Si la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, posibilitó el retorno de republicanos, socialistas y anarquistas exiliados durante la Dictadura de Primo de Rivera y 1930, la Guerra Civil de 1936-1939 y la derrota del ejército republicano provocaron el exilio más masivo y dramático que se conoce en la historia de la España contemporánea. Un exilio que, a diferencia de los anteriores, fue de larga duración, –en muchos casos desde 1939 a 1976–, fue un exilio de masas y cualitativamente supuso la salida de España de varios miles de escritores, científicos, investigadores, pedagogos, maestros y médicos, que se habían comprometido con una República que encarnaba los valores de libertad y democracia y hacía de la educación y la cultura su bandera para el progreso social y económico del país. Se trata de un exilio plural desde el punto de vista social e ideológico y con una fuerte dispersión por diferentes países de Europa y América. El grueso de los exiliados se asentó en Francia y México, pero también hubo presencia en la Unión Soviética, Argelia y países sudamericanos como Chile, República Dominicana y en menor medida Argentina, Venezuela, Colombia y Cuba. Desde una perspectiva socio-profesional la historiografía tiende a establecer una diferenciación entre el exilio francés y el mexicano. En Francia, por regla general se asentaron los exiliados con un nivel profesional más modesto, pertenecientes a los sectores agrícolas e industriales, y una gran proporción de militancia anarquista y socialista. A México, en cambio, fue un número relativamente elevado de profesionales liberales, políticos e intelectuales, aunque también hubo campesinos y gentes de oficios diversos. Desde el punto de vista político, la riada humana que se adentró en Francia y que, en gran parte, acabó en los campos de concentración franceses, tenía de común su pertenencia a la izquierda, aunque las diversas culturas políticas de las que procedían –socialistas, republicanos, anarquistas y comunistas– y los enfrentamientos durante la guerra y la derrota hizo que la convivencia entre ellos fuera a veces difícil. La riqueza cultural y científica de este exilio republicano de 1939 se puso de manifiesto en todas las ramas del conocimiento pero especialmente en los campos de la poesía y de la ciencia. No es casualidad que dos exiliados, el poeta Juan Ramón Jiménez y el médico Severo Ochoa, consiguieran el Premio Nobel en 1956 y 1959, respectivamente, y que todos los poetas de la generación del 27, salvo Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, tomaran el camino del exilio. El éxodo. Desde el inicio de la Guerra Civil en julio de 1936, las ofensivas y contraofensivas del ejército republicano y de los militares sublevados obligaron a desplazamientos de población civil de una a otra zona del país y al extranjero. La campañas del Frente Norte en 1936 o la ofensiva del ejército de Franco sobre el Alto Aragón supusieron una salida a Francia de cerca de 155.000 personas que, siendo combatientes en su mayoría, serían repatriados por el Gobierno francés, quedando en el país vecino entre 40.000 y 45.000 refugiados. En estos desplazamientos merecen especial atención los llamados niños de la guerra. Conforme la guerra fue avanzando, la situación de la zona republicana era más angustiosa, había escasez de alimentos, problemas de higiene y muchos niños abandonados a su suerte. Se calcula en unos 33.000 niños los que salieron a diferentes países extranjeros. Francia acogió a unos 20.000, en gran parte vascos, aunque también los hubo de Asturias, Santander y Madrid. A Inglaterra llegaron unos 4.000 niños vascos. Bélgica recibió en torno a 5.000. A la Unión Soviética se enviaron unos 2.900. México dio acogida a cerca de 500, conocidos como los Niños de Morelia. Suiza a varios centenares y Dinamarca a un pequeño grupo de 100. Las evacuaciones, promovidas por el Gobierno vasco y el Gobierno de la República, estuvieron rodeadas de polémica. Como ha escrito Alicia Alted en La voz de los vencidos, la intencionalidad política no estuvo exenta de estas evacuaciones. Los niños despertaban un fuerte sentimiento de solidaridad y ello favorecía la causa de la República. Los argumentos que se utilizaron para justificar las evacuaciones eran de todo tipo, pero ante todo estaba el deseo de alejar a los pequeños de los lugares donde corrían más peligro. Una parte de ellos fueron dirigidos a colonias de la zona mediterránea y a Cataluña. Las colonias resultaron insuficientes y el Gobierno de la República aceptó y promovió su salida de España, ante la solidaridad de organismos de diversos países y la actitud de los Gobiernos favorables a la acogida provisional de niños. Los niños fueron a colonias o familias adoptivas. En la mayor parte de los casos