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ANEXOS |
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- Culturas arqueológicas de AndalucÃa
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La identificación de las distintas culturas arqueológicas presentes en Andalucía era algo que se había acometido casi desde el inicio, a finales del siglo XIX, de la arqueología como disciplina científica, aunque no se consiguió hasta las primeras décadas del XX. Situarlas en el tiempo y establecer sus relaciones cronológicas continuaba siendo a principios de los años sesenta del pasado siglo una tarea inacabada, especialmente para las manifestaciones arqueológicas andaluzas de la Prehistoria Reciente (Cultura de las Cuevas, Cultura de los Silos, Cultura de Almería*, Cultura de Los Millares*, Cultura del Argar*, Bronce del Suroeste, Tartesos*, Cultura Ibérica*) que no encajaban en las propuestas hechas desde otros lugares a principios del siglo XX o con criterios poco adecuados al objetivo del establecimiento de una estratigrafía comparada propia. En la labor de crear esta herramienta teórico-metodológica de la práctica historicista cultural de la disciplina concurrieron factores de carácter coyuntural y estructural. Entre los primeros destaca, en el inicio de la construcción del esquema, el peso de los yacimientos previamente investigados en el Sureste y la documentación producida como consecuencia de los trabajos de campo de Luis Siret. Además, los yacimientos de esta área eran ampliamente conocidos como epónimos de culturas arqueológicas aceptadas, pero su datación se desconocía o era tenida como dudosa. Los trabajos de W. Schüle y M. Pellicer en El Cerro del Real de Galera y en El Cerro de la Virgen de Orce durante los años sesenta dieron como resultado la construcción de la primera secuencia cronoestratigráfica realizada con criterios científicos del Calcolítico, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro de Andalucía. Sin duda, el factor estructural fundamental fue la creación de los Departamentos de Prehistoria y Arqueología de las Universidades de Sevilla y Granada. Ello posibilitó la articulación de equipos de trabajo que dirigieron gran parte de su esfuerzo a definir la secuencia cronoestratigráfica de la Prehistoria Reciente. Así, los trabajos de la Universidad de Granada en los yacimientos de Las Peñas de los Gitanos de Montefrío, El Cerro de la Encina de Monachil*, La Cuesta del Negro de Purullena, en Los Millares* de Santa Fe de Mondújar y El Cerro de los Infantes posibilitaron la periodización de las últimas fases de la Prehistoria de Andalucía Oriental a mediados de los años setenta del siglo XX. La construcción de esta escala temporal de referencia en Andalucía Occidental fue algo más tardía y se basó en los resultados de las excavaciones en Colina de los Quemados*, Ategua, El Cerro Macareno, Carmona, Mesa de Gandul*, cabezos de Huelva, Valencina de la Concepción, Setefilla*, Montoro, Cueva Chica de Santiago y Cueva de la Dehesilla. Algunas veces hallazgos casuales y las excavaciones subsiguientes dieron lugar al establecimiento de un programa de investigación sobre la época protohistórica que ha tenido cierta autonomía. El descubrimiento del Tesoro del Carambolo en 1958 y la inmediata excavación del poblado desarrollada por J. de M. Carriazo*, así como la de la necrópolis Laurita de Almuñécar por M. Pellicer en 1962, estimularon el comienzo de una serie de trabajos de campo en yacimientos de la costa andaluza, desarrollados tanto por investigadores ligados al Instituto Arqueológico Alemán como españoles, que han contribuido sustancialmente al conocimiento de la sociedades indígenas y su interacción con la colonización fenicia. El descubrimiento en 1975 del espectacular conjunto escultórico ibérico del Cerrillo Blanco* de Porcuna y la posterior excavación del yacimiento, los trabajos realizados desde 1968 en el Cerro del Santuario y en el Cerro Cepero de Baza*, que condujeron al hallazgo de la Dama de Baza* en 1971, así como, la creación en 1973 de una Sección del Departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada en el Colegio Universitario de Jaén, implicaron el inicio de un ciclo de investigación sobre la Cultura Ibérica* que ha supuesto la revisión de las ideas precedentes sobre sus orígenes, ha caracterizado su desarrollo y definido los rasgos socioeconómicos de las sociedades ibéricas. Este ciclo ha culminado con la reciente creación en Jaén del