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ANEXOS |
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- Carmona y el latifundismo andaluz

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El latifundismo ha constituido para Andalucía un grave problema en muchos sentidos (económico, social, político), que hoy, aun existiendo, repercute menos; por cuanto el principal valor añadido no se encuentra tanto en la producción, como en la elaboración, transporte y, sobre todo, comercialización. Y, además, la base de la economía no radica ya en la agricultura. Sería interesante, sin embargo, conocer las rentas de las grandes propiedades, la concentración de subvenciones y las inversiones realizadas en las tierras de donde obtienen grandes beneficios, porque el absentismo aún es considerable. Y Carmona constituye precisamente un buen ejemplo de este latifundismo andaluz, que tiene sus precedentes documentados en la conquista castellana, por cuanto, especialmente en el Valle del Guadalquivir, se realiza mediante la ayuda de mesnadas de nobles, alto clero y órdenes militares, a las que es menester corresponder; y se hace con donaciones de tierras. En concreto, Fernando III toma Carmona en 1247, prácticamente sin lucha, por la entrega de sus habitantes, que obtienen ciertas seguridades, pero pierden la mayor parte de las tierras, iniciándose “el repartimiento de su término, al beneficiar a las órdenes de Santiago y Calatrava; en 1252 le otorga carta de fuero por la que se convierte en señorío de la reina, y al año siguiente, Alfonso X realiza el repartimiento completo. A partir de aquí se irá completando el sistema de privilegios por el que la ciudad entra en el de relaciones señoriales, no abolido hasta el s. XIX“ (Gran Enciclopedia de Andalucía, 1979). Es decir, que comienza una apropiación de la tierra, distribuida mayoritariamente en grandes propiedades, que en los años setenta del siglo pasado “el 61.3 % de la Vega (unas 40.000 ha) lo constituyen 102 fincas de más de 250 ha en manos de sólo 46 propietarios –entre los que destaca la duquesa de Alba, con 1.849 ha–. Condiciones físicas y sistemas de propiedad, en tensión contradictoria, originan un cultivo extensivo de cereales, sobre todo, girasol, leguminosas, algodón, etc.” Esta cita de la fecha indicada resume muy bien la situación de un municipio extenso (con campiñas allanadas, además de otros paisajes, clima mediterráneo, buenos suelos –notablemente los bujeos o vertisoles, de gran capacidad hídrica–), encabezado por un núcleo, cercano a Sevilla, bien protegido, con ciertos servicios y calidad de vida. Del documentado estudio Propiedad y uso de la tierra desde el XVIII de J. Cruz Villalón, 1980, extraemos algunas citas y comentarios. En primer lugar que, aunque eran tierras de realengo (excepto cinco despoblados, Torre Palma, Saltillo, Corzo, Cardoso y Peñaflor; de aristócratas, residentes tres de ellos en Madrid) la nobleza presionó para obtener fincas, tanto por concesiones reales, como por adquisiciones, de manera que a finales de la Edad Media “gran parte de las mejores tierras de pan llevar de Carmona se encontraban en manos de la nobleza y el estamento eclesiástico”. Porque, como dice González Jiménez en 1973, cabildos catedralicios y eclesiásticos en general compraron, entre otros pudientes, muchas tierras en Carmona. En el trabajo que hace la citada autora sobre el Catastro de Ensenada de mediados del XVIII, precisa que el 44,5% del terrazgo de Carmona pertenecía al estamento eclesiástico (conventos y monasterios, además del cabildo catedralicio de Sevilla) y el 29,3% a señoríos seculares (Alba, Lasso de la Vega, Torres, Santa Cruz, Villegas Tello...). Treinta propietarios (de los 1.109 existentes) acaparaban el 61% del terrazgo (bien que el Común suponía el 11%), teniendo cultivado el 80 % de la extensión, algo menos que el porcentaje referido a todo el municipio (86). Una concreción cuantitativa de pingües beneficios se encuentra en la lista de 32 grandes propietarios con un producto anual superior a 50.000 reales de vellón, encabezados por el Cabildo catedralicio de Sevilla (539. 