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ANTONIO

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(sevilla, 1921-madrid, 1996). Bailarín y bailaor, de nombre Antonio Ruiz Soler. Es el sexto hijo, no deseado, de una familia humildísima, marcada por el alcoholismo del padre. Entre los dos y tres años ya quiere bailar, pone posturitas. A los cuatro se tropieza un día en el barrio con un organillero y comienza a bailar al son de su música; las monedas llueven sobre ellos con una generosidad que el hombre del manubrio nunca antes había conocido, así que propone al niño repetir la experiencia en días sucesivos y repartirse las ganancias. Al colegio va muy poco, pero baila mucho con la música de aquel organillero que se llama Juan. El niño es un dibujo y se le ve tan dotado para el baile y, aún contra la obcecada oposición del padre, la madre y otros familiares, se plantea la conveniencia de que vaya a una academia, la del maestro Realito. Cuesta tres pesetas semanales, cantidad que los padres no pueden costear, así que la tía Ana se ofrece a correr con los gastos. Llega un momento en que ni eso podrán costear, mas el propio maestro se ofrece a enseñar al muchacho de forma gratuita, consciente de la clase del artista en ciernes que tiene entre las manos. Antonio, efectivamente, aprende a la perfección en un día lo que otros no consiguen asimilar en dos o tres semanas.

Pasado un año, comienza a estudiar en la academia de Realito con una chiquilla que en el arte de la danza se llamaría Rosario, y el maestro no tardará en formar con los dos una pareja que haría historia. Posteriormente, completarían su aprendizaje con otros profesores, como Otero y Frasquillo. Pronto se convierten en profesionales que actúan en compañías de espectáculos de la llamada ópera flamenca, adoptando el sobrenombre artístico de Los Chavalillos Sevillanos. La primera actuación de este periodo se produce, con sólo siete años, en el teatro Duque de Sevilla en 1928, año en el que también bailan en el Pasaje de Oriente para el infante don Carlos y hacen su primera salida fuera de España, a la Feria Internacional de Lieja (Bélgica). Termina de formarse en esta primera etapa infantil con los maestros de baile Otero y Peircet y se especializa en flamenco con el maestro Frasquillo.

La pareja cambia de nombre.  La guerra civil les sorprende trabajando en Barcelona. Consiguen pasar a Francia, y después viajan a Argentina, donde actúan en el espectáculo "Las maravillas del Maravillas", junto a Carmen Amaya. Después hacen un recorrido por muchas de las principales capitales de Iberoamérica, hasta que en 1939 llegan a Estados Unidos. Lo primero que se les impone allí es cambiar el nombre artístico, ante la imposibilidad de los norteamericanos de pronunciar la palabra "chavalillos". Por entonces son dos jóvenes que empiezan a tocar el cielo con las manos. En Estados Unidos permanecen diez años y allí consolidan a nivel internacional, con el nombre de Rosario y Antonio, una carrera de grandes estrellas. Todo comienza con un pequeño contrato en la sala Walforf-Astoria de Nueva York, un espectáculo que le abre a menudo las puertas de Hollywood para participar en numerosos rodajes, a la vez que siguen sus recitales en Nueva York. De esta época es la escenificación del "Corpus Christi en Sevilla" de Álbeniz, ejecutada sobre el escenario del teatro neoyorquino Carnegie Hall. En ese momento la crítica destaca la madurez de Antonio y Rosario y, sobre todo, su elevado concepto intelectual coreográfico. En sus doce años de permanencia en América acumula un repertorio vastísimo, que incluye una gran variedad de espectáculos como "Zapateado", la jota "Viva Navarra" de Larregla, el "Zorongo Gitano", estas últimas dos piezas claves de su repertorio, además de una selección de "Goyescas" de Granados, las "Danzas número IX y VII (Valencianas)" de Turina, el "Café de las Chinitas" con letra de Federico García Lorca, el "Sacromonte", "Sevilla" y "Malagueñas" de Albéniz, fragmentos de "El Amor Brujo" y el "Sombreo de Tres Picos" de Falla.

Al regreso a España, en 1949, son prácticamente unos desconocidos, pues se habían ido en 1936, cuando aún no eran artistas consagrados, ni mucho menos. Tienen ciertas dificultades para actuar en su país natal, pero el maestro Lusarreta negocia su debut en el teatro Fontalba de Madrid, en el que el público se les entrega sin reserva alguna. Habían sido programados para siete recitales y tienen que dar 54, a lleno diario, con las entradas a 30 pesetas, que ponen a 60 después de ocho días en cartel, siendo el precio habitual en los demás teatros de 15.

La separación.  Su trabajo juntos, sin embargo, se hace cada vez más difícil por lo conflictiva que es la relación personal entre ambos artistas. Las desavenencias vienen de antiguo, de finales de los años cuarenta del siglo XX, en Nueva York, cuando tienen una pelea en la que pasan de las palabras a los golpes. Cuando la pareja regresa a Europa los altercados son más frecuentes y adquieren mayor virulencia. De hecho, actuando en el teatro Champs Elysées de París la reyerta trasciende al público y salen del edificio escoltados por los gendarmes. Después tienen que actuar en Suiza e Italia, pero Antonio se vuelve solo a España, sin Rosario, lo que le cuesta bastante dinero por el incumplimiento de los contratos. En Italia cede ante las gestiones que se hacen cerca de él y baila con Rosario, aunque llegan al acuerdo de bailar cada uno en solitario una parte y sólo en el número final actúan juntos para bailar la jota "Viva Navarra". Después se trasladan a Barcelona para cumplir otros contratos pendientes, y el último día de sus actuaciones ponen termino a la unión de los antiguos Chavalillos Sevillanos. Esto ocurre en 1952.