los padres dieron su permiso, convencidos de la provisionalidad de la situación y de que era bueno para sus hijos. La experiencia, ya fuera positiva o negativa, supuso una inflexión en sus vidas, sobre todo para los que volvieron en una etapa tardía. La repatriación de los niños de Francia y los países europeos se produjo en 1939. Los de Rusia se producirían, en algunos casos, más tarde. Una parte de ellos se reuniría con sus padres u otros familiares en la frontera convirtiéndose en refugiados El gran exilio se produjo entre finales de enero y primeros días de febrero de 1939, tras la caída de las principales ciudades de Cataluña en manos del ejército de Franco. Desde mediados de enero de 1939 las carreteras que conducían a Francia por los Pirineos Orientales se llenaron de gentes hambrientas, cargadas con sus pertenencias, tratando de alcanzar la frontera bajo las inclemencias del tiempo y los ametrallamientos y bombas de la aviación franquista. Huían ante el miedo de las represalias de los vencedores. El propio Gobierno de la República pasó a Francia a primeros de febrero. En poco más de tres semanas atravesaron la frontera por el Departamento de Pirineos Orientales más de 465.000 personas. La figura de Antonio Machado y su madre, enfermos y prácticamente agonizantes, representan a toda a aquella masa humana, que algunos llamaron “hospital ambulante”. Muchos de ellos eran mujeres, ancianos y niños que se habían visto impulsados a dejar España ante las consecuencias de una guerra perdida. Según señala Alicia Alted, Cataluña (con un 36,5 por ciento) y Aragón (con el 18 por ciento) dieron los porcentajes más elevados de refugiados en Francia. Le siguen los procedentes de la zona levantina (Murcia, Alicante, Valencia y Castellón) con un 14 por ciento. Se calcula en un 10,5 por ciento los andaluces en el exilio francés. La procedencia regional de los refugiados a México sitúa en primer lugar a Cataluña, seguida de las provincias del Norte y Castilla la Mancha. Los andaluces en el exilio méxicano alcanzaron un total del 10 por ciento de los refugiados. Exilio en Francia. Los republicanos españoles no fueron acogidos como esperaban de un país que consideraba el “derecho de asilo” como su bandera. Para el Gobierno francés los refugiados fueron considerados desde un principio como un problema tanto política como económicamente. Las reacciones de la población francesa ante las 465.000 personas que cruzaron la frontera fueron de simpatía y lástima, pero también de temor ante el daño que podían hacer a sus propiedades y de rechazo por la imagen negativa que se había difundido de los “rojos”. El gobierno francés ordenó agrupar a los exiliados en campos desde donde se procedió a la distribución: los niños, mujeres y enfermos fueron conducidos a localidades del centro y oeste de Francia, mientras que los hombres civiles y antiguos combatientes del ejército republicano fueron internados en campos de concentración. Los primeros campos fueron los de Argelés-sur-Mer, Saint-Cyprien, Vallespir y la Cerdaña. En el mes de febrero de 1939 había 180.000 personas en los dos primeros campos y 95.000 personas en los dos segundos. Como ha escrito Genevieve Dreyfus-Armand en L´Exil des Republicains espagnols en France. De la Guerre civile à la mort de Franco, los campos eran grandes extensiones de arena junto al mar, rodeadas por alambradas, donde sus moradores estaban sometidos a una estrecha vigilancia de tropas francesas y coloniales. Los primeros momentos fueron muy duros por la promiscuidad y la carencia de lo más elemental. La mala alimentación, la falta de higiene y la contaminación del agua fueron causantes de todo tipo de enfermedades. Posteriormente se construyeron campos en el interior para reducir el número de refugiados en las playas del Rosellón: Agde (Herault), Bram (Aude), Gurs (Beárn), Judes (Tarn et Garonne), Vernet d’Ariège y el de Rieucros (Lozère). A lo largo de 1939 y 1940 la población de los campos fue disminuyendo debido al retorno a España, la reemigración a otros países, los contratos privados hechos por los agricultores y empresarios franceses y la utilización de los refugiados por parte de la Administración francesa como mano de obra. A finales de 1940 quedaban unos 5.000 españoles en los campos, la mayoría en el campo de Argelés-sur-Mer. El número de fallecidos en los primeros meses de estancia en Francia oscila entre 1.500 y 2.000, de los que unos 200 fueron en los campos de concentración. El Gobierno francés fomentó la repatriación o la reemigración hacia terceros países. Según los datos que aporta Javier Rubio en La Emigración de la guerra civil de 1936-1939, a finales de 1939 habían vuelto a España unas 360.000 personas y podían quedar en Francia unos 180.000 exiliados. Con respecto a