Cuenta la leyenda que Joselito conoció a Belmonte en el invierno de 1910, cuando ambos se dirigían a un tentadero en Hato Blanco, el cortijo del ganadero Carlos Vázquez. José iba a caballo, acompañado por un grupo de amigos y partidarios. Juan, a pie, con unas raídas alpargatas, con el maco al hombro. Solo. Dicen que, al salir de Triana, la comitiva se cruzó con el maleta y que el entonces Gallito Chico, al saber que iba en su misma dirección, le invitó a subirse a la grupa. Puede ser, pero tal deferencia resulta poco creíble. La imagen de Joselito, ya novillerete de fama, mimado por la élite ganadera y orgulloso de su valía, no cuadra junto a la de un desesperado de novela de Baroja. Juan, tres años mayor que él, con el colmillo retorcido en cientos de fracasos diarios, era un veterano de la mala vida y de la mala crianza, explotado jornalero en la corta del Guadalquivir y, por pura conciencia de clase, enemigo declarado de toreros señoritos como aquel niñato que se le cruzó en el camino. Otra vez las dos Españas frente a frente. El torerito postinero y el furtivo de Tablada. El continuador natural de la tradición familiar y el que surge de la nada. El rico y el pobre. El caso es que los dos llegaron al tentadero. Y que al bajar Belmonte de la tapia para ponerse ante una becerra muy complicada, Joselito, el experto, quiso hacer a su costa un alarde de su sabiduría: “Por la izquierda no, niño. Por ahí te va a coger” Pero Juan se puso por la izquierda y naturalmente salió volteado. Sólo que, sin mirarse, volvió a colocarse y a citar por el mismo lado para sacarle a la vaca tres o cuatro naturales muy apretados, inesperados. Sacudiéndose el polvo, se acercó entonces al burladero de Joselito y, con su tartamuda socarronería, le explicó una lección que el engreído adolescente nunca habría de olvidar: “Que me iba a coger ya lo sabía yo. Pero la gracia estaba en torearla por ahí”. La inteligencia frente a la voluntad. La ortodoxia frente a la heterodoxia. (...)
Paco Aguado De El rey de los toreros. Joselito El Gallo. |