La arqueología, en tanto disciplina que tiene por objeto el estudio de las sociedades del pasado a través de los restos materiales recuperados y analizados, es un claro producto de la llamada cultura occidental. Sus orígenes están en el Humanismo de fines de la Edad Media y del Renacimiento. Surge como un pasatiempo u ocupación amateur , que se transforma a lo largo del siglo XX, a veces bajo la denominación de Prehistoria, en una actividad profesional que aplica procedimientos normalizados y rigurosos para construir los documentos con los que validar y sustentar las propuestas que realiza acerca del desarrollo histórico de las sociedades pretéritas de las que no se poseen fuentes escritas, o éstas no son lo suficientemente abundantes como para permitir la aproximación científica al conocimiento de todos los aspectos de la vida social.
En la creación de esta profesión participan estudiosos procedentes de distintas tradiciones escolares y con intereses variopintos; en primer lugar, los denominados anticuarios, es decir, eruditos interesados por el estudio y la conservación de las cosas antiguas; más tarde investigadores de muy variadas disciplinas, tanto de las ciencias como de las humanidades, de manera que la Arqueología es hoy una de las ciencias más interdisciplinares que existen. Son las vicisitudes por las que pasa este campo profesional, junto a los cambios en la mentalidad, los que contribuyen a constituir una única disciplina arqueológica. La trayectoria de este proceso es más o menos paralela en los diferentes países de Europa Occidental, y así se puede entrever en Andalucía, aunque también es cierto que se pueden aislar algunos rasgos propios.
Arqueología sacralizada. Sólo así pueden calificarse los episodios de Arjona y del Albaicín granadino, aunque suceden con más de un siglo de separación. Si bien comparten rasgos de contexto, su trascendencia es muy diferente. Como elemento común destaca el hecho de producirse en tierras reconquistadas no hace demasiado tiempo a la cultura islámica y donde se están haciendo denodados esfuerzos para legitimar la continuidad de la religión vencedora, recurriendo a veces a falsificaciones o invenciones de documentos históricos. Así sucede con las del pseudo Flavio Dextro que refiere el martirio de los soldados Bonoso y Maximiano en Arjona. También coinciden las referencias a apariciones y hechos portentosos, que predisponen a la gente a aceptar las invenciones como verdades. En el caso granadino, además, los hallazgos están precedidos por el episodio de los Libros plúmbeos del Sacromonte de fines del siglo XVI, vano intento de los moriscos de paliar su transformación en súbditos de segunda, y en los que también se hace referencia a martirios y persecuciones de santos de la Iglesia primitiva en estas tierras andaluzas. De esta manera, en 1628 por orden del obispo de Jaén, cardenal Baltasar Moscoso y Sandoval, se realizan rebuscas en la localidad jiennense que concluyen con el descubrimiento de restos esqueléticos de la Edad del Bronce que todavía se veneran como los cuerpos de los mártires mencionados en el Santuario de los Santos y de las Sagradas Reliquias de Arjona. Las excavaciones del beneficiado de la Catedral granadina Juan de Flores y Oddouz comienzan en 1754 y desentierran parte del foro de la ciudad iberorromana de Iliberis * , pero tal vez animado por malos consejeros deriva en el fraude, ya que se dedica a introducir piezas falsas, hábilmente envejecidas, para que luego se descubran en las excavaciones que él promueve. Sorprende que este anticuario, en plena época de la Ilustración y cuando la dominación cristiana está plenamente asentada y justificada, repita en parte los sucesos vividos a propósito de los Libros Plúmbeos. El resultado es que tras la intervención de la Inquisición, se entierran los restos de edificios descubiertos, favoreciendo así la continuación casi hasta la actualidad del debate acerca de la ubicación de la ciudad iberorromana de Iliberis
Arqueología de eruditos y anticuarios. En parte coincidiendo con los anteriores episodios, se desarrolla una primera etapa de estudio arqueológico que se puede caracterizar como precientífica, en la que el interés por la antigüedad radica fundamentalmente en la anticuaria y la erudición. Ambas están presentes en la cultura del occidente europeo desde finales de la Edad Media. Gracias al interés erudito, que asume que las sombras de la Edad Oscura sólo pueden disiparse a la luz del Clasicismo, el estudio del pasado ilustre de las ciudades sale del estrecho ámbito de lo eclesiástico y se acerca a un sector de la población que, si bien, es minoritario, a partir de ese momento va a tomar el relevo de la Iglesia en la creación cultural. La erudición constata la existencia de un remoto pasado histórico, a veces sin diferenciarlo claramente de los ámbitos de lo mágico y lo mitológico.
