acercarnos al número de onubenses en la contemporaneidad y a las pautas evolutivas demográficas, es necesario advertir del carácter disperso, fragmentario y, a veces, contradictorio de las fuentes informativas existentes. En todo caso, a partir de 1857, año en que se elaboró el primer censo completo de población de España, los datos aportados son de completa garantía. Si bien los inicios de la contemporaneidad se caracterizan por una cierta irregularidad evolutiva, pero dentro de un marco de crecimiento moderado, será a partir de la década de los cincuenta del siglo XIX cuando se produzcan apreciables avances en materia poblacional, haciendo su aparición factores propios de un régimen demográfico moderno. El incremento de la natalidad, el retraimiento de la mortalidad y la tracción migratoria, añadiéndole las mejoras sanitarias y la prosperidad económica propia de la época, se presentan como argumentos explicativos del acentuado repunte alcista que comienza a producirse a finales de la época isabelina y en la restauración. La llegada del siglo XX supuso la continuidad de las tendencias alcistas, que se acentúan notablemente, entre 1900 y 1920 el aumento es de 69.486 personas. El desarrollo de las explotaciones mineras actúa como polo de atracción de emigración, ya que esta notable subida no sólo puede explicarse con la mejora de las condiciones de vida y salubridad de la población. En este sentido, tras la capital onubense que se consolida como bastión demográfico provincial, comienzan a aparecer en los primeros lugares municipios de la cuenca minera como Minas de Riotinto –11.603 habitantes en 1900– o Nerva –14.972 habitantes en 1920–, aunque también destacan poblaciones costeras como el caso de Ayamonte.
        En cuanto al apartado económico, durante una porción importante del siglo XIX se produce una clara continuidad respecto a las tendencias de la Edad Moderna. En este sentido el predominio de las actividades primarias (agropecuarias y pesqueras) en la producción provincial es incontestable. Pascual Madoz en su Diccionario alaba la abundancia, riqueza y variedad de los productos onubenses, pero también dejó traslucir el atraso y el abandono en que estos sectores económicos se encontraban. Además el estado de dejadez y de subdesarrollo en que permanecían en la época las redes de comunicación provinciales, provocaban que la producción fuera destinada mayoritariamente al autoconsumo y que la situación de los flujos comerciales tanto internos como externos se encontrara en franco declive.
        El desarrollo y despertar económico no se producirá hasta la segunda mitad de la centuria al abrigo de la “fiebre minera”. El inicio de dicho proceso se puede situar al final de la Década Moderada en el año 1853, fecha de la visita a Huelva de Ernets Deligny, ingeniero francés patrocinado por el Marqués de Decazes, que se saldó con el registro o concesión de 45 yacimientos y la posterior constitución de la Compagnie des Mines de Cuivre d´Huelva en 1855. Con la ley desamortizadora de 11 de junio de 1856 se estableció la base jurídica para dar carta blanca a la venta de minas estatales. Posteriormente, las minas de Riotinto fueron las primeras en salir a subasta por la ley de 25 de junio de 1870. En febrero de 1873 el Estado decidió proceder a la venta del yacimiento minero de Riotinto por un precio de 3.850.000 libras, es decir, 92.800.000 pesetas. Los compradores, un consorcio de financieros europeos (Matheson y Cía., de Londres, Deustsche Nacional Bank, de Bremen, y la casa Rothschild), acabarían transfiriendo su adquisición a la compañía británica Riotinto Company Limited*, domiciliada en Londres. Con esta transacción se inician 81 años de explotación británica del subsuelo de Riotinto. Comienzan años de un manifiesto colonialismo que influyó en todas las facetas de la vida social, económica, cultural y política de la provincia. Pronto la compañía comenzó a ofrecer beneficios, hasta convertirse en pocos años en la más rentable de Europa. David Avery argumentó que los logros de la Riotinto Company “fueron debidos a la combinación de unas técnicas y de un gran desembolso de dinero. La construcción del ferrocarril hasta Huelva, la adopción de la minería a cielo abierto, la obtención de cobre de las minas con procesos de producción en gran escala y una eficaz política de ventas en los mercados de azufre mundiales, fueron los factores básicos en el próspero avance y desarrollo de las actividades de Riotinto”. A todo ello le añadimos la enorme capacidad de influencia y maniobrabilidad de la sociedad tanto en la política provincial como en la nacional en plena Restauración.