la reemigración a terceros países, entre mayo de 1939 y junio de 1940, el volumen de refugiados que partió hacia los países americanos se sitúa en torno a 15.000 personas. México, Chile y la República Dominicana se mostraron favorables a la acogida de refugiados. Todos estos países impusieron la condición de que organismos republicanos españoles les costearan el viaje y contribuyeran económicamente a su instalación al llegar al país de acogida. Los dos organismos que más se destacaron en esta ayuda fueron el Servicio de Refugiados Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE). El primero de ellos vinculado a Juan Negrín y el segundo a Indalecio Prieto. Al SERE correspondería el traslado de más del 80 por ciento de los refugiados. Las autoridades francesas, en aplicación del decreto de 12 de abril de 1939, ofrecieron a los españoles cuatro opciones de trabajo: ser contratados a título individual por patronos agrícolas o industriales que acudían a los campos en busca de mano de obra, apuntarse a la Compañía de Trabajadores Extranjeros, en la Legión Extranjera o en los Batallones de Marcha de Voluntarios Extranjeros. Se calcula que unos 40.000 españoles trabajaron en los sectores agrícolas e industriales. En las Compañías de Trabajadores Extranjeros, unidades militarizadas mandadas por oficiales franceses y dedicadas obras públicas, construcción de instalaciones militares e industria bélica, estuvieron adscritos unos 55.000 españoles, un grupo importante de ellos en la línea Maginot. Unos 5.000 españoles se enrolaron en los Batallones de Marcha de Voluntarios Extranjeros y apenas llegaron a mil los que lo hicieron en la Legión Extranjera. El estallido de la Segunda Guerra Mundial supuso un nuevo revés para los republicanos españoles, que hubieron de implicarse en un nueva guerra contra el fascismo. Tras la toma de Dunkerque y la caída de la línea Maginot, en junio de 1940, muchos de los republicanos adscritos a los Batallones de Marcha fueron hechos prisioneros y enviados a los campos de concentración alemanes. El compromiso del Gobierno colaboracionista de Vichy de enviar trabajadores a Alemania para trabajar en la industria de guerra, hizo que cerca de 40.000 republicanos españoles fueran de una manera forzada a trabajar a en los centros industriales alemanes, sufriendo los bombardeos realizados por los aliados en la etapa final de la guerra y la condición de prisioneros, una vez que ésta terminó, por su supuesta colaboración con el enemigo. Otros republicanos tuvieron peor suerte al acabar en los campos de concentración nazis. Procedían de los Batallones de Marcha y de las Compañías de Trabajadores que se encontraron los alemanes en su penetración por Francia; otros serían hechos prisioneros por su participación, a partir de 1943, en la resistencia. Asimismo fueron internados en los campos nazis los que se negaron a colaborar con las fuerzas de ocupación o ya estaban internados en Francia por ser considerados peligrosos por su ideología. Al campo austriaco de Mauthausen fueron conducidos el noventa por ciento de los republicanos que estuvieron en campos de exterminio. La primera expedición llegó el 6 de agosto de 1940. La Gestapo dispuso que “los luchadores de la España roja” fueran enviados a campos de concentración. En el complejo de Mauthausen estuvieron internados más de 7.000 republicanos, encontrando la muerte unos 5.000. Los campos de Buchenwald, Bergen-Belsen, Dachauk, Auschwist, Ravensbrück, Flosenburg, Nevengamme y Oranienburg estuvieron unos mil más. Todas las referencias que hasta el momento se disponen indican que unos 905 andaluces encontraron la muerte en los campos de concentración nazi. 839 en el campo de Gussen que estaba en el complejo de Mauthausen, 42 en el propio Mauthausen y 24 en los otros campos de exterminio. Por fin se ha empezado a reconocer de una manera oficial el papel que los republicanos españoles desempeñaron en la resistencia y en la liberación de Francia. Se ha llegado a decir que fueron el “esqueleto del maquis francés”. Participaron en la resistencia bajo la idea de que la victoria de los aliados sobre los regímenes nazi y fascista debía de conducir al restablecimiento de las libertades republicanas en España. En octubre de 1940 empezaron a actuar los primeros grupos resistentes de orientación anarcosindicalista y comunista. Su actividad fue múltiple en la resistencia: participaron activamente en cadenas de evasión como la Pat O’Leary, distribución de propaganda, realización de atentados y sabotajes, redes de información y acciones guerrilleras propiamente dichas. Los vascos y los anarcosindicalistas crearon grupos específicos de resistencia. Fueron, sin embargo, los comunistas los que adquirieron un mayor protagonismo, vinculados a los movimientos