“La fortuna me puso en los umbrales de aquel malagueñero que se llamó Enrique El Mellizo, éste –mi maestro a poco—abarcaba todo el género, y las seguiriyas y soleares salían de su garganta pulidas y emocionadoras hasta arrancar bravos y ¡olés! Que no dejaban escuchar las letrillas finales. Yo me animé como un poseso, y en aquella escuela (…) fui día a día perfeccionándome en los secretos del cante. Mi mentor, con mano segura, me iba enseñando a dar matices a la voz, a robarle a las coplas su entraña, a tamizarla a través de los trémolos para que la esencia del sentimiento, de la alegría o del reto, fluyera arrolladora en suspiros, en ayes estremecedores como certera puñaladas; que la música tomase vida y ecos de triunfo en los sostenidos, en las leves palpitaciones de la media voz. De allí salí con mi estilo tallado, con un dominio cumplido de lo que eran los registros en la mina preciosa de mi garganta”.
Fosforito el Viejo |