        El esquema productivo era virtualmente colonial, el espacio onubense actuaba como mero enclave productor, proporcionaba recursos en forma de materia prima que en ningún caso era tratada en la provincia y se facilitaba la salida de ésta a través de sus puertos. Por tanto, los beneficios producidos por la inversión extranjera revirtieron, prácticamente íntegros, a Londres o París. La provincia sólo percibiría un tenue reflejo de ellos: construcciones ferroviarias, empleo de masa obrera, activación de la vida portuaria y creación de un foco comercial y fabril en torno a la capital.
        El sistema canovista en Huelva. Las transformaciones políticas y constitucionales aparejadas a la restauración de la monarquía borbónica en España se manifestaron en la provincia de Huelva en varios frentes. Por un lado, los partidos del turno se nutrieron de una clase política integrada por algunos de los más preeminentes notables provinciales, incluidas cabezas visibles de las antiguas agrupaciones políticas de la época isabelina, además de la aparición de políticos foráneos –cuneros– con su propio peso específico en las dinámicas de la política provincial. Por otro, estas élites, desde el ejercicio del poder y desde la jefatura de los diferentes partidos, contribuirán a la consolidación de redes clientelares caciquiles. En este sentido se consagrarán paulatinamente unos hábitos y comportamientos políticos basados en el pacto –entre conservadores y liberales fundamentalmente–, la reciprocidad, el falseamiento o manipulación del juego político electoral y el amordazamiento de la voluntad política colectiva, cuando ésta existiese.
        Los inicios del sistema canovista en Huelva están marcados por el aprendizaje de los resortes políticos inherentes a dicho sistema. Los retos iniciales se centraron en el encaje progresivo de las distintas fuerzas en el mecanismo turnista y en la marginación de la herencia republicana legada por la revolución de 1868. Esta etapa iniciática se caracterizó por numerosas convulsiones políticas, enconadas luchas de poder y frecuentes titubeos ideológicos. En todo caso, tanto a nivel político como social, Huelva encontró un proyecto común en el que aunar esfuerzos, como fue la celebración de la efeméride del IV Centenario del Descubrimiento de América, cuyos actos centrales tuvieron lugar en la ciudad de Huelva y en los lugares colombinos. (->véase América y Andalucía)
        Hasta finales del siglo XIX los feudos caciquiles no estuvieron plenamente asentados, debido, hasta entonces, por la medianía cualitativa de la clase política onubense y la propia atomización de su abanico organizativo –durante la década de los ochenta coexistieron nada menos que siete agrupaciones–. El fenómeno del cunerismo fue frecuente, ya que desde Madrid se dispusieron de los escaños provinciales para recompensar favores o cumplir con compromisos contraídos. A fines del siglo XIX y en los inicios del XX comienzan a percibirse síntomas de madurez política, que se manifiestan en la consolidación de los grandes partidos turnistas y en la integración del republicanismo onubense en la Coalición Republicana. Además, con el cambio de centuria se produjo un relevo generacional en la clase política, arribando un nuevo grupo más profesional y avezado en el discurso político. De entre estas nuevas figuras destacan: Manuel de Burgos y Mazo* , Francisco Javier Sánchez-Dalp y Calonge* , José Tejero y González de Vizcaíno, José Limón Caballero, Antonio de Mora Claros* … Tras varios años de consolidación de la provincia como un óptimo escenario para la puesta en práctica de la política canovista, en la segunda década de siglo los signos de agotamiento y de crisis comienzan a hacerse evidentes.