de resistencia franceses y creando una Agrupación de Guerrilleros Españoles dependiente directamente del Estado mayor de la Fuerzas Francesas del Interior. Los republicanos españoles eran expertos en el uso de explosivos y en el empleo de las tácticas de la lucha guerrillera. La participación en los combates de Liberación en algunas zonas de Francia fue decisiva. La participación en la resistencia supuso para muchos de ellos la prisión y la deportación a los campos de exterminio nazis. Especialmente significativa fue la presencia de españoles en la Nueve del general Leclerc, concretamente en la compañía del capitán Drole, primera en entrar en París para su liberación en 1944. Tras la Segunda Guerra Mundial, la imagen de los refugiados españoles había cambiado substancialmente respecto a 1939. A ello había contribuido su actuación en los frentes y la participación en la Resistencia y la Liberación de Francia. Las palabras de José Martínez Cobo, dirigente del PSOE exiliado en Francia, reflejan muy bien esta nueva situación: “Cuando los refugiados llegan a Francia son los rojos [...] Esos cuatro años, los españoles, las españolas [...] han demostrado que saben trabajar, que saben sufrir, que saben educar a los hijos, que saben luchar por la libertad de Francia con los guerrilleros [...] y cuando en 1944, 1945, la gente puede hablar de los refugiados de manera pública [...] ya no son los rojos, son los republicanos”. El Gobierno regularizó la residencia en Francia de los refugiados españoles aplicándoles a partir de marzo de 1945 los beneficios de la Convención de Ginebra y el Estatuto Internacional de Refugiados. Desde entonces gozaron de certificado de identidad y de viaje, recibieron un trato favorable de la seguridad social y se les dio muchas facilidades para la naturalización, que fue poco utilizada en un principio al confiar en una rápida intervención aliada contra el régimen de Franco. La decisión de los aliados de no intervenir en España produjo gran desencanto entre los exiliados españoles y la perspectiva del retorno se fue alejando con el tiempo. Los años posteriores a la segunda guerra mundial se asiste a un segundo éxodo de españoles a Francia, protagonizado por republicanos salidos de las cárceles del franquismo y especialmente por mujeres y niños que marcharon al país vecino a reencontrarse con el cabeza de familia y reconstruir una nueva vida. La acomodación a Francia fue la única perspectiva que les quedaba. Como ha escrito Genevieve Dreyfus-Armand, después de la Liberación de Francia, los españoles se establecieron en las zonas de tradicional asentamiento de la colonia española, especialmente el Mediodía de Francia y la región de París. La ciudad del Sena y Toulouse fueron las capitales del exilio de 1939. En Toulouse, por ejemplo, llegaron a residir unos 40.000 españoles, lo que supuso el diez por ciento del total de su población. Desde ellas los partidos políticos republicanos, las centrales sindicales CNT y UGT, el PCE, PSOE y los partidos nacionalistas mantuvieron sus actividades políticas de acoso a la Dictadura de Franco, crearon sus centros de sociabilidad, mantuvieron el espíritu militante, sus símbolos, sus fiestas, editaron sus periódicos Solidaridad Obrera, El Socialista o Mundo Obrero. De la esperanza de un rápido retorno, concebida en el segundo lustro de los años cuarenta, se pasó a una fuerte frustración cuando el 4 de agosto de 1950 la Asamblea de las Naciones Unidas derogó mayoritariamente la cláusula de condena a España realizada en 1946. Para el Gobierno republicano en el exilio, para la emigración en general, la decisión de Naciones Unidas significó un duro y decisivo golpe. La nueva situación de la España de Franco en el contexto de internacional de la “guerra fría” obligó a las organizaciones del exilio a una nueva reorientación de su lucha política que caracterizaría las últimas décadas del franquismo. En 1962 se habían naturalizado más de 180.000 españoles. Pese a que los grupos de profesiones liberales e intelectuales se acogieron mayoritariamente a la reemigración a América, en Francia permanecieron personalidades del periodismo y de la vida política y sindical como Corpus Barga, Jorge Semprún, María Casares, Federica Montseny, José Peirats, Manuel Buencasa, Gabriel Pradal, Manuel Nuñez Arenas, Pompeu Fabra, Rovira i Virgili, Luis Capdevila, Pau Casals, etc. , que contribuyeron de una forma significativa a mantener el espíritu de la República y el sueño de una España con libertades. Norte de África. El éxodo africano se inició al final de la guerra, conforme las tropas de Franco fueron avanzando en la zona Centro-Sur de la Península. La primera expedición salió el 5 de marzo de 1939 con unas 4.093 personas, muchos de ellos militares, con destino a la base