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ARQUITECTURA

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Resultaría incorrecto, cuando no pretencioso, intentar tener una comprensión totalizante de la arquitectura a lo largo del tiempo histórico. De igual manera, pretender esclarecer la existencia de una arquitectura andaluza, supone resolver un problema de dimensiones cient íficas que excede el ámbito de esta aportación, y que debería convocar otras instancias disciplinares al debate sobre la existencia de una identidad aut óctona históricamente construida y culturalmente consolidada.
Sería conveniente advertir que por “arquitectura” entendemos una producción históricamente determinada, que no siempre se percibe de la misma manera, ni se produce con los mismos objetivos, ni tampoco se refiere al mismo ámbito de las realizaciones materiales, ni es construida y promovida por los mismos agentes. Nuestra orientaci ón intenta superar la comprensión de la arquitectura como una entidad objetual y de relevancia institucional, ya sea de edificios o conjuntos de edificios m ás o menos importantes, para ampliarla no sólo a los ámbitos de la sociabilidad de los establecimientos humanos, sino también al conocimiento de la arquitectura como una actividad cuyo destino es construir el mundo, en el sentido que construye la forma que lo hace habitable desde una cosmovisi ón históricamente determinada.
Por tanto, territorio, ciudad y edificios, así como el contexto cultural y político de las realizaciones, son los elementos desde los que organizar, en su sentido m ás amplio, una correcta comprensión de lo que es hoy la arquitectura.
La conciencia del territorio. Los primeros vestigios humanos en el territorio que hoy conocemos como Andalucía están sometidos a la polémica de si es verosímil una penetración de las iniciales poblaciones africanas por el Estrecho de Gibraltar, o si por el contrario la única vía posible de aparición de los primeros pobladores es a través de la expansión por Europa Central vía Oriente Medio. De igual manera, pertenece a la polémica la aceptación de la aparición de restos humanos en el yacimiento de Orce en Granada (1.000.000 a.C.), lo cual situar ía la primera presencia humana en la Península Ibérica en Andalucía, frente a los restos reconocidos de Atapuerca en Burgos (800.000 a.C.)
Lo que sí se puede constatar es la aparición de yacimientos correspondientes al Paleolítico Inferior (1.000.000-125.000 a.C.) en la zona occidental de la provincia y Bah ía de Cádiz, caracterizados por los bifaces de sílex en El Aculadero y Conil, y de restos de la industria de los cantos trabajados en Vejer. Son estos yacimientos los que dan p ábulo al salto de los pobladores africanos del Estrecho de Gibraltar. Junto a estos yacimientos hay que se ñalar los descubrimientos en La Solana y Baza, en Granada.  
En este territorio de difícil habitabilidad, se encuentran unas poblaciones agrupadas en pequeñas hordas, dedicadas a la caza y la recolección, nómadas por su necesidad de ir tras las manadas para poder alimentarse, y sirviéndose de los accidentes geográficos y cuevas cerca de los manantiales o ríos como lugar de asentamientos provisionales y estacionales. Costa Occidental de C ádiz y Huelva, Valle del Guadalquivir con las localizaciones de Carmona, Hernán del Valle y Puente Mocho, así como Sierra Nevada con La Solana del Zamborino, Baza y Cúllar, configuran los lugares de los yacimientos que confirman los asentamientos del homo erectus (picántropos) hasta ahora conocidos.
La paulatina sofisticación en las tareas de la talla de la piedra y la aparición del homo sapiens nearderthalensis dan lugar al periodo del Paleolítico Medio (125.000-35.000 a.C.), mundo de gran complejidad, variedad y multiforme. Los yacimientos de La Laguna de la Janda en C ádiz y las cuevas del Diablo y de Gorham en Gibraltar, así como las cuevas de Carigüela y la cueva de Zájara en Almería, consolidan y confirman al territorio andaluz como una de las áreas de asentamientos primigenios en la Península Ibérica.
Los periodos siguientes, Paleolítico Superior I (35.000-20.000 a.C.) y Paleolítico Superior II (20.000-13.000 a.C.), confirman la aparición del homo sapiens sapiens, que coincidente con el fin de las glaciaciones permite compatibilizar los agrupamientos no s ólo en cuevas sino también al aire libre. Al avanzar en el periodo Paleolítico Superior III (13.000-8.000 a.C.), se desarrollan nuevos métodos de captura de alimentos, sobre todo en la pesca, incorporando una nueva industria cuya materia prima es el hueso, que va sustituyendo a la piedra, sin abandonar los trabajos en s ílex, estableciendo un proceso de microlitización de los útiles. Este deambular de los pequeños grupos nómadas determinado por los movimientos migratorios de las manadas produce asentamientos aprovechando accidentes geogr áficos y cuevas naturales. Pero estos enclaves no se pueden entender sólo desde la necesidad de abrigo y de defensa de los depredadores, sino que suponen una determinada apropiaci ón del entorno natural, estableciendo una identificación con el lugar como depositario no sólo de la actividad doméstica, sino del conjunto de manifestaciones que demuestran un alto desarrollo de la vida espiritual e intelectual y, por tanto, un grado de conciencia del territorio como entorno habitable, como podemos comprobar, a partir de las pinturas realizadas en sus paredes, en las cuevas de La Pileta en Benaoj án y Nerja, ambas en Málaga.
El Neolítico supone el paso de una economía depredadora basada en la recolección, la caza y la pesca a otra economía productiva, basada en la agricultura y la ganadería; el cambio tecnológico que produce la pulimentación del sílex como componente de las herramientas para las tareas agrícolas; y la aparición de una cerámica, que representó la introducción de la cocina del hervido. Los yacimientos del primer periodo, Neolítico I (6.000-4.500 a.C.), más interesantes del sur peninsular están localizados en la cueva de Nerja (Málaga) y en las cuevas de Los Murciélagos de Zuheros (Córdoba) y La Carigüela (Granada). Posteriormente, el Neolítico II (4.500-3.000 a.C.) supone la consolidación en el sureste peninsular de la Cultura de Almería. Lo que interesa resaltar de esta cultura es que si bien sus primeros asentamientos se producen en cuevas, pronto se pasa a localizar en las riberas de los r íos, poblados formados por pequeños grupos de cabañas.
Las tierras con yacimientos mineros se convierten en focos de desarrollo de una incipiente cultura urbana que establece una supremac ía territorial, promoviendo una de­sigualdad que terminará generando nuevos elementos diferenciales en la escala social y una especializaci ón de ciertas zonas del territorio vinculados a la existencia y explotación de minerales, principalmente cobre. Será en la Cultura de los Millares, correspondiente a la Edad de Bronce I (3.000-2.200 a.C.), ubicada en la zona del este meridional de la Pen ínsula, donde más claramente se den las condiciones anteriormente expuestas. Dos cuestiones important ísimas aparecen ligadas a esta cultura, el megalitismo y la aparición del vaso campaniforme.
Con respecto al sur peninsular, destacan en la zona occidental los dólmenes de Viera, de una sola sala al final de un corredor, y el de Romeral, que aporta como singularidad la forma de cubrir las dos salas con una falsa c úpula rematada con una gran losa. Ambos pertenecen al tipo corredor y están localizados, junto con el de Menga que es del tipo de galería, en Antequera (Málaga). A ellos hay que añadir el dolmen de Matarrubilla (Sevilla) y Pozuelo (Huelva), y en la zona oriental los d ólmenes del área de los Millares (Almería) y el poblado del Cerro de la Virgen en Orce (Granada).
Coetánea con la aparición de las construcciones megalíticas y el contacto con las culturas orientales que venían en busca de metales, surge otro fenómeno cultural, asociado a la metalurgia del bronce, el vaso campaniforme. Aparte de la pol émica sobre su origen, lo que interesa resaltar es la localización de un foco de difusión a toda la Península en el Valle del Guadalquivir (Carmona), junto con los Millares, otra de las localizaciones relevantes, que, sumados a los importantes yacimientos de mineral en la zona, dan origen a la Cultura del Argar, la m ás importante que se desarrolla en la península en la Edad de Bronce II (2.500-1.500 a.C.) y que extiende su hegemonía en un largo periodo hasta la Edad de Bronce III (1.500-900 a.C.), durante el cual se produce la llegada de los pueblos c élticos a la Península.