        Crisis del canovista. A partir de la crisis política y social que se inicia en 1917 y hasta el advenimiento de la Dictadura de Primo de Rivera, la política provincial entra en una etapa de atonía que afectó especialmente a los dos grandes partidos dinásticos. Al mismo tiempo, las fuerzas políticas de izquierda, situadas al margen del sistema canovista, experimentaron un importante fortalecimiento, desarrolladas al amparo del vigor alcanzado por las organizaciones obreras en el entorno minero. En las elecciones de 1918 el Partido Republicano logra un escaño en el Parlamento que sería asignado a Eduardo Barriobero y Herranz, que había conseguido unir los apoyos de socialistas y republicanos de la Cuenca minera de Huelva. Un año más tarde, en las elecciones de 1919, Eduardo Barriobero renovaría su acta de Diputado, lo que da buena cuenta del importante avance experimentado por las fuerzas de izquierdas, tradicionalmente marginadas por el sistema político de la Restauración.
        Las victorias conseguidas en las elecciones municipales de estos años y la gran huelga minera acontecida en 1920 supusieron un duro desafío al canovismo provincial. No obstante, a pesar de la dura represión de la que fue objeto el movimiento obrero onubense, especialmente durante la citada huelga de 1920, que permitió la recuperación del escaño de Barriobero para los partidos del turno, tanto las filas liberales como las conservadoras seguían dando señalas de una extrema debilidad en estos últimos años que anteceden a la proclamación de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera.
        La dictadura militar planteó en la política provincial una serie de modificaciones con respecto a los años de la Restauración. Durante los siete años de dictadura el control de la política provincial pasa a manos de una serie de políticos que hasta el momento se habían mantenido a la sombra de los grandes caciques de la política provincial. De esta forma, el control de los principales órganos de Gobierno, ayuntamientos y Diputación Provincial, quedaría en manos de estos políticos de segunda fila, que durante los años de la dictadura del General Primo serían incorporados a su estructura política, por medio de la creación de la Unión Patriótica. En Huelva, la figura más notable del régimen fue la de Juan Quintero Báez, alcalde de la ciudad entre 1924-1928, quién, además, ejerce un fuerte control sobre las diferentes formaciones de la Unión Patriótica primorriverista, tanto en la capital como en la provincia.
        La República en Huelva. En Huelva, la II República quedaría proclamada durante la tarde del 14 de abril de 1931. La coalición formada por socialistas y republicanos obtuvo una importante mayoría al obtener 23 concejales entre los que destacaban hombres de una importante trayectoria política en la provincia onubense como José Barrigón Fornieles, Luis Cordero Bel o Amós Sabrás Gurrea, quien sustituiría al último alcalde constitucional del Ayuntamiento de Huelva, Juan Quintero Báez.
        Días antes, la coalición republicano-socialista había cerrado su campaña electoral con un mitin en el Real Teatro, donde presentaron su programa político a desarrollar en toda la provincia, que se convirtió en un canto a favor del régimen republicano. Los constitucionalistas, liderados por Manuel de Burgos y Mazo, también concurren a las elecciones proclamando la defensa de la soberanía nacional y renunciando a cualquier tipo de colaboración con el sistema republicano. Junto con los constitucionalistas formaba alianza el Partido Reformista, liderado y fundado por José Marchena Colombo.
        La proclamación de la República el 14 de abril no estuvo exenta de incidentes callejeros. El 13 de abril, una carga de la Guardia Civil acaba con la vida de Francisco Boza García en la ciudad de Huelva. En el resto de la provincia, la victoria mayoritaria de los socialistas, especialmente en la zona de la Cuenca Minera, marcaba el inicio de un nuevo régimen político.
