(A Aurora de Albornoz)
“Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía” (Juan Ramón Jiménez)
Vino primero frívola –yo niño con ojeras– y nos puso en los dedos un sueño de esperanza o alguna perversión: sus velos y su danza le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.
Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras porque también manchase su ropa en la tardanza de luz y libertad: esa tierna venganza de llevarla por calles y lunas prisioneras.
Luego nos visitaba con extraños abrigos, mas se fue desnudando, y yo le sonreía con la sonrisa nueva de la complicidad.
Porque a pesar de todo nos hicimos amigos, y me mantengo firme gracias a ti, poesía, pequeño pueblo en armas contra la soledad.
Javier Egea De La otra sentimentalidad. |
Vivía arrebatada, apasionada, militantemente ese partido político al que llamamos vida. Javier Egea parafraseó a Garcilaso, del que bebía sin moderación como si fuera un vaso largo, parafraseando a Alberti: qué buen escudero sería, qué buen camarada sería, dijo Quisquete, el de la perilla romántica y las herramientas comunistas sobre el ojal de la solapa. A veces, se quitaba de la bebida, pero jamás se quitó de la poesía. Al granadino que amaba las palabras y el raro de luna, le recuerdo una noche, en La Caleta de Cádiz, junto a Antonio Enrique, frente a la mar océana. Allí, se sucedieron dos actitudes ante la realidad de la historia: –Antonio –inquirió–, ¿por qué crees que se mueven las luces del faro? –¿Porque unos duendecillos las van moviendo para nuestro deleite? –No, porque lo hacen unos obreros que generan plusvalías. Egea firma el Manifiesto Albertista pero era mucho más que Alberti, mucho más que escudero, mucho más que camarada. Era un vividor, en el mejor sentido de la palabra vividor, al que se le vino de pronto tanto mar y de golpe, tanta historia y vencida.
Juan José Téllez |