A las comunidades cazadoras-recolectoras, basadas en una economía depredadora, les correspondería un tipo de habitación de pequeñas cabañas circulares con cimientos de piedra o cavados en el terreno. Por ejemplo, los yacimientos encontrados en la zona de Huelva tipo silos, de fosos cavados en el terreno y rodeados de zanjas, llamados papauvas, agrupadas en peque ño número y distribuidas perimetralmente en torno a una vacío central, que tendrían una ocupación estacional. En la medida en que se va evolucionando hacia sociedades más sedentarias basadas en una economía productiva, que se fundamenta en la agricultura y el pastoreo, la habitación es de mayor tamaño, cuadrada y pueden existir más de una estancia y están distribuidas en relación al sistema de defensa que se establezca. No obstante, tendríamos que advertir que en la Península y, sobre todo, en el Sur, existe una fuerte implantación en cuevas naturales y accidentes geográficos.
La forma de asentamiento de poblados encaramados en lo alto de un cerro, de fácil posición defensiva y poca extensión, corresponde a las agrupaciones de pequeñas cabañas, mientras que mayores agrupaciones, con fuertes murallas con bastiones aprovechando la posici ón favorable de la topografía, con necrópolis inmediata, corresponderían al tipo de habitación de casas cuadradas. Los Millares (Almería) sería un buen ejemplo de este tipo evolucionado que empezaría a tener ya característica de una cierta urbanidad.
Coincidiendo con las primeras oleadas célticas, se producen las colonizaciones de los pueblos del Mediterráneo oriental, que establecen en nuestras costas meridionales las primeras bases para el intercambio comercial. Tanto los celtas como los fenicios y griegos introducen en la Pen ínsula la metalurgia del hierro, iniciando el periodo que se conoce como la Edad del Hierro I (1.000-siglo VI a.C.). Se generaliza en este periodo el uso de la moneda, la escritura y el empleo del hierro. Esto trae como consecuencia una consolidaci ón y expansión de lo urbano como forma de asentamiento de las poblaciones del sur de la Península, sobre todo en el Valle del Guadalquivir, donde confluyen con la cultura aut óctona, la céltica indo-europea y la mediterránea oriental. En el cordón costero mediterráneo los fenicios fundan un conjunto de pequeñas factorías diseminadas por todo el litoral, además de los asentamientos comerciales de Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñecar) y Abdera (Adra).
Aparte de la mítica fundación de Gadir o Gades en 1.100 a.C., sobre la ciudad fenicia no existen yacimientos que confirmen c ómo eran sus asentamientos. Sin embargo, los últimos hallazgos reflejan la presencia de múltiples localizaciones de habitación, pero de pequeño tamaño, tipo factoría, vinculados a la industria de la pesca y salazón. En una segunda emigración, se producirá la colonización griega, aunque hay ciertas dudas de la existencia de asentamientos griegos de relevancia en el sur peninsular, pese a su notable presencia en la costa este mediterr ánea. De todas formas, es preciso señalar la existencia de Maineke, una colonia griega incrustada entre Malaka y Abdera, en la proliferaci ón de colonias fenicias.
Pero el acontecimiento más relevante y fascinante de este periodo es sin duda el mítico reino de Tartessos, del que tenemos noticias fundamentalmente escritas, ya que las distintas atribuciones de los hallazgos realizados se encuentran en constante revisi ón. Los asentamientos iberos, correspondientes a la Edad del Hierro II (siglos VI-III a.C), se producen en localizaciones elevadas, de f ácil defensa, debido a que las tribus ibéricas constituían sociedades guerreras y belicosas, donde eran frecuentes los enfrentamientos entre tribus y entre ciudades, por lo que a la defensa natural siempre se le a ñadía la construcción de murallas, que en la zona meridional eran de una sola cerca. La incipiente estructura urbana suele adaptarse a la topograf ía del terreno, adoptando morfologías de cresta, con uno de sus ejes muy alargado y con dificultades de expansión; en terrenos menos agrestes adquieren forma de almendra con intentos evidentes de regularizaci ón, tendiendo las calles a ser paralelas.
A la morfología de almendra le corresponde un agrupamiento de casas bastantes regulares, con calles estrechas. Las casas son de planta rectangular con dos o tres estancias, con un cierto grado de diferenciaci ón de actividades. El material con que están construidas es piedra sin tallar hasta una cierta altura, que se sigue labrando con adobe. Las cubiertas son de paja sobre vigas de madera. Las casas son muy uniformes entre s í, destacándose en la ciudad ibérica la inexistencia de templos y de edificios colectivos, aunque sí de necrópolis, siempre fuera del recinto amurallado, y de santuarios situados más lejos de las ciudades pero vinculados a ellas.
Este grado de proliferación de asentamientos iberos del sur meridional de la península, unido a las ciudades costeras provenientes de los procesos de colonización fenicia y griega, van a suponer un soporte altamente urbanizado para el proceso de construcci ón territorial del solar hispano, que acometerá el programa de romanización de la península ibérica.
La construcción territorial romana. Si los periodos anteriores suponen una paulatina y creciente conciencia territorial, es decir, la incorporaci ón del territorio como comprensión consciente y localizada de los establecimientos humanos en su entorno físico natural, el expansionismo romano en la Península, a partir de la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.), y su ocupación posterior inauguran la construcción territorial de la Península, al dividir la  Hispania romana en dos sectores: el Citerior, que corresponde al noreste y levante peninsular; y el Ulterior, que incluye el sur peninsular. La provincia Ulterior, donde quedan incluidos los territorios meridionales de la pen ínsula, se organiza en torno a las ciudades preexistentes fenicias (Gades, Malaca, Sexi y Abdera), griegas (Maineke), e ib éricas (Cástulo), así como a las de nueva fundación (Itálica, Carteia, Corduba). Posteriormente, en la época de Augusto, la provincia de la Hispania Citerior pasa a denominarse Tarraconense y la provincia Ulterior se divide en dos, la Lusitania y la B ética.
A esta división territorial le corresponde una organización de las comunicaciones vertebrada según la centralidad económico-militar de Roma. La Bética, a través de la Vía Augusta o Heráclea –que recorre desde Gades, Hispalis, Corduba, Cástulo, hasta Roma– y la Emerita Asturicam –conocida como la Vía de la Plata, que relaciona el norte con el sur peninsular–, construye su soporte viario principal, que, unido a la conexión costera desde Gades hasta Urci y la trama de comunicaciones interiores, configura una red capaz de poner en carga todo el territorio de la B ética con el objetivo de drenar las riquezas al centro del imperio. No se debe olvidar, a pesar de estar inactivo durante los meses de invierno – mare clausum–, la vía marítima conocida como Itinerarium Gaditaneae, entre Gades y el puerto romano de Ostia.
El esfuerzo con que Roma se entrega al trabajo de construcción territorial somete al espacio natural a un vasto programa de centuriación y de estructuración catastral del país, mediante unidades de 2.400 pies de lado (700 m.), exigencia del propio proceso de colonizaci ón y de reparto de tierras a los veteranos de guerra, que alcanza en la Bética, sobre todo a las llanuras cultivables del Valle del Guadalquivir, un gran desarrollo capaz de lograr una humanizaci ón del entorno físico y dejar una gran huella en el paisaje.
Esta construcción territorial actúa como soporte donde se incardinan unas ciudades cuya morfología depende de su origen: en el caso de nuevas fundaciones, el sistema urbano se basa en una estructura reticular generada desde el cardo, v ía principal Norte-Sur, y el decumanus, vía Este-Oeste, y en su intersección, el foro, espacio urbano representativo, como el caso de Itálica, primera fundación romana en Hispania; cuando las ciudades son preexistentes y posteriormente romanizadas o en aquellas de fundaci ón romana donde se produce un salto de escala en época alto-imperial, se interviene dotándola de los elementos que definen su romanidad: foro, templos, teatro, termas y anfiteatro, entre otros. El paisaje que resulta de esta sistem ática define una gran escala, donde las dotaciones institucionales y recreativas aparecen como valor de una colectividad inequ ívocamente urbana. La pax romana alto-imperial supondrá la construcción de grandes anfiteatros y circos en el perímetro de la urbs, en localizaciones topográficamente adecuadas, como en Itálica o el todavía no excavado pero sí ubicado de Corduba. Se construirán templos en localizaciones estratégicas para ser visibles frontalmente desde los navíos que arriban, como en el caso de Baelo Claudia, o desde las vías de acceso principal, como el de Corduba, enclavado a la entrada de la vía Augusta a la ciudad. En Itálica, el templo dedicado al Divino Trajano se sitúa en la parte más alta de la ciudad, donde era más visible.
