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TÉRMINO
- ALEIXANDRE, VICENTE
  ANEXOS
 
  • CRONOLOGÃA  Expandir
  • 1898   El 26 de abril nace en Sevilla, en el Palacio de Yanduri.
    1900   Se traslada con su familia a Málaga, ciudad que ejercerá una profunda influencia en su universo poético. Será compañero de estudios
    del poeta Emilio Prados.
    1909   Marcha con su familia a Madrid, donde residirá el resto de su vida. Estudia Bachillerato en el Colegio de las Teresianas, donde se gradúa en 1913.
    1914   Comienza estudios de Derecho –que finalizará en 1919– en la Universidad de Madrid.
    1916   Escribe sus primeros versos –que guardará celosamente sin enseñar a nadie– a la edad de 18 años.
    1917   En Las Navas del Marqués (Ávila), donde veraneaba, conoce a Dámaso Alonso, quien le pone en contacto con la poesía de Rubén
    Darío, Gustavo Adolfo Bécquer y los simbolistas franceses, que junto con la influencia de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado marcará sus inicios poéticos.
    1920   Tras finalizar sus estudios de leyes y comercio (Intendente Mercantil) ejerce durante dos años como profesor de Derecho Mercantil. También trabajará para la Compañía Andaluza de Ferrocarriles.
    1925   Una grave enfermedad renal (nefritis tuberculosa) le separa de cualquier otra actividad que no sea la poesía.
    1926   Aparecen su primeros poemas, enviados por sus amigos, en Revista de Occidente.
    1927   Participa, con sus compañeros de “generación” en la celebración del tricentenario de Góngora organizada por el Ateneo de Sevilla y que se celebrará en la Sociedad Económica de Amigos del País.
    1928   Publica Ámbito. Comienza la escritura de Pasión de la tierra, que se prolongaría hasta el año siguiente y tardaría aún varios años en ver la luz.
    1930   Durante este año y el siguiente escribe Espadas como labios. Comienzan las lecturas y las influencias del surrealismo en su poesía. Igualmente, la lectura de la obra de Freud dejará en Aleixandre muy hondas huellas y claves que se apreciarán en su poesía posterior.
    1932   La extirpación de un riñón le hace llevar una vida sedentaria y de reposo, con una “mala salud de hierro”, como con humor comentaba
    el poeta. Publica Espadas como labios.
    1933   Recibe el Premio Nacional de Literatura por La destrucción o el amor.
    1934   Comienza a escribir Mundo a solas, que le ocupará hasta 1936 y refleja una experiencia de desamor.
    1935   Aparece en México, en edición parcial, Pasión de la tierra. Publicación de La destrucción o el amor.
    1939   Comienza la escritura de Sombra del Paraíso, que finalizará en 1943.
    1944   Publica Sombra del Paraíso, que supondrá su definitiva consagración poética.
    1945   Con el inicio de la escritura de Historia del corazón puede considerarse el tránsito de la poesía aleixandrina hacia su segunda etapa.
    1949   Es elegido como miembro de la Real Academia Española.
    1950   Publica Mundo a solas. Aparece su lección de ingreso en la Academia El amor y la poesía en la vida del poeta.
    1953   Publica Nacimiento último.
    1958   Primera edición del libro en prosa de memorias Los encuentros.
    1962   Publica En un vasto dominio, por la que recibe el Premio Nacional de la Crítica 1963.
    1965   Publica Retratos con nombre.
    1968   Publica Poemas de la consumación, obra por la que recibe el Premio Nacional de la Crítica (1969).
    1974   Publica Diálogos del conocimiento, por la que recibe el Premio Nacional de la Crítica (1975).
    1977   Premio Nobel de Literatura. Lo recoge en su nombre el poeta y traductor Justo Jorge Padrón.
    1984   Fallece en Madrid el día 14 de diciembre.
    1991   Se publican, en edición póstuma, poemas pertenecientes al ciclo de Poemas de la consumación y de Diálogos del conocimiento con el título de En gran noche.
    1993   Se publica Álbum: versos de juventudde Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y otros, en edición de A. Duque Amusco y M. J. Velo García.