naval de Bizerta en Túnez. Hasta el 30 de marzo de 1939 fue posible la huida de refugiados en barcos extranjeros bajo la protección de la marina inglesa y francesa. Salieron desde los puertos de Almería, Cartagena y Alicante. En la historia de esta última huída republicana quedan los nombres de barcos como Ronwyn, Lezardieux, el Campillo, Galatea, African Trader y Stanbrook. El destino principal fue Orán, donde había asentada una amplia colonia española desde el siglo XIX. El número total de exiliados que desembarcaron en las costas norteafricanas fue de unos 12.000. Hubo que improvisar los centros de internamiento del mismo modo que en Francia. La población civil fue alojada albergues con unas condiciones relativamente buenas, mientras que los combatientes y los jóvenes en edad militar fueron conducidos a los inhóspitos campos de concentración de Morand, Suzzoni y Rélizane. En el campo de Morand, donde soplaba con fuerza el Siroco y las temperaturas alcanzaban los cincuenta grados, estuvo, entre otros, el poeta Pedro Salinas. A partir de 1940 los refugiados españoles se enrolaron forzosamente en Compañías de Trabajadores Extranjeros para trabajar en las obras públicas, especialmente en las obras de construcción del Transahariano, que pretendía unir al Mediterráneo con el Níger. La vida en los nuevos campos de trabajo fue tan dura que muchos intentaron fugarse de ellos. No faltaron campos de castigo, como el de Djelfa, conocido como el “campo de la muerte”, por la crueldad y brutalidad de los guardianes, policías del gobierno de Vichy. Con la capitulación de las tropas del Eje del Norte de África, los campos fueron suprimidos y los internos optaron por quedarse en África y buscar trabajo ante las perspectivas de un pronto regreso a España. Sin embargo, tras el fin de la Guerra Mundial, el desencanto por la actitud de los aliados ante el régimen de Franco llevó a muchos a reemigrar a Francia, la Unión Soviética o América Latina. Con el paso del tiempo el exilio del norte de África fue marginado de las actividades de los exiliados en Europa y América. Tras la independencia de Argelia en 1962, la de Marruecos y Túnez, casi todos los refugiados españoles residentes siguieron el mismo camino que los pieds noirs, instalándose en territorio francés. Para muchos de ellos daba comienzo un segundo exilio en ese país. Exilio en la URSS. Presenta, según señala Alicia Alted, características diferentes a los otros exilios republicanos: el colectivo más numeroso estuvo formado por cerca de 3000, que llegaron a la URSS en cuatro expediciones entre 1937 y 1938; junto a ellos había maestros y educadores que les acompañaron, alumnos de pilotos que habían ido a estudiar a las escuelas de aviación soviéticas y tripulantes de los barcos españoles que se encontraban en ese país cuando terminó la guerra; el exilio político fue pequeño en volumen, tuvo un carácter muy selectivo de miembros del PCE, que llegaron a la URSS en reemigración desde Francia o el norte de África; y por último el nivel de los emigrados políticos adultos era medio-bajo. En los inicios de la Segunda Guerra Mundial había en la URSS unos 4.500 españoles, que sufrieron los rigores de una segunda guerra. Los niños fueron educados según el sistema educativo soviético, aunque por deseo del PCE se les procuró mantener aislados del contacto con otros niños para que no perdieran su identidad como colectivo y como españoles. El PCE los concebía como la “reserva de oro” del Partido y futuros cuadros dirigentes de la España revolucionaria. A partir de 1950 empezó a reducirse el colectivo español en la URSS debido a las repatriaciones, retornos individuales y reemigraciones a otros países. La Unión Soviética no reconoció al régimen de Franco. No obstante, éste inició gestiones para conseguir la repatriación de los niños. Sería tras la muerte de Stalin, en 1953, cuando se dieron las circunstancias para el regreso de los prisioneros de la División Azul y después los exiliados españoles. El 3 de abril de 1954 llegó al puerto de Barcelona el buque griego Semiramis con los prisioneros de la División Azul. El 28 se septiembre de 1956 llegó al puerto de Valencia la primera expedición integrada por 391 españoles adultos, 140 niños y 18 mujeres rusas casadas con españoles. Hasta mayo de 1957 tuvieron lugar varias expediciones con niños, marinos, aviadores y familiares de antiguos dirigentes del PCE. El volumen total de los repatriados ascendió a unos 2.000 españoles adultos, cerca de 900 niños y en torno a un centenar de mujeres rusas. Casi la mitad de los que retornaron regresaron de nuevo a la Unión Soviética debido a problemas de adaptación en la España franquista de aquellos años. En el 2004 quedaban algo más de 250 sin contar hijos y nietos, ya ciudadanos de