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TÉRMINO
- HISTORIOGRAFíA
  ANEXOS
 
  • Historiografía de al-Ándalus  Expandir
  • Como todos los aspectos de la civilización que se desarrolla, dentro del mundo árabo-musulmán, en la Península Ibérica durante la Edad Media, los textos que se pueden calificar como fuentes escritas para la historia de al-Ándalus resultan producto tanto de la norma del Islam que traen los nuevos pobladores como de la herencia que encuentran en el territorio. La simbiosis de ambas, junto con las características de­sarrolladas en la sociedad que vive en la Andalucía árabe, producen la historiografía propia del periodo. El primer apartado de ésta la constituye una serie de crónicas que revelan la existencia de una comunidad con conciencia de tal que vive en un entorno determinado. Estos textos participan de características comunes a la historiografía latina clásica o la medieval cristiana, bajo otros presupuestos y con otra dimensión territorial y colectiva. La implantación de los omeyas a partir de la mitad del siglo VII dota a la Andalucía árabe de una noción de espacio diferenciado del resto del Islam de la época. La clara cultivadora de este género es la familia de los Razi* , constituida por un linaje que, en los siglos IX y X, intenta una historia de la Península Ibérica desde los más remotos tiempos hasta el momento que le toca vivir. En pleno califato omeya surgen otros cronistas que reconstruyen la historia del país desde la conquista árabe, como Ibn al-Qutiya*, autor de la Historia de la conquista de al-Andalus, o la obra anónima denominada el Ajbar machmúa* o Colección de tradiciones que hace referencia al mismo momento. Merece la pena mencionar también en este campo, dentro de una amplia producción, el Fath al-Andalus* o Conquista de al-Andalus y la Crónica anónima de an-Násir, obra importante para conocer el mandato del primer califa omeya, Abderrahmán III* , que llega hasta nosotros antes que la parte del Muqtabis de Ibn Hayyán* , que se ocupaba del mismo periodo. Este último es el cronista por antonomasia de al-Ándalus hasta el siglo X. El autor vive al comienzo de los reinos de taifas* , pero recoge la imagen del país unificado que configuran los omeyas. Su obra incluye la aportación de historiadores locales y anteriores. En la misma línea tendríamos que considerar buena parte de la obra de Ibn Hazm* o crónicas aúlicas, auspiciadas desde las otras dinastías gobernantes, como puede ser la de Ibn Sabih as-Salá* , de tiempos de los almohades* , o los cronistas granadinos, entre los que destaca Ibn al-Jatib de Loja* .
        Autores orientales. A pesar de los sentimientos nacionalistas de los autores andalusíes, impulsados por unos omeyas que buscan la diferencia con el resto del mundo del Islam, los autores orientales incluyen a al-Ándalus dentro de sus obras, como los de la Península se ocupan también de otros espacios en las suyas. De este modo en crónicas o diccionarios geográficos o biográficos como los de Yaqut al-Hamawwi (muerto en 1229) aparecen noticias de al-Ándalus o de sus habitantes. En su Diccionario de países, por ejemplo, se reseñan los lugares de Granada o Málaga como los Alepo o Mosul. De esta ciudad iraquí son los Banu al-Azir, familia de autores de una obra, Lo completo en la historia (al-Kamil fi-t-tarij), concebida como unos anales al estilo clásico donde se narran los sucesos de todo el orbe del Islam, y aun de fuera de él, año a año. En el mismo sentido que el Bayan al-mugrib, obra del siglo XIII escrita por Ibn Idari* de Marrakech, para el que al-Ándalus forma parte de su entorno próximo, el Islam occidental. Mención aparte merecen obras que son en gran medida producto de los fenómenos de emigración que produce la conquista del territorio de al-Ándalus por parte de los reinos del norte de la Península Ibérica. Es el caso de al-Maqqari* , personaje de Tremecén contemporáneo a Cervantes que en su Nafh at-tib recoge la herencia andalusí en el norte de África. Deja constancia de hechos y personas de toda la historia de al-Ándalus, registrando fielmente obras andalusíes.