        Las elecciones a Cortes Constituyentes, celebradas en junio de 1931, dieron la victoria de la alianza entre los socialistas y los Republicanos Radicales. De los siete diputados electos por la provincia, cuatro eran radicales y tres socialistas. Las elecciones constituyentes sirvieron para desplazar del nuevo sistema político a importantes personalidades de la etapa de la Restauración como Manuel de Burgos y Mazo, Marchena Colombo, Coto Mora y Moreno Calvo.
        En los comicios de 1933, el Partido socialista gana las elecciones, una vez roto el pacto político con el Partido Radical. Esta victoria socialista en la provincia rompe con la tendencia general del país que había experimentado un importante viraje hacia las fuerzas situadas a la derecha del sistema republicano. La división de la derecha onubense y la fortaleza del voto procedente de la Cuenca Minera contribuyeron a fortalecer al Partido Socialista. En algunos municipios de Huelva los socialitas obtienen unos resultados electorales que estaban muy por encima de la media de los obtenidos en el resto del país: en localidades como Nerva, Campillo y Riotinto, el 95% de los votos fueron aglutinados por los socialistas.
        En 1934, al margen de la división política que inician los radicales, lo más destacable es el importante crecimiento que experimenta en la provincia onubense la CEDA Desde 1933 se habían fundado un importante número de sedes de la agrupación por diversos municipios, si bien nunca llegó a igualar el número de las que ostentaban los socialistas. Desde 1934, la dirección de la CEDA en Huelva recayó sobre Pérez de Guzmán, en detrimento de Sánchez-Dalp.
        La llamada “Revolución de Octubre” de 1934 tuvo una importante repercusión en la provincia onubense, especialmente en la zona de la Cuenca Minera, con un saldo de dos muertos en El Campillo. La represión en Huelva sería dirigida por Jerónimo Fernand Martín, militante en las filas radicales. Fueron clausuradas todas las Casas del Pueblo de la provincia, al tiempo que reconocía un paro en las Minas de Riotinto cifrado en un 70%. Asimismo, también se adoptaron medidas con objeto de poder frenar cualquier intento de sublevación estudiantil y aprovechar el momento para asestar un duro a la FUE.
        La fuerte represión de la que fueron víctimas los socialistas onubenses favoreció el desmoche de los ayuntamientos y la Diputación en favor de las fuerzas de derecha. En el caso de la Diputación, Pablo Ojeda, sería sustituido por el radical Benito Cerrejón y del Ayuntamiento de la capital serían expulsados la totalidad de los concejales elegidos en abril de 1931, al igual que sucedió en muchos pueblos de la provincia. El efecto inmediato de toda esta represión fue la sólida unión de las izquierdas que recogerían sus frutos en las elecciones de 1936, que pondría de manifiesto que los ataques de 1934 conllevarían una gran movilización política a favor del Frente Popular.
        En febrero de 1936, fecha de convocatoria electoral, el Frente Popular que aglutinaba en su seno a los seguidores de Martínez Barrio (Unión Republicana), socialistas y diversas fuerzas de izquierdas obtendría una importante victoria electoral. Tras la celebración de los comicios, cinco candidatos del Frente Popular obtuvieron el respaldo de los electores, frente a dos de las candidaturas de derechas. La consecuencia inmediata de la victoria del Frente Popular fue la bipolarización de la política provincial. Todos los partidos que consiguieron actas de diputado se encontraban agrupados en dos opciones claramente contrapuestas. Días después de la victoria del Frente Popular, los ayuntamientos de la provincia pasarían a manos de socialistas y radicales.
        Guerra y dictadura. Meses después de la victoria electoral del Frente Popular, el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 marca el inicio de una cruenta Guerra Civil que sería especialmente trágica en Huelva. El 24 de julio de 1936 la columna militar al mando de Ramón Carranza Gómez inicia las primeras operaciones con objeto de ocupar la provincia de Huelva. Los pueblos fueron derrumbándose a su paso, cayendo paulatinamente hasta que el 29 de julio, con la ocupación de la ciudad de Huelva y la creación de pequeñas columnas mixtas al mando de militares o guardias civiles, cayó en manos de los sublevados todo el sur de la provincia e incluso Valverde del Camino, puerta de la Cuenca Minera.
