(jerez de la frontera, cádiz, 1869-madrid, 1929). Cantaor. Considerado como una de las máximas figuras del flamenco, por sus dotes interpretativas y su capacidad creativa, Chacón abandera una escuela del cante que hunde sus raíces en la tradición musical andaluza del siglo XIX y que, a su vez, abre nuevos caminos a modelos y estilos del arte jondo. Nacido en una familia humilde, residente en el barrio jerezano de San Miguel, desde su infancia debe encarar la precariedad económica trabajando junto a su padre en una zapatería. Poco apegado a la labor del taller, comienza a cantar muy joven, como él mismo reconocería, "cuando tenía trece o catorce años". Lo hace en las tabernas y fiestas íntimas de corrales y reservados de Jerez, después de escuchar y absorber las voces de otros buenos cantaores de la época, como Enrique el Mellizo o el Loco Mateo. Se aplica, en estos primeros años, a cantar soleares y seguiriyas gitanas, mayoritariamente.
El primer paso para el reconocimiento de su cante se produce en 1884, fecha en la que decide realizar su primera gira por la provincia gaditana, acompañado por los hermanos Javier y Antonio Molina a la guitarra y el baile, respectivamente. En esas salidas iniciales, Chacón recorre una gran cantidad de pueblos, desde Arcos de la Frontera "el primero que visita" hasta Medina Sidonia, donde emprende el regreso a Jerez para descansar y retomar, al poco tiempo, una nueva dirección, que le dirige fuera de Cádiz: a Sevilla, Extremadura y Huelva. En estos viajes, rememorados en una entrevista concedida al periodista Galerín en 1922 para El Liberal , Chacón adquiere la experiencia artística que le otorga compartir tablaos con viejos aficionados al cante andaluz y la madurez humana que le presentan los múltiples caminos por los que transita generalmente a pie. Durante ese periodo de posadas, casinos y tabernas, entabla una estrecha amistad en Huelva con Salvaorillo, un viejo cantaor jerezano, que le introduce, al igual que Manuel Molina o Curro Dulce, en nuevas músicas desconocidas para él. Se especializa, así, en las malagueñas y los cantes de Levante o mineros, que suponen la base para hacer valer la técnica de su voz, de melodía y modulación extraordinarias, según Fernando el de Triana.
Entre Sevilla y Málaga. Convertido ya en una promesa del flamenco y tras una exitosa actuación en el café El Filarmónico, alterna una serie de intervenciones, de ida y vuelta, entre Sevilla y Málaga. Silverio Franconetti lo hace debutar en la capital hispalense en el café cantante de la calle Rosario que él mismo regenta. Según Chacón, está obligado a cantar durante nueve meses seguidos en este café "y no uno, como creía haber firmado" por desacuerdo en los términos del contrato. De ahí pasa a Málaga, en 1887, al café Siete Revueltas, ganando cinco duros diarios. Un mes después vuelve a Sevilla, al café Burrero, para recalar nuevamente en la Costa del Sol, donde es reclamado, con mayor estima y sueldo "cobra la importante cantidad, para la época, de veintidós duros diarios", por el célebre café de Chinitas y El Universal.
En pleno auge de los cafés cantantes, Antonio Chacón decide aprovechar las ofertas económicas de éstos y hacerse un hueco entre los grandes del flamenco, una vez que Silverio vivía sólo dedicado a su negocio como promotor de espectáculos. Sevilla es, en estos años finales del siglo XIX, el principal punto de irradiación del flamenco y ello incita a Chacón a establecerse definitivamente en la ciudad en 1893. Llega a competir con Fosforito el Viejo, y algo más tarde, con Manuel Torre. Será con este último con quien protagonice una etapa dorada del arte jondo, al representar cada uno de ellos una faceta diferente del cante jerezano: Torre como estandarte de la espontaneidad gitana "la llamada "escuela de los raros", que componían también El Nitri, El Marrurro, Frijones, entre otros", de la inspiración y el "sonido negro" "como lo tildaría Federico García Lorca"; y Chacón como emblema de la perfección musical, la creatividad, la seguridad y la presencia constante de su voz a buen nivel. Los dos dividen pronto a los aficionados de toda España y fijan el cante tal y como se conoce en nuestros días, más allá de los lógicos cambios evolutivos.
El ocaso madrileño. Conquistada Sevilla, donde ayuda a introducir el cante como concierto y actúa en los mejores teatros en estrecha colaboración con la joven Niña de los Peines, emprende su ruta hacia Madrid. Al igual que otros cantaores de la época "Manuel Escacena, Fernando el Herrero, El Macareno, Pepe el de la Matrona", Chacón busca en la capital española nuevos ambientes flamencos, en los que la condición social de los intérpretes sea más elevada, sobre todo entre los círculos aristocráticos y artísticos. No esconde su descontento el jerezano cuando descubre que tal estima apenas existe: "En Madrid se huye del flamenquismo y se detesta a los flamencos", le comenta a Galerín en 1922. A pesar de todo, Antonio Chacón alcanza en Madrid su cima como cantaor, siendo el mejor pagado de las fiestas de Fornos, Los Gabrieles y Villa Rosa.
El hecho de que fijara residencia en Madrid no le impide, sin embargo, desplazarse en numerosas ocasiones a Andalucía, junto a su mujer, Ana Ariza Urbano. El destino de su regreso es, preferentemente, Sevilla, ciudad en la que deja numerosas amistades y consigue disfrutar de su cante en recintos de menores dimensiones, siempre preferidos por éste. Aun así, el anhelo de Chacón por volver a espacios más íntimos en los que poder desplegar la potencia de su voz se ve obstaculizado en el último año de su vida. Posiblemente obligado por las necesidades económicas, que se acentúan en su etapa final, acepta la oferta de Vedrines, el agente artístico más influyente de la época, para encabezar un prestigioso cartel, acompañado por la Niña de los Peines y Manuel Vallejo al cante y su inseparable amigo Ramón Montoya en la guitarra. Con el elevado sueldo de 1.000 pesetas por noche "el contrato era para más de veinte funciones", Chacón realiza esta gira en el verano de 1928, que le conduce por diversas plazas de toros, entre ellas las de Jerez, donde se anuncia el espectáculo del 4 de agosto como un evento histórico, una "solemne fiesta andaluza". La repercusión pública de este acontecimiento no se corresponde, no obstante, con el agrado del cantaor, que debe resignarse a participar en espacios abiertos y escuchar, incluso, los abucheos de algunos espectadores, incapaces de atender y entender la hondura de este maestro del flamenco.
Poco después, el 21 de enero de 1929, el denominado "Papa del cante flamenco" fallecía en su domicilio de la madrileña calle de Toledo. Antes de morir y con pasmosa serenidad, le expresa a su mujer, Ana Ariza, el deseo de que le acompañe en su ataúd una fotografía de Silverio Franconetti, como prueba de su admiración al que había considerado su maestro en el cante. [ Manuel Bohórquez ].
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