Rusia, Ucrania y Georgia. Salvo Francia y la URSS, otros países europeos se mostraron reticentes a dar acogida a los republicanos españoles. No obstante, Gran Bretaña, Suiza y Bélgica, además de la acogida humanitaria de niños, no se opusieron a entradas individuales o a pequeños grupos. De esta manera, en Gran Bretaña estuvieron exiliados Juan Negrín hasta el año 1946, en que marchó a París, Luís de Araquistáin, Salvador de Madariaga, el coronel Segismundo Casado, el nacionalista vasco Manuel de Irujo, el nacionalista catalán Carles Pi-Sunyer, o poetas e intelectuales como Luis Cernuda, y Alberto Jiménez Fraud, fundador y director de la Residencia de Estudiantes. En Suiza, pese a cerrar sus fronteras al exilio español, estuvo la diputada Clara Campoamor, y reemigrados posteriores como Pablo de Azcárate, Julio Álvarez del Vayo o Marcelino Pascua. A los países del Este llegarían españoles reemigrados de Francia y de la URSS, especialmente militantes del PCE. Exilio americano. La reemigración se dirigió fundamentalmente a los países latinoamericanos. México, Chile y la República Dominicana se mostraron favorables a la acogida de refugiados españoles que estaban en los campos de concentración franceses. Desde la proclamación de la Segunda República España y México habían estrechado sus relaciones diplomáticas. México apoyó a la República desde el principio de la guerra con material militar y alimentos. Como ha señalado Francisco Caudet en El exilio republicano de 1939, el presidente Lázaro Cárdenas se mostró dispuesto desde los primeros momentos a abrir las puertas de México para los republicanos. Tenía una fuerte identificación ideológica con la República española. Por ello apoyó la expedición de niños que, con carácter temporal, llegaron al puerto de Veracruz el 7 de junio de 1937 y les dirigió a Morelia donde fueron acogidos en centros y albergues con sus profesores. Fomentó la creación de la Casa de España para dar acogida a los intelectuales españoles que llegaron durante 1938 y 1939. Y una vez terminada la guerra, apoyó la reconversión de La Casa de España en El Colegio de México, (octubre de 1940) manteniendo los compromisos adquiridos con los intelectuales españoles en el exilio. En abril de 1939, ante la situación de republicanos en los campos franceses, el Gobierno mexicano hizo público el compromiso de aceptar ilimitadamente a refugiados españoles siempre y cuando las autoridades republicanas pagaran transporte e instalación en el país. En los meses de junio y julio de 1939 llegaron a México tres expediciones masivas de refugiados españoles, –unas 4.658 personas–, conocidas por el nombre de los barcos que los transportaron: Sinaia, Ipanema y Mexique. Entre los andaluces que viajaron en la expedición del Sinaia cabe señalar al malagueño y capitán republicano Antonio Aguilar, al inspector de enseñanza de Córdoba Antonio Ballesteros Usano, al abogado jienense Gabriel Bonilla Marín (presidente del Consejo de Estado), al escritor y poeta cordobés Juan Rejano, y al filósofo y escritor gaditano Adolfo Sánchez Vázquez. En los primeros meses de 1940 México había recibido unos 7.000 refugiados. El organismo que hasta ese momento había hecho la selección de los refugiados había sido el SERE, vinculado a Negrín. A partir de mediados de 1940 la JARE, vinculada a Prieto, tomó el relevo de la selección. El Gobierno de México negoció un acuerdo con el Gobierno de Vichy por el que se comprometía a acoger a todos los refugiados que se encontraran en Francia o en sus posesiones del Norte de África. Este acuerdo se mantuvo hasta noviembre de 1942 en que los alemanes ocuparon toda Francia y se rompieron las relaciones diplomáticas con México. En esas fechas llegaron a México unos 4.000 nuevos refugiados. Al término de la Segunda guerra Mundial se reanudó la reemigración con fondos de la Comisión Administradora de Fondos de Auxilio a los Republicanos Españoles (CAFARE), llegando a alcanzar cerca de un total de entre 20.000 y 24.000 los refugiados llegados a México entre 1939 y 1950. Una cifra pequeña cuantitativamente, señala Alicia Alted, pero de gran importancia desde el punto de vista de sus características profesionales. No hay que olvidar que desde el punto de vista socioeconómico la mayoría de los refugiados pertenecían al sector terciario y en menor medida al sector secundario y primario. Mayoritariamente eran gentes de las profesiones liberales, transportes y comunicaciones, docentes, intelectuales y personas vinculadas al mundo de las artes y el espectáculo. Sus aportaciones fueron esenciales para la vida económica, cultural y científica mexicana. Fundaron Colegios en Veracruz, Córdoba y ciudad de México, sobresaliendo el Instituto Luís Vives y el Colegio de Madrid, regidos bajo los postulados de la