    1998   Aparece el Epistolario de Vicente Aleixandre a Juan Guerrero y a Jorge Guillén.
    2001   Se publica la hasta entonces más actualizada edición de Poesías Completas. Aparece Correspondencia a la Generación del 27 (1928-1984)
  • Poeta del cosmos y del hombre  Expandir
  • El siglo XX ha sido tan excepcional para la poesía en lengua española a un lado y otro del Atlántico que resultaría imposible destacar, entre tan grandes creadores, aquellos que han sido realmente imprescindibles. Uno de ellos, sin lugar a dudas, es Vicente Aleixandre, reconocido con el Premio Nobel de Literatura, pero no tanto con la aceptación y la lectura de un público lector que sigue prefiriendo a Lorca, Cernuda o Alberti. Y sin embargo, la poesía en nuestro idioma no hubiera sido la misma sin su palabra y su magisterio, sin el generoso apoyo y comprensión que siempre tuvo para con los poetas más jóvenes, como acertadamente ha testimoniado Antonio Carvajal.
    Aleixandre es excepcional tanto por la calidad expresiva de su poesía, verdadero impulso renovador para la métrica, la sintaxis y la semántica
    poética en nuestro idioma, como por la riqueza de su cosmovisión, de su visión del mundo y de la realidad, una de las más ambiciosas y
    completas de la literatura universal del siglo XX. “Tengo una visión unitaria de la vida –afirma– pese a que he combatido en una doble corriente. De un lado, un egocentrismo que me hace traer a mí el mundo exterior y asimilármelo; y de otro, un poder de destrucción en mí en un acto de amor por el mundo creado, ante el que me aniquilo. Los límites corporales que me aprisionan, se rompen, se superan, en esa suprema unificación o entrega, en que, destruida ya mi propia conciencia, se convierte en el éxtasis de la naturaleza toda”.
    En efecto, Aleixandre es poeta de la materia y de la vida, del cosmos y del hombre. Toda su poesía es un monumento extraordinario a la belleza de la palabra, pero también a la búsqueda de un sentido que va de lo telúrico a esa intrahistoria humana, a la vida concreta de cada ser condicionado por su peripecia, al que ofrece un sentimiento cordial y solidario. Y Aleixandre es, por encima de todo, poeta del amor, que hizo suyo el lema juanramoniano, "amor y poesía cada día". Amor a la tierra y al aire, al sol, al fuego y al mar; amor a los vegetales y a esos imposibles pájaros que recorren su poesía toda; amor también como proyección erótica y sensual, deseo de un cuerpo, afán de fusión y de unidad que nos integra en el cosmos de que formamos parte; amor a la condición de cada hombre en su peripecia doliente, poesía profundamente solidaria y comprometida.
    La poética aleixandrina busca las palabras, el ritmo, las imágenes,no por una supuesta y previa hermosura: todos los recursos son hermosos
    si son adecuados y justos, si son vivos, si transmiten la fuerza y la vibración profunda de un corazón que siente. “En todas las etapas de su
    existir –afirma– el poeta se ha hallado convicto de que la poesía no es cuestión de fealdad o hermosura, sino de mudez o comunicación. A través de la poesía pasa prístino el latido vital que la ha hecho posible, y en este poder de transmisión quizá esté el único secreto de la poesía, que cada vez lo he ido sintiendo más firmemente: no consiste tanto en ofrecer belleza, cuanto en alcanzar propagación, comunicación profunda del alma de los hombres”. Y un poeta que de modo tan insobornable y con dedicación tan implacable ha iluminado, en efecto, la
    condición humana y el vivir de la hora presente, llega al final de sus días ofreciéndonos la lección mayor de la aceptación dolorosa de la muerte, ese nacimiento último en el que hemos de alcanzar el sentido profundo de toda la existencia, ese conocimiento que sólo podemos conseguir a través de la comunicación dialógica con los otros, con la historia, con la realidad, con los deseos y las fantasías. 