El acercamiento desde la erudición a los restos materiales del pasado se manifiesta tempranamente mediante los estudios epigráficos, numismáticos, paleográficos y etimológicos de los textos escritos en aquéllos. Esto ayuda a validar las interpretaciones de las fuentes literarias. No obstante, tal actitud sigue marginando a los objetos como elementos a partir de los cuales generar conocimiento histórico. Sin embargo, paralelamente, en toda Europa, y en Andalucía también, se va desarrollando un interés por los restos del pasado en sí, por su valor estético y evocador que lleva a príncipes y nobles a crear sus gabinetes de curiosidades, antecedentes de los actuales museos. Siguiendo esta moda italiana, en España Felipe II crea el suyo propio. En este ambiente el sevillano Ambrosio de Morales, estimulado y apoyado por la Corona, publica en 1575 sus Antigüedades de las ciudades de España . Así, serán los anticuarios quienes asumirán esta labor a lo largo de toda la Edad Moderna en tanto que eruditos interesados en el estudio de objetos antiguos con fines diversos, entre ellos el reconocimiento del valor como indicador cronológico que algunos tienen. Como certeramente expresa Gascó: "(...) el pasado se convirtió en argumento frecuente para pueblos y ciudades con el que pretender reputación, prioridades o privilegios. Pero el pasado que emergía no sólo era clásico, pronto se empezaron a identificar objetos que no se avenían con la tradición grecolatina y para los cuales hubo que asignar parcelas y significados distintos (...)"
De esta tradición anticuaria, que acabaría entroncando con la Arqueología científica a través de la Arqueología Clásica, hay en Andalucía un nutrido grupo de participantes que glosan las excelencias de sus patrias chicas o desentierran objetos del pasado. Las imponentes ruinas de Itálica son un atractivo destacado para estos eruditos del Renacimiento. Pero entre todos ellos destaca Rodrigo Caro * , popular por su conocida Elegía a las ruinas de Itálica , que se puede considerar introductor de la arqueología filológica, por su uso de las fuentes literarias, de las inscripciones, estatuas, monedas y otros restos arqueológicos e iniciador de los estudios sobre religión antigua. Por todo ello, cuando A. García y Bellido crea en 1951 dentro del CSIC el Instituto Español de Arqueología le da el nombre de este destacado anticuario. La relevante tradición anticuaria andaluza determina que la mayoría de los que detentan el cargo de Anticuario en la Real Academia de la Historia durante los siglos XVIII y XIX sean andaluces, siendo Manuel Gómez-Moreno Martínez * (entre 1935 y 1956) el último representante de dicha tradición.
Cierto es que estas actividades no pueden considerarse propiamente científicas, ni por la metodología aplicada ni por los objetivos perseguidos, pero ponen de manifiesto la existencia de ruinas y objetos del pasado en el subsuelo y ahondan en la consideración de tales ruinas y objetos como un patrimonio común, iniciándose una corriente de pensamiento que a partir de inicios del XIX se va a expresar en la promulgación de la primera legislación proteccionista "que posteriormente se denominará patrimonio arqueológico" y reguladora de lo que con el tiempo se concretará como actividad arqueológica, la Real Cédula de 6 de julio de 1803 por la que se manda observar la "Instrucción formada por la Real Academia de la Historia sobre el modo de recoger y conservar los monumentos antiguos descubiertos o que se descubran en el Reino".
A lo largo de la mayor parte del siglo XIX esta orientación anticuaria continúa presente en gran parte de la actividad arqueológica que se realiza en España y Andalucía, lo que se plasma en la mayor atención presentada a la catalogación y datación de los objetos y a través de éstos de los yacimientos donde son recuperados, y un escaso o nulo interés por las técnicas de recuperación de los mismos; es más, muchas veces sólo tienen por fin enriquecer colecciones particulares. No obstante, muchas de ellas acabarían constituyendo el núcleo de la mayoría de actuales museos arqueológicos de Andalucía. La fundación del Museo Arqueológico Nacional de Madrid en 1867 significa también la creación de museos de esta clase en las provincias. Así, en 1879 se crean los de Granada "aunque existe desde 1869, gracias a la labor de M. Gómez-Moreno González" y Sevilla "que funciona como sección del de Pintura desde 1855"; en 1887 el de Cádiz para custodiar el sarcófago antropomorfo fenicio * de Punta de Vaca. La mayoría de los restantes se inician a partir de 1913 y se consolidan a lo largo de la primera mitad del siglo XX.
