Aceite y vino son los productos tradicionales de la agricultura cordobesa, basados en cultivos milenarios que, lejos de desaparecer, han pasado a sustentar una pujante industria agroalimentaria, que se completa con los cítricos, los cárnicos y el sector lácteo. Córdoba es la segunda provincia española en producción oleícola, después de Jaén, con más de 344.000 hectáreas de olivar de almazara y una cosecha que, según los años, ronda las 200.000 toneladas de aceite de oliva, de las que en torno a la mitad se exportan. Aunque todavía es mucho el producto que se vende a granel, los últimos años se han caracterizado por importantes inversiones tecnológicas y por alianzas estratégicas que han multiplicado las marcas y el envasado, reactivando la industria alimentaria cordobesa. Mejorar la comercialización sigue siendo una asignatura pendiente, pero menos. A la conocida potencia de la marca Carbonell se suman la de la cooperativa Hojiblanca, que ha conseguido agrupar a 23.000 olivareros malagueños y cordobeses tras su fusión con Cordoliva, y que, además, se convierte en una potencia en la aceituna de mesa con la incorporación de la también cordobesa Acorsa.
Dos denominaciones de origen, Baena y Priego, son la punta de lanza de un producto caracterizado por la calidad. Los aceites cordobeses aquilatan año tras año los principales premios de este sector, los que concede el Ministerio de Agricultura, el Consejo Oleícola Internacional o la feria Expoliva, de Jaén. En gestación están otras dos denominaciones de origen (Montoro-Adamuz y Aceites del Sur), en una apuesta por la calidad que se completa con una pujante producción de aceite ecológico, también la más importante y más premiada de Andalucía.
Sobre la base de la denominación de calidad se ha desarrollado también el sector vitivinícola cordobés, en el entorno de la comarca Montilla-Moriles. La última década ha sido difícil para los finos de esta denominación, al igual que para los olorosos y amontillados, por los cambios de gusto del consumidor que llevaron al sector a una dura crisis, traducida en la retirada de viñedos y en progresivas reducciones de la cosecha, que a final de 2004 sumó 63 millones de kilos de uva. Estos vinos, los únicos que obtienen sin química añadida su graduación alcohólica, han retrocedido en consumo, y los empresarios han empezado a apostar por los dulces Pedro Ximénez, que se han puesto de moda como estandarte de la zona, multiplicando su producción hasta tres millones de litros, y por los tintos, que han empezado a venderse en 2005 bajo la marca Vinos de la Tierra de Córdoba.
María Olmo