El valor de la arquitectura alto-imperial romana no está, por tanto, exclusivamente en el lenguaje o en la riqueza de los mármoles usados, sino en su capacidad de hacer legible la relación entre medio urbano y territorial, entre la urbs y las vías, entre la traza reticulada y ortogonal de su tejido urbano y la parcelación centuriada del medio agrícola. La escala que alcanzan las grandes urbs romanas se fundamenta en su capacidad de vertebración territorial. Construcción de cloacas para el drenaje y saneamiento, grandes acueductos desde los manantiales para el abastecimiento de agua corriente, v ías para el intercambio comercial y una tupida red de caminos menores soportados por la trama para el acceso a la parcela agr ícola, es lo que evidencia por qué la civitas para los romanos no acababa en la muralla. Como complemento de esta artificiosidad que supone lo urbano, se halla la casa como referencia de lo dom éstico, como lugar de una sociabilidad más íntima, pero no menos elaborada. El patio articula la organización espacial de las estancias y, en sus sucesivos desdoblamientos, de las actividades necesarias para una vida confortable. Fijar á en lo sucesivo el dispositivo más arraigado de nuestra forma de habitar lo doméstico.
Dos cuestiones contribuyen a la decadencia de las ciudades hispano romanas: la primera, el cambio en la mentalidad, debido a la penetraci ón del cristianismo, que frente a la vida cosmopolita de las urbes prefiere la vida rural campestre; la segunda, es el proceso de fortificaci ón que aparece en las ciudades como respuesta al empuje de los pueblos invasores y los constantes saqueos. Estas dos cuestiones traen como consecuencia la contracci ón de las áreas urbanas. Esto es particularmente evidente en algunas zonas excavadas en Corduba, donde un antiguo decumano porticado y ornamentado pasa a convertirse en el siglo IV en vertedero, a despoblarse, e incluso a ser soporte de enterramientos.
Pero la tesis de una progresiva degeneración lineal de las grandes urbs romanas está actualmente pendiente de matizaciones tras la reciente aparición del Palatium más grande hasta el momento excavado en el Imperio, en el paraje de Cercadilla, a las afueras de Corduba en direcci ón Noroeste. Fechado a finales del siglo III, se trata de un complejo de diferentes salas radiales articuladas por un criptop órtico –galería semicircular semienterrada– de 150 m. de longitud. La mayoría de las ciudades adquiere un fuerte carácter rural dependiente de la agricultura y juega, en el caso de centros urbanos de mayor importancia, el papel de mercado regional de su territorio adyacente. Los grandes propietarios de tierras dejan la ciudad y se van a vivir al campo, reforz ándose el fenómeno que ya al final del Imperio romano origina los grandes establecimientos agrarios: las villae rusticae, que aparte de las más conocidas de Ecija y Torrox, tienen un gran desarrollo en las zonas de Carmona, Lora del R ío, Alcalá del Río y Sevilla, pero sobre todo en el área de Los Alcores.
A finales del siglo IV se producen sucesivos acontecimientos, como los movimientos sociales que enfrent ándose al patriciado romano ocupan el noreste de Hispania; las incursiones de los pueblos bereberes del norte de África en la Bética; la presión de los pueblos desplazados hacia el Sur por la invasión de los hunos; y finalmente, suevos, vándalos y alanos irrumpen en Hispania por Roncesvalles y se reparten el territorio hispano sin apenas esfuerzo b élico.
Los reinos germánicos, agricultores y ganaderos, son efímeros a escala histórica. Las tierras que ocupan sufren retrocesos demográficos, las ciudades se despueblan y las formas culturales hispano-romanas van desapareciendo. La condici ón de nómadas de los pueblos germánicos que ocupan la Península tiene como consecuencia el que no existan nuevos asentamientos, ni obras de infraestructura que resaltar. Su base es el campamento y viven del pastoreo y del saqueo.
Los visigodos toman como modelo de unificación el establecido por los romanos, siendo la Bética la única que sufre una nueva división en dos partes: la occidental pasa a ser Hispalis y la oriental toma el nombre originario de la B ética. Esta asunción de la construcción territorial hispano-romana tiene una variante importante con respecto a la anterior, que pensaba sus v ías de comunicación hacia la centralidad de Roma. Los visigodos usan las vías romanas cuando les interesa. Pero la nueva centralidad política de Toledo configura un nuevo eje peninsular, que partiendo de Gades, ya en plena decadencia, y coincidiendo con la v ía Augusta, pasa por Hispalis y Corduba, y en vez de seguir hacía Cástulo toma dirección Norte directa hacia Toledo, Zaragoza y Tarragona.
Se pasa de un modelo de vías en abanico y convergentes hacia el Este, a un modelo de centralidad con Toledo como referencia. Este nuevo eje, que Torres Balb ás llamará “la ruta axial de al-Ándalus”, cuyo interés estaba en reforzar la centralidad política de Toledo, y potenciar el auge de la navegación fluvial y el modelo de comunidades rurales que debió seguir un esquema de autosuficiencia, disminuyendo las intensas comunicaciones anteriores en el territorio hispano que derivar á con el tiempo en una organización de áreas regionales.
El control del territorio en al-Ándalus. Más allá de las polémicas de si la invasión árabe obedece a los apoyos de parte de la nobleza visigoda contra Rodrigo, o es un plan previsto de antemano, lo cierto es que se caracteriza por su rapidez, audacia y facilidad. En muy poco tiempo casi toda la Pen ínsula queda en manos árabes, excepto la cornisa cantábrica en el Norte. Todo el territorio conquistado recibe el nombre de al-Ándalus.
Al-Ándalus desarrolla una civilización eminentemente urbana vinculada a una economía mercantil, estando el mundo rural y su gran capacidad productiva supeditada al abastecimiento de las grandes ciudades y al comercio exterior. Los musulmanes se asientan inicialmente en las ciudades preexistentes, las cuales se ampl ían, fortifican y dotan de nuevos recintos palaciegos y renovado equipamiento, restituyendo parte del alto grado de construcci ón y ocupación del territorio romano que paulatinamente se había debilitado con la presencia de los pueblos germánicos en la península.
La organización del territorio se establece, principalmente, desde el aspecto de la dominación y control, con enclaves que impiden la penetración del enemigo. Son las plazas fuertes, los castillos y demás elementos defensivos, con el apoyo de las ciudades amuralladas, quienes estructuran y controlan el territorio y ejercen el dominio desde su presencia. Se genera una manera peculiar de relaci ón entre el medio físico y las realizaciones defensivas conocida como las marcas: zona fronteriza, de circunscripci ón militar en permanente estado de alerta y guerra, que con el avance de los reinos cristianos va desplaz ándose hacia el Sur, constituyendo una estructura territorial lineal de asentamientos fortificados y comunicados. El sistema de asentamientos y de enclaves defensivos se realiza de forma diferente a ambos lados de la frontera. Del lado cristiano, el territorio se organiza en tres ámbitos con un triple sistema de asentamientos: villas base de abastecimiento –Jerez, Sevilla, Carmona, Écija, Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza, Segura, etc.–, en el Valle del Guadalquivir; plazas fuertes en segunda línea; y torres y castillos en primera línea. Esta jerarquía de asentamientos no se produce del lado nazarí, donde la estructura poblacional y militar coincide en los mismos enclaves. La cordillera Subb ética y sus valles circundantes establecerán durante cerca de 250 años la última frontera del reino nazarí.
Los musulmanes localizan la actividad comercial y mercantil en las antiguas ciudades romanas, que ampl ían, renombran y dotan de los elementos característicos de su cultura urbana: la medina en el centro, donde están ubicadas la mezquita mayor, el zoco, los baños, a partir de la cual los arrabales crecen unos al lado del otro, con la peculiar caracter ística de su autosuficiencia urbana al contar con mezquita, mercado y baños cada uno de ellos, definiendo una de las características de la ciudad musulmana: su construcción por agregación, que dota a la imagen urbana de una supuesta falta de regularidad al no evidenciarse su orden interno. La concepci ón de la ciudad musulmana construye una dicotomía clara entre lo público y lo privado. El espacio público donde se desarrolla la vida ciudadana –el mercado, la mezquita– tiene en el hombre la figura predominante, mientras que el espacio privado –la casa– está reservada de las miradas extrañas y domina la figura de la mujer.
