|
ANEXOS |
|
- Tradición y ruptura

|
La criminalización del fenómeno bandolero no logra disipar en modo alguno aquella relación a la que aludíamos anteriormente de vinculación de éste con el fenómeno del atraso y el latifundismo y, por esta vía, con el propio movimiento campesino andaluz. En este sentido, y tras el paréntesis que van a representar las décadas de dictadura franquista, se gesta, en los años del denominado tardofranquismo, una nueva generación de historiadores propiamente andaluces, vinculados e identificados a la oposición política antifranquista, en la que la centralidad de la cuestión agraria en la interpretación de la historia de Andalucía en los últimos dos siglos, junto a herencias y tradiciones de sesgo regeneracionista, terminan ubicando el fenómeno bandolero en la esfera de las protestas campesinas. Despojado ya de vinculaciones étnicas, el bandolerismo vuelve a vincularse con los efectos sociales que produce en Andalucía la definición y consolidación de una estructura de la propiedad de la tierra claramente desequilibrada e injusta. En la configuración de esta visión tiene también que ver el arraigo que alcanza entre esta nueva generación de historiadores las visiones e interpretaciones que sobre España y Andalucía vierten un nutrido grupo de hispanistas, no exentas tampoco de ciertos tópicos y algunos mitos, de entre los que cabría destacar, en lo que aquí nos ocupan, figuras como Robert Brenan y su interpretación sobre el comportamiento milenarista y espontáneo de los campesinos andaluces o, fundamentalmente, los estudios de Eric Hobsbawm –Rebeldes primitivos (1968) y Bandidos (1976)–, en los que, siguiendo la línea argumental del supuesto carácter milenarista y espontáneo de la movilización del campesinado andaluz, se llega a identificar el bandolerismo como “una manifestación de rebeldía campesina contra una estructura de la propiedad terriblemente injusta, una rebeldía primitiva que antecedía y en cierto modo originaba el posterior movimiento jornalero andaluz”. En suma, Hobsbawm trata el bandolerismo como una forma de protesta social, como una expresión más o menos genuina de “lucha campesina contra el nuevo orden burgués” que introducía la sociedad capitalista. Bandolerismo y protesta social campesina no están exentos en muchas de estas formulaciones –pertenecientes a las décadas de 1960 a 1980– de tópicos y mitos, heredados en buena medida de tradiciones anteriores. Así, la identificación del fenómeno, ya no por la vía étnica, con la personalidad de los andaluces, su clara imbricación con el mito del atraso de estas tierras y, en relación con esto último, el supuesto primitivismo que identificaba este tipo de protesta social y que la hacía moralmente inferior a las luchas revolucionarias propias de la clase obrera industrial, constituyen en sí mismos ejemplos más que palpables de la vigencia de una lectura que, aparte de mítica, adquiere en ocasiones un tono que bien podría catalogarse de apasionado. De todas estas reflexiones acerca del bandolerismo se extrae un interrogante: ¿Qué queda hoy de toda esta lectura entrelazada con tópicos y mitos? Para contestar a ello quizás sea conveniente diferenciar entre la imagen que pervive en la memoria colectiva –todavía enraizada en lecturas tópicas y en visiones míticas– y las revisiones y relecturas que ofrecen las interpretaciones historiográficas del fenómeno. Ciñéndonos al ámbito propiamente historiográfico, habría que señalar que a principios del siglo XXI se asiste a lo que se podría denominar la fase de “ruptura entre el fenómeno bandolero y los argumentos identitarios de Andalucía”. En ello tienen que ver, de una parte, la superación historiográfica de grandes mitos del pasado asociados al ser y la realidad de Andalucía como los del atraso o el latifundismo; de otra, la reciente incorporación a la práctica historiográfica de nuevos argumentos teóricos y metodológicos a la hora de analizar los comportamientos sociales y la protesta campesina de los últimos siglos de la historia de Andalucía. La consecuencia última de todo ello, dicho en pocas palabras, no es precisamente otra que la necesidad de “historiar el fenómeno bandolero” en Andalucía, esto es, el rechazo de concepciones apriorísticas de la razón de ser del mismo y de sus supuestas relaciones explicativas mecánicas de carácter atemporal y situadas al margen de coyunturas históricas concretas. En este sentido, las nuevas visiones que se están articulando en torno a la interpretación de la criminalidad rural y de la inserción de una parte de ésta en las lógicas de actuación de los movimientos campesinos en Andalucía están llevando a reconocer que el bandolerismo constituye una forma de delincuencia, muy pocas veces o casi nunca política, estrechamente vinculada al incremento de las formas de criminalidad rural que siguen al proceso de implantación de la propiedad privada de la tierra y del mercado capitalista y directamente relacionada con el fracaso de la subsistencia. Como apuntan Manuel González de Molina y Antonio Herrera, “el siglo XIX, en su acepción larga (1770-1914), sería el siglo de la introducción y consolidación del régimen liberal en Andalucía y España, una consolidación lenta a la que contribuyó un Estado débil. El fenómeno bandoleril no respondería a una invariable estructura latifundista del campo andaluz; debería ser considerado más bien como un coste social generado por la implantación del capitalismo agrario, que en Andalucía tuvo tintes ciertamente dramáticos”.
