Quién es esa dama que vela sus ojos? ¿De dónde la urdimbre expresionista, surrealista, creacionista? ¿Cómo es posible el riesgo permanente, la osadía, y al tiempo, el equilibrio y la coherencia? ¿Quién es la que abraza como amantes iguales vanguardia y clasicismo? ¿Será sacerdotisa extraña o terrosa mujer de Altamira fundida ya para ser pasión misteriosa, emoción turbadora? Es Martirio. Que, en cada disco, retorna luminosa, renovada, recreada: ave fénix de sí misma. Y que, como la poesía de Juan Ramón, cada vez surge más desnuda. Su obra en marcha es siempre aventura y sorpresa, toda la personalísima trayectoria de la cantante onubense está jalonada de intrepidez, de audacia, pero, cuidado, nunca porque sí, nunca por moda o superflua pose llamativa, siempre con rigor, esfuerzo, lucidez, calidad, calidez. Así, sus sucesivos discos: desde el fogonazo inesperado de Estoy mala, su relampagueante aparición en este circo con leones de la música, hasta esa espléndida trilogía que conforman Coplas de madrugá, Flor de piel y Mucho corazón, o el último: Primavera en Nueva York. El camino recorrido por Maribel Quiñones, Martirio, es de autoexigencia y depuración, de permanente asombro y fusión; hasta llegar ella, un devenir inédito en la música española. Y qué hermoso mestizaje de rock, flamenco, copla, jazz, cantes de las orillas latinas, ritmos de Hispanoamérica... una ductilidad, una versatilidad que toca la raíz, y tiemblan las ramas y maduran los frutos. Qué amorosa unión, qué bien se entran, cómo gozan y se crecen y se estimulan y se descubren y se sorprenden mutuamente. Sin miedo, sin temor. Con alegría, con magia, con temblor. Predestinados a encontrarse en la garganta y el susurro último del límite del labio. Todas las voces en una voz: Martirio.
Juan Cobos Wilkins |