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ANEXOS |
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- Semana Santa

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La celebración de la Semana Santa es hoy una de las expresiones más importantes de la cultura andaluza. Constituye, en la mayor parte de nuestras ciudades y pueblos, un “hecho social total”, es decir, un fenómeno sociocultural complejo –no sólo religioso– que involucra, de una forma u otra, a todas las dimensiones del sistema social y a muy amplios sectores de la población. Sus inicios pueden situarse a mediados del siglo XVI, a partir de la confluencia de varias tradiciones y factores, algunos de los cuales tenían ya doscientos años de antigüedad, mientras otros aparecen en ese momento. Por una parte, en sus comienzos estuvieron presentes los colectivos de flagelantes, que habían tenido gran presencia en toda la Europa cristiana en los siglos bajomedievales, los cuales se constituyen en hermandades de disciplinantes, sobre todo bajo el impulso de los franciscanos, que las instituyen o acogen en sus conventos, generalmente bajo la advocación de la Verdadera (Vera) Cruz de Cristo. A semejanza de éstas, se transforman ahora en “hermandades de sangre” otras que no tenían este carácter y que eran gremiales, hospitalarias e incluso étnicas. Por otra parte, algunas de estas hermandades recogen diversas representaciones de la Pasión y otras ceremonias extralitúrgicas que habían sido muy populares también en la Baja Edad Media: “pasos” –escenas– del teatro popular sobre la vida, pasión y muerte de Jesús, y escenificaciones del descendimiento de la cruz y traslado al sepulcro, en el interior de las iglesias o en espacios abiertos, a menudo acompañando a lecturas evangélicas u otras pláticas. Y a todo esto se añade ahora la fundación específica de cofradías centradas en el culto a la Pasión y Muerte de Cristo y en los Dolores de María, representados por imágenes escultóricas que son procesionadas con el acompañamiento de cofrades, en un principio de sangre –disciplinantes– y de luz –con cirios encendidos– y pronto también sin comportamiento sangriento, en los días centrales de la Semana Santa. Fueron indudables, para esta confluencia, las resoluciones del Concilio de Trento, iniciado en 1545 y abierto hasta 1563, con su potenciación de una pedagogía popular a través de las Imágenes y del culto a éstas, como forma de actuación pastoral y de resistencia frente a la Reforma protestante. La confluencia de estas tradiciones y factores produjo una rápida proliferación de procesiones con imágenes escultóricas que van adquiriendo una importancia central, sobre todo a partir de la aparición de las “cofradías de nazarenos”, cuyos penitentes ya no derraman sangre sino que portan una cruz a semejanza de Jesús Nazareno. A la vez, la imagen de María Dolorosa adquiere pronto un protagonismo sin precedentes y, en la mayoría de las procesiones, es portada en sus propias andas, paso o trono, de manera independiente a la escena de la Pasión que rememora la imagen del Cristo. Ya desde los inicios del siglo XVII, los Cristos crucificados y, sobre todo, los Cristos vivos, sufrientes, y las Vírgenes Dolorosas desbordan su papel de meros iconos para rememorar la Pasión y se convierten en sujetos de devoción, en referentes sagrados en sí mismos, con nombres propios y fidelidades personalizadas. Sin dejar de ser imágenes sagradas, se desarrolla, respecto a ellas, un tratamiento humanizado, que se acentuará en tiempos posteriores hasta constituir una de las características de la religiosidad andaluza. Ya desde la época barroca, la Semana Santa, además de una celebración religiosa, es también una fiesta ciudadana; en algunos casos, la más importante del año, y en ella se involucran, a través de las diversas hermandades, todos los sectores sociales, incluidos los esclavos