Institución Libre de Enseñanza. Crearon Ateneos como el Español de México, el Nicolás Salmerón, Pi y Margall, Jaime Vera o el Círculo Pablo Iglesias. Pusieron en marcha empresas contribuyendo al desarrollo económico mexicano y muy diversas instituciones de la enseñanza y científicas se beneficiaron de la presencia de los refugiados como El Colegio de México, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto de Investigaciones Médicas y Biológicas, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Universidad de las Américas, etc. La presencia de científicos, médicos, farmacéuticos y químicos fue muy relevante, teniendo en Ciencia. Revista hispano-americana de ciencias puras y aplicadas un elemento integrador del exilio científico entre 1940 y 1975. Una faceta relevante de la presencia española en el mundo de la cultura mexicana fue la industria del libro con la fundación de editoriales como Fondo de Cultura Económica y Editorial Grijalbo, a las que se vincularon poetas, escritores, historiadores, filósofos y científicos del exilio español. Todo este mundo intelectual participó muy activamente en la prensa y publicaciones mexicanas y editaron revistas propias como Romance, con la participación de los andaluces Juan Rejano y Adolfo Sánchez Vázquez, España Peregrina, dirigida por José Bergamín, Ultramar, dirigida por Juan Rejano, Boletín de Información, Unión de Intelectuales Españoles, o Sala de Espera, dirigida por Max Aub. Algunos de estos intelectuales pasarían desde México a otros centros educativos y científicos de América y los Estados Unidos. Junto a intelectuales, México acogió a los dirigentes políticos de los partidos republicanos como José Giral, Augusto Barcia, Diego Martínez Barrio, Álvaro de Albornoz, Félix Gordón Ordás y a socialistas como Indalecio Prieto y un gran número de sus seguidores. En México se reunieron las Cortes republicanas en el exilio (1945) y en este país se vivieron las luchas políticas internas del exilio que no contribuyeron a dar una imagen unificada de la política republicana ante las potencias internacionales. La acogida y la solidaridad de México hicieron que quedara para la gran mayoría de los refugiados españoles como su segunda patria y el presidente Lázaro Cárdenas como el gran amigo y benefactor de la España republicana. Los otros dos países americanos cuyos gobiernos se mostraron favorables a la acogida de republicanos españoles fueron Chile y la República Dominicana. En Chile su presidente, Pedro Aguirre Cerdá, elegido en 1938 encabezando las fuerzas del Frente Popular, se sintió identificado con la causa republicana. Encargó al poeta Pablo Neruda la misión de canalizar expediciones de refugiados españoles de los campos de concentración franceses hacia Chile. En agosto de 1939 el vapor Winnipeg, con cerca de 2.500 refugiados, fletado por el SERE, zarpó hacia Chile llevando republicanos españoles, especialmente campesinos, pescadores, obreros, artesanos e intelectuales en menor medida que en otros países suramericanos. El total de españoles acogidos en Chile alcanzó una cantidad cercana a las 3.500 personas. Los refugiados se integraron muy pronto en la sociedad chilena e hicieron importantes contribuciones a la vida económica y cultural del país. Editoriales como Cruz del Sur, dirigida por Arturo Soria y donde trabajó José Ferrater Mora, contribuyeron ampliamente a la difusión de la literatura española y chilena. La República Dominicana, pese a estar bajo la dictadura de Leónidas Trujillo, se mostró receptiva a la acogida de españoles. Se calcula que llegaron cerca de 4.000 refugiados entre noviembre y junio de 1940, que se concentraron mayoritariamente en Santo Domingo. Su aportación fue significativa en el mundo de la enseñanza secundaria y universitaria, el mundo del periodismo, la literatura, las artes plásticas y la música. Gracias a ellos se creó la Orquesta Sinfónica Nacional, hubo profesores en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación, en la Escuela de Teatro nacional y en el Archivo General de la nación. No obstante, la presencia de refugiados republicanos en la República Dominicana fue fugaz y al final de la Segunda Guerra Mundial apenas quedaban en la isla unos centenares ante la animadversión del gobierno de la dictadura ante ellos. Gran parte de ellos reemigraron a México, Colombia y Venezuela. Cuba fue un país de tránsito para los republicanos españoles dada la difícil situación económica y política de la isla. Entre los que dejaron huella de su paso por la isla están los andaluces María Zambrano que residió trece años en la isla y Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí, que terminaron recalando en Puerto Rico. Por ella pasaron, entre otros, Claudio Sánchez Albornoz, Manuel Altolaguirre, Álvaro de