    MANUEL ÁNGEL VÁZQUEZ MEDEL
  • En la plaza  Expandir
  • Hermoso es, hermosamente humilde y confiante,
    vivificador y profundo,
    sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
    llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
    No es bueno
    quedarse en la orilla
    como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
    imitar a la roca.
    Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
    de fluir y perderse,
    encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de
    los hombres palpita extendido.
    Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
    y le he visto bajar por unas escaleras
    y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
    La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
    Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución
    o con fe, con temeroso denuedo,
    con silenciosa humildad, allí él también transcurría.
    Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
    Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
    un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
    su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
    Y era el serpear que se movía
    como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
    pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
    Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
    Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
    con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
    quisieras algo preguntar a tu imagen,
    no te busques en el espejo,
    en un extinto diálogo en que no te oyes.
    Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
    Allí están todos, y tú entre ellos.
    Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
    Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho
    amor y recelo al agua,
    introduce primero sus pies en la espuma,
    y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
    Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
    Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se
    entrega completo.
    Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
    y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
    y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
    Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
    Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
    ¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir para
    ser él también el unánime corazón que le alcanza!


    Vicente Aleixandre
    De Obras Completas.
  • Lector de su poesía  Expandir
  • Escuchar a un gran poeta sus propios poemas es siempre una experiencia interesante. Pero si ese gran poeta es, además, un gran lector de poesía, la experiencia se convierte entonces en un raro goce espiritual. Pues saber leer bien la poesía, quiere decir leerla o decirla en voz alta
    para un público más o menos amplio, o en la intimidad de una habitación, es una de las cosas más difíciles de este mundo. Conozco muy buenos poetas que destrozan literalmente sus poemas cuando los leen en voz alta. El énfasis excesivo, la gesticulación, el tono de salmodia que algunos poetas dan a sus lectores, perjudican más que benefician a éstos.
    De Vicente Aleixandre se ha dicho ya todo y se seguirá diciendo más. Pero hay un aspecto de su personalidad que ha sido con frecuencia olvidado: su genio como lector de poesía. Desde hace cuarenta años he venido escuchando a Aleixandre leer sus poemas, en su casa silenciosa de Velintonia 3, durante los inviernos, o en el jardín del chalé familiar de Miraflores de la Sierra, en los veranos, con el valle extendido al fondo.
    Aleixandre solía leer despacio, con lenta voz armoniosa y cálida, subrayando con algún gesto de la mano derecha los versos más encendidos dentro del poema. Su rostro presentaba cierta contracción dolorosa, como si el poeta sufriera con su propia poesía. Y esto ocurría, sobre todo, en algunos poemas de Historia del corazón, como ‘El último amor’, en el que revivía la frustración dramática de la ruptura con la amada. Cada poema que leía creaba una atmósfera de comunicación con el oyente, y una suspensa y trémula emoción que parecía contagiarse al aire que rodeaba al lector y a quien lo escuchaba. Recuerdo una inolvidable lectura que me hizo de su poema “Para quién escribo”, que abre su libro En un vasto dominio, y que es expresión del deseo de solidaridad del poeta con los demás, de su necesidad de comunicarse con todos, de entregar a todos su palabra poética.
    En estos momentos de inmensa tristeza, en que hemos perdido a uno de nuestros más grandes poetas, quiero seguir oyendo esa voz inolvidable que tantas veces escuché, leyendo él sus versos en la intimidad de su gabinete, ahora desoladamente solo, huérfanos ya sus cuadros y sus libros. 

    JOSÉ LUIS CANO
    Publicado en Suplemento especial de ABC, en la muerte de Vicente Aleixandre, 15 de diciembre de 1984.
  • Resplandor aún de día  Expandir
  • A Vicente Aleixandre

    Cuantas veces al paso de una noche alejándose,
    levedad de una carne todavía entre tus dedos,
    esperabas el viejo bus de Torremolinos,
    entre los iniciados en misteriosos cultos
    de madrugada: cáñamo, nórdicos de alcohol,
    legionarios, rameras de carmín y cansancio,
    sibilas blasfemantes vendiendo lechos gálicos,
    senos de parafina equivocando el goce,
    el marinero tímido…

    Furtivamente casi, avergonzado, enfrente
    veías auroral lucir la escrita piedra,
    fúlgida al resplandor del nombre que enaltece
    en perennes palabras: «Aquí vivió…» ¿Quién mira
    la lápida y su gloria? Como en la hoguera fétida
    arde la podredumbre, el sexo se insinúa
    bajo el dril, perseguido por ojos sin brillo.
    brilla «… el poeta». Oyes el golpe resonante
    del mar latiendo apenas, corazón, ala, llanto;
    «… el poeta Vicente Aleixandre». Aún joven
    lo recuerdas, naranjos del alcázar de Córdoba,
    Trastámaras de sombras huyentes por los bojes
    geométricos al címbalo de la mañana limpia.

