Será difícil adquirir una idea aproximada de lo que es, significa y representa el flamenco en el siglo XXI sin la aportación de José Monje Cruz, Camarón de la Isla. En su relativamente corta vida de 42 años, el gitano de La Isla de León, sacó el flamenco del recinto en donde cada vez más lo iban encerrando los ortodoxos –las peñas flamencas, los festivales y, sobre todo, “el cuarto de los cabales”–, esto es, de cierta marginalidad de los grandes canales de comunicación, para llevarlo a todos, especialmente a la juventud que vibró con los Beatles, el pop, el rock y, en general, con el conjunto de las músicas de la modernidad del siglo XX. Su carrera artística se inició en su ciudad natal, de la que salió con 16 años para trabajar, de la mano de Miguel de los Reyes, en la Taberna Gitana de Málaga. Formaría parte de compañías como la de Juanito Valderrama hasta que recaló en Madrid y entró a trabajar en Torres Bermejas. Su asentamiento en la capital de España, que en los años sesenta y setenta lo fue también del flamenco, por el número de artistas que allí residían, tendría para Camarón de la Isla una importancia decisiva por cuanto fue en Madrid donde se conocieron y unieron sus destinos artísticos José Monje y Francisco Sánchez, el hoy universalmente conocido Paco de Lucía. Será el padre de éste, Antonio Sánchez Pecino, el productor de sus primeros discos, y su hermano, el cantaor Pepe de Lucía, el autor de muchos de los mejores temas del cantaor de La Isla. Camarón procedía de la ortodoxia flamenca, pero menos. Como gaditano de La Isla, el aprendizaje de su flamenco tuvo mucho que ver con el heredado de sus padres, Juana Cruz y Manuel Monje, canastera y fragüero respectivamente y, por tanto, intérpretes de los dos caminos expresivos fundamentales del cante flamenco de los gitanos. Pero sobre todo con el magisterio que ejercía en los años de su juventud una de las mejores cantaoras gitanas de todos los tiempos, Antonia Gilabert Vargas, la Perla de Cádiz. Los cantes de fragua de su padre se superpusieron, pues, a los alegres cantes canasteros y festeros aprendidos de su madre, influenciados por el inmenso magisterio de Pastora Pavón, La Niña de los Peines, y los de la gaditana Perla de Cádiz y su madre, Rosa la Papera. El joven Camarón que se residencia en Madrid y va a formar pareja artística con Paco de Lucía posee un conocimiento profundo del flamenco hasta la fecha, si se puede decir. Algo parecido a lo que le ocurre al guitarrista de Algeciras. Era lógico, por tanto, que juntos iniciaran el camino irreversible de la búsqueda de nuevos modelos expresivos y la experimentación. El camino, una vez que el de Lucía emprendiera su vuelo en solitario hacia la conquista del mundo, lo retomó un productor sevillano llamado Ricardo Pachón, quien puso a Camarón en contacto con los músicos de rock andaluces propiciando la fusión de otras músicas con el flamenco, desde el mayor respeto al propio flamenco. El resultado llegó a ser un escándalo llamado La Leyenda del Tiempo (1979). Algunos gitanos intentaron devolver los discos en los comercios una vez oídos por entender que se trataba de un fraude descomunal. Fue una cuestión pasajera que disparó la figura del cantaor fuera del ámbito natural del flamenco. Una legión de jóvenes, que nada sabían del cante bajoandaluz, se acercó curioso a conocer, por Camarón, este arte centenario que durante mucho fue circunscrito a grupos cerrados de iniciados. A La Leyenda del Tiempo sucederían nuevas aportaciones en las que se ve a un Camarón decididamente más convencido de la evolución del flamenco desde su propio núcleo germinativo, como fue el caso de Viviré (1984) o Soy gitano (1989), hasta cerrarse el ciclo con un disco final que fue producido por Paco de Lucía, Potro de rabia y miel (1992). Un José Monje enfermo ya no podría realizar nuevas aportaciones a una experiencia de libertad que iniciara en el Madrid de los primeros años setenta con Paco de Lucía. La muerte de Camarón en un tórrido día de julio fue, paradójicamente, el inicio de su inmortalidad. Hubo un desbordamiento de dolor en todo el ámbito flamenco, especialmente en todo el pueblo gitano, que lo tuvo siempre como un Príncipe de su raza y de su arte. El entierro, que tendría lugar en el blanco cementerio de su ciudad natal, fue la expresión más completa de dolor que se recuerda de un artista flamenco. Miles y miles de personas acudieron a la triste cita, que se consumó en medio de un dolor indescriptible. Su desaparición fue, precisamente, el inicio de una presencia constante. Las ventas de sus discos se dispararon al infinito y una serie de homenajes póstumos, como el nombramiento de Hijo Predilecto de San Fernando, la Medalla de las Bellas Artes, entregada por el rey Juan Carlos I a su viuda, Dolores Montoya, y sobre todo el más singular de todos, por lo insólito, la concesión de la IV Llave de Oro del Cante Flamenco a título póstumo, entregada a Dolores Montoya en el transcurso de un solemne acto celebrado en el Salón Regio de la Diputación Provincial de Cádiz, por el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, reconoció la importancia de un artista excepcional cuya influencia permanece constante hasta la fecha. Algunos nuevos discos han sido editados en estos años, en los que destacamos la Antología inédita, preparada por Ricardo Pachón con grabaciones inéditas del cantaor en el ámbito íntimo y, sobre todo, Camarón en la Venta de Vargas, producida por el propio Pachón y Enrique Montiel, con grabaciones inéditas realizadas, con anterioridad a su marcha a Madrid, por un Camarón menor de 15 años en el emblemático enclave del flamenco de la bahía gaditana entre los años 1940 y 1960, en donde, para algunos, se inició la leyenda de uno de las cantaores flamencos más singulares, geniales y únicos de la historia de todo del flamenco.
Enrique Montiel |
No sólo el empeño sentimental de Dolores Montoya “Chispa” o la eficiente tarea como productor y amigo de Ricardo Pachón, han mantenido vivo el patrimonio cantaor de José Monge, “Camarón de la Isla”, tantos años después de que su panteón isleño sea un puntero lugar de peregrinaje múltiple. Grabaciones inéditas, homenajes de toda suerte, Llave de Oro y un buen puñado de efemérides han mantenido con vida la memoria del cantaor, que sigue alimentando, con toda justicia, ríos de tinta y leyendas sin cuento. Esta segunda vida artística que recuerda y mucho a los episodios del Cid Campeador que ganaba batallas después de muerto, ha contado incluso con mayor resonancia internacional que la primera: “Muy a menudo, se me aparece en sueños Camarón”, me confesaba hace años la esposa de un rociero de Córdoba (Argentina). Pero es que en esta etapa, incluso los más acérrimos adversarios de su heterodoxia, han terminado por reconocer al menos su jondura, lo que no deja de ser una insólita victoria respecto al desprecio que despertó, en vida, entre buena parte de los epígonos y los sumos sacerdotes del canon. Camarón, como en su día ocurriese con El Fillo y con Manolo Caracol, ha llegado a crear un determinado estilo de modulación de voz. Y eso no es malo, pero tampoco es bueno. Por si sólo, él era capaz de ganar la guerra de las galaxias. Pero no sé si sus supervivientes seremos capaces de aguantar el ataque de los clones.
Juan José Téllez |