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ANEXOS |
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- Guadix y los topónimos de los rÃos

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En un territorio mediterráneo como Andalucía el agua es fundamental y los ríos han sido el origen de muchos pueblos y ciudades; por ejemplo a lo largo del Guadalquivir: Andújar, Villa del Río, Montoro, Córdoba, Almodóvar del Río, Palma del Río, Lora del Río, Alcolea del Río, Villanueva del Río, Cantillana, Sevilla, Palomares del Río, Coria del Río y Puebla del Río). Donde, como se ve, en nueve de los 14 casos llevan el añadido Río a su nombre, pero, significativamente, no aparece la denominación Guadalquivir (que parece identificarse con el río andaluz por antonomasia) y a veces sirve para distinguirse de otros (Lora de Estepa, Palma del Condado…), mientras, obviamente, Sevilla o Córdoba no precisan ningún apellido. No es sólo el Guadalquivir quien completa el topónimo de pueblos o ciudades; también el Genil (Pinos Genil y Vegas del Genil en Granada o Puente Genil en Córdoba), Almanzora (Cuevas de Almanzora y Armuña de Almanzora). Y otros, como la ciudad de Alcalá de Guadaíra o los pueblos Sanlúcar de Guadiana, Santa Olalla del Cala, Granada de Río Tinto o Minas de Riotinto (éstos más por el nombre de las minas que por el río) de Huelva; Castro del Río (Guadajoz, Córdoba), Sorihuela del Guadalimar y Puente Génave en Jaén y Paterna del Río y Láujar de Andarax en Almería. Aún pueden añadirse otros, si incluimos cauces de menos categoría: Arroyo Molinos (Huelva), Castilblanco de los Arroyos (Sevilla), La Rambla (Córdoba), Paterna de Rivera (Cádiz), Arroyo del Ojanco (Jaén) y, forzando mucho las cosas, Aguadulce (Sevilla). Hay bastantes pueblos que llevan directamente el topónimo de un cauce fluvial, cuya enumeración sería prolija, pero son más evidentes seguramente en pequeños núcleos de zonas áridas con algún regadío; y es difícil saber quien debe el nombre a quien, si el río o el pueblo, aunque suele anteceder o predominar éste. Así, por ejemplo, Sierro, Albánchez, Albox, Tabernas o Sorbas, ligados a las ramblas de Almería; Darro, Dílar, Cacín, Dúrcal, Alhama, Lanjarón, Mecina, Trevélez, Yátor en Granada; Beas, Montizón o Bédmar en Jaén; Campanillas, Genalgaucil, Vélez o Torrox en Málaga. Sin embargo, cuando la coincidencia de nombres implica núcleos mayores, suele aparecer el topónimo hídrico como Río de (Lucena, Cabra, Fuengirola…) En el caso de Barbate hay que recordar su reciente expansión. Pero lo verdaderamente extraño es que algún pueblo o ciudad se llame río, quizás porque sería casi tanto como nombrarse tierra o mar. Y en Andalucía es precisamente Guadix el de mayor historia y tamaño (más de 20.000 h). Se trata del río (Guad en árabe) Ix (por deformación quizás de Acci), probablemente por su carácter casi de oasis en un terreno árido, aunque no todos los demás pueblos-río andaluces tienen esa situación. Son sólo cinco más: Guadalcanal (Sevilla), Guarromán (en origen Guad Roman, Jaén) y Riogordo (Málaga, el único topónimo de este tipo en castellano), que apenas alcanzan los 3.000 h; más Guadalcázar (o río del alcázar en Córdoba) y Guadahortuna (Río de huertos, Granada) en torno a los 2.000.
Gabriel Cano |
- Las cuevas de Guadix

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Guadix y otros pueblos cercanos, Purullena por ejemplo, han sido y son uno de los núcleos trogloditas andaluces más importantes y conocidos, lo que invita a este artículo para recordar publicaciones propias y de otros investigadores (sobre todo de M. E. Urdiales y C. Asenjo) así como observaciones recientes. Hay tres factores fundamentales de la existencia de cuevas de vivienda, que aparecen muy bien representados en esta ciudad: elementos naturales, (materiales y clima), socioeconómicos y refugio de poblaciones marginadas y perseguidas; en este caso, moriscos. En la depresión accitana abundan materiales arcillosos, relativamente fáciles de picar y que se endurecen con la intemperie. Las condiciones naturales se aprovechan también, cuando es posible, dejando como techo lechos de conglomerado, a la vez que los abarrancamientos proporcionan otro importante elemento: la “fachada”, retocada casi siempre, desde la que se empezaba a vaciar, y en cuyas laderas se superponen distintos niveles de cuevas; incluso algunas con más de un piso y escalera interior. Tales fachadas permiten puertas y ventanas, aunque, en general, la cueva se excava en profundidad con habitaciones interiores, no muy saludables, pero (otra razón natural y económica) son isotérmicas; es decir mantienen casi la misma temperatura a lo largo del año (más cuanto mayor sea la profundidad), ahorrando calefacción, antes mediante leña. Tal cosa viene bien en el clima mediterráneo con tendencia continental, como es la Depresión Intrabética, que, además, sobre todo la parte oriental, es bastante árida (apenas 300 milímetros de lluvias al año por término medio), aunque con esporádicas lluvias torrenciales, que a veces arruinan las cuevas; si bien suelen ser muy consistentes. Aunque ha habido excepciones de cuevas bien excavadas, amplias, ventiladas, etc., la mayoría son producto de pobres, cuando no míseras, condiciones socio económicas. Así, según el extenso y documentado estudio de E. Urdiales, el 87,4% de las cuevas de la provincia de Granada no tenían agua corriente en 1981 y sólo un 14% disponía de aseos o similares (en Guadix, 84 y casi 10, respectivamente). Actualmente muchas están enmascaradas con casas delante, quedando la cueva como espacio de aprovechamiento isotérmico, sobre todo en verano. Incluso se están promocionando como especie de hoteles o son adquiridas por foráneos, especialmente extranjeros, que las acondicionan para habitarlas. Y conviene deshacer algo muy extendido, cual es identificar las cuevas con la etnia gitana, porque en realidad suele ser una minoría en los barrios y pueblos trogloditas. En cuanto al tercer factor, la primera referencia histórica, recogida por Urdiales, data del Sínodo de 1544 cuando se señala que había pocas cuevas junto a la ermita de San Marcos y la Magdalena. Es tras la expulsión de los moriscos cuando se produce en Guadix una explosión demográfica en las cuevas, motivada, según Asenjo Sedano, 1972, por el regreso de muchos andalusíes que no podían ocupar sus viviendas para no ser identificados. Entre 1620 y 1750 aumentan en 200 el número de cuevas, lo que, aplicando un índice de cinco, puede suponer crecimiento de 1.000 habitantes, contándose más de 3.000 a mediados del XIX, para seguir creciendo después. Así las cuevas pasan de 1.330 en 1873 a 2.000 en 1900 y alcanza el máximo en 1950, según el citado estudio de Urdiales, con 4.000 “alojamientos” en el municipio, denominación usada en los nomenclátores para las viviendas que no eran casas, sino cuevas la mayoría de ellas.
Gabriel Cano |
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