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CON LA COLABORACIÓN DE



 
TÉRMINO
- JUAN MANUEL
  ANEXOS
 
  • Abenabet y su mujer  Expandir
  •     Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta manera:
    –Patronio, a mí me acontece con un hombre esto: muchas veces me ruega y me pide que le ayude o le dé algo de lo mío. Cuando hago aquello que él me ruega, da a entender que me lo agradece. Luego, otra vez, me pide alguna cosa y si no hago lo que él quiere, se ensaña conmigo y da a entender que no me lo agradece y que ha olvidado todo lo que antes hice por él. Por el buen entendimiento que tienes, te ruego me aconsejes de qué manera actuar con este hombre.
    –Señor conde Lucanor–dijo Patronio–, a mi me parece que le pasa con este hombre lo mismo que al rey Abenabet de Sevilla con Ramayquía, su mujer.
        El conde preguntó cómo fue aquello.
    –Señor conde–dijo Patronio–, el rey Abenabet estaba casado con Ramayquía y la amaba más que a cualquier cosa en el mundo. Ella era una muy buena mujer y los moros contaban de ella buenos ejemplos. Pero había algo en lo que no era muy buena: a veces se le antojaba alguna cosa. Y acaeció un día, estando en Córdoba, en el mes de febrero, cayó una nevada. Cuando Ramayquía la vio, comenzó a llorar. El rey preguntó por qué lloraba. Ella dijo que porque nunca le dejaba estar en una tierra en la que hubiera nieve. Y el rey, por darle gusto, hizo poner almendros por toda la sierra de Córdoba. Porque Córdoba es tierra caliente y no nieva cada año. De este modo, en febrero, aparecían los almendros floridos y le harían perder el deseo de la nieve.
        Otra vez, estando Ramayquía en una habitación que daba al río, vio a una mujer descalza revolviendo lodo para hacer adobes. Cuando Ramayquía lo vio, empezó a llorar. El rey preguntó por qué lloraba. Ella le dijo que nunca podía estar a su gusto, haciendo lo que hacía aquella mujer. Entonces el rey, por darle gusto, mandó llenar aquella gran albuela de Córdoba con agua de rosas en vez de agua normal; en lugar de tierra la hizo llenar de azúcar, canela y nardo, de clavos de almizcle, ámbar y algalia y de todas las buenas especies y perfumes que existían; en lugar de paja hizo poner caña de azúcar. Cuando la albuela estuvo llena de todas esas cosas y del lodo que podía resultar, dijo el rey a Ramayquía que se descalzase, que pisase aquel lodo y que hiciese de él cuantos adobes quisiese.
        Otro día, por otra cosa que se le antojó, comenzó a llorar. El rey le preguntó por qué lo hacía. Ella le dijo que cómo no iba a llorar si el rey nunca hacía nada por darle gusto. El rey, viendo que tanto había hecho por darle gusto y cumplir su voluntad y que ya no podía hacer más, le dijo unas palabras que se dicen en lengua árabe de esta manera: “Ua le nahar aten?”, que quiere decir: “¿Tampoco el día del barro?”, como diciendo que si se olvidaba de las otras cosas no debía olvidar el barro que mandó hacer por darle gusto”.

    Juan Manuel
    De El conde Lucanor.
 
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