Salvador Cruz Artacho |
- Indulto a tres bandoleros

|
Habiendo llegado el indulto a Estepa acompañado de una Real Orden pªa que no se nos tocara en nuestras personas ni bienes, me mandó aviso el Vicario paª que fuera a Estepa, lo qual verifiqué el mismo día y me avisté con el Sr. Corregidor el qual me mostró el documento y yo le dije quería una copia sellada paª llevarla a mis compañeros como garantia de su verdad, y se hiso una copia de escribano y además un escrito firmado por el Sr. Corregidor y otro por el Sr. Brigadier paª las Autoridades de todos los pueblos de la comarca, partisipandoles que por el Indulto y Real Orden deberian permitir el paso libre de las Partidas por sus pueblos sin inconbenientes ni estorbos, antes auxiliandoles en su camino hasia Estepa donde deberian presentarse con sus armas y caballos paª entregarse del dhoº indulto. Con estos papeles me salí de Estepa acompañado de Luis Borrego y dirigiendonos a las Rozas de Moron encontramos alli a Jose Maria mi compadre y a Jose Permana Germán y los tres Comandantes nos metimos en una sala del Cortijo y yo escribií la lista de to.dos los componentes de las 5 Partidas, las de nosotros tres y la de Frasquito de la Torre y la de Paulillo y los qe estaban enfermos o heridos o qe habian ido a esconderse en otros lugares despues de estar con nosotros, y en total nos salió una lista de 185 de los quales estaban alli en el momento 67 y se mandó llamar a los otros y se dió permiso a todos pªa ir a sus casas a mudarse de ropa y que vinieran a reunirse con nosotros el dia 23 de Julio en la Fuensanta paª entrar juntos en Estepa. Les informé de las condiciones del indulto, que no habria sumaria paª nadie por ningun delito pasado, pero si alguien reinsidiera despues del indulto se le juzgará por lo qe haya hecho aora y por todo lo anterior como si nunca hubiera sido indultado, y paª asegurar que no habria nuevas Partidas y afianzar la pacificación del terreno nos obligabamos los tres Comandantes Jose Maria, German y yo con nuestra persona a mantener el orden a toda costa en el campo a cuyo efecto se nos darian medios y personal armado y sueldo. Muy satisfechos todos nos despedimos hasta el dia 23 de Julio que faltaba casi un mes y yo me vine con Luis Borrego a Estepa pero pasando por los pueblos de la comarca a visitar a los Alcaldes y Alguaciles Mayores a quienes mostré los documentos a fin de que no inquietaran a nuestros compañeros y les auxiliaran paª ir libremente a Estepa el dia señalado. Llegado el dhoº dia 23 todos nos juntamos en la Fuensanta como estaba acordado todos muy contentos con las mejores ropas que cada uno tenia, con los caballos y las armas y muchos acompañados de sus esposas y sus hijos que parecia una romeria, dirigiendonos los tres Comandantes delante y los compañeros y sus familiares detras y entramos en Estepa donde esperaba todo el vecindario y nuestras familias de los qe eramos de Estepa. La entrada fue a las 12 del dia, y nos dirigimos a la plaza donde nos esperaba el Ayuntamiento presidido por el Sr. Corregidor y los Alcaldes, asi como el Sr. Brigadier de Artilleria, el Comandante de Milicias Nacionales de Ecija don Antonio Mauri, y otras personas de calidad de representasión. El publico y nuestras familias más que nadie nos hazía las palmas y gritaban de alegria y entusiasmo y quando llegamos a la Plaza la banda de música tocó, y luego el Sr Vicario echó una plática en la qual dijo que el Rey se mostraba generoso y clemente y nosotros debiamos corresponder siendo por siempre honrrados, y el Secretario leyó el indulto que fue oido por todos con mucha alegria y muchas lágrimas y aseguida el Sr Brigadier con su Secretario y un Oficial de Tropa de Artilleria con cuatro soldados se pusieron a un lado, y todos siendo yo el primero pasamos a pie a tierra ante el Brigadier y pusimos todas nuestras armas en una mesa y entregamos tambien nuestros caballos y cada uno siguió ya hasia su casa. A mi como una Gracia particular el Sr. Brigadier me devolvió el caballo y yo no quise admitirlo como regalo sino a condicion de pagar su valor entero al Sr Vicario pa que lo distribuyera entre los pobres. [SIC].
