Es una voz torrera, manueltorrera: pero con un deje personalísimo que la distingue en el ámbito cada vez más enriquecido del panorama del cante flamenco. La he escuchado muchas veces y en distintas latitudes, en variados ambientes, en teatros y recintos al aire libre, en tablaos y en reunión, siempre inquietante, y expresiva, reveladora de una casta y de un sentimiento transido, prieto y acongojado, furibundo también, muy difícil de sacar del cuerpo, pero que cuando se configura y relata siempre lastima, incluso en las noches de menor inspiración. Me estoy refiriendo a la voz gitana de EI Chocolate de Jerez. Esa que dicen que ha sonado días pasados en Sevilla en toda su dimensión artística, haciendo posible la crujía de los huesos. Y ha sido aclamada y premiada, ¿enaltecida? Puede que sí. Pero el dueño de esa voz, de esa laína voz estremecida, tan llena de picos como cuajada de jondura, ese hombre trajinado por tantos trances vitales en su trayectoria flamenca, seguramente estaría anímicamente por encima de toda aclamación, más adentro de si mismo que nunca, más arrecogido en su fuero interno que jamás lo estuvo. ¿Por qué? Es una intuición, pues el verdadero artista, el legítimo creador, aunque aparentemente reciba el éxito con efusión, el aplauso con la sonrisa, el estímulo con alegría, sigue pensando para sí que su capacidad aún no ha dado su mayor medida, que todavía le queda dentro picón por encender con el rescoldo de su sangre.
Manuel Ruiz Ríos |