Centro Andaluz de Estudios Ibéricos*. La construcción de una secuencia cronoestratigráfica de la Prehistoria Antigua de Andalucía no se emprende hasta los años setenta del siglo pasado, debido al uso reiterado de las periodizaciones elaboradas para la ordenación de las colecciones de artefactos y yacimientos franceses y a la falta de equipos de investigadores especializados en el estudio del Paleolítico, y todavía está inconclusa, a pesar de la existencia en nuestra comunidad de áreas con un alto potencial para el conocimiento de las sociedades prehistóricas más antiguas. Este desarrollo irregular de la investigación se vio incluso perturbado en la década siguiente por la polémica suscitada en torno a la autenticidad y antigüedad del denominado Hombre de Orce*. CUEVAS DE ALMANZORA. En la primera parte de los años ochenta se sucedieron diversos hechos que dieron lugar a una profunda transformación de la organización y la práctica de la Arqueología andaluza. En este proceso puede considerarse 1984 un año clave. Se produjo la transferencia de las competencias en materia de cultura a la Junta de Andalucía, siendo aquéllas encomendadas a la Consejería de Cultura. Y se celebró en Cuevas del Almanzora una reunión científica en conmemoración del cincuentenario del fallecimiento de Luis Siret, que vendría a suponer un hito en la voluntad del Gobierno Autónomo de poner en marcha un sistema propio para la gestión del patrimonio arqueológico, al tiempo que el volumen que recoge las comunicaciones presentadas a dicha reunión supuso la publicación de un estado de la cuestión sobre la Prehistoria del sur de la Península Ibérica. El nuevo sistema de gestión del patrimonio arqueológico se sustentaba en un núcleo teórico constituido por el concepto de tutela, que obligaba a la necesaria articulación de las acciones de protección, investigación, conservación-restauración y difusión como manifestación de la política cultural. Se generaron nuevas estructuras administrativas y desarrollos normativos. Entre las primeras, la Consejería de Cultura, el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico y los Conjuntos Monumentales y Arqueológicos; entre los segundos destacan el Plan General de Bienes Culturales, documento programático de la política sobre el patrimonio histórico de la Junta de Andalucía, y la promulgación en 1991 de la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía. La aplicación de esta concepción de la tutela al patrimonio arqueológico originó una organización administrativa y reglamentaria específica que, junto a un importante apoyo económico a la investigación, ha sido denominada por algunos estudiosos Modelo Andaluz de Arqueología, algunos de cuyos rasgos definidores serían la Comisión Andaluza de Arqueología, concebida como un órgano asesor de la política arqueológica de la Junta de Andalucía, los Arqueólogos Provinciales encargados de promover y vigilar la correcta aplicación de dicha política y el Reglamento de Actividades Arqueológicas. La nueva organización exigía a los arqueólogos que desearan trabajar en Andalucía hacerlo en el marco de un proyecto de investigación entendido como exposición de objetivos y métodos de trabajo destinados a la producción de conocimiento científico. Pero dado el carácter patrimonial del objeto de estudio también se requería que aquel documento contuviera una programación de actuaciones conducentes a la conservación del yacimiento sobre el que se actuaba. La divulgación de los resultados obtenidos se garantizaba mediante la organización anual de las Jornadas de Arqueología Andaluza y la publicación del Anuario Arqueológico de Andalucía, que recogía el informe de gestión arqueológica por las Delegaciones Provinciales y de los resultados preliminares de los trabajos autorizados cada año por la Dirección General de Bienes Culturales. También se previó la futura edición de las correspondientes memorias finales de los proyectos de investigación, una vez transcurridos los seis años de vigencia. La puesta en marcha del modelo implicó directamente la reducción drástica del número de yacimientos excavados y el aumento significativo del presupuesto destinado a la Arqueología e, indirectamente, una renovación teórica y metodológica de muchos de los equipos de investigación que trabajaban en Andalucía. DESARROLLO. A lo largo de los años ochenta el modelo se mostró, a pesar de la descoordinación entre las distintas instancias de la Administración diseñadas por aquél