De Historia verdadera y real de la vida y hechos notables de Juan Caballero. |
- FisonomÃa del bandolero

|
El capitán de bandoleros era comúnmente un hombre moreno, ágil y robusto, bien empatillado. Su cabeza, de pelo corto, iba cubierta por un pañuelo de seda de chillones colores, cuyas dos puntas le caían sobre la nuca, y encima de él llevaba el sombrero calañés recargado con muchas borlas de seda negra. Su chaqueta de cuero leonado, el marsellés remendado, tenía toda clase de adornos y de bordados de seda e innumerables botones de filigrana de plata, botonadura de plata, que se agitaban como cascabeles al menor movimiento. Un pantalón corto, ajustado y marcando las formas, caía hasta las pantorrillas, medio ocultas por elegantes botas de cuero bordado, botines de caída, entreabiertos por un lado, y de las que colgaban largos y delgados flecos de cuero. En los pliegues de una ancha faja de seda que ajustaba su cintura, se hundían dos pistolas cargadas hasta la boca, sin perjuicio de un afilado puñal y de un cuchillo de monte, cuyo mango de cuerno se ajustaba al cañón de la escopeta. El verdadero bandolero hacía casi todas sus expediciones a caballo. Tenía por cabalgadura un vigoroso potro andaluz de larga crin negra adornada con aparejos de seda y cuya cola estaba rodeada con esa especie de cinta que los andaluces llaman atacola. Una manta de mil rayas chillonas pendulaba sus innumerables pompones de seda a ambos lados. No hay que decir que el inevitable trabuco malagueño, abocardado, colgando con la culata hacia arriba del gancho de una silla árabe, completaba el armamento del bandolero, Se dice que José María, equipado de esta manera, se complacía en bromear con sus compañeros enseñando dos filas de dientes blancos como el marfil: -¿Quién me pedirá el pasaporte? La expedición clásica del bandolero, el A B C del oficio era el ataque a la diligencia. Tan pronto como los centinelas anunciaban su llegada, la partida cerraba el paso en la carretera, y los caballos eran derribados o desenganchados. Se ordenaba a los desgraciados viajeros que bajasen y se colocaran boca bajo, atándoseles entonces los brazos detrás de la espalda. El capitán daba en seguida orden de “visitar los equipajes”, se registraba a los viajeros, y tras haber amenazado de muerte al que se moviera antes de que hubiera transcurrido media hora, la partida alcanzaba a galope tendido su refugio, donde tenía lugar el reparto del botín. Según una costumbre que se había hecho ley entre los bandoleros, se hacían tres partes iguales del botín: el primer tercio pertenecía al capitán, el segundo se repartía entre los miembros de la partida, cuyo número rara vez excedía de ocho a diez hombres, y el resto, puesto religiosamente a un lado, era una especie de “fondo de reserva” destinado a socorrer a los camaradas caídos en manos de la señora Justicia, para lograr su libertad, o para decir misas por el alma de los desgraciados que acababan bailando en la horca sin castañuelas.
Baron Charles Darvillier De Viaje por España. |
|