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ANEXOS |
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- Tauromaquias escritas

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Los primeros textos más o menos rigurosos sobre el fenómeno de la tauromaquia datan del siglo XVI y son los llamados tratados de jineta. La primera gran tauromaquia del toreo a pie, que se conserva muchos años en la biblioteca de Osuna, se titula Cartilla en que se notan algunas reglas de torear a pie, en prosa y verso y se edita a mediados del XVIII. En 1778 aparece una obra capital, cuyo autor fue el célebre picador nacido en Manzanilla (Huelva) José Daza: Arte del toreo (precisos manejos y progresos condonados en dos tomos del más forzoso peculiar del arte de la agricultura que lo es del toreo privativo de los españoles). A raíz de esa publicación, las normas del toreo comienzan a salir de las imprentas en una sucesión que se prolonga hasta el siglo XX. He aquí algunas de las tauromaquias más destacadas que se han realizado: - Tauromaquia Sevillana o Renovación y descripción de los juegos de toros de Sevilla (1794). - Tauromaquia o arte de torear, de José Delgado ‘Pepe-Hillo’ (1796). - Arte afortunado de Caballería Española o advertencias de torear para los caballeros en plaza, de Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo (1833). - Tauromaquia completa, o sea, el arte de torear en plaza, tanto a pie como a caballo, de Francisco Montes ‘Paquiro’ y Santos López ‘Abenamar’. - El lidiador perfecto, o sea, extracto de las mejores obras de tauromaquia, corregido por el célebre maestro José Redondo (El Chiclanero) y autorizado con su visto bueno (1851). - El toreo, de Sánchez de Neira (1879), aumentado en una edición posterior (1896) con el Gran Diccionario Taurómaco. - Manual de tauromaquia, de Sánchez Lozano, en cinco tomos (1882). - Tauromaquia, de varios autores, bajo la dirección de Rafael Guerra ‘Guerrita’ (1896). - Teoría del toreo, de Amós Salvador (1908). - Intimidades taurinas y el arte de torear, de Ricardo Torres ‘Bombita’ (1910). Ángel Cervantes Velarde |
- Tauromaquias a caballo

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El arte del rejoneo nace como una práctica caballeresca, más próximo al lance de caza o a la peculiar actividad ecuestre de una nobleza ociosa. El alejamiento de las fiestas de toros de la corte de los Borbones relega el toreo a caballo a Portugal; de hecho, en España queda reducido a las faenas camperas de Andalucía, como acoso y derribo y faenas de manejo del ganado. No será hasta el siglo XX cuando aparezca la figura del verdadero impulsor del rejoneo a la española: Antonio Cañero. En los años previos a la Guerra Civil, matadores retirados como El Algabeño o Juan Belmonte probarán suerte como rejoneadores. Después de la contienda empiezan a surgir los dos nombres más reveladores del toreo a caballo en andaluz: Álvaro Domecq y Díez, en Jerez, y Ángel Peralta, en La Puebla del Río. Peralta, junto a su hermano Rafael, Álvaro Domecq hijo y el portugués José Samuel Lupi, forman el cuarteto apodado “Los cuatro jinetes del apoteosis”, que lideran la edad de oro del rejoneo en la década de los setenta junto a Fermín Bohórquez Escribano. También es obligado referirse a la figura del malogrado rejoneador y ganadero Salvador Guardiola, que fallece en Palma de Mallorca después de un percance en la plaza, el 21 de agosto de 1959. La gran estela dejada por esa baraja de rejoneadores se prolonga en el último cuarto de siglo por caballeros andaluces como Antonio Ignacio Vargas, Javier Buendía, Luis Valdenebro, Fermín Bohórquez Domecq, los hermanos Luis y Antonio Domecq, Leonardo Hernández, Curro Bedoya y, más recientemente, Álvaro Montes, Diego Ventura o José Luis Cañaveral. A.C.V. |
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