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ANEXOS |
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- Entre la realidad y la leyenda

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don Antonio Chacón, la historia le reconoce como uno de los más grandes cantaores de todo los tiempos, por más que buena parte de su vida concierna a las brumas de la leyenda. Por ejemplo, su infancia, una etapa en la que rastreó con pericia José Blas Vega hasta deducir que fue hijo de padres desconocidos, pero adoptado por una familia de zapateros jerezanos que le dio sus apellidos. De niño, se inició en dicho arte con el guitarrista Javier Molina y un hermano bailaor de éste, con quienes recorrió Andalucía hacia 1884, en una peripecia que no tenía nada que envidiarle, tanto por dicha como por sufrimientos, a las que imaginara Mark Twain: “Éramos dignos de ver –contó en sus memorias Javier Molina–. Chacón, con un lío y sus alpargatas. Mi hermano, con una maleta a las espaldas, a manera de mochila. Y yo con mi guitarra y las botas de los tres, y la merienda. Antes de entrar en los pueblos, debajo de las alcantarillas de las carreteras, merendábamos. La merienda se componía casi siempre de pan, queso, morcilla, chorizo y alguna vez carne y pescado; y en las posadas, muchos guisos de arroz con bacalao y pimientos. En las alcantarillas nos poníamos los trajecitos de trabajo y las botas, para entrar en los pueblos decentitos”. Según refiere Molina, el 26 de julio de 1886 el diestro Manuel Hermosilla celebró su triunfo en la Plaza de Toros de Jerez con una larga fiesta en la Tienda La Rondeña, en la que cantaron El Mellizo y Joaquín La Serna, despertando un absoluto clamor la intervención del joven Chacón: “A ti te dirán un día el Papa del cante”, cuentan que le dijo entonces aquel Enrique El Mellizo, al que él quiso tanto, hermanando en sus respetos respectivos a dos ciudades como Cádiz y Jerez, a menudo enfrentadas por localismos que iban y que van más allá del cante. Cuando creció su fama, en el otoño siguiente, Silverio Franconetti contrató a Chacón para su célebre café sevillano, donde permaneció ocho meses seguidos y donde competiría con el cantaor gaditano Francisco Lema Fosforito, quien cantaba en el Café del Burrero; hasta el punto de que las empresas respectivas tuvieron que coordinar los horarios de sus actuaciones para que el público pudiera seguirles a ambos. Desde muy pronto, como signo de autoridad, se anticipó a su nombre el título de “don”. De hecho, había ganado el favor del público, dada la largueza de su cante, que puso de manifiesto en todos los estilos y en los llamados cantes libres. La cartagenera, las malagueñas, la granaína y la media granaína fueron géneros que sin la impronta chaconiana nunca habrían alcanzado la belleza con que han llegado a nosotros. Chacón fue un todoterreno que cantó en tablaos y en teatros, plazas de toros y verbenas, codeándose con los mejores de la época, el maestro Patiño, Enrique El Mellizo, su hermano Mangoli, o Enrique Ortega El Gordo. En Cádiz ejecutó una malagueña que llegó a compararse con la de su admirado El Mellizo, y que consagró definitivamente su fama. Después de cantar en Málaga, vuelve a Sevilla para encabezar el cartel del Café del Burrero durante 60 días, forzando a Silverio a abandonar su retiro y volver a cantar, para no quedarse sin público en su propio Café. Su debut en Madrid, como refiere Manuel Ríos Ruiz, tuvo lugar en el Café del Puerto, cantando también en el Café de Fornos. Sin embargo, no se establecerá en la capital española hasta 1912, cuando centra sus actuaciones en Los Gabrieles y, de nuevo, en Fornos. En 1914, embarca hacia América junto con la compañía teatral de María Guerrero y obtiene un éxito inusitado en el Teatro San Martín de Buenos Aires. También actuó en Montevideo, regresando a tiempo a España para presidir, en 1922, el célebre Concurso de Cante Jondo. Al año siguiente, asiste como artista invitado en el concurso de Huelva. Actuó a menudo ante los Reyes de España y otros aristócratas europeos. En agosto de 1925, en Madrid, entregó la Copa Pavón a Manuel Vallejo. Murió como consecuencia de una arteriosclerosis, a 21 de enero de 1929: “El entierro se verificó al día siguiente a las dos de la tarde –escribe José Blas Vega–. Desde mucho antes, numeroso público de todas las clases sociales acudió a la casa mortuoria. El cadáver fue encerrado en un lujoso féretro negro con herrajes de plata y depositado en una carroza a la federica, tirada por seis caballos...” De su fama y prestigio, puede dar cuenta que el cortejo fúnebre fuera presidido por el duque de Medinaceli. Numerosos cantaores se arrancaron por distintos palos al paso de su ataúd ante el Teatro Pavón, testigo de sus éxitos. Juan José Téllez |
- El “Papa” del cante

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La obra discográfica de don Antonio Chacón no es tan completa, en cuanto a número de cantes registrados, como la de la Niña de los Peines, Manuel Vallejo o Pepe Marchena. Grabó en total cincuenta y ocho estilos, sin contar los rulos fonográficos, de los que poco se sabe: catorce malagueñas, diez cartageneras, ocho seguiriyas, seis tientos, cinco granadinas, cinco soleares, tres caracoles, tres medias granadinas, dos mineras, un mirabrás y una milonga argentina. Nunca vamos a saber cómo cantaba la saeta, la caña, la bulería, la petenera, el garrotín, la farruca, el fandango y los cantes a palo seco: tonás, martinetes y deblas. ¿Por qué no grabó estos cantes y sí la milonga argentina y los caracoles, estilos que significan muy poco en el flamenco? Seguramente, como le ocurrió a otros cantaores de su tiempo –Manuel Torre, Tomás Pavón, Manuel Escacena…–, Chacón no tuvo nunca conciencia de la importancia que alcanzarían aquellos discos de pizarra que le dieron tan pocas satisfacciones, aunque sí mucho dinero. De haber sabido el valor que alcanzaría su obra grabada con el paso del tiempo, entre los entendidos y artistas del cante, estamos seguros de que habría ampliado su producción discográfica mucho más, de lo que se habría beneficiado el cante andaluz, que experimentó un gran progreso, en cuanto a técnica interpretativa, con su concurso. Cuando se afirma hasta la saciedad que Chacón era un gran intérprete del cante de levante, malagueño y granadino –tarantas, cartageneras, malagueñas y granadinas–, parece que se le está restando méritos en los llamados cantes básicos, como la seguiriya y la soleá. Será porque aún existe la creencia de que no se puede ser un gran seguiriyero sin ser gitano. Recordemos que, en su entrevista con El Caballero Audaz, el mismo Chacón llegó a declarar que de niño sólo cantaba soleares y seguiriyas. Entonces, en el último tercio del siglo XIX, era lo que se cantaba en Jerez y en otros puntos de la geografía flamenca como Cádiz, Triana o los Puertos. Cuesta entender que a un intérprete de la calidad musical del jerezano, que hacía estos cantes desde su más tierna infancia, y que los aprendió de verdaderos genios como Enrique el Mellizo, el Loco Mateo, Manuel Molina, Salvaorillo, Curro Dulce y Silverio, se le resistiera la seguiriya. Y lo mismo podemos decir de la soleá.
Manuel Bohórquez Casado De Grandes clásicos del cante flamenco, publicado en El Correo de Andalucía. |
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