        El primer enfrentamiento importante de la contienda bélica tuvo lugar en El Empalme, entre Valverde y Zalamea, donde los obreros lucharon contra las fuerzas nacionales, organizados en dos importantes escuadrones como eran el Batallón Riotinto y la Columna Andalucía-Extremadura. Fue a partir de esta fracasada ofensiva de los mineros onubenses, cuando estos comenzaron a plantearse su salida de la Cuenca Minera. La derrota de los mineros facilitaba el control de las tropas nacionales de buena parte de la zona, sobre todo, después de la ocupación de Nerva el 26 de agosto de 1936. La consecuencia de la derrota fue la inmediata depuración de responsabilidades de la población civil por parte de los ejércitos ocupantes.
        Conforme avanzaban los sublevados, los jefes de las diferentes columnas elegían en cada municipio a las nuevas autoridades, militares retirados o viejos políticos primorriveristas que serían apartados del poder por los delegados gubernativos o por Falange en cuanto se fueron organizando.
        Como en otras ciudades y pueblos de España, que desde el principio fueron controladas por las fuerzas sublevadas, se iba a desencadenar en Huelva una de las oleadas represivas más cruentas de las habidas en el conjunto del país.
        Con el fin de la Guerra Civil se inicia en Huelva una larga dictadura que significa, además del cese de las libertades públicas y democráticas, un retroceso desde un punto de vista económico y social hasta niveles desconocidos hasta entonces, sobre todo en los años de posguerra, todo ello mucho más agravado en el contexto de una ciudad que no se caracterizaba por su tradicional bonanza económica. Durante los primeros años de la dictadura el control político de la provincia recae sobre individuos muy vinculados con todo lo que significaba el nuevo régimen. Por tanto, buena parte de su gestión estuvo más dedicada a fomentar una imagen amable de la dictadura, que en solucionar las enormes deficiencias con las que contaba la provincia tras la finalización de la contienda bélica. Así sucedió durante las dos visitas que realizó el General a la provincia de Huelva durante las alcaldías de Antonio Segovia y Federico Molina Orta, ésta última con motivo de la inauguración de la Central Térmica de la Punta del Sebo. La corrupción administrativa, el famoso estraperlo practicado especialmente en el puerto de Huelva, el subdesarrollo y, consecuentemente, la emigración, el desempleo, la falta de oportunidades de promoción y formación intelectual, social, económica, etc. no pudo ser atajada ni con la puesta en marcha, a inicio de los años sesenta, de un modelo de desarrollo económico de clara inspiración francesa que tuvo como consecuencia la creación de un importante Polo de Desarrollo en la provincia de Huelva. A pesar de ello, Huelva siguió situada entre las provincias españolas con menor nivel de renta durante los años de la dictadura franquista.
        La década de los sesenta y hasta la recuperación del sistema democrático, todavía contemplaría diversas muestras de apoyo de la ciudadanía onubense hacia el régimen del General Franco. En este sentido hay que destacar la multitudinaria concentración ciudadana del 23 de septiembre de 1970 y, sobre todo, la del 3 de octubre de 1975 que suponen el último intento de los sectores afines a la dictadura de dejar constancia de su capacidad de movilización de las masas. Sin embargo, de forma paralela, se vienen potenciando diversas instituciones (Club Estrella de los Mares, asociaciones de vecinos, colegios profesionales, despachos de abogados laboralistas, la oposición sindical y el Partido Comunista), a través de las cuales gran parte de la oposición política es capaz de hacer oír su voz, a medida que se iba produciendo un paulatino descenso en los niveles de represión social por parte del régimen político ya decadente. Es precisamente la revitalización de estar fuerzas políticas, sociales y culturales la que permitirá exponer en la ciudad de Huelva los resultados, siempre peculiares, de las primeras elecciones generales y municipales en los primeros momentos de la democracia.

