Hay en Cantillana, municipio perteneciente a la comarca de la Vega del Guadalquivir, al norte de Sevilla, dos devociones divididas, como si se tratara de las antiguas anfictionías griegas, que dirigen sus rezos a sendas imágenes de la virgen María, dos titulares, dos advocaciones que viven bajo el mismo techo. Pastoreños y asuncionistas asisten a un singular juego de espejos –toda devoción es, en principio, una gran ilusión– que refleja y multiplica los rostros de María en el santuario que corona la villa. La Divina Pastora de las Almas, venerada en varias localidades de la archidiócesis hispalense por obra del capuchino Fray Isidoro de Sevilla desde 1703, sale de las gubias del imaginero utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón en torno al año 1720, cuando se funda este “redil eucarístico de Cantillana” que cada año procesiona el 8 de septiembre. A pocos metros, sobre el altar mayor, se encuentra la imagen que focaliza el fervor de la otra mitad de la población, “Santa María en el misterio de su Asunción Gloriosa”. Obra de un autor anónimo del siglo XVI, su advocación está presente en el municipio desde tiempos de la reconquista y celebra su festividad el día 15 de agosto. Manifestaciones religiosas características de la Baja Andalucía, en ningún sitio como en Cantillana se ejemplifica el fenómeno de las hermandades semicomunales, aquellas que escinden y además enfrentan a los lugareños en su vida espiritual y social. Una existencia volcada en sus tradiciones, a veces contradictorias, que afirman la identidad de grupos, de los hombres que, como el viajero, se sabe solo y desamparado en el camino, con el único consuelo de su divinidad protectora.
Javier Vidal Vega |