854) y cerrado por la iglesia de Santa María de Covadonga con 50.964. La otra cara de la moneda era un importante grupo de minifundistas carmonenses (generalmente cultivadores de olivos, vid y huertas) y, sobre todo, una masa mal pagada de jornaleros (casi 1.700), aparte de una larga lista de personas ancianas e inútiles; si bien se contaba con las tierras del Común (10.000 fanegas de dehesa y casi 5.000 de tierra calma). Al investigar la desamortización del XIX, Cruz Villalón detecta un descenso del patrimonio eclesiástico del 44 en 1755 al 10% en 1850, con el ascenso de una burguesía agraria, en parte arrendatarios, que también se beneficia de otras ventas; por ejemplo, las del Común, repartidas en teoría a suertes, pero con grandes ventajas para los más influyentes. Sobre estos terrenos se dice en el Diccionario de Madoz, de 1850, que los propios están en parte desmontados “por haber dado a censo a particulares, jornaleros y licenciados del ejército... que ascienden a 15.360 fanegas”. El régimen señorial se disuelve en 1837, como consecuencia de la Constitución de 1812, pero las tierras de títulos nobiliarios (el 65% de las vinculadas en 1755) habían pasado del 17% a mediados del XVIII al 26% en 1850; y de los 30 nobles propietarios (11 con más de 250 ha, 9 con más de 1.000 y uno, Marqués de la Torre, con 11.145), sólo tres estaban censados en Carmona (los demás en Madrid y Sevilla). El análisis del Amilla-ramiento de 1910 hace concluir a la Doctora Cruz que la propiedad de la iglesia ha desaparecido en realidad, que lo perteneciente a la nobleza –aumentado a mediados del XIX– bajó al 19,1% del municipio a principios del XX, aunque algunos se integraban ya en la burguesía agraria; y, lo más importante, las propiedades con más de 200 ha suponían el 72.2% del término. En conjunto, e independientemente de estamentos, una evolución con incremento de la concentración de la tierra y una persistencia del absentismo. Las consecuencias de esta acaparación de tierras, rentas y poder económico, social y político frente a pequeños propietarios y jornaleros produce un desvío de recursos hacia otros lugares, Madrid sobre todo, que no parece importar mucho, y un malestar social que preocupa en determinados momentos. Tales fueron los años treinta cuando la II República proyecta una Reforma Agraria y encarga un estudio a Pascual Carrión, publicado en un libro (Los latifundios en España) en 1932. El cuadro de la página 2.059 (resumen de la situación en diciembre de 1930, en lo que nos interesa ahora) puede ser expresivo, pero necesita algunas aclaraciones y reflexiones. Primero que la media no es la estatal, porque se deja fuera la parte con predominio de pequeña y mediana propiedad (norte peninsular desde Galicia a Cataluña y las islas) y Andalucía destaca claramente, sobre todo en la riqueza imponible (mejores tierras y más cultivadas) y en la mayor concentración en propiedades superiores a 500 ha. Y la provincia de Sevilla supera los índices andaluces con ese casi 60 % de lo catastrados y el 40 en el líquido imponible en propiedades de más de 250 ha. Es la segunda, después de Cádiz, en la que la riqueza pagada llega al 50%. Los datos municipales los presenta Carrión según propietarios (sin especificar los superiores a 500 ha) y no propiedades; de manera que dejan de acumularse a un mismo dueño las pertenencias inferiores a las 250 ha. De ahí el porcentaje de 45,4, que en la provincia sería de 50,5, lo que indica una diferencia de nueve puntos; y si se aplican a Carmona, puede decirse que las propiedades mayores de 250 ha eran el 54% de las tierras municipales, mayor que el promedio andaluz. El otro valor en cursiva de Carmona no es el líquido imponible, sino las cuotas mayores de 5.000 pesetas, que, para comparar, es una de las más altas de la provincia (semejante a Écija, 84,8), donde había algunos casos espectaculares, como el de La Rinconada con el 95,3%. La Reforma Agraria no llegó a realizarse, como se sabe (ni tampoco la aprobada en Andalucía en 1983), de manera que, tras analizar el Catastro de 1975, Cruz Villalón constata que la mitad del término eran propiedades superiores a 200 ha, manifestándose, pues, una notable persistencia, más allá de límites, intervalos o matices; si bien, como afirma la autora, se trata ya de una propiedad libre y no estamental, con nobleza terrateniente residual. Posteriormente, en 1989, González Arcas comprueba que la extensión en Andalucía de propiedades mayores de 250 ha era aún en 1983 el 82% de las de 1930 y que la Campiña sevillana, donde se integra Carmona, es una de las comarcas más significativas en concentración de superficie y riqueza.