Inmediatamente después de producirse la separación, Antonio el bailarín comienza a forjar su primera compañía en solitario. Antes del debut le llama Edgar Neville y crea para su película Duendey misterio del Flamenco el baile por martinetes, él solo ante el Tajo de Ronda en una secuencia espectacular. Varios años después el propio cineasta Edgar Neville diría que "pocas veces se ha visto algo más bello, más emocionante, que el baile por martinetes de Antonio debajo del arco del Tajo de Ronda. Mi película Duende y misterio del flamenco  recorre el mundo entero, y gentes de las razas más alejadas de la nuestra, de la sensibilidad más remota y distinta, se levantaban del asiento en un momento dado, enloquecidas por el baile de Antonio, y gritaban, como lo hacía también el público de Jerez y Sevilla. Si no supiéramos que Antonio es un superdotado, un dios de la danza, un martinete hubiera bastado para atestiguarlo".

Antonio Ballet Español.  Martínez de la Peña señala la transformación que en ese momento experimenta el trabajo de Antonio, quien además de ser un excepcional bailarín tiene que afrontar otros menesteres inherentes a la gestión de una compañía de ballet: dirección, montaje, escenificación, luminotecnia, vestuario e interpretación. Antonio sabe mantener sus espectáculos en un alto nivel artístico. Como coreógrafo demuestra igualmente una enorme eficacia en el movimiento de todos los componentes de su compañía, aunque siempre extremaba el cuidado de ser él la figura central. La nueva compañía se llama Antonio Ballet Español, se estrena en los Jardines del Generalife de Granada, en el marco del Festival Internacional de Música y Danza, y la componen 35 bailarines, entre los que destaca Rosita Segovia como primera figura femenina. Pronto es considerado un ballet virtuoso, técnicamente perfecto, con espectáculos minuciosamente estudiados que restringían los errores al mínimo. Además, a partir de 1953 se suceden dos hitos en la carrera de Antonio Ruiz Soler: el estreno de "Sombrero de Tres Picos" en el Teatro de la Scala de Milán, un escenario reservado a los más privilegiados, y al año siguiente la presentación al público de "Capricho Español", de Rimsky-Korsakov.

En aquel año y los siguientes Antonio desarrolla su más fértil etapa de creación: estrena nuevos títulos o recupera  otros que ya había bailado con Rosario. En sus programas convivían distintas formas de la danza española, como el clásico, la escuela bolera, el folclore y el flamenco, y en todas deja constancia de su genio; no es solamente su etapa de mayor actividad, sino también la de una capacidad creativa de niveles realmente extraordinarios. Cabe destacar los siguientes temas: "Suite de Sonatas", del Padre Soler; "El segoviano esquivo", de Matilde Salvador; "El Amor Brujo" y "Sombrero de tres picos", de Falla; "Fantasía Galaica", "Jugando al toro", "Cerca del Guadalquivir", "Eterna Castilla", "La Taberna del Toro", "Suite Iberia" y "Resurrección de la Petenera". Éstos son algunos de los muchos títulos "docenas, quizás centenares" que Antonio lleva sucesivamente en sus repertorios, siempre con éxito extraordinario. Hace también numerosas películas, tanto en Hollywood como en España.

En la cumbre. Antonio es un ídolo sin parangón posible en sus años de máximo apogeo. Se codeaba con las primeras personalidades del arte universal, con gente de la realeza, de la aristocracia; era personaje frecuente en las revistas del corazón y le atribuían idilios de la más variopinta naturaleza. Es uno de esos raros seres, en fin, que conviven en sí mismos con la frivolidad y el genio sin ningún trauma interior aparente. En 1979 deja de bailar, siendo su última actuación en la ciudad japonesa de Sapporo, justo cuando cumplía 50 años de danza, y dos años más tarde le encomiendan la dirección del Ballet Nacional de España, que bajo su mandato vive una etapa bastante conflictiva, y acaban despidiéndole tres meses antes de que termine su contrato. Una grave enfermedad, que le relega a silla de ruedas, termina con su vida apenas iniciado 1996. Sobre él escribe Sergio Lifar: "Antonio El Brujo posee una magia que filtra y nos hechiza. Nos lleva consigo en esta lucha de Amor, de Celos y de Seducción, que viven en una sola persona. Es toro y matador, la arena y el público, la muerte y la vida, es el vencedor y el vencido en sí mismo, el instinto, la armonía, la geometría, el acento ordenado, la vida de este instrumento divino: el hombre ["]. Antonio es hijo del Sol y de las hadas nocturnas. Es danzarín". [ Ángel Álvarez Caballero ]

 

 
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