y de éstas con los investigadores y profesionales que desarrollaban los proyectos de investigación, eficaz en su esfuerzo por proteger, conservar y difundir el patrimonio arqueológico de Andalucía. Quizás el aspecto que peor funcionaba era el de la conservación. Las acciones de conservación y restauración de los yacimientos fueron delegadas a los proyectos de investigación, pero no se les dotó de financiación independiente, con lo que aquéllas frecuentemente no eran acometidas. Pero el gran problema del Modelo Andaluz de Arqueología fue no haber podido llevar a la práctica el objetivo de su referente italiano de alcanzar el equilibrio entre desarrollo y conocimiento. En 1987, como consecuencia de la destrucción parcial del tramo de la muralla musulmana encontrado en la Plaza de la Marina de Málaga para la construcción de un aparcamiento subterráneo, el modelo desvela una de sus principales carencias, la dificultad para armonizar los intereses políticos y económicos ligados al desarrollo urbanístico de los grandes núcleos de población con la protección del patrimonio arqueológico. La imposición de una fuerte sanción económica al Ayuntamiento de Málaga tuvo su contrapartida en la destitución del director general de Bienes Culturales, lo que puso en evidencia la crisis del modelo. La incapacidad para salvar en 1991 de la destrucción al monumental conjunto de edificios tardorromanos y el arrabal árabe de Cercadillas (Córdoba), localizados al realizar las obras de la estación del AVE de esa ciudad, evidenció su inviabilidad y su superación definitiva. Desde entonces el desarrollo de la actividad arqueológica se ha ido ajustando a la nueva dinámica socioeconómica. Por un lado, se ha producido un crecimiento casi exponencial de las actividades de urgencia, sin que los esfuerzos económicos, profesionales y administrativos empleados hayan aportando un conocimiento histórico equivalente. De hecho, el Programa de arqueología urbana propuesto por la Dirección General de Bienes Culturales para convertir las intervenciones de urgencia en medio urbano en proyectos de investigación se tradujo en un fracaso, salvo en contados casos. Por otro, ha tenido lugar una reducción drástica de las actuaciones ligadas a proyectos de investigación, si bien es cierto que esto también se ha debido a que muchos de ellos han cumplido su período de vigencia y sólo podrán reanudarse si se presenta la memoria final de resultados. Sí se están produciendo importantes progresos en las intervenciones para la puesta en valor de los yacimientos de cara a su difusión y presentación al público, tanto por la vía del incremento de los conjuntos arqueológicos como por la ejecución de actuaciones programadas para este objetivo. También desde finales de los años noventa, la Dirección General de Bienes Culturales viene cumpliendo con su compromiso de editar las memorias finales presentadas de los proyectos de investigación que agotaron sus seis años de autorización. En este nuevo contexto, la propia disciplina arqueológica ha debido de adecuar sus propios presupuestos, al verse obligada a integrar la conservación del patrimonio arqueológico como prioridad a la que debe ajustarse la propia actividad de campo, al tiempo que los profesionales han tenido que asumir la prevalencia de la administración cultural en la programación y ejecución de toda actividad de investigación que implique el reconocimiento, recuperación y manejo de los componentes materiales de dicho patrimonio. Al mismo tiempo, ha ampliado definitivamente su campo de actuación hacia los restos materiales de las sociedades de época medieval, de manera que se ha consolidado una Arqueología Medieval con estructura académica y órganos de expresión propios. Además, el incremento de los practicantes, la diversificación de sus intereses y la aparición de competitividad entre ellos ha acentuado la renovación teórica y metodológica. Actualmente en la arqueología andaluza están presentes todas las posiciones epistemológicas que ha generado la disciplina; si en el ámbito de la generación y procesado de datos siguen predominando las prácticas ligadas a los enfoques empiristas y positivistas tradicionales propios del historicismo cultural, en el ámbito de la explicación y representación de los procesos sociales se observa una orientación hacia el predominio de las posiciones ligadas a distintas versiones del materialismo no dogmático, junto a perspectivas funcionalistas o de género minoritarias.