Gabriel Cano |
- Patrimonio arqueológico de Carmona

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El término municipal de Carmona posee evidencias arqueológicas que prueban el poblamiento humano desde los períodos más antiguos de la Prehistoria. Es por ello que los habitantes de la ciudad justamente presumen de que su solar ha sido habitado de manera ininterrumpida durante más de 5.000 años. Posiblemente se deba a su localización en un entorno privilegiado, en un promontorio de los Alcores fácilmente defendible, con fuentes de agua cercanas y junto a La Vega, terreno especialmente dotado para la producción agropecuaria y, también, a que se sitúa en una encrucijada de vías de comunicación terrestres y fluviales, sin olvidar que en la primera mitad del primer milenio a.C. se hallaba relativamente cerca de la costa del Lagus Ligustinus*. En los alrededores de Carmona existen múltiples lugares, especialmente en las terrazas del Guadalquivir y en las márgenes del río Corbones, donde se reconocen y recuperan abundantes instrumentos prehistóricos de piedra tallada, característicos del Paleolítico Inferior y testimonio de las lejanas raíces del poblamiento. Pero las pruebas de una ocupación estable corresponden a finales del Neolítico, cuando se produce la sedentarización de los grupos de agricultores y pastores que hasta entonces se habían movido por las vegas de los ríos y colinas practicando un modo de vida semimóvil. Primero se establecen en Campo Real y El Acebuchal, poco después en las partes más altas y en la periferia de la meseta donde se asienta la ciudad. También se enterraron allí; al principio en los propios silos abiertos bajo las cabañas; después en tumbas colectivas, como el tholos descubierto en el siglo XIX en las inmediaciones del Ayuntamiento. Al final del período se desarrolla un tipo de cerámica decorada, conocida como campaniforme, de la que J. Bonsor* encontró un magnífico conjunto en El Acebuchal. La siguiente época prehistórica, la Edad del Bronce, está atestiguada por restos materiales también abundantes; en sus comienzos parece que existieron núcleos de hábitat dispersos en lugares fácilmente defendibles, como el del Picacho, más tarde el poblado ocupaba la misma extensión que el centro histórico actual y su entorno. Con el cambio de milenio se inicia una etapa de gran brillantez en la historia local con el desarrollo de la Carmona tartésica. La población de entonces vivía en cabañas circulares con zócalo de piedra y paredes de adobe dispersas por el alcor dejando amplios vacíos en la meseta. La influencia fenicia sería decisiva para transformar estos antecedentes en una auténtica ciudad, de manera que algunos investigadores han propuesto que se asentó en ella un grupo de colonizadores fenicios. Se introduce y generaliza la cerámica a torno y se desarrollan artesanías en materiales ricos y exóticos para atender las demandas de representación de la élite que se enriquece por el comercio y la dependencia política. El núcleo de mediados del siglo VIII, que coincide con el actual barrio de San Blas, adquiere en los siglos siguientes una estructura urbana: las casas poseen una planta rectangular y se erige en su flanco occidental una muralla. Acorde con esta relevancia contaba con edificaciones de carácter religioso, como han puesto de manifiesto las excavaciones realizadas en antiguas dependencias de la residencia del Marqués de Saltillo, donde aparecieron los restos de tres construcciones superpuestas fechadas entre la segunda mitad del siglo VII a.C. y mediados del V a.C. y levantadas con técnicas de influencia fenicia. Del más antiguo se ha recuperado un rico conjunto material de evidente significado ritual, como las cuatro cucharas de marfil talladas con la forma de las cuatro extremidades de un ungulado y las tres ánforas decoradas con motivos geométricos y figurativos de influencia oriental. De las tres, destaca la de mayor tamaño por presentar un cortejo de cuatro grifos que desfilan ceremoniosamente entre abundantes flores de loto. Los ajuares de las necrópolis en túmulo distribuidas por los alrededores de Carmona son expresión de la concentración de poder y riqueza