La conquista cristiana de la ciudad marítima de Tarifa en 1292 y su posterior cerco islámico en 1294 constituyen dos episodios militares tradicionalmente “heroicos” que se insertan y justifican dentro del contexto general de la estrategia de expansión castellana por el Estrecho de Gibraltar en tiempos del rey Sancho IV (1284-1295). La toma de Tarifa es una curiosa empresa naval de presuntos aliados, dispares y antagónicos, como castellanos y granadinos, aragoneses y genoveses, todos contra los benimerines de Fez, quienes desde 1285 dominaban la plaza a modo de privilegiado y seguro puerto –junto con los de Algeciras y Gibraltar– para frecuentes desembarcos en Andalucía, curiosamente en virtud de antiguos pactos firmados con los monarcas nazaríes. La campaña es larga y, sobre todo, muy costosa para los asociados peninsulares. Sin duda por todo ello, una vez ocupada Tarifa en octubre de 1292 y la flota cristiana –castellana, aragonesa y sobre todo genovesa– asentada en su nueva ensenada, el rey de Granada Muhammad II requiere a Sancho IV la devolución del dominio sobre Tarifa, al parecer según lo previamente acordado, a cambio de la libertad del tráfico marítimo castellano por el Estrecho de Gibraltar y el Mar de Alborán. La negativa del rey de Castilla, políticamente ahora muy fuerte, y la profunda conmoción de engaño que se extiende por toda la corte nazarí, obligan al rey de Granada a acudir personalmente a Fez en busca de su antiguo aliado, Abu Ya-qub, y restablecer, con enormes sacrificios, las vetustas alianzas militares de amistad y colaboración entre creyentes islámicos del Estrecho con el objetivo de recuperar Tarifa. Sancho IV lo intuía y por ello en 1293 fortifica la frontera del Guadalete y sobre todo Tarifa, encomendando estas tareas defensivas a su alcaide don Alfonso Pérez de Guzmán. Además, recluta una importante marina cristiana, haciendo valer sus compromisos financieros con la Corona de Aragón y Génova. Sin embargo, en la primavera de 1294 los benimerines y granadinos, burlando la vigilancia de la flota, cercan Tarifa. Ente los sitiadores se encuentra el díscolo infante don Juan, hermano del rey, y algunos otros nobles castellanos rebeldes, con el hijo primogénito de Pérez de Guzmán como rehén. En este trance tiene lugar el célebre “sacrificio” del joven don Pedro con el arma que lanza incluso su propio padre desde Tarifa antes de entregar la plaza. En agosto de 1294 el cerco de Tarifa se levanta ante la imposibilidad de conquistar la ciudad y tras severas derrotas marítimas. Y Alfonso Pérez de Guzmán “el Bueno” entraría a formar parte de las “leyendas épicas” de la Frontera de la historiografía castellana.
Manuel González Fernández |