    V. M. Núñez García / M. Á. García Díaz
  • Huelva árabe  Expandir
  • [Huelva]

        Huelva (Awnaba) es una de las ciudades de la zona de Gibraleón, en al-Ándalus. Se trata de una villa bien defendida a la que es posible acceder por entre montes de angostos pasos. Ciudad antigua, cuenta con restos primitivos. El agua es conducida hasta ella por un acueducto de amplios arcos que la lleva desde los altos montes hasta la parte más baja de la ciudad, donde sirve para regar sus jardines. Nadie sabe de donde proviene este agua. En la parte oriental de la población hay una gran iglesia, muy venerada, donde dicen que está enterrado uno de los apóstoles. La mayoría de las veces que se hace una excavación de terreno en esta ciudad aparecen restos increíbles. La villa es, al mismo tiempo, marítima y terrestre. Entre ella y el mar hay una milla. De Niebla la separan siete leguas.
       
    ibn abd al-munim al-himyari
    De Rawd al-mitar.


    [Saltés]

        Se halla en al-Ándalus, cerca de la ciudad de Niebla. Se trata de una isla que no cuenta con murallas ni cerca alguna. Forma una aglomeración con construcciones sin solución de continuidad entre ellas. Allí se encuentra una industria del hierro, a cuya fabricación no se dedica la gente del interior del país por su dificultad. Se trata de una industria propia de puertos en los que fondean barcos de calado. Los normandos se apoderaron de esta isla varias veces. El mar rodea a Saltés completamente por todos lados, excepto por uno que no dista de tierra más de la mitad de un tiro de piedra. Por él vienen a buscar el agua potable.
        La anchura de esta isla es de una milla o poco más. La ciudad se levanta en su parte sur, frente a Huelva: la distancia entre ambas es de cuatro millas. Refiriéndose a cómo el mar rodea esta isla dijo Abd al-Yalil b. Wahbún en un panegírico en honor de al-Mutamid b. Abbad:

    ¿Ves el mar ciñendo la isla
    como la pulsera rodea la muñeca?
    Te ha reservado una playa tranquila
    tendiéndote la mano para que desembarques.
    Pero, si aceptas su proposición, ten cuidado:
    las aguas pasan a veces por encima de las islas
    estrechándolas, como rodea el mar a ésta;
    pero, ¿no rodea también el cuello un collar de perlas?

        Había en esta isla antiguos lugares de culto. En tiempos de la fitna, en el siglo XI, fue escogida como capital de un reino taifa. La ciudad tiene amplios arrabales. Cuenta con pozos de agua dulce cercanos a la superficie, y con hermosos jardines. Existen allí los mejores pinos, prados que nunca se secan y fuentes de agua dulce: con ellos se obtienen buena leche y productos de huerta. De estos últimos se sacan unos caldos que constituyen una de sus especialidades culinarias.
        La ciudad de Saltés es un punto de encuentro para embarcaciones y navegantes de mar. Su puerto se halla al abrigo de todos los vientos. Por eso hay allí tantos barcos, aparte de unas atarazanas para su construcción. Habita la isla una comunidad de cristianos. Tiene una longitud de unas cuatro millas, con una pequeña anchura.
       
    ibn abd al-munim al-himyari.

    De Rawd al-mitar.



    [Izz ad-Dawla al-Bakri]


        Su nombre era Abd al-Aziz al-Bakri, señor de Huelva y Saltés. Se trata del padre del alfaquí Abu Ubayd al-Bakri, el autor del Libro de los caminos y los reinos. Se le prestó juramento como soberano en esas ciudades el año 1012. Su gobierno se consolidó, prolongándose en el tiempo mientras se extendió su reputación y se incrementó su importancia. Fue un mecenas virtuoso y generoso. Sus días fueron una fiesta, por el descenso de los precios y la seguridad de los caminos. Hasta que le hostigó al-Mutadid b. Abbad, declarándole la guerra y lanzando ataques contra él para ocasionarle daño. La situación del país empeoró y aumentaron los desórdenes. Cuando no pudo resistir ni tenía fuerzas para ello, le tendió la mano, pidiéndole la paz y abdicando en su favor. Eso fue en el 1051. Su gobierno fue de cuarenta años. Al-Mutadid b. Abbad le hizo salir hacia Sevilla y le procuró lo necesario para vivir hasta que murió en ella a fines del 1059.