que se había producido en esta sociedad y de las nuevas relaciones políticas consolidadas por las alianzas entre las élites tartésicas y de éstas con los comerciantes y artesanos fenicios. Se cuentan hasta catorce los yacimientos de éste tipo en el término municipal, pero los más conocidos son los de El Acebuchal y Cruz del Negro. La prosperidad alcanzada le permitió superar la crisis que provocó el hundimiento del mundo tartésico, de manera que la Carmona turdetana incluso extendió sus límites hacia el sur hasta alcanzar las inmediaciones de la Puerta de Sevilla. La ciudad adquirió protagonismo durante la época bárquida y la Segunda Guerra Púnica; se reforzaron sus defensas con la elevación de una muralla precedida de fosos de sección en V excavados en el alcor y se levantó un bastión con sillares almohadillados, que dio origen al actual Alcázar de la Puerta de Sevilla. Tras la resolución de la guerra en favor de los romanos, en Carmo, como en el resto de Hispania, comienza un proceso de transformación cultural como resultado de las nuevas condiciones políticas. Debido a su larga tradición urbana y a su pujanza económica, la ciudad se expande y, en época imperial, presenta ya un esquema urbanístico típicamente romano, cuyo centro, el foro, se localizaba en la actual plaza de Arriba; su perímetro estaba rodeado por una muralla en la que se abrían cuatro puertas, de las cuales se conservan todavía la de Córdoba y la de Sevilla. Ésta se construye aprovechando el bastión cartaginés con el adosamiento de un sistema de tránsito con dos tramos abovedados y un patio entre ellos, y la elevación de un templo sobre aquél rodeado de un muro que realzó ostensiblemente la monumentalidad del conjunto. También contaba con teatro, localizado en la calle General Freire, con termas y circo, si se confirman como tal los restos constructivos de la calle Tinajerías, así como con anfiteatro, levantado en las inmediaciones de la vía a Sevilla. Precisamente, cerca estaba la necrópolis principal, aunque había otras menores en las proximidades de puertas y caminos. En ella se han excavado más de setecientas sepulturas, algunas de carácter monumental, como las de Servilia, del Elefante, de Postumio o de las Cuatro Columnas. Pocos elementos materiales se conocen del período que transcurre entre fines del siglo III d.C. y la conquista en 713 por los árabes, que conservaron el antiguo nombre adaptado a su fonética como Qarmuna. De la importancia de Carmona durante este periodo se tiene constancia a través de las fuentes escritas, si bien las evidencias arqueológicas son relativamente escasas, aunque casi todas ellas de carácter monumental. Cabe destacar importantes tramos de la muralla, que en parte están edificados reaprovechando la cerca romana; la antigua fortaleza de la Puerta de Sevilla transformada en alcázar con la construcción de una torre y el reforzamiento de las defensas de la puerta; el Patio de los Naranjos y parte del alminar de la mezquita mayor derribada en 1424 para levantar la iglesia prioral de Santa María; un palacio de comienzos del siglo X integrado en el Alcázar Real. Además, la trama urbana actual es directa heredera de la existente en esa época medieval. Tan rico patrimonio arqueológico estimuló el interés de J. Bonsor por la investigación arqueológica, gracias a cuyo trabajo y dedicación, junto a los de los otros miembros de la Sociedad Arqueológica de Carmona, se ha podido conocer y conservar una buena parte a pesar de los múltiples peligros que lo acechaban. Desde 1985 funciona un Servicio Municipal de Arqueología que continúa una tradición de casi siglo y medio de investigación, protección, investigación y difusión de un patrimonio tan especial. También cuenta con un museo municipal de historia. Tras la transferencia de competencias culturales a la Junta de Andalucía, el antiguo Monumento Nacional Histórico-Artístico de la Necrópolis fue transformado en 1992 en Conjunto Arqueológico de Carmona, integrando la necrópolis y las canteras romanas, el museo arqueológico y el anfiteatro. De esta manera, se proseguía y dotaba de nuevo significado la labor que iniciaron J. Bonsor y J. Fernández López.