negros y, desde el siglo XVIII, los gitanos. En el último tercio de esta centuria, el pensamiento ilustrado, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico, con su visión centrada en la racionalidad, cuestiona los rituales religiosos populares, incluida la Semana Santa, y ésta entra en un periodo de crisis. Desaparecen o se desorganizan un buen número de cofradías y las luchas políticas entre conservadores y liberales afectan de forma importante a la celebración. Pero desde los años centrales del XIX, cuando la situación política adquiere una cierta estabilidad y se normalizan las relaciones entre el nuevo Estado liberal-burgués y la Iglesia, se produce una reactivación de las cofradías y una “reinvención” de la Semana Santa como fiesta popular, manteniéndose muchos elementos expresivos tradicionales, en gran medida refuncionalizados y resignificados, y apareciendo otros nuevos. Es Sevilla el lugar donde este hecho se produce antes y con mayor fuerza, en gran medida con el apoyo del ayuntamiento y del comercio local como un medio, entre otros, para la reactivación económica. A partir de aquí, se produce un nuevo auge de la talla de imágenes, del bordado, la orfebrería, la música y otras artes, y se refuerza el carácter de fiesta ciudadana de la celebración. Las cofradías y sus imágenes, no pocas veces en rivalidad o al menos emulación, se convierten, asimismo, en referentes emblemáticos de los barrios históricos y de los principales arrabales de la ciudad. A la vez, y en el plano religioso, las principales imágenes atraen hacia sí tanto la devoción popular como las prácticas piadosas de la burguesía conservadora. Y un proceso semejante al de Sevilla ocurrió también, a lo largo de las décadas siguientes, aunque con características propias en cada caso, en la mayoría de las demás ciudades y poblaciones andaluzas; en algunas de las cuales se produce una polarización social que da lugar a un sistema de “mitades” asociativo-rituales que llegan a nuestros días. A pesar de las vicisitudes, conflictos y transformaciones sucedidos a lo largo del siglo XX –en especial el trauma de la Guerra Civil; el secuestro, al menos parcial, de la celebración por el nacional-catolicismo durante la dictadura franquista; y el avance del indiferentismo religioso y de la ideología neoliberal– la Semana Santa ha llegado hasta hoy consolidada como un fenómeno social de masas y una de las expresiones culturales más genuinamente andaluzas. A pesar de la importancia en ella de la “tradición”, la adaptación a los cambios socioculturales, aunque no sin resistencias, es un hecho que se refleja, por ejemplo, en el creciente protagonismo de jóvenes y mujeres y en la creación de nuevas hermandades que representan sectores sociales y, sobre todo, ámbitos ciudadanos emergentes que se incorporan a la celebración. Sin duda, en ésta se ha acentuado la importancia de la dimensión identitaria: a través de la participación en ella, de forma más o menos activa, muchas personas, familias, barrios, pueblos y ciudades de Andalucía se reencuentran consigo mismos y se conectan con el pasado sin, por ello, anclarse necesariamente en este ni rehusar a la modernidad. Por ello, además de ser una “fiesta total” para los sentidos, es también uno de los más importantes rituales de reproducción de identidades. Sin perder su dimensión religiosa, la gran fiesta de la primavera en Andalucía es también,actualmente, un referente para muchos no practicantes, e incluso agnósticos, que pueden vivirla como un goce estético, espiritual y ciudadano. Ello es posible porque, a pesar de los intentos de secuestro interpretativo y de utilización interesada, lejos de tener una única significación, la Semana Santa andaluza funciona como un caleidoscopio de significados, como una expresión cultural de dimensiones múltiples, susceptible de lecturas diferentes e incluso contradictorias.
