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ANEXOS |
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- La arquitectura del movimiento moderno en AndalucÃa
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Los inicios del siglo XX contemplan la eclosión de diversos movimientos culturales en los que las vanguardias artísticas se manifiestan contra los dictados de las academias, contra los valores decimonónicos, contra un modelo de civilización, en fin, que no refleja la realidad social. En el campo de la arquitectura surgen actitudes de rebeldía en los centros más representativos de Europa y Norteamérica, sostenidas por arquitectos de fuertes convicciones, capaces de llegar a formalizar sus ideas a pesar de la alarma social que originan. En la primera década de aquel siglo, algunas obras emblemáticas de Sullivan y Wright aparecen en Saint Louis, Chicago o Wisconsin, mientras que en Viena, Berlín o Glasgow, la producción de Loos, Behrens y Mackintosh muestra el comienzo de una nueva etapa. La casa Steiner, de Adolf Loos en 1909, o el Larkin Building en Nueva York, construido por Frank Lloyd Wright en 1904, son ejemplos de posturas radicales que van a marcar la impronta de la arquitectura hasta nuestros días. En España, transcurren casi tres décadas para que esta profunda innovación en el quehacer arquitectónico llegue a ser percibida. Muy pocos profesionales se embarcan en las arriesgadas proclamas que vienen de Europa, esta vez de la mano de Le Corbusier, propagandista eficaz de sus propias ideas, que logra aglutinar a su alrededor un reducido grupo de arquitectos que van a extender esta nueva doctrina a distintos países de Europa y de América del Sur. Uno de estos apóstoles de la modernidad, Fernando García Mercadal, logrará construir en un parque de Zaragoza, y en el año 1928, la que se considera como primera obra del Movimiento Moderno en España: un pequeño pabellón dedicado a la memoria del pintor Francisco de Goya. Madrid y Barcelona van a ser las ciudades que, en la década de los treinta, recojan los principales ejemplos de esta nueva arquitectura , que deja de lado la composición clásica, la ornamentación y las referencias historicistas para ofrecer asimetrías, espacios fluidos y luminosos, paramentos desnudos y nítidos volúmenes. En Madrid, arquitectos como Lacasa, Bergamín, Sánchez Arcas y el mismo García Mercadal; en Barcelona, Sert, Illescas y Torres Clavé; en San Sebastián, Aizpurúa y Labayen son protagonistas del cambio y autores de edificios que ya figuran, después de ser denostados durante mucho tiempo por la opinión pública, en los catálogos de Protección del Patrimonio. Como va a ocurrir en otros lugares de la geografía española, en que una pequeña serie de arquitectos, más informados que el resto, va a comprometerse en alguna experiencia puntual que recoja conceptos de esta manera de construir. La primera obra que aparece en Andalucía vinculada a este movimiento de vanguardia viene de la mano del arquitecto de mayor proyección internacional: José Lluis Sert, que edifica una casa para la familia Duclós en el barrio sevillano de Nervión, en el año 1930. Sin embargo, es a finales de 1926 cuando los arquitectos sevillanos Aurelio Gómez Millán y Gabriel Lupiáñez Gely concurren al concurso de Mercado de Abastos que promueve el Ayuntamiento de Sevilla para el barrio de la Puerta de la Carne, con un proyecto de corte racionalista que finalmente se construye. Las obras se culminan en Febrero de 1929, el mismo año que se celebra la Exposición Iberoamericana en Sevilla, donde pabellones muy significativos, como el de México o el de Argentina, despliegan nostálgicas alegorías prehispánicas o coloniales mientras que la arquitectura oficial del país anfitrión pone de largo un estilo de corte regionalista basado en las posibilidades decorativas del ladrillo limpio, la azulejería y el hierro de forja que aún ahora, casi ochenta años después, sigue manteniendo su vigencia entre determinados sectores de la sociedad andaluza. En Barcelona, la Exposición Universal que se celebra ese mismo año cuenta, entre bastante arquitectura banal e intrascendente, con el pabellón de Alemania diseñado por Mies Van der Rohe que se constituye, a nivel internacional, en el referente más conocido de la modernidad en España. A partir de estas fechas, los ejemplos se van multiplicando por todo el país, aunque en la mayor parte de las veces responden a esfuerzos puntuales de arquitectos que conocen y asimilan