    De Crónica anónima de los reyes de taifas.
  • Tarde de domingo  Expandir
  •     Tarde de domingo y de infancia. Un sol amarillo y nostáljico erraba por el cielo de las cuatro, dorando los árboles sobre el tejado vecino. Había una tristeza anticipada en el azul trasparente y las campanas de las vísperas se adelantaban a la vida. ¡Entonces, era el calidoscopio, el viaje alrededor del mundo, la caja de colores! ¡Tarde de domingo! ¡Qué negros aquellos de las islas, qué nostaljia ya de aquellas islas doradas y verdes, qué presentimientos en aquellos campitos pintados por una mano, con veredas que se iban, con riachuelos, con humo en los tejados! La rima luminosa, armoniosa y de oro, estaba entre el májico palacio de encanto de los cristales de colores trasparentes del calidocospio hacia el ocaso. Y la corriente luminosa y caliente y amarilla del sol en el aire de primavera era la misma duda musical y lírica que hoy me penetra y me destruye. Lágrimas en flor, amor en camino, viajes por emprender. ¡Ay, tardes de domingo de una infancia lejana y presente en el horizonte de oro de mi corazón!

    Juan Ramón Jiménez
    De Primeras Prosas.
  • El puntal de la luz  Expandir
  • Muchos años antes de que el gran poeta Federico García Lorca arrancara su misteriosa y trágica ‘Canción de jinete’ con los versos “Córdoba, / lejana y sola…”, el enorme poeta Juan Ramón Jiménez había encabezado uno de sus poemas con un “Huelva, lejana y rosa”. Probablemente el granadino, teniendo en su prodigiosa mente al maestro de aquella generación del 27 que fue el de Moguer, le lanzaba este hermoso guiño en que la ciudad vislumbrada en la hora sagrada del crepúsculo, lejana y rosa, era Huelva. Una Huelva transportada a la literatura con mayúsculas por un Juan Ramón sobrecogido al contemplar desde las orillas de Moguer, en los cielos vencidos de la tarde, el horizonte de eternidad que ansiaba en cada uno de sus constantes arrebatos poéticos. Un horizonte rosado que un día lejano Huelva, puntal de la luz, regaló a los ojos del Nobel onubense.
        Tiene la ciudad una luz especial, suya, de tonos blancos a lo largo de los días radiantes que nos regala este rincón del suroeste andaluz, rosa –como la vio en lejanía Juan Ramón– y de esplendor dorado en los largos crepúsculos que hay entre la primavera y el otoño. La luz de Huelva –no en vano su litoral forma parte de la llamada Costa de la Luz– ha cautivado a pintores forasteros, los más sensibles quizá para captar su sutileza y esplendor. Así le ocurrió a Sorolla cuando visitó Huelva y los lugares colombinos, acompañado en algunos de sus paseos por el solitario Juan Ramón Jiménez, que no cabe duda de que le glosaría al pintor levantino las propiedades de esta luz. Eran además días no muy lejanos del de la composición del poema de la ciudad “lejana y rosa”, en la época en que el de Moguer veía por La Rábida a aquella bella muchacha que se convertiría en su esposa, Zenobia Camprubí, quien llevaba también luz, hermosa luz en sus ojos claros.
        Hace falta quizá, si no se tiene la sensibilidad del pintor, haber vivido en Huelva (o en su litoral) algún tiempo o toda la vida para conocer la singularidad de su tono de luz. Aparte de Juan Ramón, que decía de Moguer que tenía “la luz con el tiempo dentro”, esta tierra ha dado dos pintores que dejaron firme testimonio de esta prodigiosa luz onubense: Daniel Vázquez Díaz y José Caballero, el primero de Nerva y el segundo de Huelva capital.
        La libre sensibilidad de Vázquez Díaz le llevó a pintar los frescos del monasterio de La Rábida, inspirados en el tema colombino, plasmando los tonos de la luz blanca sobre el cielo azul de los días en que Colón y sus marineros preparaban la partida hacia rumbo desconocido. Durante aquellos días del verano y el otoño de 1929, cuando ya era uno de los baluartes de las vanguardias pictóricas en España, Vázquez Díaz pintó también paisajes de La Rábida, y en ellos predomina, sobre los trazos de color vegetal, la luz blanca y dorada. Aquel mismo verano, un muchacho casi adolescente de la capital a quien llamaban Pepito Caballero, con los sentidos ya abiertos hacia los secretos de la pintura, visitó con un tío suyo al maestro de Nerva, y aquel día, con la receptividad con la que lo saludó el pintor veterano, determinó que su camino iba a ser la pintura.
        Muchos años después, con casi cuarenta años, el ya pintor José Caballero, en época de profunda crisis y destierro espiritual de su ciudad natal, realizó una serie de dibujos desde Madrid que luego llamaría los ‘Cuadernos de Huelva’. Allí buceaba en la ciudad de su infancia: rincones, barcos, iglesias, cines de verano, comercios de calles céntricas –él había sido un niño del centro– los cabezos, las jarcias del puerto, las higueras tal y como las recordaba, toda una Huelva a la orilla… y entre ellos, majestuoso, un dibujo en que retrataba el Muelle del Tinto, cargadero de mineral, y que tituló, definiendo la clave de esta pequeña teoría luminosa, ‘El puntal de la luz’. Allí donde el sol, radiante sobre la tierra y la marisma, es, como no podía haberlo hecho de otra forma Caballero, del color casi secreto que lleva el tono de la luz de esta tierra: blanco.

