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TÉRMINO
- CULTURA ANDALUZA
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  • ¡Viva Andalucía viva!  Expandir
  •  En 1883, Machado Álvarez, Demófilo, definió el pueblo como la nebulosa de la que se desprende, por diferencias inapreciables, esos astros que se llaman individuos. Y llamó pueblo al “conjunto” de hombres y mujeres que por las condiciones especiales de su vida, se diferencian entre sí lo menos posible y tienen el “mayor número de notas comunes”. Son pobres y consumen su energía, decía, en trabajos principalmente físicos y tiene, por la escasez de su cultura, horizontes menos amplios en que desenvolverse que los hombres ya más adelantados. En ellos, agregaba, predominan el sentimiento y la fantasía, siendo en este sentido más poetas que los hombres cultos y eruditos, por estar más cerca de la niñez que los otros.
     De todas las regiones españolas, Andalucía, acaso sea la que tiene más pueblo, la que, con arreglo a las palabras del padre del inagotable Antonio Machado, junto a los astros individuales más visibles, posee la nebulosa más extensa. Pero ¿estamos seguros de que exista algo a que pueda llamarse “lo andaluz”, algo que sustente la variedad tan extremada de las Andalucías, desde sus formas de pronunciación hasta sus formas de lidiar la vida?... Prescindo de las diferencias sociales. Hablo de un pueblo (...).
     Es preciso que se inventaríen nuestras realidades desde aquí mismo, sin atender datos de fuera, ni soluciones, ni consejos, ni más buenas palabras, ni más paños calientes. Es preciso que Andalucía yerga su frente y mire sus cultivos, sus industrias, sus campos y sus mares. Así las cosas, es preciso que recuerde otros tiempos. Sus hijos de otros tiempos a los que nadie compró ni apabulló. Que recuerde la vereda de la plata, las rebeldías de las Alpujarras, Sierra Morena, los garrochistas y los aceituneros de Bailén, los liberales antifernandinos, la Junta Soberana de Andújar en 1835, la Internacional Socialista de Málaga en 1870, la Constitución Federalista de Antequera en 1883, las agitaciones campesinas en el primer cuarto de este siglo contra oligarcas que ni siquiera vivían aquí. Que recuerde a los promotores de sus ideales y de su libertad: a Guzmán Sertorio, a Fermín Salvochea, al maestro Escosura, a Picavea, a Álvarez de Salamanca, a Díaz del Moral, a Ferrnín Requena, a Méndez Bejarano, a Isidoro de las Cagigas, a BIas Infante, a todos sus héroes sobre cuya muerte ya ondea la bandera que ellos mismos soñaron. Es preciso que Andalucía recuerde tantas luchas y vidas por seguir siendo ella y vuelva en sí de su desdén histórico que la hizo siempre ser la malentendida (...).
     Vivamos pues, a partir de este instante, una hora de esperanzas y recuperaciones; no de iras y de pérdidas. Una hora de corregir lo que otros no supieron ni quisieron hacer. Una hora de exigir de cada uno, rotunda y solidariamente, bajo juramento, erigirse cada uno en responsable de su conciencia, de su casa, de su oficio, de su trozo de acera, de su trozo de la ciudad en que vive, de su trozo de Andalucía. Quienes quieran lo mejor para su patria conózcanla antes a fondo porque es el conocimiento quien engendra el amor y el amor quien multiplica y perfila el conocimiento. Eso es lo que aspira a demostrar este Congreso. Y naciendo en el sitio en que nace, en este reducto tantas veces sagrado y venerable y materializador de cultura, no es posible que fracase. Para fortificar tal seguridad, yo pido por amor, sólo por amor, que es una obligación devota, que es un trabajo liviano, que es un jocundo esfuerzo, yo pido la apasionada colaboración de todos, que para todos hay tarea en la larga marcha que hoy iniciamos hacia la Andalucía de la provisión. Hermanos andaluces, para que desde ahora podamos serlo con más orgullo, con más seguridad, con más ilusión, con más gozo que nunca, ¡viva Andalucía viva!

     Antonio Gala
     Discurso de apertura del Congreso de Cultura   Andaluza pronunciado en la Mezquita-Catedral  de Córdoba el 2 de abril de 1978.

  • Cultura andaluza, multiculturalismo e interculturalidad  Expandir
  • En modo alguno se trata de levantar muros, de practicar ensimismamientos, ni de alentar autosuficiencias. La cultura andaluza, por la índole del proceso histórico del que es resultado y de la singular “superposición de temporalidades” en que se ha conformado, tiene unas bases óptimas para, desde ella, oponerse a cualquier tentación chauvinista, xenófoba o intolerante. Y es, también, hoy evidente que Andalucía, como cualquier otro país del mundo, más allá de su grado de institucionalización política, vive en una situación crecientemente multicultural. Pero, como se ha visto, en relación a la identidad andaluza esto no constituye una novedad absoluta, ya que en muchos periodos de su historia ha predominado la plurietnicidad y el multiculturalismo, que sólo se hacen imposibles por la acción de los poderes políticos y religiosos que, provenientes y con sus centros de gravedad en el Norte y el Sur, según las épocas, destruyen con sus fundamentalismos doctrinarios el clima de tolerancia existente en nuestro territorio.
     El reforzamiento de la identidad andaluza no se contrapone al multiculturalismo y a la aspiración de interculturalidad. Sí se contrapone a la homogeneización impuesta desde los centros de poder cultural, político y económico que están interesados en que los pueblos pierdan su identidad. En Andalucía, como en cualquier otra sociedad, existe hoy una mayor diversidad cultural que en cualquier otro tiempo. Diversidad que constituye una riqueza, aunque esto sea negado por la ideología del globalismo. Y diversidad que procede tanto de la propia diversidad interna de la cultura andaluza como de la presencia de nuevas minorías culturalmente diferenciadas, principalmente provenientes de los países del Sur. Y en el futuro, por este doble motivo, la diversidad se acentuará. Debemos prepararnos para ello desde su valoración como un enriquecimiento cultural y no como un problema. Desde una actitud no sólo de tolerancia –que significa, a lo más, la aceptación de la coexistencia entre extraños– sino de reconocimiento, respeto, valorización y apoyo del despliegue de las diversas culturas en un horizonte de diálogo democrático intercultural que hoy no es aún posible, más que como proyecto, por la asimetría y desigualdad en que se encuentran los grupos humanos que constituyen sus soportes.
     Esta actitud, para ser algo más que un vacío discurso “políticamente correcto”, requiere cambios legales en diversos ámbitos, muy especialmente en lo que refiere a la consideración y derechos de los inmigrantes de países externos a la Unión Europea. Y supone, también, una necesaria profunda transformación en el concepto de ciudadanía en la dirección que ya señala Blas Infante, cuando sueña una Andalucía “en la que nadie sea extranjero”.

    Isidoro Moreno Navarro

 
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