Sólo cuando el país es unificado por Abderrahmán I, el primer omeya de al-Ándalus, se construye una organización propia y autónoma, desligada de las herencias visigodas anteriores, y se consolida un estado musulm án independiente, afirmando su identidad con una fundación religiosa sin precedentes, la mezquita de Córdoba. La mezquita mayor de Córdoba, edificada junto a la calzada romana que avanzaba desde el puente, es inicialmente un recinto cuadrado de casi unos 80 m. de lado, que luego en sucesivas ampliaciones, realizadas por Abderrahm án II, al-Hakam II y la última por Al-Mansur b. Abi´Amir, alcanza su actual dimensión de 128 x 179 m. Constituye una de las realizaciones más deslumbrantes del poder omeya, a lo que contribuyó el que las sucesivas ampliaciones no desvirtuaran la estructura original, manteniendo la escala de los dobles arcos de herradura superpuestos de la sala interior de rezos y la unidad de la imagen seriada de dicha sala. Abderrahm án III hace construir el nuevo y monumental alminar de sección cuadrada que serviría de referencia a los igualmente famosos de Sevilla y Marrakech.
El afán constructor de Abderrahmán III se prolonga en la ampliación del Alcázar de Córdoba y, sobre todo, en cuanto toma el título de califa, en la promoción de una nueva ciudad político-administrativa y residencia califal, Medinat al-Zahra, situada a dos leguas de C órdoba, a los pies de la sierra, edificada sobre tres plataformas escalonadas: la superior destinada a palacio del califa, la central a jardines y la inferior correspondiente al área administrativo-comercial y a la mezquita. Su esplendor dura hasta que al llegar al trono al-Mansur b. Abi ´Amir funda su propia ciudad de gobierno, Medinat al-Zahira.
Los almohades, a pesar de su ascetismo inicial que proscribía cualquier tipo de lujo, construyen la nueva mezquita mayor de Sevilla, de 17 naves, y de una sutileza formal que despierta admiraci ón hasta en la cristiandad, de la que sólo queda actualmente el patio, con parte de sus altas arcadas de ladrillo, las puertas de Perd ón y de Oriente, y el alminar, alarde de la construcción en ladrillo. Está levantado en planta cuadrada con un elemento central sobre el que se desarrolla una rampa que da acceso a la parte superior de la torre, cuyo remate original es sustituido, despu és de la toma de la ciudad por Fernando III, por la coronación que hoy puede admirarse. En las edificaciones militares, los almohades producen una profunda renovaci ón, sobre todo en los sistemas de flanqueo, con la aportación de las torres albarranas, elemento separado de la muralla y unida mediante un doble parapeto al recinto, cuyo ejemplo m ás difundido es la Torre del Oro en Sevilla. La fortaleza de Alcalá de Guadaira, con su excelente posición estratégica y compuesta de tres recintos defensivos, y la Alcazaba de Málaga, con dos murallas rodeadas de torres, son realizaciones importantes de esta renovaci ón en las construcciones defensivas.
Pero son los nazaríes en Granada quienes llevan a cabo el programa edificatorio más complejo y sofisticado sobre el cerro rocoso de la Sabica, en el lugar llamado al-Hamra –la Roja–, que empieza con las primeras defensas de Muhammad I, que aprovecha las condiciones naturales, y sigue con Muhammad II, quien prosigue las obras y se le atribuye la construcci ón de las torres de las Damas y de los Picos, en la cara Norte. La Alhambra a principios del siglo XIV hab ía adquirido por las dimensiones de sus edificaciones la condición de una ciudad independiente del recinto urbano granadino. Muhammad II hace construir una mezquita mayor y los ba ños públicos, y sucesivamente los sultanes nazaríes van erigiendo palacios, torres, salas, patios que no hacen sino reforzar esta condici ón de recinto urbano autónomo, de ciudad sobre la ciudad, en una articulación de recintos, avenidas, albercas, de inigualable precisión planimétrica. Yusuf I y Muhammad V continúan aumentando el programa, que va desde las torres de Candil, Cautiva, Machuca y Comares, pasando por los patios de la Alberca y de los Arrayanes, para culminar en el patio de los Leones, rodeado de las cuatro salas de Moc árabes, de los Reyes, de los Abencerrajes y de las Dos Hermanas, que a través de una sala da acceso a la alcoba-mirador de Daraxa, para culminar en la huerta-jard ín del Generalife.
El programa residencial constituye una de las peculiaridades más definitorias de la cultura musulmana en al-Ándalus. La casa, como ámbito por excelencia de lo privado, basa su organización formal en el patio, que si bien es herencia del romano, niega su permeabilidad, al registrarse desde el exterior a trav és un vestíbulo acodado, para constituirse en centro de la vida doméstica. Alrededor se sitúan salas poco profundas con ventilación exclusiva al patio, amparadas bajo la galería que en planta alta da acceso a las estancias femeninas, último recinto de lo íntimo.
Reestructuración territorial y renovación urbana. A finales del siglo XV y principios del XVI, coincidiendo con la toma de Granada y el encuentro con el continente americano en la b úsqueda de una ruta alternativa a los países orientales, surge en el ámbito europeo una economía-mundo. Sevilla será inicialmente centro de recepción y distribución de toda la actividad comercial con las Indias, y se convertirá en la primera metrópoli de esta economía-mundo.
Es fácil constatar que a esta reestructuración territorial le corresponde una renovación urbana sin precedentes de aquellas ciudades, que se benefician de las nuevas actividades comerciales y mercantiles. Basta se ñalar algunas actuaciones emblemáticas: la primera, del itinerante rey Carlos V, para su palacio en el solar que queda tras el derribo de las caballerizas de la Alhambra, donde el arquitecto Pedro Machuca inserta su propuesta, que a pesar de la ingenuidad de su articulaci ón con la fábrica nazarí, evidencia una renovación radical e incluso violenta de la imagen musulmana preexistente y que no sólo alcanza a lo contundente del tipo elegido, sino también al rigor con que está tratado el lenguaje arquitectónico como manifestación de la nueva y triunfante ideología humanista. La segunda, también en Granada, pretende dilatar el mismo discurso a un ámbito menos simbólico en lo político, pero más relevante de cara al pueblo, al encargar a Diego de Siloé la difícil tarea de borrar todo vestigio gótico de la fundación catedralicia, de la que sale airoso mostrando una gran capacidad en el manejo de la sintaxis de los órdenes, al ser capaz de transformar unas trazas góticas en un discurso de inequívoco carácter humanista.
Esta capacidad de manejo del lenguaje clasicista en Diego de Siloé se prolonga como capacidad de experimentación en la figura de Andrés de Vandelvira. Dos ejemplos que comparten el mismo programa: las sacristías de la iglesia del Salvador de Úbeda y de la catedral de Jaén. No obstante, es en el Hospital de Santiago de Úbeda donde Valdelvira lleva más lejos su afán experimentalista, con unas trazas desagregadas, donde patio, galería y dependencias anexas, desmesurada escalera, iglesia y sacristía, hacen de fondo de una enorme crujía de entrada en relación al resto del conjunto, jalonada por dos imponentes torres, evidenciando estar m ás pendiente del papel persuasivo que debe transmitir el edificio, situado a las afueras del recinto urbano, que de la unitariedad abstracta de su planteamiento planim étrico.
Pero la nueva estructuración territorial que reclama la centralidad de Sevilla como sede del monopolio comercial con la Indias, concentra en esta ciudad una serie de intervenciones que son puntos de apoyo fundamentales en las trasformaciones urbanas del solar musulm án-medieval sevillano. El problema que surge de la propia organización urbana medieval basada en las collaciones, forma de reparto del solar urbano, tanto a los que intervinieron en la conquista cristiana de la ciudad, como a las órdenes militares y religiosas. Estas collaciones funcionan como partes autónomas con funcionalidad específica y jerarquizada, donde la iglesia –antigua mezquita en la mayoría de los casos– es centro de la organización de las actividades civiles, religiosas y mercantiles, constituyéndose en auténticos microcosmos que dotan a la ciudad de una estructura policéntrica.