La arqueología, disciplina científica. Sin embargo, los restos y ruinas del pasado hablan de la profundidad temporal del mismo más allá de la civilización clásica tan evidente y que tanto interesa, obligando a superar las cortas miras anticuarias. Esta situación conoce una punto de inflexión en la década de 1860 por la labor en pro de la investigación prehistórica de Manuel de Góngora y Martínez, de Antonio Machado y Núñez y de Francisco María Tubino. En 1868 Manuel de Góngora y Martínez * publica su libro Antigüedades prehistóricas de Andalucía . Buena parte del mismo está dedicado a los hallazgos de la Cueva de los Murciélagos * de Albuñol * , pero también da cuenta de un amplio repertorio de hallazgos, descubrimientos y ruinas; incluye reproducciones de arte rupestre y describe los resultados de sus propias excavaciones en la necrópolis dolménica de Gorafe. Aunque en esta obra ya está presente el adjetivo "prehistórico" desde su título, el autor sólo tímidamente se atreve a desafiar la posición dominante de relacionar tales evidencias con los grupos étnicos mencionados por las fuentes clásicas: íberos y celtas. Ciertamente, mientras en Europa se supera la mentalidad creacionista que impide la constitución de una ciencia prehistórica, en España pervivirá hasta entrado el siglo XX, lo que obviamente marcará el desarrollo posterior de la disciplina. M. de Góngora dona la mayor parte de su colección al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde se encuentra, y éste cede al Museo Arqueológico de Granada en los años setenta del siglo XX un pequeño conjunto de los extraordinarios materiales neolíticos recuperados en la Cueva de los Murciélagos gracias a su interés y esfuerzo personal y cuya autenticidad es tomada con escepticismo por algunos contemporáneos. Antonio Machado y Núñez, catedrático de la Universidad de Sevilla, es introductor de las teorías evolucionistas en nuestro país y pionero de la investigación prehistórica andaluza. Con los materiales recogidos en sus prospecciones funda el gabinete de Historia Natural y los da a conocer en el Congreso de Antropología y Arqueología celebrado en 1867 en París. Francisco María Tubino es un activo investigador y difusor aquí del desarrollo de ciencia prehistórica en Europa. Su contribución a la arqueología andaluza es la exploración del Dolmen de la Pastora y de Cerro Muriano.
Con la llegada a finales del siglo XIX de investigadores extranjeros la actividad arqueológica que se comienza a desarrollar en España conecta teórica y metodológicamente con los principios que están vigentes en Europa. Para la investigación arqueológica andaluza son especialmente relevantes las figuras de Guillermo Macpherson * , Jorge E. Bonsor * y Louis y Henrique Siret * . El primero excava la Cueva de la Mujer * de Alhama de Granada y publica una monografía en 1870 con los resultados de sus investigaciones. Mientras que los trabajos de Bonsor en la parte occidental andaluza y de los hermanos Siret en el sureste de la Península contribuyen significativamente a la sistematización y el conocimiento de la Prehistoria reciente de ambas áreas, ya que investigan un amplio conjunto de yacimientos de diferentes épocas. La intensa labor de campo desarrollada por ellos produce una documentación arqueográfica que aún mantiene vigencia. Pero la significación de la labor de aquellos pioneros de la arqueología científica en Andalucía va más allá del incremento de conocimiento que su trabajo produce. Sus excavaciones generan un gran volumen de materiales y publicaciones, y exhuman yacimientos con evidentes rasgos monumentales. Todo lo cual determina el relevante papel que alcanzaron algunos yacimientos arqueológicos de Andalucía en las primeras síntesis que se escriben sobre la Prehistoria de la Península Ibérica y su importante proyección internacional.