        Fuentes cristianas. En lengua no árabe es redactada una serie de fuentes que reseña esa misma historia. Como las producidas en el seno de la comunidad mozárabe* o cristiana del país. Es el caso de la Crónica mozárabe de 754, una visión de la conquista árabe de la Península desde el lado de los vencidos y situada en la línea de la “pérdida” de España que después veremos en otras obras peninsulares. A su lado una serie de producciones premusulmanas circulan en los primeros tiempos de al-Ándalus, directamente o mediante recensiones redactadas en árabe. Como buena parte de los trabajos históricos de Isidoro de Sevilla* , uno de los referentes culturales en la formación de la civilización de al-Ándalus. A su lado se pueden considerar también dentro de la historiografía del país los primeros textos producidos tras la conquista cristiana del territorio o la obra de autores como Rodrigo Jiménez de Rada* o Alfonso X* , que cuentan con fuentes andalusíes.
        Textos específicos. La historiografía de al-Ándalus comprende textos que responden a las características propias de la sociedad árabo-musulmana en la que se produce. Es el caso, por ejemplo, de los llamados Kutub at-tarachim o diccionarios bio-bibliográficos. El género, típico de una sociedad tribal, recoge, por orden más o menos alfabético, las biografías de personajes con indicación de su genealogía, hasta el primer personaje que llega a la Península, sus maestros y discípulos si se dedica a trabajos docentes, sus hechos más señalados, anécdotas que se le atribuyen y sus fechas de nacimiento y muerte. Se conserva una amplia serie de estos diccionarios u obras similares como las denominadas “libros de generaciones” o los “índices” o “programas de estudios”, centrados en una determinado ámbito local o temporal o dedicados a todo el país. Estas obras abarcan desde la época del califato, como la Historia de los sabios de al-Andalus de Ibn al-Faradi* (muerto en 1013), a los taifas, como al-Humaydi* , los almohades, como en el caso de Ibn Baxkuwal* , o las obras producidas tras los procesos migratorios del siglo XIII, cuando el Valle del Guadalquivir pasa a manos de Castilla. A este momento responde la obra del valenciano Ibn al-Abbar (muerto en 1260) o la de Ibn Abd al-Malik al-Marrakuxi* (muerto en 1303), que recogen la memoria de diáspora andalusí en el norte de África. También responden a características específicas de la sociedad de al-Ándalus los calendarios agronómicos, como el Calendario de Córdoba de 961* , los tratados de legislación de mercado como los de Ibn Abdún* o as-Saqati de Málaga* , o las colecciones de dictámenes jurídicos que llenan la historiografía de al-Ándalus y que retratan la forma de aplicar el Islam que se da en la Península. Estos dictámenes, que recogen la opinión de los jueces de al-Ándalus, abarcan desde tiempos de los primeros omeyas hasta los moriscos* .
        Una sociedad tan compleja y estructurada como la de la Andalucía árabe produce otra serie de obras que debemos situar dentro de la producción historiográfica. A pesar de su dedicación a un campo específico de la actividad humana, estas obras contribuyen en determinados momentos o apartados a nuestro conocimiento histórico de al-Ándalus. Es el caso de antologías literarias como El collar único de Ahmad Ibn Abderrabihi* , la Dajira de Ibn Bassam de Santarem (muerto en 1148), imprescindible para el estudio de los reinos de taifas *, o las obras de Ibn Said al-Magribi* . A su lado, señalaremos otras obras fundamentales como la Historia de los jueces de Córdoba de al-Juxaní* , las Memorias del rey granadino del siglo XI, Abd Allah b. Ziri* , los trabajos geográficos del almeriense al-Udri* , Abu Ubayd al-Bakri* de Huelva o del ceutí al-Idrisi* y la producción de la literatura ascética y mística culminada en el siglo XIII por Ibn Arabi* . Finalmente, hemos de considerar como producto de la civilización andalusí la obra de Abderrahmán b. Jaldún* (muerto en 1406), un tunecino de origen sevillano, en cuya Muqaddima o Introducción a la historia encontramos un enorme caudal de datos para la historia de al-Ándalus y de todo el Mundo Árabe de la Edad Media, así como una profunda reflexión acerca de las características de las colectividades humanas de sus comportamientos y del papel jugado por el Islam en la historia de la Humanidad.