Albornoz y José Ferrater Mora. El Gobierno Argentino se mostró contrario a la acogida de republicanos españoles argumentando que casi todos eran militantes de izquierda de tendencias radicales. Además mostró su simpatía por el régimen de Franco, hecho que se acentuó con la llegada a la presidencia de Juan Domingo Perón. No obstante, se calcula que llegaron a la Argentina unos 2.500 republicanos españoles, la mayoría de ellos vascos, que gozaron de la simpatía los círculos de poder de la Argentina, y algunos intelectuales de reconocido prestigio. Entre los que se asentaron en la Argentina o pasaron por ella destacan Niceto Alcalá Zamora, Claudio Sánchez Albornoz, escritores como Francisco Ayala, Rafael Alberti, Maria Teresa León, dramaturgos como Jacinto Grau, Alejandro Casona y Margarita Xirgu. De igual modo que en México, destacaron en la industria del libro, siendo la más emblemática del mundo del exilio la editorial Losada, fundada en 1938. Pequeños grupos y personalidades intelectuales se instalaron en otras repúblicas latinoamericanas dando al conjunto del exilio español un alto grado de dispersión. Las aportaciones de los exiliados al desarrollo educativo y científico de esos países pusieron de relieve la densidad cultural que había alcanzado España en 1936. La Guerra Civil truncó toda esa relevancia científica y cultural pero también toda perspectiva de que nuestro país afianzara una sociedad democrática, al reprimir y expulsar a las generaciones que habían sustentado y luchado por el establecimiento de una España más justa y libre. Muchos murieron en el exilio. Sólo algunos lograron hacer su sueño una realidad al contemplar de nuevo una España democrática.
Fernando Martínez López |
Cuenta el profesor Francisco Zueras que, en los días finales de enero de 1939, Antonio Machado y su familia –su madre Ana Ruiz, su hermano José y la mujer de éste, Matea Monedero– partieron con rumbo definitivo hacia Francia en unas jornadas frías, de lluvia incesante y viento obstinado. Relata que el poeta sevillano se encontraba más deteriorado en su estado de salud, flaco y con dificultades para respirar a su llegada al límite de Portbou, a los pies de los Pirineos; que tuvo un desmayo en su camino a pie hasta el puesto fronterizo, donde se decidió por morir a orillas del Mediterráneo y no en París, como le reclamaban las autoridades republicanas. Narra Zueras, haciéndose eco de las palabras de un testigo directo de aquella salida, el cordobés Corpus Barga, que Ana, la madre agonizante, preguntó en el trayecto a Colliure: “Hijo, ¿falta todavía mucho para llegar a Sevilla?” Como ellos, como Antonio Machado y su familia, cientos de intelectuales y científicos, escritores y músicos, filósofos y pintores, profesores y arquitectos, doctores y actores, personas de enorme valía, contribuyentes del progreso, la modernidad y el conocimiento, sufrieron historias similares, igualmente desgraciadas. El franquismo expatrió con éstos su miedo a la libertad y la cultura. Dio muerte o conducto de partida a la razón. Encarceló o regaló una mordaza a aquellos que no tuvieron la triste suerte de salir, algunos recibiéndola con complacencia, otros sangrando tras la venda. De los andaluces que marcharon quedó, como en los demás, una obra más sincera, si cabe, a la que ya hacían antes del destierro. Ante el lienzo, la partitura o el papel en blanco, hombres solos, como se lamentaría León Felipe, alejados de todo gregarismo, de su espacio materno –la tierra que pisaban firmes, el río en el que reconocían sus rostros, el patio con naranjos–, pensarían que ese trance sería corto, provisional. La distancia, que se hace mayor con el tiempo, haría menguar, sin embargo, el rencor y avivar la nostalgia en su trabajo. En Francia, México, Argentina, Puerto Rico, Cuba, Perú, Brasil. Manuel Ángeles Ortiz, Luis Cernuda, Manuel de Falla, Rafael Alberti, María Zambrano, Emilio Prados, Manuel Andújar, Juan Ramón Jiménez, Francisco Ayala, Manuel Altolaguirre, Pedro Garfias, Matilde Cantos, Antonio Porras, Esteban Salazar, José Moreno Villa, Ana María Custodio. Una extensa lista, ilustre y dolida, que da grima nombrarla. Hombres y mujeres, en la balanza, afortunados por haber cruzado Portbou o haber zarpado hacia América, “conterrados”, a bordo del Sinaia, el Ipanema o el Méxique. En España, en Andalucía, los olvidados. Los del exilio interior, habitantes de los lugares vacíos, anónimos y silenciados. “Con el exilio, el alma queda a la intemperie”, escribe Mario Benedetti. Antonio Machado murió 23 días después de su destierro. Tres días después lo hizo su madre. Era febrero y el temporal de lluvia y viento no menguaba. Posiblemente, Ana Ruiz evocó Sevilla para sentir el calor de la memoria, el único cobijo que guardaba su alma.
José Romero Portillo |