las nuevas tendencias, pero que no abandonan su quehacer habitual, más ligado a tendencias conservadoras con distintos grados de eclecticismo o bien con acentos regionalistas de nueva hornada. A pesar de ello, en Andalucía, las tres décadas que transcurren entre los años treinta y los setenta, con el obligado paréntesis de la Guerra Civil, van a registrar las obras de mayor interés relacionadas con el Movimiento Moderno, diseñadas por arquitectos residentes en las distintas provincias o bien por profesionales de otras regiones que realizan encargos de cierta singularidad en las tierras que quedan al sur de Despeñaperros. En los años treinta del siglo XX, destacan las obras de Pérez Carasa en Huelva; de Sánchez Esteve en Málaga y Cádiz o de Galnares en Sevilla. El chalet Plus Ultra (1933) en las cercanías de Gibraleón; el cine Torcal (1934) en Antequera o el edificio de viviendas en la calle Rodríguez Jurado de Sevilla que finaliza en 1940, son algunos de los mejores ejemplos de esta primera etapa. Pero también, desde Madrid, se acercan Sánchez Arcas y el ingeniero Torroja que construyen el mercado de Algeciras en 1933; Gutiérrez Soto, en 1938, con el mercado de Mayoristas en Málaga. Y, un poco más tarde, Casto Fernández-Shaw que realiza la Lonja de pescadores en Barbate como colofón marítimo al conjunto de presas y centrales hidroeléctricas que diseña a lo largo del río Guadalquivir en distintas localidades de Jaén, Córdoba y Sevilla. En las décadas siguientes, Guillermo Langle en Almería, González Edo en Málaga, Alejandro Herrero en Huelva y los hermanos Medina en Sevilla se van incorporando al conjunto de arquitectos comprometidos en mayor o menor medida con las tendencias racionalistas de la modernidad. Este panorama, escaso en autores y en obras, no llega a tomar carta de naturaleza hasta mediados de siglo cuando las intervenciones, muchas veces de iniciativa pública, adquieren un mayor rango, como es el caso de las Universidades Laborales o de algunas barriadas o conjuntos de vivienda social en las capitales de provincias. Si hubiera que realizar un resumen de lo más significativo en esta primera etapa de la modernidad en la arquitectura que se realiza en Andalucía, habría que destacar, sobre todo, cuatro obras singulares. En primer lugar, el carmen que el pintor José María Rodríguez-Acosta se construye, con la ayuda circunstancial de algunos arquitectos, en las cercanías de la Alhambra de Granada, entre los años 1916 y 1928. Tanto el edificio, con sus depurados cuerpos volumétricos, como la relación que mantiene con los jardines escalonados, conforman un sofisticado e inquietante ejercicio de vanguardia que sigue provocando admiración y debate. En segundo lugar, la Presa del Jándula en Jaén (1925-1930), de Casto Fernández-Shaw, donde la expresividad de sus perfiles curvos revestidos de piedra se integra plenamente con el lugar en una ejemplar síntesis entre disciplinas que tradicionalmente se han menospreciado entre sí. La ciudad de Córdoba es la que contiene la tercera pieza, obra maestra de dos jóvenes arquitectos andaluces, Rafael de la Hoz y José María García de Paredes que, entre 1950 y 1954, proyectan y construyen la Cámara de Comercio e Industria, un pequeño pero sorprendente edificio en el que los espacios se van encadenando, desde el vestíbulo hasta el salón de actos de la última planta, en una secuencia de acontecimientos que deja sin aliento al visitante. La Universidad Laboral de Sevilla, que se construye en las mismas fechas de la obra anterior, es un magnífico ejemplo de racionalidad constructiva y funcional, perfectamente integrado en los principios rectores del Movimiento Moderno. La implantación en el terreno, la articulación de los distintos volúmenes, la segregación ordenada de las circulaciones, la elección de materiales y la composición de huecos son exponentes de la sensibilidad de un grupo de notables arquitectos que, por primera vez en la región, van a mantener la coherencia del conjunto de su obra a lo largo del tiempo. Y, así, Felipe y Rodrigo Medina Benjumea, Luis Gómez Estern y Alfonso Toro Buiza son los arquitectos que representan en Andalucía la mejor imagen de modernidad, no sólo por el resultado de su actividad profesional sino por haberla desarrollado desde un modelo empresarial que supuso para Andalucía un salto cualitativo al demostrarse que era posible ejercer la profesión desde una plataforma pluridisciplinar e integrada sin renunciar por ello a la arquitectura.