    Rafael Valencia
  • Historiografía medieval cristiana  Expandir
  • El interés por el conocimiento de los tiempos pretéritos ha sido una constante en las civilizaciones humanas y se ha manifestado en múltiples formas de recuerdo y conmemoración del pasado. Durante la Edad Media hay un cambio en relación a la historiografía clásica, sustituyéndose la narración política por una en la que la Historia muestra simplemente el desenvolvimiento de la Divina Providencia. El gran sistematizador de esta teología de contenidos históricos ese San Agustín (354-430), obispo de Hipona y autor del influyente libro La ciudad de Dios. Uno de los efectos de la teología histórica cristiana es la generalización de una idea de tiempo lineal y secuencial, cuyos tres momentos esenciales vienen dados por la Creación, la Encarnación y la futura Segunda Venida de Jesucristo. Por ello, en los primeros siglos los historiadores cristianos favorecen la elaboración de una crónica general universal, extendida desde los tiempos fundacionales de Adán y Eva hasta su propio presente. El modelo indiscutido de toda la historiografía cristiana medieval es establecido por Eusebio (hacia 260-340), obispo de Cesarea, autor de una Crónica escrita en griego que resume toda la historia universal desde la Creación del mundo hasta el triunfo del cristianismo bajo el emperador Constantino, incluyendo la historia egipcia, mesopotámica y greco-romana. La Crónica de Eusebio es traducida al latín y ampliada hasta 380 por San Jerónimo, influyendo en otras crónicas fundamentales de la época: los Siete libros de historia contra los paganos de Paulo Orosio en 418, y el Chronicon Mundi de San Isidoro de Sevilla (560-636). Junto a estas obras de temática universal en con el nacimiento de los reinos germánicos aparece un nuevo género historiográfico: la Historia de de los nuevos estados. Así, San Isidoro es autor de una Historia de los godos, vándalos y suevos y Julián de Toledo (finales del siglo VII) escribe la historia de la rebelión de Paulo contra Wamba.
        Tras la invasión islámica de la Península Ibérica, los testimonios cristianos transmiten una idea fundamental: la de la ruptura como consecuencia de la invasión islámica de 711. El primer testimonio de esto es la Crónica mozárabe de 754, que habla de una “ruina de España” equiparable a las de Babilonia, Troya o Jerusalén. Esta idea continúa en las crónicas que se redactan bajo el reinado de Alfonso III (866-911). Serán la Crónica Albendense, la Crónica Profética y la Crónica de Alfonso III en dos versiones distintas donde el neogoticismo empieza a adquirir un indudable valor historiográfico. Impulsando el mito de la continuidad de la monarquía visigoda a través de su dinastía, a la “pérdida de España” había de suceder una restauración.