Los hermanos Siret vienen a trabajar como ingenieros de minas a Cuevas del Almanzora y desarrollan paralelamente una intensa labor de campo en la década de 1880. Fruto de ello es la edición francesa en 1887 de una obra monumental por su contenido y su propia apariencia, que es traducida al español en 1890 con el título de Las primeras edades del metal en el Sudeste de España. Resultados de las excavaciones hechas por los autores desde 1881 a 1887 . Este trabajo no tiene parangón hasta el momento actual como corpus de presentación del registro arqueológico obtenido en los yacimientos de un marco territorial concreto. Tras el regreso de Enrique a Bélgica, Luis continuó excavando y publicando sus investigaciones hasta su muerte en 1934. Su obra más destacada será La España prehistórica , que permanece inédita muchos años y es recientemente publicada con el apoyo de la Junta de Andalucía. Luis Siret reúne una extensa colección de materiales arqueológicos que tiene organizados a la manera de un museo en su casa de Herrerías, donde permite a arqueólogos españoles y europeos que estudien y utilizen toda esta ingente documentación para sus propias investigaciones. Una parte es exhibida en la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Un año antes de su muerte cede su colección y archivo al Estado. La mayor parte de los materiales están depositados en el Museo Arqueológico Nacional. El acta de aquella cesión implica la fundación del Museo Provincial de Almería, creado con el fin de acoger los duplicados; cláusula del contrato que todavía no se ha cumplido. Bastante antes se venden o ceden lotes de materiales a varios museos europeos. La mayor parte está depositada en los Musées royaux d"Art et d"Histoire de Bruselas. Y colecciones menores están custodiadas por otros museos de Bélgica y Alemania, el Ashmolean Museum de Oxford, el British Museum de Londres y por dos de los Estados Unidos.
La aportación de Bonsor. También a finales del siglo XIX y debido al trabajo de su padre como ingeniero en las minas de cobre de Huelva, se traslada a vivir a Andalucía el artista británico Jorge E. Bonsor. Su sensibilidad artística le hace interesarse por las antigüedades y ruinas clásicas y en Sevilla va a tener ocasión de satisfacer cumplidamente ese interés. En 1880, y a instancias de su padre, realiza una visita a Carmona, donde descubre la importancia de los restos del pasado romano de la ciudad. Una vez fijada su residencia en esta localidad sevillana, inicia una serie de trabajos de exploración en la comarca de los Alcores que se recogen en su obra de 1899 Les colonies agricoles pre-romaines de la Vallée du Betis . Pero la publicación de esta síntesis no puso fin a sus trabajos de campo, sino que se dilataron a lo largo de toda su vida y se desarrollaron en yacimientos de importancia capital para el estudio de la Prehistoria Reciente de Andalucía occidental como El Acebuchal, la necrópolis de la Cruz del Negro * , la necrópolis de Bencarrón, la Mesa del Gandul * , los túmulos de Setefilla * y otros. También participa en las excavaciones de Itálica * e inicia las de Baelo Claudia * en colaboración con P. París, lo significa el comienzo de la investigación oficial francesa en la arqueología española por medio de la École des Hautes Études Hispaniques, más tarde Casa de Velázquez.
Una reseña del papel desempeñado por Jorge E. Bonsor en los orígenes de la Arqueología andaluza no quedaría completa si no se destacara la valiosa labor conservacionista y de difusión que lleva a cabo. La monumentalidad de la necrópolis romana de Carmona y su interés en que fuera conocida, genera una corriente de opinión en la sociedad carmonense que cristaliza en la fundación en 1885 de la Sociedad Arqueológica de Carmona * con el fin manifiesto de explotar turísticamente el yacimiento. Los años transcurridos desde entonces no ensombrecen ni los criterios adoptados ni la puesta en valor diseñada, que implica la primera musealización que se realiza en España de un yacimiento arqueológico y la creación de un verdadero museo de sitio. En 1930, poco antes de su muerte, hace donación al Estado español de la necrópolis, del museo allí levantado y de las colecciones contenidas en el mismo. En los primeros años del siglo XX, Bonsor vende a la Hispanic Society of America de Nueva York varios lotes de materiales procedentes de sus excavaciones en yacimientos de Los Alcores, donde todavía se encuentran. En 1903 compra las ruinas del castillo de Mairena del Alcor con el fin de convertirlo en su residencia y sede de su colección arqueológica, etnográfica y de objetos artísticos. Conservada por su familia como legado, es adquirida por el Ayuntamiento de Mairena en 1978 junto con su biblioteca y archivo personal. Posteriormente, en 1985, la Junta de Andalucía compra el castillo con su mobiliario. En 1994 la Dirección de Bienes Culturales promueve la elaboración de un proyecto museológico para exhibir en el castillo la colección y los documentos del archivo del hispanista.