    Jesús Chacón
  • Los cabezos de Huelva  Expandir
  • Los cabezos son promontorios con estructura de cerros testigos de entre 45 a 60 metros de altitud, localmente significativos en la ciudad de Huelva, pues, situado el término municipal entre los estuarios de los ríos Tinto y Odiel presenta materiales terciarios, depositados en un ambiente marino. La retirada oceánica, a partir del Plioceno, dio lugar a varias lagunas y al  encajamiento de la red fluvial, que aisló cerros testigos, protegidos de la erosión por encostramientos ferruginosos o calcáreos más o menos potentes De esta forma, teniendo en cuenta la historia geológica en el término de Huelva es posible distinguir tres áreas: el espacio agrario, las marismas e islas y el área de poblamiento.
    Efectivamente, la primitiva ciudad  de Huelva  se asentó  sobre esos promontorios, llamados  localmente cabezos, que no eran sino colinas, fáciles de defender, frente a una zona llana e insalubre de marismas. La entrada a la ciudad era por una garganta que terminaba en  la ermita de San Sebastián,  entre los cabezos de la Horca y el Conquero, donde se desarrolló la ciudad primitiva  y  desde el antiguo castillo  de San Pedro se  controló las zonas de cumbres y llanuras. En realidad, los cabezos  fueron espacios privilegiados, desde donde se observaba los accesos al mar y la defensa de la ciudad y, al mismo tiempo,  fueron reducto de actividades artesanales, agrarias y pesqueras
        La expansión de la ciudad, a partir del siglo XVIII y, especialmente, en el último siglo, se realizó hacia las marismas, viendo en los cabezos un impedimento para la articulación del tejido urbano. Por ello,  en numerosas  ocasiones, con cortas miras, se ha procedido a su desmonte, perdiendo de vista y cercenando la proyección de estos  cerros, como “símbolo” de una ciudad que nace y hace su historia al abrigo de ellos. Aquí, Huelva podría encontrar la identidad perdida y la monumentalidad ausente, que le llevase al Argantonios de Tartesos, a los comerciantes fenicios del Líbano, a los Duunviros de Onuba, a los Bakries de Umbra, a los Duques de Medina Sidonia, al Corso Garrocho, a Jacobo del Barco, a Agustin de Mora y a tantos otros que dejaron su estela en la historia. Sólo retazos de cabezos, con espléndidas vistas a la ría del Odiel parecen resistir con el parque Moret a la presión de la especulación inmobiliaria.
        La integración  de cabezos en la trama urbana, con soluciones posibles a poco costo y que no signifiquen su desaparición, la ampliación de los espacios verdes, la eliminación de la contaminación, el abrir el Puerto a la ciudad,  la conexión de la trama urbana y la creación de un ambiente  agradable son, entre otros, los grandes problemas que tienen planteado actualmente los poderes locales y el planeamiento urbano.

    Juan Márquez
 
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