        Alfonso X. Durante buena parte de la Edad Media la cultura es un producto esencialmente eclesiástico, que promueve también buena parte de las obras historiográficas. Entre las conservadas podemos destacar para el siglo XII la Crónica Silense, la Crónica Najerense, la Historia Compostelana y la Chronica Adephonsi Imperatoris. En territorio castellano-leonés, bajo la protección de los monarcas varios eclesiásticos escriben en el siglo XIII interesantes compilaciones: la Crónica latina de los Reyes de Castilla; el Chronicon Mundi del obispo Lucas de Tuy; y De rebus Hispania del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada*. Pero destaca especialmente la obra historiográfica impulsada por Alfonso X el Sabio (1252-1284), que abre una nueva era en la historiografía hispana, ya que inicia la historiografía española en romance y consigue articular mejor los materiales que permiten redactar sus compilaciones, a la vez que se empieza a producir la laicización de la cultura. Esto se recoge en dos obras singulares: la inacabada General Estoria y, sobre todo, la Primera Crónica General de España. El objetivo de esta última es contar la Historia de España a través de la sucesión de “imperios” que gobiernan la Península Ibérica desde la Antigüedad hasta la muerte de Fernando III en 1252. Con ello intenta defender la legitimidad de la monarquía castellano-leonesa frente al resto de los reinos peninsulares, que aparecen en segundo plano. Esta labor se continúa a través de las llamadas “Tres crónicas” (de los reinados de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV) y la Crónica de Alfonso XI, con lo que los reinados de los monarcas castellanos son los hilos conductores de la Historia hasta muy entrado el siglo XIV. Sigue esta labor de narrar la Historia Nacional más próxima la obra del canciller mayor Pedro López de Ayala, autor de cuatro Crónicas de los reyes Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, destacando la de Pedro I por narrar con gran dramatismo las peculiaridades de este monarca y su trágico final, como una justificación de su deserción del campo petrista al trastamarista.
        En la corona de Aragón cuatro crónicas inician el camino de la historiografía en romance, en las que se legitiman los intereses de la dinastía reinante. Son el Llibre dels feits de Jaime I; la Crónica de Pedro III realizada por Bernat Desclot; la Crónica de Ramón Muntaner, que es la más popular, tratando el periodo entre el nacimiento de Jaime I y la coronación de Alfonso IV; y, finalmente, la Crónica de Pedro IV, atribuida a Bernat Descoll. A diferencia de los cronistas castellanos, los de la Corona de Aragón prefieren moverse en tiempos cortos, narrando los acontecimientos más cercanos, desentendiéndose de los hechos del pasado muy remoto.
        Cronista oficial. El hecho más importante en el terreno de la historiografía del siglo XV es la promoción del cronista oficial, personaje pagado por la Corte para narrar los acontecimientos que interesa que no caigan en el olvido. Los reinados seguirán siendo el hilo conductor de la Historia. Pero junto a las crónicas oficiales, y debido a los importantes problemas políticos que sacuden este periodo, surgen crónicas paralelas. Así, durante el reinado de Juan II de Castilla, junto a la crónica oficial encontramos la Crónica del Halconero de Juan II, escrita por Pedro Carrillo de Huete. En el caso de Enrique IV, su cronista y capellán Diego Enríquez del Castillo nos presenta una visión bastante positiva del monarca, mientras que Alonso de Palencia en sus Décadas realiza un frontal ataque a la obra y persona del mismo rey, que le serviría para exaltar la figura de Isabel, convirtiéndola en la restauradora de la paz y el orden en un mundo dominado por la anarquía. Además de Alonso de Palencia, otros cronistas narrarían el reinado de los Reyes Católicos, como Hernando del Pulgar, Diego de Valera o Andrés Bernáldez, todos ellos coincidentes en ensalzar la labor política de los monarcas y el beneficio que supone la unión de las grandes coronas peninsulares, convirtiéndola en una mezcla de profecía histórica y programa de actuación política.
        Biografías. De este género se benefician tanto algunos monarcas como personajes de la vida pública. Es el caso de los reyes aragoneses Fernando I con el De rebus a Ferdinando Aragoniae Rege libri Tres, de Lorenzo Valla, y Juan II con Joannis Secundi Aragonum regis vita, de Gonzalo García de Santa María. Entre las biografía dedicadas a personajes notables de la época destacamos la Crónica de don Álvaro de Luna, condestable de Castilla, atribuida a Gonzalo Chacón; el Victorial de Gutierre Díaz de Games, dedicada a Pero Niño; o los Hechos del condestable don Miguel Lucas de Iranzo, atribuida, entre otros a Pedro de Escavias. Junto a ello se crean algunas galerías de personajes como las Generaciones y semblazas, de Fernán Pérez de Guzmán, y los Claros varones de Castilla, de Hernando del Pulgar.

    María Antonia Carmona
 
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