A finales del siglo XIX existe también un activo núcleo sevillano que da un notable impulso a los estudios prehistóricos, así como a su aceptación y difusión popular. Entre ellos destaca el catedrático de la Universidad de Sevilla Manuel Salas y Ferré, sintetizador del conocimiento sobre la Prehistoria, impulsor de la investigación de campo desde la perspectiva del positivismo, y fundador de el Ateneo y Sociedad de Excursiones de Sevilla, que desempeña un papel muy importante en los descubrimientos prehistóricos de la provincia hispalense. Trasladado a Madrid, sus discípulos Feliciano Candau y Pizarro y Carlos Cañal continúan su labor. Ambos escriben sendas prehistorias de Sevilla.
En las primeras décadas del siglo XX se producen varios hechos y procesos que marcarán el posterior desarrollo de la Arqueología española hasta entrada la década de los ochenta, a pesar del impacto de la Guerra Civil. El primero es la regulación de las actividades arqueológicas en España con la promulgación en 1911 de la Ley de Excavaciones y la creación de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades en 1912, como una consecuencia del desarrollo de aquélla. Dicha Junta asumirá la gestión de las actuaciones sobre el patrimonio arqueológico como instrumento administrativo del poder ejecutivo y puede ser considerada el antecedente primero de las estructuras actualmente vigentes. También en esas décadas desempeñan su labor investigadora en nuestro país arqueólogos extranjeros de la talla de Hugo Obermaier y Henri Breuil. Ambos coinciden en 1913 con el paleontólogo Paul Wernert
en la excavación de la Cueva del Castillo (Cantabria). Los tres desarrollan trabajos en Andalucía. El primero prospecta en Sierra Harana y el valle del río Píñar (Granada), descubriendo el importantísimo yacimiento de la Cueva de la Carigüela * y otros de la comarca; el segundo realiza una sistemática documentación del arte rupestre de España en la que se incluye todo el de las serranías andaluzas. P. Wernert en colaboración con H. Obermaier y Juan Cabré excava la Cueva de la Pileta * de Benaoján. Con la publicación años más tarde de tales actividades, se puede considerar que se ponen las bases de la investigación científica de la Prehistoria Antigua de Andalucía. Por último, se inicia la creación de una estructura profesional académica. La docencia de la Arqueología entra en la Universidad por la supresión de la Escuela Superior de Diplomática en 1900, incorporándose la materia y el profesorado a los estudios de las Facultades de Filosofía y Letras; mientras que la de la Prehistoria, cuyas investigaciones vienen siendo impulsadas por la Junta para Ampliación de Estudios, se añadirá un poco mas tarde. Este proceso se vería reforzado con el acceso de prehistoriadores a las cátedras universitarias; primero P. Bosch Gimpera (formado en Alemania) ocupa en 1917 una en la Universidad de Barcelona; poco después (1922) se crea la cátedra de Historia Primitiva de la Universidad Central de Madrid para H. Obermaier. Al mismo tiempo, la tradición anticuaria española se integra a través de la figura de M. Gómez-Moreno, que detenta (desde 1913) la única cátedra de arqueología medieval (denominada de "Arqueología arábiga") que existe en la Universidad española.
AdolfoSchulten. El interés despertado por nuestro país entre investigadores extranjeros no se circunscribe a la Prehistoria. Entre 1905 y 1914 el filólogo y arqueólogo alemán Adolfo Schulten excava en Numancia y en los campamentos que la rodean; trabajos que se ven interrumpidos a causa de la Gran Guerra. Finalizado el conflicto, reanuda sus investigaciones y, en el marco de una investigación más general sobre la Ora maritima de Avieno, escribe sobre Andalucía como sede de la mítica Tartessos. Luego, entre 1922 y 1926, inicia una serie de excavaciones en la desembocadura del río Guadalquivir con el objeto de descubrir la ubicación de la metrópolis tartésica. El fracaso de estas actividades arqueológicas no impedirá que el autor se reafirme en la convicción, deducida de las fuentes literarias, y localice la capital de aquella deslumbrante civilización de la antigüedad, hecho que mantiene a pesar de las agrias polémicas desatadas hasta su muerte.