Será el itinerario seguido por Carlos V en su entrada en 1526, con motivo de su boda, constituyendo un eje virtual Norte-Sur desde la Macarena, pasando por Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina, El Salvador, para llegar a las gradas de la Catedral, el elemento capaz de articular y jerarquizar la organizaci ón molecular y policéntrica de la ciudad musulmana-medieval. A este eje se suma el programa humanístico que establecerá dos orientaciones: la primera, más funcional, respondiendo a las demandas que introduce la nueva organización, el comercio y la actividad manufacturera, dotando de servicios a la ciudad, mejorando su infraestructura y creando nuevos ámbitos de relación; la segunda, más fundacional, que vincula el triunfo político-militar y religioso cristiano al lenguaje clasicista, pretendiendo liquidar con esta operaci ón cualquier vestigio del pasado islámico.
La transformación de la laguna, antiguo brazo del río, en Alameda de Hércules, realizada por el asistente Conde de Barajas, que dota a la ciudad del espacio urbano de ocio m ás emblemático, y las Ordenanzas de 1527, que contribuyen a la racionalización de intervenciones urbanas, forman parte del programa más funcional. Pertenecen a la orientación más fundacional: la sorprendente continuidad de las superficies que consagran la unidad espacial de la sala capitular de la Catedral, atribuida a Francisco del Castillo; el inquietante experimentalismo espacial de Hern án Ruiz II, en la iglesia del Hospital de Las Cinco Llagas, al no llevar hasta el suelo las pilastras que soportan las c úpulas, haciéndolas descansar sobre unos capiteles-péndolas que afirman su ingravidez. Pero, sobre todo, el ejercicio más emblemático de la ideología triunfante lo realiza Hernán Ruiz II en la coronación del antiguo alminar almohade, con el cuerpo de campanas que remata la estatua del Triunfo de la Fe, popularmente El Giraldillo.
Esta supuesta identidad, entre programa de renovación urbana y proyecto imperial, fracasa por el giro impuesto por Felipe II a la pol ítica imperial, que traerá como consecuencia la transformación de la concepción territorial anterior, en virtud de la nueva centralidad que desde ese momento jugar á Madrid como sede del poder.
Del eje Norte-Sur que pretendía articular la organización molecular de Sevilla, se pasa a la secuencia urbana de la Aduana, Casa de la Moneda, Casa Lonja, que m ás allá de la transformación de la ciudad pretende imponer con su presencia y funcionalidad, el proceso de racionalizaci ón institucional del monopolio, como instrumento del poder imperial.
La Casa Lonja –actual Archivo de Indias–, cuyas trazas prepara Juan de Herrera y construye Juan de Minjares, es, de las tres realizaciones, la que asume de manera m ás evidente su papel de ser imagen material de las abstractas relaciones del poder. Situada entre la Catedral y las murallas del Alc ázar, surge del terreno con cuatro fachadas idénticas que encierran una crujía perimetral de 200 pies de lado, servida por una ancha galería y patio central. Las fachadas presentan dos alturas, con un orden toscano apilastrado, y tres puertas cada una, dos alineadas con las galer ías y otra central, en las esquinas y coincidiendo con las galerías, donde se duplica el apilastrado para asumir la imagen de torre. Los paramentos entre las pilastras p étreas son de ladrillo rojo. En las trazas de Herrera sólo existen, en planta baja, cuatro ámbitos cerrados que se corresponden con las cuatro esquinas del edificio, el resto es un p órtico abierto, continuo y permeable en cualquier dirección. De esta forma el edificio se convierte en atrio urbano, que acota y especializa una parte de la ciudad, sin que pierda su car ácter público. Para Herrera, aposentador de Felipe II, la arquitectura es una manera de conocer el mundo y no solo un conjunto de instrumentos operativos para intervenir en lo edificatorio y lo urbano. La Lonja como edificio exento, de ­salineado de la Catedral, se reafirma como una metáfora de la nueva ciudad, sede única y distanciada de la razón que el poder impone.
A principios del siglo XVII, cuando el poder y el control ideológico anterior sigue operando, la creatividad arquitectónica está todavía vinculada a la racionalidad en el manejo del lenguaje clasicista, como prueba de la condici ón intelectual que posee el trabajo profesional de arquitecto. Difícilmente podríamos encontrar mejor ejemplo que el de Juan de Oviedo, que, como plantea el profesor P érez Escolano, asciende desde la figura de retablista-escultor, donde adquiere destreza y experiencia en el manejo del lenguaje y de lo ef ímero, hasta la de arquitecto, a partir de la oportunidad de ensayar determinados modelos para servir de experiencia en su propuesta elegida para levantar el gran t úmulo funerario de Felipe II en la catedral de Sevilla. A partir de aquí, le surge la oportunidad de trabajar en varias propuestas conventuales, siendo la Merced, hoy Museo de Bellas Artes, con grandes alteraciones en el interior y fachada, y Santa Clara algunos de los m ás interesantes.
En el marco de las calamidades financieras y epidémicas por las que pasa Andalucía y dentro del ambiente de confrontación social y presión religiosa, se llegan a suspender las representaciones teatrales por dos veces y durante bastantes a ños a lo largo de este siglo. La institución religiosa se apropia del drama como representación colectiva a través de sus múltiples y variados ceremoniales, del que puede ser un ejemplo la vida de Miguel de Ma ñara, promotor del Hospital de la Caridad, realizado por Bernardo Simón de Pineda, que labra sobre los muros de las Atarazanas medievales un programa iconol ógico perfectamente adecuado a la retórica persuasiva de la época.
En la otra parte de Andalucía, Alonso Cano, en la misma línea de preservar una cierta racionalidad en el manejo del lenguaje clasicista, realiza la fachada de la catedral de Granada. De igual trascendencia ser ían los trabajos de Eufrasio López de Rojas para la fachada de la catedral de Jaén, con lo que entramos de lleno en la relación fecunda que genera el problema de las fachadas inconclusas o mejorables, obligando desde la necesidad de experimentar nuevos elementos para poder solucionar este tipo de problema, a una nueva reelaboraci ón de lo representativo. Portada y retablo serán el banco de prueba de las múltiples posibilidades que ofrece el lenguaje entendido como retórica e instrumento de propaganda de lo religioso y de la fe católica.
A mediados del siglo XVII este proceso se radicaliza entrando en un delirio decorativo. Leonardo de Figueroa en Sevilla, con una producci ón vastísima y prolongada en el tiempo, es el destinado a consolidar este discurso, donde lo decorativo es entendido como ret órica global, como auténtica máscara bajo cuya capa queda oculta tanto la pobreza estructural como la de los materiales utilizados. La apariencia es su valor supremo y es ah í donde los esfuerzos alcanzan valores titánicos en su exasperación. Pero no podemos olvidarnos de la gran aportación que significan estas decoraciones como definición del espacio, a partir de su entendimiento como sensación y no como dibujo. Las obras donde estas cuestiones pueden quedar más patentes serían, sin duda, la iglesia del Hospital de los Venerables Sacerdotes, la iglesia del convento de San Pablo –hoy parroquia de la Magdalena–, la iglesia de San Luis de Francia y la iglesia de Buen Suceso.
En Andalucía oriental, la figura que da réplica a Figueroa ya entrado el siglo XVIII será Francisco Hurtado de Mendoza, que comparte el mismo discurso, a pesar de la dificultad que significa promover este tipo de discurso unificador de espacio y decoraci ón teniendo como base la piedra, en las obras de redecoración del Sancta Sanctorum de la Cartuja de Granada, donde sus propuestas alcanzan una verosimilitud mayor. La parte m ás meridional de Andalucía cuenta con una población dedicada fundamentalmente al comercio que genera una burguesía local concentrada en Cádiz, donde dos arquitectos de singular trayectoria ejercen su actividad: Pedro Luis Guti érrez de San Martín –responsable de las obras de Hospital de Mujeres, edificio de una interesante escala en sus patios debido a la altura del p órtico de la planta baja– y Vicente Acero –responsable de las primeras trazas de la Catedral Nueva, obra que abandona por diferencias con el cabildo, que no quer ía asumir la complejidad y grandiosidad del programa propuesto por este arquitecto, y que terminar á Torcuato Cayón–.
La diversidad de acontecimientos adversos (sublevación en Cataluña, independencia de Portugal, revueltas sociales en Vascongadas, diversos movimientos independentistas en Arag ón, Navarra y el de Andalucía promovido por el duque de Medina Sidonia en 1641) produce la ruptura del proceso de reestructuraci ón territorial iniciado por Carlos V y consolidado por Felipe II, trayendo como consecuencia la paralizaci ón de las transformaciones territoriales.
