A partir de la hermandad que ciñe desde Paco de Lucía al jazz y al flamenco, como músicas del mundo, no extrañará tanto que José Mercé cuaje un dignísimo blues o que no se sepa a ciencia cierta cuál es la etiqueta que luciría mejor sobre la música de Chano Domínguez, uno de los mejores jazzmen españoles, que se hace compañero de viaje del flamenco y cuyos orígenes creativos hay que buscarlos en el rock andaluz de Cai. Chano, que se inspiró en Thelonius Monk y en John Coltrane para su primer disco, escoltaría al piano la voz de Enrique Morente en su Imán y, antes, traduciría al jazz junto con Jorge Pardo, Diez de Paco, un disco memorable, que confirma la doble militancia que ambos mantienen entre tales músicas afines, al tiempo que explora otros rumbos –como la copla con Martirio o el filin cubano con Marta Valdés– y termina cooperando con Winton Marsalis. Pardo, creador del grupo Dolores junto a Ruy Blas, conoce accidentalmente a Paco de Lucía en el estudio donde graba su homenaje a Falla, y, al margen de su incorporación a su septeto, desarrolla su propia obra en solitario, con títulos memorables y tan personales como El canto de los guerreros (1984), en el que se dejan oír el propio Paco, Tomatito, Ramón de Algeciras y Pepe de Lucía. En ese viaje, se hace acompañar frecuentemente por Rubem Dantas, Carles Benavent, que a su vez grabará a solas, pero también por Tino di Geraldo y, ocasionalmente, por El Bola, El Potito o La Chonchi. Era un camino abierto para otros músicos gaditanos como José María Banderas, sobrino de Paco de Lucía, Paco Ríos, Diego Gallego, Manolo Carrasco, Luis Balaguer, Manolo Perfumo, Alfonso Gamaza, el ya mentado Pedro Cortejosa o el pianista Juan Gómez Galiardo, pero también es una veta constante para el contrabajo de Javier Colina, la percusión de José Antonio Galicia, Gautama del Campo y Adolfo Delgado, las teclas de Dorantes y de Antonio Breschi, el todo Manolo Vargas, Diego Cortés, los grupos Jaleo y Música Urbana, Tomás San Miguel, Jean Marc Padovani, Paco Aguilera, Abdu Salim, Manolo Vargas, Max Roach, en cierta medida Cañadú, Los Activos y, sobre todo, para José Antonio Rodríguez –en Manhattan de la Frontera–, Rafael Riqueni o Gerardo Núñez, que rinde homenaje expreso a Gil Evans. También ocasionalmente incorporará un deje jazzístico a su obra el guitarrista Vicente Amigo, mientras que Diego El Cigala y Bebo Valdés popularizan Lágrimas negras, un disco de jazz latino con eco jondo, que sigue la estela de Freebolero, de Tete Montoliú y Mayte Martín, la cantaora catalana de origen andaluz que luego gestaría, en esta misma línea, Tiempo de amar. Y no resulta extraño que las discográficas apuesten intencionadamente por esta conjunción de músicas aparentemente extrañas. En 1992, el productor alemán Sigfried Loch pone en marcha el proyecto Jazzpaña, que reúne inicialmente a Michaer Brecker, Al Di Meola, Peter Erkskine, Juan Manuel Cañizares, Ramón el Portugués, Jorge Pardo, Carles Benavent y la WDR Big Band. En el año 2001 repite la experiencia, en Jazzspaña II, con un peso mayor del componente hispano, a través de Gerardo Núñez y Chano Domínguez, “el verdadero corazón de este disco”, según dicho productor. A ellos, se suma la voz de Esperanza Fernández.
Juan José Téllez |