Antonio Ruiz Soler es el universo de la danza española el representante más genuino de todos los estilos que conforman este arte escénico. Antonio Ruiz Soler, Antonio, nacido en Sevilla, creció en el barrio de San Lorenzo. Desde esa especie de pueblo pequeño en el interior de la ciudad, Antonio iba de la mano de su madre vestido con un baby blanco y caminando por la calle Santa Clara hasta la calle Trajano, para tomar clases con el maestro Realito. Cuando esto no ocurría, se iba corriendo detrás de los pianillos que rodeaban el antiguo hotel Paraíso, en la calle Conde Torrejón, donde residían las compañías de teatro y baile que visitaban la ciudad. Pero su profesor de infancia, Realito, vio en el pizpireto niño a un aprendiz avezado que le servía no sólo de única pareja para el tropel de niñas de la academia, sino de profesor sustituto. Desde ese primer y doméstico inicio en el mundo de la danza hasta su consagración en el baile, no pasó mucho tiempo. Antonio ha sido un bailarín completo, algo difícil en un universo donde manejar los estilos singulariza sin duda al intérprete. Por eso, cuando se habla de los artistas se adjetiviza con frases como “bailarín de español”, “de estilo flamenco”, “folklórico”, “de carácter”… En Antonio Ruiz Soler estos calificativos no tenían ningún significado. Para el sevillano no había secretos en el flamenco, género que manejaba con un impulso singular que le hizo coreografiar el palo del martinete, hecho que dejó reflejado en la famosa escena de este baile ante el Tajo de Ronda de la película Duende y misterio del flamenco, dirigida por Edgar Neville. Pero en ese mismo film es donde podemos observar la versatilidad de Antonio cuando acomete, al mejor estilo de danza clásica española, la interpretación de la ‘Sonata’ del Padre Soler. Su virtuosismo en esta danza, en la que priman los saltos, giros y trenzados, es sin embargo paralelo al que ejecuta en el zapateado del martinete, matizando el golpe de tacón, haciendo que sus brazos, clásicos en la música de Soler, sean de un compás flamenquísimo por martinete. La complejidad del estilo de Antonio se extiende, por tanto, a las cuatro gamas de la danza española: clásico español, Escuela Bolera del siglo XVIII, folclore y flamenco. Antonio fue un intérprete igualmente brillante en cualquiera de estas disciplinas. De la danza del molinero del ‘Sombrero de Tres Picos’ de Falla, al baile por soleá, pasando por el bolero de medio paso o terminando en la ejecución una muñeira, no en vano creó obras del folclore español como la ‘Sinfonía Galaica’. Pero Antonio no sólo ha sido un destacado intérprete de la danza española, sino también un incuestionable creador. Han salido de sus manos coreografías como ‘El sombrero de Tres Picos’, ‘La Taberna del Toro’, ‘Danzas número IX y VII’, de Turina; el ‘Sacromonte’, la ‘Malagueña’ y ‘Sevilla’, de Albéniz; ‘el Café de Chinitas’ y ‘Capricho Español’, de Rimski-Korsakof; ‘Llanto por Manuel de Falla’ y ‘Concierto andaluz’, de Joaquín Rodrigo; ‘Jugando al toro’, ‘Torre Bermeja’ y ‘Córdoba’, que dedica a Albéniz; ‘Danza de la gitana’, la estampa colonial del siglo XIX llamada ‘Cubana’… Su obra coreográfica es impresionante y, como ocurre en el apartado de interpretación, Antonio maneja igualmente sin dificultad y lo que es aún más difícil, sin “mezclas” ni fusiones, los diferentes estilos. Cuando Antonio, en alguna coreografía crea una danza aplicando estéticas de género diversos –el flamenco y español juntos, por ejemplo- lo hace desde el conocimiento absoluto de ambas disciplinas, pero no como recurso. Al igual que su especial cuidado por la música y el cante le llevó a tener a intérpretes como Antonio Mairena en su compañía, algo similar ocurría en el apartado escenográfico. Así, encargó numerosos proyectos a prestigiosos pintores como el onubense José Caballero o Capuletti, bocetos que hoy están depositados en el museo del Teatro de Almagro y en la Junta de Andalucía. Podemos decir que Antonio ha sido para la danza española un artista total. Desde el punto de vista interpretativo, un ejecutante impecable de todos los estilos, sin que hubiera matices entre ellos, es decir, cada uno de forma individual. Su baile no podía ser catalogado como “más flamenco o más español”. Coreográficamente es uno de los artistas que más creaciones ha dejado realizadas y un innovador en la danza, sobre todo en los movimientos escénicos de las obras con argumento. En el flamenco, por la innovación de la composición de figuras en grupo y por el uso de elementos como la capa española, el mantón, los palillos, etc., en numerosas danzas. Su matización en el zapateado, el uso de los brazos eliminando codos, el uso de palillos, o incluso la innovación en el vestuario, le situó entre los elegidos de la danza a nivel mundial. La figura de Antonio Ruiz Soler, Antonio, en la danza española, es irrepetible. No ha existido todavía un artista tan completo, ni como intérprete ni como coreógrafo. Únicamente se le podría criticar que nunca se preocupó de dejar una escuela de su estilo, aunque hoy día son bailarines como José Antonio o Antonio Márquez, quienes sí puede decirse que parten de la escuela de Antonio Ruiz Soler para crear su propia estética. Antonio fue un revolucionario de la danza, al mismo tiempo que un vigía constante de su ortodoxia, para poder, desde el conocimiento y sabiduría de las disciplinas que manejaba, crear constantes innovaciones. Su aportación a la danza es incuestionable y ya forma parte de la historia universal.
Marta Carrasco |