En estas circunstancias, el ámbito urbano queda desprovisto de toda acción transformadora, para proponerse como escenario celebrativo e instancia persuasiva del poder. Este es el escenario donde las clases dominantes construyen su discurso m ás reaccionario al convertirse en valedoras de la alianza entre la monarquía y la Iglesia, tomando posesión de la ciudad como algo propio sobre la que desplegar, de manera esporádica y funcional con sus intereses, una serie de intervenciones puntuales, sin ninguna vocaci ón estructurante.
Estas intervenciones puntuales se caracterizan fundamentalmente por producir grandes vac íos en la trama urbana, o usar los existentes, para instalar sus programas. Plazas, conventos y palacios constituyen los elementos operativos con los que interviene en la ciudad.
La plaza, el lugar celebrativo por excelencia, tiene su referencia inicial en la apertura, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, de la plaza de Bibarrambla, que se realiza para esponjar la trama urbana nazar í. Pero, al contrario de la granadina, los derribos que se realizan posteriormente se caracterizan por producir una edificaci ón perimetral en torno al vacío, con arcadas en planta baja y balcones corridos en las demás plantas, como es el caso de la Corredera en Córdoba; o con edificaciones representativas con miradores y balcones en los ejemplos m ás modestos de las del Arenal en Jerez de la Frontera, San Fernando en Carmona o la Plaza Mayor de Écija y de Marchena. En todas las intervenciones se intenta afectar lo menos posible a la edificaci ón colindante, lo cual desvela lo epidérmico y evidencia la modestia de estas remodelaciones en el sentido de su escasa repercusi ón como estructurante de lo urbano.
Los conventos, auténticas ciudades dentro de la ciudad, se localizan en la trama urbana como referente de un ideal urbano incontaminado, reflejo de la ciudad de Dios y consuelo de las miserias materiales que a la ciudad real le resulta imposible domesticar o salvar. Heterotop ía espacial instalada en el corazón mismo de la ciudad, evoca constantemente lo inútil de pretender hacer de la ciudad real un lugar de estancia, cuando la única posibilidad de habitar se produce en la sacralización de lo urbano, que pone en marcha el dispositivo edificatorio-simbólico del convento. Los ejemplos serían interminables en Andalucía, tanto en sus ciudades grandes como medias, pero para constatar la relevancia en la ciudad de estas edificaciones bastar ía ver los planos de Olavide de Sevilla y de Dalmau de Granada, donde quedan reflejados fielmente las diferentes y numerosas localizaciones.
El palacio es el lugar de representación del poder de la aristocracia. La concentración de las rentas agrarias en las familias aristocráticas y su recelo a invertir en la industria manufacturera para crear nuevas fuentes de riqueza, orienta estas nuevas rentas hacia la construcci ón de  nuevos y magníficos palacios, de espléndidas casas señoriales y grandes fincas de recreo. Será en las ciudades de gran capacidad agraria y en las propias capitales, lugar de residencia los propietarios de las grandes posesiones, donde surjan las realizaciones m ás relevantes: el palacio de los marqueses de Peñaflor en Écija, con su fachada acompañando la gran curva de la calle; la casa de los Condes de Cepeda en Osuna; y el palacio de recreo en V íznar del arzobispo Moscoso y Peralta en Granada.
Seguramente, a partir de este momento comienzan a ponerse las bases de una confrontaci ón de clase entre los intereses del poder y la burguesía, donde lo urbano, ligado a una sociedad jerárquica, de rentas rurales, en la que la complicidad de los poderosos, el clero y órdenes religiosas, excluían de lo social y de las rentas tanto a los intelectuales, como a los artesanos y campesinos.
Los intentos de una nueva articulación territorial. El siglo XVIII se inaugura en España con la guerra entre las dinastías de los Borbones y Habsburgo, resuelta a favor del pretendiente Borbón Felipe V, quien consigue unificar y castellanizar España, al suspender todos los fueros existentes, excepto los de Navarra y Vasconia.
La llegada de Carlos III coincide con un aumento de la población y del precio de los productos agrícolas, lo que provoca un crecimiento en la demanda de tierras de cultivo, demanda que no puede satisfacerse, debido a la estructura de la propiedad y a los tipos de contratos existentes, lo que trae como consecuencia una aceleraci ón, impulsada por los ilustrados en el gobierno, del proceso reformador.
Dos orientaciones se establecen como prioritarias en las reformas: la primera, se refiere a la mejora de las comunicaciones, que da lugar al eje Madrid-Sevilla-Jerez-C ádiz; la segunda, pretende, mediante un proceso de urbanización del territorio, resolver dos problemas todavía crónicos, la despoblación y el sistema de propiedad de la tierra, para lo cual pondrá en marcha el programa de la creación de Nuevas Poblaciones, en el que se van a fomentar aparte de la creación de nuevas poblaciones agrícolas, todo un sistema de nuevos asentamientos industriales, sitios reales o nuevas capitales. Un intento claro y ordenado de industrializaci ón del país, de mejora de las infraestructuras comerciales, y de los primeros intentos de reformismo agrario.
Las repercusiones de este intento de articulación territorial son de gran relevancia para Andalucía, porque configuran un territorio con una gran tensión Sur-Norte, de caminos que parten de Cádiz, Algeciras, Málaga y Motril para ir confluyendo en el Valle del Guadalquivir buscando la salida a la meseta castellana por Despe ñaperros. Esta articulación prima sobre cualquier otra, quedando como secundarias las salidas desde Sevilla hacia el Norte por la tradicional Ruta de la Plata y de Granada hacia Levante, obviando las relaciones internas Este-Oeste para potenciar del eje C ádiz-Madrid.
Sobre este eje de articulación territorial se desgranará el conjunto de intervenciones de fundación de Nuevas Poblaciones, iniciándose desde la dirección de Madrid los asentamientos de Sierra Morena, para seguir con los de La Monclova, La Parrilla, y culminar en las inmediaciones de la Isla de Le ón, actual San Fernando, con el Sitio Real de San Carlos, complejo productivo-militar y cabeza de uno de los tres departamentos mar ítimos en los que la Armada había organizado el litoral español.
Pablo de Olavide, experimentado reformador, intendente de Andalucía y asistente de la ciudad de Sevilla, será nombrado director del programa para Las Nuevas Poblaciones. Funda en 1767, en el antiguo convento de los carmelitas descalzos de La Pe ñuela, la capital que pasará a denominarse La Carolina, cuyo trazado es fiel a la ideas fisiocráticas de los ilustrados españoles al servicio del rey y que confirma la mentalidad antiurbana de los reformistas. Esquemas similares seguir án La Carlota y La Luisiana, capitales de Los Nuevos Asentamientos de La Monclova y La Parrilla. A todas estas capitales planificadas para albergar un n úmero limitado de pobladores, les correspondían constelaciones menores de asentamientos enclavados en sus territorios, a los que a su vez suced ían otros satélites menores en un preciso intento de acercar lo más posible los habitantes a su lote de trabajo.
Las intervenciones más relevantes del programa de reformas, que pretendía modernizar e incrementar la actividad comercial e industrial de las ciudades m ás importantes de Andalucía, se producirían sobre los asentamientos urbanos vinculados al eje Cádiz-Madrid. Así, podríamos destacar la Fábrica de Tabacos de Sevilla, de Sebastián van der Beer, de 185 por 147 m., con un programa complejísimo, tanto residencial, administrativo, como fabril, que configura un edificio abovedado, con m últiples patios y estancias de una escala magnífica, rodeado de jardines y un gran foso.
Pero donde se concentra la mayor actividad edificatoria es en el enclave de la cabecera del eje de comunicaciones con Madrid. C ádiz adquiere una gran importancia comercial, sobre todo una vez que en 1717 se traslada desde Sevilla la Casa de la Contrataci ón, provocando una serie de intervenciones como la Aduana –hoy Diputación–, realizada por el ingeniero Juan Caballero, el antiguo Hospicio de Torcuato Cay ón, y las actuaciones de Torcuato Benjumea para la fachada de la Casa Consistorial, la C árcel Real o el Oratorio de la Santa Cueva en colaboración con su suegro Torcuato Cayón. Igual ocurre con la Isla de León, actual San Fernando, donde se ubica la sede del Departamento Marítimo del litoral meridional y para lo cual, por orden expresa del rey, Francisco Sabatini realiza las primeras trazas del complejo militar-industrial de San Carlos, que posteriormente desarrollar án los ingenieros militares Gregorio Espinosa de los Monteros y Francisco Fernández Angulo. La importancia que adquiere la ciudad a partir de su carácter militar e industrial promueve también un programa civil cuya relevancia se puede comprobar en la Casa Consistorial, una de las de mayor superficie de su época, de 60 por 30 m., elevada sobre la rasante de la plaza que le sirve de antesala p ública. Torcuato Cayón realiza sus trazas y ejecuta sólo sus dos primeras plantas.