José Ramón Moreno García |
- La arquitectura en la autonomÃa
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La muerte del dictador en noviembre de 1975 abre un proceso de transición política que, después de muchas vicisitudes, culmina con la aprobación en referéndum de la Constitución en 1978, la cual establece una nueva estructura territorial basada en el Estado de las Autonomías, organizado en 17 comunidades autónomas. El paso de un estado centralista a un nuevo estado descentralizado se hace sobre unas bases que vienen definidas por la herencia del sistema franquista, que nos lega un territorio fuertemente desarticulado y con un grado de desregularización importante en lo referente al control de los asentamientos y localizaciones de las distintas actividades productivas. Cuando a principios de los ochenta la autonomía andaluza tiene que poner en marcha sus primeros programas como consecuencia de las transferencias realizadas por el estado, se encuentra con una industria en declive y con un horizonte amenazador de reconversión, una agricultura inmersa en los mismos y seculares problemas, y unos servicios organizados desde el poder central. Las consecuencias son un territorio con un grado muy fuerte de desarticulación interior, debido al trazado centralizado de la red de comunicaciones, y con un nivel de desequilibrio muy formalizado por los monocultivos agrarios, turísticos e industriales, así como ciudades con unos déficits medio-ambientales y de equipamientos altísimos y una ínfima calidad urbanística. Con este panorama se hace imprescindible acometer urgentemente la restitución de una nueva legalidad urbanística democrática, promovida por la autonomía y a la que ya se habían anticipado las primeras corporaciones democráticas municipales. Con este objetivo se llevan a cabo los estudios sobre la Bahía de Cádiz dirigidos por Florencio Zoido; los planes generales, encauzados por Damián Quero, de ordenación de ciudades que presentaban un retraso y disfuncionalidad de sus infraestructuras, caso de Sevilla, Córdoba y Málaga; los Planes de Reforma Interior de los cascos históricos, sobre todo de aquellas ciudades que manifestaban un estado de degradación casi irreversible como Sevilla, donde Ortiz y Cruz son la cabeza visible de un extenso equipo; y los promovidos por la Dirección General de Urbanismo para Écija, Lebrija, Antequera y un conjunto de ciudades medias. De igual manera, y desde las Consejerías, se organizarán políticas sectoriales de choque, con la intención de reequilibrar territorialmente Andalucía y dotarla de los equipamientos y servicios necesarios. El mapa de los distritos sanitarios de Andalucía ha sido una de las elaboraciones que ha resistido mejor el paso del tiempo y ha permitido la puesta en marcha de unos de los programas fundamentales del Servicio Andaluz de Salud, la construcción de los Centros de Atención Primaria. Este ha sido uno de los primeros laboratorios donde los arquitectos andaluces han podido medirse con programas de alto contenido social. De igual manera y por sus efectos cuantitativos de gran alcance, los distintos programas de vivienda de la Dirección General de Arquitectura manifiestan una gran capacidad de gestión y de sensibilidad a la hora de abordar las múltiples dimensiones que el problema de la vivienda comportaba en Andalucía. Hay que destacar las primeras promociones en grandes polígonos, todavía incompletos o incumplidos por la nefasta política franquista, entre las que podíamos señalar la intervencion de Vázquez Consuegra en la Barriada de La Paz en Cádiz, las de F. Carrascal y J. M. Fernández en Alcalá de Guadaíra, o las promovidas por la Empresa Pública de Suelo de F. Pozo y A. Torres en Huelva. También despuntan algunas intervenciones urbanas como las del Campo de Sur (Cádiz) por A. Cabrera y O. Rodríguez, o las intervenciones en centros históricos de Mº. J. Lasaosa y R. De Torres en La Chanca de Almería. Sin dejar de mencionar la labor de la Dirección General de Infraestructura y Servicios de Transporte, que con un menor número de intervenciones genera una repercusión de alta capacidad de articulación territorial, como las efectuadas en la Estación de Ferrocarril de Santa Justa de Sevilla y la de Autobuses de Huelva de A. Cruz y A. Ortiz. Tendrá especial importancia la creación del Instituto Andaluz de Patrimonio por parte de la Consejería de Cultura, que asumirá la responsabilidad de la protección, difusión y mantenimiento del patrimonio arquitectónico de Andalucía. En su propia sede del Monasterio de la Cartuja ensayará los criterios de intervención que después pondrá en marcha en sus distintas promociones, convocando para este ejercicio a J. R. y