Gabriel Martínez / J.A. Afonso Marrero |
- Una civilización destruida
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El lector tiene con esto a la vista el cuadro de esta civilización. Hemos visto sus casas, lo que quedaba de su mobiliario y de sus útiles usuales; y hemos comprobado el empleo frecuente entonces de la piedra, del hueso y del pedernal. Los objetos de metal fuera de las tumbas son raros; el cobre coexiste con el bronce. Vemos además moldes de piedras para la fundición de las hachas y de los puñales. Cerca de mil tumbas nos han facilitado preciosos indicios sobre las costumbres de este pueblo, bien que un modo de inhumación constante, que en todos los casos prueba el mayor respeto por los difuntos. Al lado del guerrero hemos visto sus armas; junto a la mujer, sus útiles cotidianos; en los brazos, en los dedos, en los cuellos de las personas ricas de ambos sexos, alhajas que debían ser suntuosas. Junto a los pobres o a los viejos, nada de alhajas; o, a lo sumo, adornos más modestos, útiles y armas en peor estado de servicio. Los difuntos iban cubiertos de vestidos, preparados para la segunda vida. En su tumba depositábanse alimentos para el viaje, junto con algunas vasijas. (...) Esta civilización fue destruida sin que pudiera desarrollarse más. ¿Cómo y por quién? nuestras excavaciones no nos los han revelado.
Luis y Enrique Siret De Las primeras Edades del Metal en el Sureste de España. Resultados obtenidos en las excavaciones hechas por los autores desde 1881 a 1887, 1890. |
- Respetad este asilo de la muerte
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¡Descubridores felicísimos, ignorantes del verdadero tesoro con que os brinda la fortuna, respetad este asilo de la muerte; deteneos un instante, no paguéis tributo a la común ceguedad: por breves horas dejad que la ciencia observe y anote uno por uno los objetos, la posición de los cadáveres, la traza y medida de los trajes, el lugar de las armas, la forma de los utensilios de barro y que pueda sacar consecuencias firmes y decisivas acerca de la raza, de la religión, de las prácticas funerarias, de la indumentaria, de la cerámica de esta gente desconocida! La sequedad del lugar, el nitro de que estaban revestidas las paredes u otro agente difícil de señalar, habían conservado perfectamente los cadáveres, trajes y utensilios. Más de cuarenta siglos han respetado esa necrópolis. No la despedacéis vosotros en un día como dementes e insensatos. ¡Mas, ay, qué poco saben los hombres de lo que vale mucho, y de lo que nada vale!
Manuel de Góngora y Martínez De Antigüedades prehistóricas de Andalucía, 1868. |
- La Cueva de la Mujer
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(...). Al hallar este cráneo en la parte interior de la caverna, y no estando completamente seguro de haber encontrado otro hueso humano, creí por un momento que tal vez este recinto habría sido escogido como lugar de enterramiento del dueño de aquella calavera, y que los tiestos de barro, los cuchillos de pedernal, los demás objetos de pedernal y los huesos de diversos animales, pudieran ser restos de ofrendas hechas a la memoria de aquel cadáver (...) (...) El no haber hallado una sola vasija entera entre la multitud de tiestos encontrados, condena hasta cierto punto la idea de que estos restos fueron colocados allí como ofrendas, ni dejan presumir de que puedan ser otra cosa más que los restos de una gran cocina. Los pedazos de pedernal de donde se han sacado los cuchillos, excluyen también la presunción de que estos objetos fueran arrojados allí como ofrendas; y aunque muchos cuchillos, varios objetos hechos de hueso, pedazos de conchas, y otros efectos aparentemente de valor se han encontrado, su existencia allí puede fácilmente explicarse suponiéndolos caídos al acaso, o arrojados al suelo como inútiles. Los cuchillos de pedernal debieron ser de tan fácil labra aún para la tosca mano del hombre primitivo, que no es de maravillar el que no fueran extremadamente apreciados. Además, las numerosas capas de carbón, alternando con otras de tierra, prueban que aquellos fuegos fueron muchas veces encendidos y apagados. Por lo tanto es más racional suponer que la Cueva de la Mujer era una morada y no un cementerio: que alrededor de las hogueras encendidas, en su centro los hombres prehistóricos de Alhama se reunieron por largo tiempo y allí comieron y habitaron. Que los objetos producto de su industria que han visto otra vez la luz del día, fueron arrojados al suelo como inútiles o cayeron al azar; y que los huesos de los diferentes animales y probablemente también lo huesos humanos encontrados son restos de los seres que les sirvieron de pasto, antes que la aurora de la Historia o de la tradición arrojaran sus más débiles albores sobre la vida humana en esa comarca.
