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CON LA COLABORACIÓN DE



 
TÉRMINO
- FARINA, RAFAEL
  ANEXOS
 
  • De cantaor a cancionero  Expandir
  • A veces, cantaores con magníficas cualidades que lo llevarían a ocupar un lugar de privilegio en el vasto mundo de los intérpretes del flamenco, sucumben lamentablemente a la tentación de la canción orquestada, muchas de ellas con letras lacrimógenas y sensibleras, pero de un gran impacto entre un numeroso público que nada tiene que ver con el flamenco. Un público más identificado con los espectáculos flamenco-teatrales –montados a partir de un libreto o guión, en los que se escenifica cada canción, convirtiéndola en una estampa andaluza romántica y de brillante colorido pero sin ningún contenido jondo–, que con la angustiosa soledad del cantaor frente a otro público, al que no solamente tiene que convencer de su angustia sino hacerle partícipe de ella. Puede que, en parte, sean imposiciones de las casas discográficas, y que, a su vez, esto redunde en beneficio del intérprete; por lo cual no es extraño que este elija el camino mas fácil y mas rentable.
        Con una bellísima voz, gitana como las mismas fraguas, y de una flamencura fuera de la común, Rafael Farina se sometió casi por entero a la facilidad de la copla, y se hizo más cancionero que cantaor. No quiere decir esto, ni mucho menos, que la copla sea fácil de cantar. Además, Farina supo ponerla en lo más alto a fuerza de hacerlo bien y con gusto, con el mismo duende con que cantaba flamenco. Pero era canción. Como tantísimos artistas de su época, Farina tuvo que ganarse el sustento cantando en bares y fiestas, supeditado a la voluntad más o menos generosa de quien escucha. Y ya iba para cantaor. En 1944, en el homenaje tributado a Juanito Mojama en el cine Alcalá de Madrid, demostró ampliamente que lo era. A partir de ahí entra a formar parte de varias compañías, entre ellas la de Concha Piquer, hasta que, en 1952, con la reposición en el Teatro Pavón de Madrid de la copla andaluza pasa, aunque no deje nunca de cantar flamenco, a ser conocido definitivamente como cancionero. A partir de ese año cerca de treinta espectáculos aflamencados lo convierten en el ídolo de un inmenso público amante de la canción española. Y, aunque Rafael Farina será recordado siempre como lo que era, un gran artista que con su estilo tan personal, con un torrente de voz que conservaría tan entera y tan flamenca hasta el final, y que fue la máxima atracción de todo espectáculo donde cantara, creo que estaba dotado para destinos más altos en el cante jondo. Pero que Farina era flamenco lo demuestran, sobre todo, sus fandangos, cortos, profundos y que eran verdaderos latigazos de buen cante. Por suerte queda su vasta colección de discos que, cante lo que cante, nos seguirán asombrando por el arte que derrochaba este Rey Gitano salmantino.

    Francisco Acosta
 
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