Como parte del programa reformador se tendrían que destacar algunas realizaciones aisladas, pero pertenecientes a programas de sistematizaci ón de las costumbres o de algunos festejos y celebraciones, como plazas de toros y teatros. Son ejemplos la plaza de Ronda o el teatro de comedias de la Isla de Le ón, futuro teatro de las Cortes, que debe su nombre al hecho de haber servido de sede parlamentaria donde los diputados inician los trabajos de redacci ón de la Constitución liberal, que en 1812 se promulgaría en Cádiz.
La especialización territorial. Finalizada la ocupación francesa, la situación en España no ha variado mucho: la cuestión agraria pervive en la misma situación de privilegios, la industrialización incipiente iniciada por la administración de Carlos III está estancada y la Guerra de Independencia no ha hecho sino agravar los muchos problemas que estaban pendientes de resolver.
La llegada en 1814 de Fernando VII supone un inesperado retroceso político, que se inaugura con la abolición de la Constitución de 1812, lo que entre otras cuestiones deja sin efecto la división provincial propuesta y abre en España un periodo de confrontaciones políticas y sociales que recorrerán todo el siglo XIX, y producirán una constante situación de guerra, haciendo estéril los múltiples intentos de renovación social y que paulatinamente crispará y radicalizará los discursos políticos. El retroceso que supone la paralización de las medidas organizadoras del territorio retrae a una situación anterior y bloquea el posible desarrollo económico. Como consecuencia se produce un estancamiento en las transformaciones de las ciudades andaluzas, donde los cambios ser án producto de la inercia de la herencia dieciochesca.
La muerte de Fernando VII, a la vez que desata la guerra dinástica por los pretendientes don Carlos frente a la menor de edad Isabel II, supone la llegada al poder de los liberales, que a pesar de sus luchas internas, moderados frente a exaltados, inician un proceso de recuperaci ón de los avances propuestos por la Constitución que promulgaron las Cortes de Cádiz. En estos momentos se acometen las de­samortizaciones de Mendizábal (1836-1844) y Madoz (1855-1868). Si la primera desamortización creará las bases para un periodo de expansión del sector agrario andaluz al poner en carga muchas más tierras de cultivos; la segunda desamortización permitirá un desarrollo urbano de dimensiones desconocidas hasta la fecha, que actuará tanto en el centro de las ciudades andaluzas como en su periferia. Estos dos fen ómenos contribuirán a la puesta en marcha del proceso de industrialización en Andalucía, que tendrá características diversas y desigual fortuna. Asimismo, la segunda desamortización establece las bases de los procesos de valorización sobre los que se desarrollarán las transformaciones urbanas de las grandes ciudades andaluzas. La desamortizaci ón libera suelos urbanos suficientes para absorber las necesidades de espacio que se reclaman, tanto desde los programas para los nuevos equipamientos urbanos, como desde las necesidades residenciales de los incrementos poblacionales.
El proceso de industrialización exige nuevas y rápidas comunicaciones, por lo que el ferrocarril asume el papel de movilidad de las mercanc ías en el interior, proliferando en las ciudades estaciones, edificaciones ferroviarias y trazados, que incorporan al paisaje urbano una imagen novedosa. La estaci ón de Cádiz, hoy en desuso, o la de San Bernardo en Sevilla sirven de ejemplo demostrativo de las posibilidades de los nuevos materiales con sus grandes estructuras de hierro y cristal para cubrir los andenes, que enseguida se transfieren a otras edificaciones, sobre todo las de car ácter público. Habrá que destacar, vinculado al ferrocarril, la construcción de muelles y embarcaderos de minerales en los puertos de Huelva –que llega a contar con cuatro– y Almería.
Vinculadas a la industrialización estarían también las edificaciones fabriles o de transformación con base agraria, donde coherentemente se reitera el uso de los nuevos materiales y de la aplicaci ón de un criterio de sistematización y montaje de elementos, que permitan la seriación del proceso constructivo, como podríamos constatar en una parte importante de la edificación bodeguera, donde se importa modelos del extranjero, como es el caso de la bodega de La Alcubilla en Jerez o en las instalaciones de la antigua F ábrica de Tabacos de Cádiz, en el uso generalizado de sus los elementos estructurales. La otra cuestión de gran relevancia, a pesar de su concentración en torno a las explotaciones mineras, sería los nuevos asentamientos poblacionales, donde se localizan desde la viviendas para obreros y sus edificaciones complementarias, economatos, escuelas, dispensarios, hasta las viviendas de los capataces y directivos, todo perfectamente segregado y jerarquizado. Poblados edificados por parte de las compa ñías para incrementar la eficacia productiva y establecer un mayor control de la mano de obra, donde el intervencionismo de la R ío Tinto Company Limited no sólo alcanza a sus asentamientos de las explotaciones mineras, sino que extiende su ideolog ía antiurbana a otras intervenciones, como por ejemplo las casas de recreo de Punta Umbr ía o el Barrio Obrero de Huelva.
Sectorialización y los intentos de construcción de un modelo territorial. La muerte del Dictador en noviembre de 1975, abre un proceso de Transición política y, después de muchas vicisitudes, culmina con la aprobación en referéndum de la Constitución en 1978, que se fundamenta en los principios de libertad, igualdad, y pluralismo pol ítico, a la vez que proclama la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y establece una nueva organizaci ón territorial para salvaguardar la fuerte diferenciación político-cultural de algunos territorios históricos, que culmina en la configuración del Estado de las Autonomías organizado en 17 comunidades autónomas. El paso de un estado centralista a un nuevo estado descentralizado se hace sobre unas bases determinadas que vienen definidas por la herencia del sistema franquista, la cual nos lega un territorio fuertemente desarticulado y de ­sequilibrado con un grado de desregularización importante en lo referente al control, que desde los municipios había que hacer de los asentamientos y localizaciones de las distintas actividades productivas.
Cuando a principios de los ochenta la autonomía andaluza tiene que poner en marcha sus primeros programas como consecuencia de las transferencias realizadas por el estado, se encuentra con una industria en declive y con un horizonte amenazador de reconversi ón; una agricultura inmersa en los mismos y seculares problemas; y unos servicios organizados desde el poder central. Las consecuencias son un territorio heredado con un grado muy fuerte de desarticulaci ón interior, debido al trazado centralizado en la capital del estado de la red de comunicaciones y con un nivel de desequilibrio muy formalizado por los monocultivos agrarios, tur ísticos e industriales, así como ciudades con unos déficit ambientales y de equipamientos altísimos y una ínfima calidad urbanística.
Con este panorama se hace imprescindible acometer urgentemente la restitución de una nueva legalidad urbanística democrática, promovida por la autonomía y a la que ya se habían anticipado las primeras corporaciones democráticas municipales, para acometer los estudios previos que permitan diagnosticar con fiabilidad los d éficit y problemas territoriales. Como, por ejemplo, los estudios sobre la Bahía de Cádiz dirigidos por Florencio Zoido; el conjunto de planes generales de ordenación de las ciudades que presentaban un retraso y disfuncionalidad de sus infraestructuras, como Sevilla, C órdoba y Málaga, que dirigirá, no exentos de conflictos, Damián Quero; los Planes de Reforma Interior de los cascos históricos, sobre todo de aquellas ciudades que manifestaban un estado de degradación casi irreversible como Sevilla, donde Ortiz y Cruz son la cabeza visible de un extenso equipo; y los promovidos por la Direcci ón General de Urbanismo para Écija, Lebrija, Antequera y un conjunto de ciudades medias.