Isidoro Moreno Navarro |
- Corporaciones bÃblicas

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Las corporaciones son agrupaciones de varones, regidas por reglamentos específicos, que tienen por finalidad participar en los cortejos procesionales de la Semana Santa dando vida a las “figuras bíblicas” que acompañan a las imágenes. Se reúnen en edificios especialmente concebidos para este fin, conocidos como cuarteles. Son características, sobre todo, de la Semana Santa cordobesa –comarcas de la Campiña y Subbética–, existiendo actualmente en pueblos como Iznájar, Albendín, Doña Mencía, Priego o Moriles. Son particularmente significativas, por el protagonismo social y simbólico que han alcanzado, las de Baena y, sobre todo, Puente Genil. En el área de influencia ponteña, la localidad sevillana de Herrera también cuenta con corporaciones. En Puente Genil existen en la actualidad 60 corporaciones bíblicas que procesionan unas 425 figuras, desfilando en los diferentes cortejos a lo largo de toda la semana y, todas juntas, en la mañana del Domingo de Resurrección. Aunque con precedentes más antiguos, el origen de las corporaciones –tal como hoy las conocemos– se remonta a mediados del siglo XIX –el reglamento más antiguo conservado, el de los Profetas, data de 1886–, habiendo experimentado un gran auge en la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.
Juan Agudo Torrico |
- Incensarios de Loja

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Los grupos de incensarios son emblemáticos de la Semana Santa de Loja, en la provincia de Granada. Organizados en corrías, que son grupos de ocho varones dirigidos por un señidero, van a incensiar a la imágenes como ofrenda a estas en el transcurso de las procesiones de Semana Santa. Para poder hacerlo, antiguamente cada grupo hacía una “postura”, ganando el derecho para ese año el que más alto elevaba la subasta. Actualmente, esta costumbre sólo es conservada por las cofradías del Santo Sepulcro y del Cristo de los Favores, mientras que las demás corrías suelen ser grupos estables de hermanos que desempeñan esta función. Entre los rasgos que los caracterizan están sus peculiares vestimentas, consistentes en un morrión a modo de capirote revestido de seda o raso, profusamente adornado de abalorios, que deja al descubierto el rostro, mientras que por detrás cuelga una cola en la que aparece bordado el anagrama de la cofradía. El resto de la vestimenta está formada por una túnica corta, pantalón hasta media rodilla donde se ciñe mediante cordones terminados en borlas, medias de punto, zapatos afrancesados con grandes hebillas, y en la cintura, una ancha faja o ceñidor de raso o seda que se anuda en la espalda y termina a modo de amplias alas de mariposa. El color predominante de los trajes es el negro, con la excepción de las cofradías de Jesús Preso (blanco) y Jesús Nazareno (morado); si bien es frecuente que el color dominante de las túnicas y morriones se combine, introduciendo tenues matices de color, con el de los pañuelos de cuello, ceñideros y borlas, que pueden ser blancos, azules o granates. Así vestidos, las corrías recorren la Semana Santa lojeña a partir del martes, aunque es el viernes santo cuando van a ser más numerosas. Cada grupo únicamente incensiará a su cofradía, pero sin formar parte de la comitiva de nazarenos. Acuden a lugares preestablecidos, donde la esperan para, moviendo hábilmente los incensarios que portan, ejecutar los cuatro movimientos o golpes que componen las mudanzas rituales: el trabajoso delante del primer estandarte, el cuadro frente a la primera imagen, la cruz, cuadro y cerco reservada a las imágenes de Cristo, y la cruz y cuarta delante de la última imagen de la Virgen. Después, dispuestos en fila y encabezados por el señidor, abandonan la procesión para ir hasta el siguiente punto de encuentro. Otro de los rasgos que les caracteriza es el cante de saetas, que son compartidas: la comienza uno de ellos y a éste le arrebata el turno otro, y así sucesivamente hasta concluirla. Las referencias más antiguas que existen acerca de la existencia de los incensarios datan del siglo XVIII, pero se desconoce la fecha de creación de las corrías pioneras, que son las relacionadas con las tres cofradías más antiguas: Jesús Preso, Nuestra Señora de las Angustias y el Santo Sepulcro. En el transcurso de la segunda mitad del siglo XX, la tradición se extendió a otras cofradías lojeñas, contando a principios del siglo XXI con sus respectivas corrías nueve de las once cofradías existentes.
Juan Agudo Torrico |
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