Las asociaciones ecologistas han sido los elementos más activos en la defensa del medio ambiente en Andalucía en las tres últimas décadas. A pesar de su poca entidad organizativa, han demostrado tener un importante activismo, sistemas de actuación innovadores y una capacidad de difusión de sus propuestas que ha logrado calar en buena parte de la sociedad y de las distintas administraciones públicas. En Andalucía las asociaciones ecologistas surgieron a mediados de la década de los setenta del siglo pasado. En sus comienzos, centraron su atención de forma preferente en la defensa de los espacios naturales y de las especies protegidas, es decir, se desarrolló un ecologismo naturalista, que si bien tenía ciertas simpatías en áreas urbanas, no se entendía en los sectores rurales, que veían en estas propuestas de protección limitaciones a sus actividades. Las campañas en defensa de Doñana, a favor de la declaración de espacios naturales protegidos, en defensa de especies en peligro de extinción –la malvasía, el buitre negro, los pinsapares...–, culminaron con importantes éxitos, y sirvieron para abrir los ojos a la sociedad de los problemas medioambientales. La actitud popular ante este nuevo movimiento en defensa del medio ambiente ha sido de cierta simpatía –no se olvide la proliferación de noticias y programas divulgativos sobre la naturaleza en todo tipo de medios de comunicación que han influido decisivamente en miles de ciudadanos–, aunque sus propuestas eran percibidas con la distancia y la pasividad de algo justo pero alejado de sus problemas reales. A mediados de la década de los ochenta se inicia un cambio sustancial en los objetivos y prácticas del movimiento ecologista andaluz. Conscientes de que es imposible la resolución de los problemas ambientales sin el concurso de las poblaciones afectadas, se consolida una corriente que se define como “ecologismo social”, que se propone realizar análisis globales de los problemas ambientales, proyectos alternativos de resolución a corto y a largo plazo, e implicar a la mayor parte de los ciudadanos en la resolución de sus propios problemas ambientales. Este cambio de mentalidad dentro del propio movimiento coincide también con una diversificación en su campo de actuación, y con el inicio de un proceso de fortalecimiento organizativo que posibilite abordar los nuevos retos que se le plantean. Así se comienza a trabajar en problemas urbanos –tráfico, basuras, contaminación, urbanismo, energía...–, agropecuarios –agroquímicos, roturaciones, erosión, manipulación genética, desaparición de razas autóctonas...–, o relacionados con la paz y la solidaridad –objeción de conciencia, campaña contra las bases militares extranjeras, campañas de solidaridad con el tercer mundo, campañas en defensa de los bosques tropicales y de las comunidades indígenas, coordinación con organizaciones ecologistas de Marruecos...– Se fomentan iniciativas y proyectos que serán decisivos en la historia medioambiental de Andalucía: Plan Forestal Andaluz; modelos de desarrollo sustentable en los espacios naturales andaluces; planes de recuperación de cuencas fluviales y de mejora de la gestión del ciclo de agua; primeras experiencias de agricultura ecológica; campañas de recuperación de vías pecuarias; campañas de reciclaje de residuos... Las asociaciones ecologistas, muy atomizadas y con escasas posibilidades de intervención, comienzan a constituir federaciones y coordinadoras de ámbito provincial y andaluz. Hitos destacados en este proceso de unificación son la constitución de la Confederación Ecologista-Pacifista Andaluza (CEPA) en 1988, y de Ecologistas en Acción-Andalucía en 1998, entidad que se ha convertido en la principal organización ecologista andaluza, agrupando a un centenar de entidades. Este cambio en los objetivos y en los métodos de actuación ha tenido una gran repercusión en el aumento de la conciencia ciudadana sobre los problemas ambientales, en el logro de una mayor implicación en su resolución por parte de los ciudadanos, y desde luego en una mayor eficacia en la consecución de los objetivos propuestos en las distintas campañas realizadas. En Andalucía tenemos un marco legal adecuado para la protección del medio ambiente, existen numerosas administraciones con responsabilidades en este tema, hay recursos cada vez más numerosos –sobre todo dependientes de fondos comunitarios– para abordar la prevención y corrección de los más importantes problemas e impactos ambientales, la conciencia ambiental se ha extendido hasta constituir hoy un elemento más de la vida social y económica del país, lo que todavía no se ha desarrollado suficientemente es la capacidad de respuesta de los ciudadanos y de intervención directa en la solución de estos problemas ambientales. Este es el gran reto de los ecologistas y de la sociedad andaluza.
Juan Clavero Salvador |
La alimentación en las sociedades desarrolladas ha ido perdiendo la importancia que aún mantiene en sociedades menos desarrolladas. El salto cualitativo dado al pasar de cubrir unas necesidades alimenticias básicas a la demanda de alimentos de calidad es una muestra del grado de desarrollo económico que se ha producido en las sociedades de los países desarrollados. Con las necesidades básicas cubiertas, las demandas se encaminan hacia otros requerimientos que, si bien, anteriormente han sido secundarios, en la actualidad cobran una gran relevancia. La calidad de los alimentos en la actualidad está alcanzando cotas nunca vistas, los controles de higiene en la producción alimentaria son cada vez más exhaustivos. No obstante, seguimos teniendo episodios de crisis alimentarias de manera periódica. Pese al grado de desarrollo alcanzado, es evidente que algo falla. El sistema de producción alimentaria se ha sustentado sobre unos cimientos ciertamente frágiles, que antes o después terminarían por ceder. Los síntomas palpables que el cambio climático está produciendo son una señal de alarma de los problemas de insostenibilidad del sistema a los que nos enfrentamos. Es el momento de avanzar hacia una nueva cultura alimentaria en la que se tenga en cuenta la perdurabilidad del sistema que nos provee de los alimentos. Una revisión de los fundamentos del proceso de producción de alimentos debe sentar las bases para un nuevo sistema en el que la calidad de los alimentos no sólo se mida por parámetros intrínsecos del producto, el concepto calidad debe extenderse a parámetros de afección medioambiental y social en su producción. La sostenibilidad del sistema es una necesidad porque en ella le va la pervivencia. La sociedad no puede permanecer al margen de la fuente de los alimentos que consume, es necesario que tome conciencia de que los productos que sirve en su mesa tienen un origen y que ese origen ha de cuidarse y valorarse para asegurar su perdurabilidad. La imagen del sector agrario debe ser restaurada, su papel, fundamental en la sociedad, debe recobrar el valor que se merece. Para ello es necesario que se vuelva a identificar a éste como proveedor de alimentos y como mantenedor del medio ambiente, alejándonos de la imagen actual en la que el sector agrario es un sumidero de fondos públicos que nos alimenta con productos de dudosa calidad y seguridad. La alimentación ha interiorizado conceptos como salud y calidad. A estos conceptos hay que sumarle la sostenibilidad, el respeto ambiental, la puesta en valor de los productos locales, la responsabilidad social, etc. En definitiva una serie de valores que, considerados conjuntamente, hagan de la alimentación un acto de responsabilidad donde la consideración de la sostenibilidad del sistema productivo esté en pie de igualdad con la calidad del alimento que consumimos.
Francisco Casero |