    Ebriedad de la luz, ebriedad de la palma
    en sus ojos sabiendo
    y el agua, sus palabras sobre la sed del mármol.
    Bebiste la poesía del hontanar más puro.
    También en Velintonia con el clauso jardín
    y la excusada puerta: diván, tabardo, Góngora
    avizor desde frías penumbras velazqueñas.
    Allí huerto, vergel, edén o paraíso,
    el árbol de su vida creciendo en lumbre, en brasas,
    en entrega total, en rapto deslumbrante,
    tendía los ramajes ígneos sobre el que llega
    palpitante el oráculo,
    como cobija el bosque anocheciente al niño.

    Y es esta la ciudad, interminable noche
    que defiendes tu cripta con uñas de negrura,
    de sus días marinos, del dintel de la dicha,
    perdidos como un agua desvelada que pasa
    silenciosa y no vuelve.


    Pablo García Baena
    De Poesía completa (1940-1997).
  • El maestro Vicente Aleixandre  Expandir
  • Yo no he sido un pertinaz frecuentador de las muchas hospitalidades humanas y poéticas de Vicente Aleixandre. Confieso que no sabría decir si ha existido alguna razón coherente que motivara ese parco aprovechamiento de la ya proverbial generosidad afectiva del poeta. Supongo que se ha tratado, antes que nada, de una prudente variante del respeto. Cuando se es joven suele disponerse del tiempo de los demás con una manifiesta desfachatez. Luego, a medida que van agotándose nuestras propias reservas de tiempo, aumentan las discreciones para hacer uso de las ajenas. Si lo recuerdo ahora es porque en lugar de haber ido a ver a Vicente Aleixandre, que hubiese sido lo más plausible, he preferido decirle por escrito lo que quería. Que no se relaciona ciertamente con la justiciera –aunque episódica– concesión de un premio,
    sino con el magisterio del premiado.

    De sobra sabemos todos –o casi todos– hasta qué punto puede identificarse a Vicente Aleixandre con un maestro. No me refiero ya al ejemplo majestuoso de su obra, tan ostensiblemente rastreable en no pocas bifurcaciones de la poesía de posguerra en lengua castellana, sino a su persistente capacidad de convivencia, a su sustancial humanismo, a la limpia y pródiga conducta de quien abrió siempre sus puertas a la solidaridad y a la liberalidad. Como casi todos los poetas hispanoparlantes menores que Vicente, yo también llegué un día –ya remoto– a Madrid y me fui sin más a su casa. Siempre había allí un joven poeta lírico que entraba. Ver a Vicente Aleixandre era fácil y conmovedor. Era incluso como un noviciado inexcusable. Uno extraía del cartapacio provinciano, con flagrante insolencia, un poema primerizo y loleía a media voz, como para no perturbar del todo a aquel hombre de noble ademán y composturas de patricio que escuchaba pacientemente desde el dulce reposo de la “chaise-longue”.

    La casa de Vicente Aleixandre ha sido un poco la casa de todas las prerrogativas de la poesía contemporánea de nuestros últimos cuarenta años. Durante todo ese falaz y desdichado tiempo, la obra de Aleixandre se ha ido convirtiendo en su propia vida. Conozco a muy pocos poetas que hayan sabido solventar con tan meridiana lucidez, con tan perseverante independencia, las contradicciones entre literatura y realidad. No se han producido fisuras en ese excepcional programa donde la libertad de ser poeta se ha soldado magistralmente con la libertad de ser hombre. Esa integridad creadora de Aleixandre, tan abastecida de aventuras verbales y sondeos imaginativos, equivale taxativamente a su propia integridad humana, a su elegante y desbordante integridad humana.

    Considerar desde hoy a Vicente Aleixandre como un premio Nobel –incluso en la malsana compañía de un Echegaray o un Benavente– es algo que produce una primera emoción más bien irresistible. Pero esa emoción queda sometida pronto a una norma más razonable. Se trata, en todo caso, de un premio cuya misma universal propagación universaliza en cierto modo la diversidad de zonas de la obra del poeta. Hasta aquí todo es estimulante. Lo demás pertenece a la órbita de los particulares repartos de equidades de la Academia Sueca, esa especie de Vaticano de la literatura. A quien hay que agradecerle, por cierto, la afirmación de que la poesía de Aleixandre “ilumina la condición del hombre”, idea que mitiga considerablemente el sabor a burocracia.

    José Manuel Caballero Bonald
    Diario 16, 7 de octubre de 1977.
 
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