Gabriel Martínez Fernández |
- Estatuto de Carmona

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Los procesos históricos de los pueblos suelen quedar registrados con nombres de ciudad. En aquellos años que culminaron con la consecución autonómica, Andalucía en su conjunto fue un ejemplo en España. Ni se le dieron privilegios, ni fue arrastrada por el ritmo que quiso imponerle el gobierno centralista. Hasta llegar a ese punto definitivo, pueblos, aldeas y rincones habitados tuvieron su protagonismo. Algunos de aquellos hitos históricos quedaron registrados con nombres propios del ancho mapa andaluz, como en la etapa del andalucismo histórico había sido inscrito, entre otros topónimos, el de la ciudad de Ronda. El 4 de diciembre de 1977, Día de Andalucía, fue el escenario de las manifestaciones autonómicas, el despertar de la conciencia de un pueblo, que tuvo su reflejo en todas las capitales y de forma especialmente significativa en Málaga, donde se celebró con la representación de la Junta preautonómica y donde murió –de un tiro de pistola, disparado por un policía de paisano– el joven José Manuel García Caparrós. A Cádiz le cabe el honor de haber acunado la Constitución de 1812 y el 27 de mayo de 1978 de servir de anfitriona para la creación de la Junta de Andalucía. Antequera es la ciudad del gran pacto autonómico, que lleva su nombre. El Parador antequerano quedó convertido en la cita del compromiso, con un hombre como protagonista al reunir en este enclave andaluz a los políticos de todas las tendencias democráticas, ya fueran parlamentarios o marginados de las urnas. Y Carmona. El Estatuto de Autonomía de Andalucía es conocido por el Estatuto de Carmona. En su Parador fueron siete políticos los que tuvieron la responsabilidad de redactar la norma por la que habríamos de regirnos los andaluces, a partir de su aprobación en el referéndum del 20 de octubre de 1981. Aunque hubo más protagonistas, los siete nombres que han pasado a la historia como los redactores del Estatuto de Carmona son: José Rodríguez de la Borbolla Camoyán, Ángel M. López y López, Miguel Ángel del Pino Menchén, Carlos Rosado Covián, Pedro Luis Serrera Contreras, Javier Pérez Royo y Juan Carlos Aguilar Moreno. A estos siete andaluces les cabe el honor de tener registrados sus nombres junto al texto fundamental de Andalucía, sellado en la milenaria ciudad de Carmona.
A. R. E. |
- Carmo

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El geógrafo griego Estrabón consideraba a Carmo (Carmona, Sevilla) como una de las más importantes ciudades de Turdetania* , en cuyo territorio se encontraba, como recuerda Ptolomeo. Ya en el periodo orientalizante tartésico, en los siglos VIII-VI a.C., Carmo es un núcleo excepcional por su emplazamiento estratégico, como demuestran los vestigios arqueológicos, descubiertos por G. Bonsor a comienzos del siglo XX en las necrópolis de Cruz del Negro, Alcantarilla y Cañada de Ruiz Sánchez. Estas tumbas ponen de manifiesto una fuerte influencia de los colonizadores fenicios en las élites aristocráticas tartessias, que incluso propicia interpretaciones sobre la existencia de colonos fenicios en Carmo. El reciente descubrimiento de un santuario fenicio coetáneo a las necrópolis mencionadas en el palacio del Saltillo refuerza estas hipótesis. En el periodo turdetano Carmo sigue siendo una importente ciudad amurallada, como ponen de manifiesto las excavaciones efectuadas en el área de la plaza de Arriba. En algunas áreas de las murallas de la ciudad y en la Puerta de Sevilla se documentan lienzos y fábricas atribuidas a la influencia cartaginesa. Durante la Segunda Guerra Púnica, Carmo debe tomar partido por los cartagineses, sirviendo de campamento a éstos poco antes de la batalla de Ilipa en 206 a.C. En 197 a.C. Carmo participa en la insurrección general contra los romanos. Es en este periodo de los siglos II-I a.C. cuando acuña monedas con el nombre de la ciudad en latín. Durante la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, Carmo se alinea en el bando cesariano, expulsando a la guarnición pompeyana. Posiblemente por ello, Carmo alcanza el estatuto de municipio, como muestran las inscripciones romanas de la ciudad que mencionan magistraturas e instituciones. De la Carmo romana se va conociendo su topografía urbana, conservándose significativos restos arqueológicos como las termas, conducciones de agua y la localización de edificios singulares como el teatro y el anfiteatro, así como otras áreas urbanas domésticas y artesanales. De valor excepcional es la necrópolis romana con tumbas monumentales como las llamadas Tumba de Servilia o Tumba del Elefante. La información arqueológica muestra la pervivencia de la ciudad en época visigoda.
J. L. L. C. |
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