La Guerra Civil española supone un trágico paréntesis al desarrollo de la disciplina en nuestro país, cuyas consecuencias se dilatan varias décadas más allá de su finalización, y acentúa el retraso en la implantación de una práctica arqueológica profesionalizada. El carácter honorífico de las comisarías provinciales y locales dependientes de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, así como el encargo a las mismas de la vigilancia del patrimonio significa la desarticulación de la concepción de la actividad arqueológica promovida por la Ley de Excavaciones de 1911 y la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. La falta de un marco jurídico-administrativo adecuado y la carencia de una formación metodológica apropiada es la razón de que el principal mérito de los comisarios consista en la recuperación de gran cantidad de piezas sin ningún contexto, especialmente durante la etapa en que está al frente de la Comisaría J. Martínez Santa-Olalla.
El páramo intelectual de los primeros años de la posguerra se ve salpicado por el trabajo y las publicaciones de algunos autores de los que destacan, sin duda, los alemanes Georg y Vera Leisner. Fruto de su colaboración con Louis Siret y con otros arqueólogos, y de las propias prospecciones que realizan en la época anterior al inicio de los conflictos bélicos en España y Europa, publican en 1943 Die Megalithgraber Der Iberischen Halbinseln. Der Suden . Esta obra constituye un compendio de todas las necrópolis megalíticas conocidas del sur de la Península Ibérica (excepto las de Jaén) y supone un intento de seriación, a través de la tipología de las tumbas y de los ajuares contenidos en ellas, del Neolítico final y el Calcolítico, que será utilizado a lo largo de las décadas siguientes para datar los yacimientos de esas épocas.
En 1949 se celebra en Almería el Quinto Congreso de Arqueología del Sudeste y Primero de los Nacionales. Se puede comprobar el lamentable estado de abandono en que se encuentra el yacimiento de Los Millares, gravemente afectado por la extracción de piedras para la construcción de los muros de la carretera de Gádor a Laujar. Podemos decir que la arqueología española comienza a salir del bache que supone la Guerra Civil. Los Congresos Nacionales de Arqueología, consolidando la trayectoria iniciada por los Congresos Arqueológicos del Sudeste, se convertirán en el único foro de discusión teórica y metodológica hasta los años ochenta.
A fines de los años cincuenta del siglo pasado se producirá otro hecho significativo en el desarrollo de la Arqueología como disciplina científica en España. En 1958 se reabre la sede madrileña del Instituto Arqueológico Alemán. Esta institución desempeñará un papel significativo para la formación de muchos arqueólogos españoles y desarrollará importantes investigaciones sobre la Prehistoria y Protohistoria de Andalucía.
Como resultado de la reforma del Plan de estudios de 1953 la Prehistoria se convierte en asignatura obligatoria en las Facultades de Filosofía y Letras. Esto significa la incorporación de profesorado especialista en la materia y la lenta dotación de cátedras, empezando por Granada a mediados de los años sesenta, lo que posibilita la formación de una nutrida generación de profesionales, que se añade a los ligados a la Arqueología, y el desarrollo de proyectos de investigación de mayor envergadura. Será clave el magisterio de Antonio Blanco Freijeiro * y Manuel Pellicer Catalán * en Sevilla y de Antonio Arribas Palau * en Granada. Se crean en su entorno académico y científico grupos de investigadores, muchos de los cuales integran, junto a sus discípulos, los actuales departamentos de las universidades andaluzas.
La ingente labor que en esos años se lleva a cabo desde todas las instituciones implicadas en la investigación del pasado se enmarca en el paradigma científico dominante en la arqueología europea, el Historicismo Cultural. Desde este marco teórico la explicación del pasado se articula sobre dos conceptos principales, la cultura, conceptualizada como el conjunto de normas que una población comparte, y la cultura arqueológica concebida como el conjunto de rasgos y elementos comunes que pueden describirse en las colecciones de objetos y yacimientos y que no son otra cosa que el reflejo material de aquellas normas. La construcción de la escala temporal, mediante el uso combinado de la estratigrafía comparada y la tipología, y de la historia de la cultura se convierten en los objetivos exclusivos de dicho enfoque teórico.[ Gabriel Martínez Fernández / José Andrés Afonso Marrero ].
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