G. Macpherson De La Cueva de la Mujer. Caverna con restos prehistóricos en Alhama de Granada, 1870. |
- Necrópolis del Acebuchal
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De unas once motillas de la necrópolis del Acebuchal, todas, salvo una, fueron abiertas por un vecino de Carmona, M. Peláez, movido por la curiosidad y el deseo de coleccionar antigüedades consideradas prehistóricas. Como resultado de una primera información sobre tales excavaciones aparecieron en España varias publicaciones, de las cuales dos son importantes, con numerosas figuras y planos de la región. Creo que debo exponer aquí los errores que se encuentran en dichos trabajos, reconociendo que no sería justo hacer responsables de ellos a sus autores, si se tiene en cuenta la manera en que se les notificaron los descubrimientos. 1º. A pesar de todas las afirmaciones contrarias, sabemos hoy que las armas de piedra, las puntas de flecha y las hojas de sílex, pertenecientes a la colección Peláez, no se han descubierto dentro de las sepulturas. La mayoría de estas piezas estaban simplemente amontonadas en la superficie del suelo o se encontraron dispersas en la tierra, lo que podría a todo la más indicar una ocupación anterior a la de la época de estas sepulturas; de la misma manera que se encuentran monedas romanas en los muros de tapial de las fortalezas construidas en la época de los árabes. 2.º Hay que eliminar de la arqueología de esta región ciertas piedras cuya silueta recuerda vagamente un pájaro o un animal. M. Peláez afirma haberlas encontrado cerca de las sepulturas y se imagina que se colocaron allí de manera intencionada. Esta piedras son naturales; el parecido con ciertos animales que se les ha querido conferir es simplemente producto del azar; desafortunadamente, se han descrito con detenimiento y reproducido en ilustraciones. 3.º También se ha intentado establecer una relación entre los dibujos primitivos bien conocidos de la estación francesa de La Madeleine y los que se encontraron en el Acebuchal. El carácter oriental de estos últimos, que representan frisos de animales, se habría reconocido desde el primer momento si se hubiera descubierto una pieza completa; yo tuve, con posterioridad, la ocasión de encontrar varias. No parece que se haya realizado ninguna anotación en el transcurso de las excavaciones; igualmente es deplorable desde todos los puntos de vista que M. Peláez no se haya planteado separar las antigüedades encontradas bajo cada túmulo; desgraciadamente las ha clasificado por materias, piedra, cobre, hueso, cerámica de todas las épocas. Fue un procedimiento fácil y eficaz que no requería grandes conocimientos arqueológicos, pero que, más adelante, dificultaría la tarea a quienes se dispusieron a estudiar esta colección. No me quedaba pues otra cosa que realizar —mientras que todavía era posible— un examen detallado en el lugar de las sepulturas que habían aparecido bajo estas motillas. Se trataba sobre todo de saber lo más exactamente posible cuáles eran los objetos que componían el ajuar de las tumbas de acuerdo con los diferentes ritos funerarios. Para las informaciones que siguen sobre el Acebuchal, me he dirigido a M. Rafael Peláez, que fue el principal director de las excavaciones. Tuvo la amabilidad de indicarme sobre el terreno los detalles relativos a la exploración de cada túmulo. Después, mis investigaciones sobre los lugares han venido a confirmar, en casi todos los extremos, la exactitud de sus informaciones.
George Edward Bonsor De Les colonies agricoles pré-romaines de la vallé du Betis, Revue Archéologique, II, 1899. |
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