R. Sierra, G. Vázquez Consuegra y F. Torres. La Consejería de Educación, que contaba con una estructura transferida más experimentada, seguirá promoviendo sus programas para la enseñanza primaria y media de una manera mecánica perdiendo la oportunidad de renovar, como en toda Europa se había realizado en décadas anteriores, no sólo los programas de las edificaciones educativas, sino las arquitecturas que lo acogen. Algunos ejemplos a destacar serían la propuesta de M. Centallas para el Instituto de Bachillerato de Vícar (Almería). Las reiteradas reivindicaciones locales impulsan el gran reto que supondrá desarrollar provincialmente el modelo universitario andaluz, contribuyendo con esta nueva aportación a incrementar el equilibrio territorial de Andalucía. Dos cuestiones tendríamos que señalar en este sucinto repaso de la arquitectura vinculada a las diferentes políticas sectoriales: la primera se refiere a la falta de previsión de las corporaciones locales a la hora de dotar el suelo donde van a implementarse las promociones de las diferentes políticas sectoriales, ofreciendo los solares peores en su localización y condición, con lo cual se resta a la intervención su capacidad de contribuir a la construcción de la red de espacios públicos de la ciudad. La segunda insiste en la dificultad de encontrar un modelo territorial capaz de acoger y potenciar el tremendo esfuerzo que desde las políticas sectoriales se ha realizado para resolver la desarticulación y desequilibrio en el que se encontraba Andalucía, quedándose en papel mojado los diferentes intentos de elaboración de un mapa “comarcal” que permitiera avanzar en mancomunar los esfuerzos, tanto de los pequeños asentamientos, como las grandes aglomeraciones urbanas, y que la resistencia a desmantelar el poder de las diputaciones provinciales nos impide avanzar sobre modelos territoriales más coherentes y acordes con los retos que el incierto futuro plantea. Pero si faltaba una orientación capaz de construir un sentido territorial andaluz esa es la que otorga el proyecto de la Exposición Universal de Sevilla en 1992, sobre los terrenos de un antiguo Actur no ejecutado, y que tendrá la bondad de entrar en coherencia con el papel que Europa le asignaba al territorio español y concretamente a Andalucía y Sevilla: ser puente de distribución y almacenamiento entre la UE y el norte de África. Todo parecía favorable, incluso el hecho de haber podido ganarle el pulso a Lisboa, en principio mejor situada que Sevilla, para jugar el papel de puente, pero la sorprendente e imprevista caída del régimen en la Unión Soviética y posteriormente la de los países vinculados al Pacto de Varsovia pone al alcance de los países hegemónicos europeos centrales, no solo un mercado de mayores dimensiones, sino territorios histórica y culturalmente vinculados a Europa, con un capital humano mucho mejor preparado y unas infraestructuras, aunque obsoletas, mas desarrolladas que las africanas. Evidentemente, el expansionismo europeo cambia radicalmente de orientación dejando sin perspectiva futura lo que en principio era una situación favorable y que reforzaba la centralidad sevillana a partir de la construcción del trazado del AVE y la autovía N-IV para así convertirse en el núcleo dinamizador de la economía andaluza. Los terrenos de la Isla de la Cartuja, urbanizados para servir de soporte al futuro Parque Tecnológico de la Cartuja, tienen que sufrir una rebaja de sus expectativas y asumir una lenta ocupación de dudosos usos, parque temático y nuevas ubicaciones universitarias entre otros, que todavía no son capaces de rentabilizar el gran esfuerzo realizado. Por el contrario, las arquitecturas que permanecieron después del evento, en algunos casos, son capaces de evocar una esperanza de posible recuperación, a pesar de que pabellones de la calidad y coste como el de La Navegación de G. Vazquez Consuegra sigan esperando un mejor destino. Poco a poco las instituciones al ir ocupando los espacios y pabellones se convierten en los usuarios supuestamente rentables. Quedan pendientes las dos conexiones con los arcos atlántico y mediterráneo, el problema de la conexión este-oeste, que la A-92 no terminó de articular debido a las rebajas en su trazado, y la grave disfunción del cordón costero mediterráneo. A partir de este gran esfuerzo, la arquitectura, entre la inercia anterior y la incertidumbre futura, intenta buscar novedosas orientaciones refugiándose en las exploraciones foráneas o repitiendo los éxitos confirmados en las intervenciones anteriores, una vez que parece exorcizado el rechazo que en el pasado se tuvo a la modernidad.
J.R.M.G. |
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