De igual manera, y desde las Consejerías se organizarán políticas sectoriales de choque, con la intención de reequilibrar territorialmente Andalucía y dotarla de los equipamientos y servicios necesarios. El mapa de los distritos sanitarios de Andaluc ía ha sido una de las elaboraciones que ha resistido mejor el paso del tiempo y ha permitido la puesta en marcha de uno de los programas fundamentales del Servicio Andaluz de Salud, la construcci ón de los Centros de Atención Primaria. Uno de los primeros laboratorios donde los arquitectos andaluces han podido medirse con programas de alto contenido social, pero que muchas veces qued ó sólo en un ejercicio formal, perdiéndose la oportunidad, a excepción de honrosas realizaciones como por ejemplo el Centro de Salud de San Juan del Puerto (Huelva), de E. Albarracin y Ubaldo Garc ía, de difundir al conjunto de la población que disfruta estos servicios las aportaciones que históricamente la arquitectura pública contemporánea ha sido capaz de poner en valor, renovando los programas de los servicios sociales y dignificando los enclaves urbanos donde se han localizado.
Por sus efectos cuantitativos de gran alcance, los distintos programas de vivienda de la Direcci ón General de Arquitectura manifiestan una gran capacidad de gestión y de sensibilidad a la hora de abordar las múltiples dimensiones que el problema de la habitación comportaba para Andalucía. Destacan las primeras promociones en grandes polígonos, todavía incompletos o incumplidas las realizaciones de sus equipamientos por la nefasta pol ítica franquista, de las que podíamos destacar las intervenciones en la barriadas de La Paz en Cádiz, de G. Vázquez Consuegra; las de menor número de viviendas pero de igual capacidad que las anteriores de dignificar la arquitectura de promoci ón pública en Alcalá de Guadaíra de F. Carrascal y J. M. Fernández; y las promovidas por la Empresa Pública de Suelo de F. Pozo y A. Torres en Huelva. Hay que señalar la importancia de algunas intervenciones urbanas, como las realizadas en Campo del Sur (C ádiz) por A. Cabrera y O. Rodríguez, y las intervenciones en centros históricos de Mª J. Lasaosa y R. De Torres en La Chanca de Almería. Sin dejar de mencionar la labor de la Dirección General de Infraestructura y Servicios de Transporte, que con un menor número de intervenciones genera una repercusión de alta capacidad de articulación territorial, como las intervenciones en estaciones tanto de ferrocarril como de autobuses, entre las que podemos destacar las de Sevilla y Huelva, respectivamente de A. Cruz y A. Ortiz.
Tendrá especial importancia la creación del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico por parte de la Consejería de Cultura, que asumirá la responsabilidad de la protección, difusión y salvaguarda del patrimonio arquitectónico y mueble de Andalucía, y que será en su propia sede en el Monasterio de la Cartuja donde ensaye los criterios de intervenci ón que después pondrá en marcha en sus distintas actuaciones, convocando para este ejercicio a J. R. y R. Sierra, G. V ázquez Consuegra y F. Torres. La Consejería de Educación, que contaba con una estructura transferida más experimentada, seguirá promoviendo sus programas para la enseñanza primaria y media de una manera mecánica y perdiendo por tanto la oportunidad de renovar, como en toda Europa se hab ía realizado en décadas anteriores, no sólo los programas de las edificaciones educativas, sino las arquitecturas que los acogen. No obstante, algunos arquitectos intentan introducir nuevas concepciones, que despu és no tienen continuidad, como es el caso de M. Centellas en el Instituto de Bachillerato en V ícar (Almería). Las reiteradas reivindicaciones locales impulsan en el ámbito de la enseñanza universitaria el gran reto de contribuir, desde el desarrollo en cada provincia de una universidad, al incremento del equilibrio territorial andaluz, esfuerzo que por extenso tendr á como resultado, dado la pequeña participación del capítulo educativo en el presupuesto andaluz, el raquitismo de las realizaciones universitarias.
Un elemento de la política sectorial que contribuye tanto al equilibrio territorial como a la cohesión social es la siempre pendiente reforma agraria, que no se ha desarrollado a pesar de ser una cuesti ón siempre presente en las reivindicaciones y la cultura política andaluza, pero al menos contamos con el excelente complejo institucional concebido por A. Gonz ález Cordón como sede de la Consejería, sobre las antiguas instalaciones de almacenamiento del Ministerio de Agricultura, en Sevilla.
Dos cuestiones tendríamos que señalar en este sucinto repaso de la arquitectura vinculada a las diferentes políticas sectoriales: la primera, se refiere a la falta de previsión de las corporaciones locales a la hora de dotar el suelo, donde van a implementarse las promociones de las diferentes pol íticas sectoriales, ofreciendo los solares peores en su localización y condición, con lo cual se resta a la intervención su capacidad de contribuir a la construcción de la red de espacios públicos de la ciudad. La segunda, insiste en la dificultad de encontrar un modelo territorial capaz de acoger y potenciar el tremendo esfuerzo que desde las pol íticas sectoriales se ha realizado para resolver la desarticulación y desequilibrio en que se encontraba Andalucía, quedándose en papel mojado los diferentes intentos de elaboración de un mapa “comarcal”, que permitiera avanzar en mancomunar los esfuerzos, tanto de los pequeños asentamientos, como las grandes aglomeraciones urbanas, y que la resistencia en desmantelar el poder de las diputaciones nos impide avanzar sobre modelos territoriales m ás coherentes y acordes con los retos que el incierto futuro nos plantea.
Pero si faltaba una orientación capaz de construir un sentido territorial andaluz, un acontecimiento no previsto en los inicios de los trabajos sectoriales auton ómicos arrastrará, por el calado de sus inversiones y la repercusión de su celebración, al conjunto de inversiones estructurantes a construir un modelo territorial muy concreto y especifico, la Exposici ón Universal de Sevilla para 1992, sobre los terrenos de un antiguo Actur no ejecutado, pero s í expropiado, y que tendrá la bondad de entrar en coherencia con el papel que Europa le asigna al territorio espa ñol y concretamente a Andalucía y Sevilla: ser puente de distribución y almacenamiento entre la UE y el norte de África. Todo parecía favorable, incluso el hecho de haber podido ganarle el pulso a Lisboa, en principio mejor situada que Sevilla, para jugar el papel de puente, pero la sorprendente e imprevista ca ída del régimen en la Unión Soviética y posteriormente la de los países vinculados al Pacto de Varsovia pone al alcance de los países hegemónicos europeos centrales, no sólo un mercado de mayores dimensiones, sino territorios históricos y culturalmente vinculados a Europa, con un capital humano mucho mejor preparado y unas infraestructuras, aunque obsoletas, m ás desarrolladas que las africanas. Evidentemente, el expansionismo europeo cambia radicalmente de orientaci ón, dejando sin perspectiva futura lo que en principio era una situación favorable y que reforzaba la centralidad sevillana a partir de la construcción del trazado de AVE y mejora de la antigua carretera N-IV en autovía, para así convertirse en el núcleo dinamizador de la economía andaluza. Por el contrario, las arquitecturas que permanecieron después del evento, en algunos casos, no son capaces de evocar una esperanza de posible recuperaci ón, a pesar de que pabellones de la calidad y coste como el de La Navegación, de G. Vázquez Consuegra, siga esperando un mejor destino. Poco a poco, las instituciones, al ir ocupando los espacios y pabellones se convierten en garantes de los usos supuestamente rentables.
Quedan pendientes, como elementos imprescindibles para culminar el proceso de articulaci ón y de reequilibrio territorial, las dos conexiones con los arcos atlántico y mediterráneo, el problema de la conexión Este-Oeste, que la A-92 no terminó de articular debido a las rebajas en su trazado, y la grave disfunción del cordón costero mediterráneo y su desdoblamiento, la conexión rápida entre Málaga y Lisboa, que pasando por Sevilla sea capaz de sacar al elemento de la centralidad andaluza de su preponderante conexi ón Norte, para situarla en una red capaz de diversificar sus futuras posibilidades.
A partir de este gran esfuerzo, la arquitectura, entre la inercia anterior y la incertidumbre futura, intenta buscar novedosas orientaciones refugi ándose en las exploraciones foráneas, o repitiendo los éxitos confirmados en las intervenciones anteriores, una vez que parece exorcizado el rechazo que en el pasado se tuvo a la modernidad. [ Francisco Márquez Pedrosa]

Para más información, visite Wikanda: http://www.wikanda.es/wiki/Arquitectura_Monumental_e_Hist%C3%B3rica

 
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