La caza, un arte tan viejo, ha dado lugar a un vocabulario propio y, así, llamamos raspil a la línea del horizonte de un cerro y descolgadero al pasillo hecho por las reses en una pendiente. De soniche: en silencio. Juanico: zorro, al que el serrano no quiere nombrar nunca por motivos supersticiosos. Para exagerar lo cerca que se ha tirado una res, suele decirse que fue a mojadedo, a capón o a cascaporro. Los accidentes geográficos tienen una amplia nomenclatura entre los cazadores. Cabril es un cerro con mucha piedra; cojón un cujón o rincón, por lo que quien tiene un tiradero muy corto se queda encojonado; castillete es una piedra o grupo de piedras de gran tamaño que emerge del monte. En caso de estar las piedras alineadas formarían un crestellar. Cimbra es la curvatura de la ladera de un cerro, a la que también puede llamarse ladero. Y por delante del puesto podemos tener un pandero (ladera extensa de un cerro), un testero (parte del cerro que queda frente a nosotros formando una muy pronunciada pendiente) o un ballestón (corte profundo en el terreno). A un montero que desee estar a la altura de sus interlocutores serranos le conviene entender las expresiones que describen el monte. Por ejemplo, si oye hablar de monte de cabeza o roíjo debe saber que se trata del conjunto de arbustos (lentisco, madroño, durillo, carrascas...) que más gusta a las reses. Si un cerro está muy poblado de monte bajo será un apretal o espesinal. Si una pequeña mancha está aislada es un pegullón, pegote o serpellón. A menos que se trate de pinos, en cuyo caso estaremos hablando de un picatel. Una peculiaridad curiosa del lenguaje de los serranos es que jamás llamarán al ciervo ni al jabalí por estos nombres. En las sierras cordobesas un jabalí será un cochino o un marrano. Y un ciervo un venado. Sin embargo, en cuanto se pasan los límites de la provincia de Sevilla, será lo normal llamar guarro al jabalí. Misterios de la semántica. Si se anda entre gentes de sierra vamos a escuchar explicaciones salpicadas de palabras locales. El vocabulario es especialmente rico en sus referencias a cursos de aguas. Bonal (nacimiento de aguas que encharca los alrededores), canjorro (zanja profunda producida por la erosión de un arroyo), encanjorrado, saltadero (cataratilla de un arroyo), chabarcón (charcón), madrevieja (lecho seco de un río o arroyo)... Otro aspecto en que es rica el habla del cazador es el de las labores hechas por mano del hombre. Abancalar (formar terrazas en el terreno para facilitar siembras), lindón (lindazo, acirate), rehundiero (parte del camino que ha cedido), desechadero (variante que se hace en un camino para evitar un mal paso)... Y, ya metidos de lleno en las faenas monteras, hay que hablar de la dicha (ladrido, voz) del perro, de su casta: ataravizcado (cruzado) o fino (pura raza), de su capa: moracho (mezcla de pelo negro, fuego y blanco), averdugado (con machas verticales)... de sus orejas enveladas (enhiestas) o sorollonas, blandas o avionadas (caídas). A la perdiz se le llama pájaro. El abandono del campo hará que se vayan perdiendo irremisiblemente las hablas serranas ricas y expresivas que forman parte irrenunciable de nuestro patrimonio cultural.
MARIANO AGUAYO |