La provincia de Granada es una de las más variadas y sugestivas, sin duda, de España. Y esta afirmación reposa de manera fidedigna tanto en su geografía física como en su geografía humana. Pero no tanto por ello como por la superposición de las sucesivas etapas de su larga y singular historia. Ambas, fusionadas para recorrer con la rapidez del viento los siglos de su grandeza histórica, han dado a la luz universal una provincia transida de episodios, personajes, conquistas y reconquistas, guerras, mitos, romances..., una provincia de leyenda. El agua, el sol, la limpidez de su cielo, la nieve, la poesía, los frutos de otoño, colinas, montes, arroyos, sierras, alquerías y jardines, castillos, palacios, basílicas, pícaros, santos, judíos, moros, cristianos, gitanos, inmigrantes, fuentes, huertas, olivares, collados, barrancos, acequias, albercas y casas-molino, el mare nostrum de fenicios, griegos y romanos, la arquitectura y la agricultura, las artes, las letras, las ciencias, la zambra –todo eso es Granada–, contribuyen a engrandecer su legendaria historia, a la que también han contribuido quienes sin ser de aquí la han amado como propia, viajeros románticos, poetas, místicos y ascetas, hispanistas llegados de América y de Inglaterra. Todos de alguna manera, en cualquier rincón de la provincia, en cualquier siglo cercano o remoto, desde cualquier perspectiva vital, la han conocido, le han dedicado preciados requiebros, se han deslizado hasta el más profundo de su ser, han recorrido sus contornos con acaricias, la han cantado, versificado, rimado, acompasado con el instrumento de cuerda más universal, la guitarra que, por andaluza, es la guitarra española, han compuesto y tocado músicas en su honor, han vestido sus mejores galas para bailarla, bebido los mostos del terruño, alanceado las aceitunas que en las almazaras convierten en aceite, oro puro de Andalucía, como la literatura de sus escritores y poetas... Crisol de culturas. Esta es la provincia de Federico García Lorca, el más universal de cuantos colaboraron a conformar y amasar esa fortuna que es Granada; y dentro de Granada, una larga decena de pequeñas granadas, las que esconden todas y cada una de sus hermosas comarcas, con sus no menos hermosos ríos y vegas, del Darro y del Genil, del Guadalfeo y del Aguas Blancas, a cuyas riberas y frutos se apostaron todos los pueblos que la han visitado. Visitado para quedarse, no para vivir como granadinos, sino para ser granadinos, como los romanos de Ilíberis, los fenicios de Almuñécar, los árabes de Alhama y Vélez de Benaudalla, los moriscos de La Alpujarra, los bárbaros y visigodos que levantaron catedrales, colegiatas, monasterios e iglesias por doquier; los gitanos de todos sus lugares, desde Pinos Puente a Montefrío, desde Galera a Maracena, desde La Puebla de Don Fadrique a Purullena. La provincia de Eugenia de Montijo, que sería luego emperatriz; de Emilio García Gómez, el arabista afamado; las casas-cueva trogloditas de la zona de Guadix; los maestros del capote y el estoque, El Fandi y Frascuelo; y del pincel, José Guerrero. Ésta es Granada. “Granada la Bella”, la ganivetiana. La musicada por el mexicano, Agustín Lara, que ha universalizado sus notas. Su nombre ya es toda una evocación. Es una fruta del granado, un árbol cuyo producto viene recomendado por la religión islámica. Y de ella Aynadamar, o Fuente de las Lágrimas, y Fernando de Valor o Aben Humeya, y Leopoldo de Alpandeire, y los arrayanes, olivos, almendros y endrinas, de las que mana el pacharán de Sierra Nevada, y los piononos de Santa Fe, dicen que su nombre responde al del pontífice de nombre Pio y ordinal noveno. La Granada de doña Isabel de Solís, esposa de Muley Hacén, también llamada Zoraida, que se tituló reina de Granada tras abandonarla después de la Toma; y de san Pedro Pascual, mozárabe valenciano, de una de las últimas familias mozárabes, martirizado en Granada en 1300. La Granada que deja en herencia apellidos moriscos, como Benajara, Granada Venegas, Cegrí o Muley; y apellidos gitanos como Amaya o Maya, Carmona, Cortés, Vargas, Heredia. La Granada andalucista de Carlos Cano, El jardín de las delicias del centenario Francisco Ayala. La Granada de Chorrojumo y la Virgen de las Angustias, la Granada ilustrada que ha parido más de quinientas cabeceras de periódicos durante tres siglos... Riqueza natural. Si la variedad de sus comarcas presenta una amplísima gama de accidentes que hacen de su naturaleza un emporio de riqueza singular, su devenir histórico a lo largo de dos milenios también hacen de esta tierra un privilegiado lugar, al haber sido hoyado por las más afamadas y cultas civilizaciones que haya conocido la historia universal. No en vano, pues, y a pesar de que aún no ha podido consolidar una oferta turística global de toda la provincia, Granada aparece ante los ojos del resto de España y del mundo entero con un magnetismo difícil de comparar. Bellezas naturales, riquezas paisajísticas, nieves perpetuas, frutales de clima tropical, monumentalidad fenicia, romana, ibera, árabe y cristiana, se conjugan para ofrecer un conjunto cultural y demográfico de primer orden y máxima calidad. Desde tiempos muy remotos conocemos por vestigios de distinta naturaleza y valor, muchos de enorme riqueza arqueológica, el asentamiento humano en diversos puntos de la provincia. Poblamientos que se suceden desde los tiempos más lejanos que constancia del ser humano exista. Incluso hoy en día aún no están cerrados los estudios e investigaciones que fijarían en Orce, según algunos, en el noreste granadino los restos homínidos más antiguos de Eurasia. La importancia y renombre de estos hallazgos no han pasado desapercibidos al Nobel de literatura, el portugués José Saramago, al escribir su novela La balsa de piedra. Restos paleolíticos y neolíticos, de las culturas micénica, dolménica y megalítica, aparecen distribuidos por diversas zonas de la provincia. Constancia existe también en la actualidad de asentamientos de pueblos ibéricos, entre ellos los túrdulos y bastetanos, hoy gentilicio de los habitantes de la ciudad de Baza, en cuyas proximidades fue hallada la Dama que lleva su nombre. Si patente es el origen ibero de Baza, otro tanto ocurre con los asentamientos fundados por los colonizadores fenicios en la costa granadina, los antiguos Sexi y Salambina, que se corresponden hoy con las plazas turísticas de Almuñécar y Salobreña. Mestizaje. ¿Y qué decir de las disputas de romanos y cartagineses? Cartago y Roma dilucidarán sus cuitas también en esta tierra, tras producirse el ocaso fenicio, que finalizarán con el triunfo romano y la implantación de su cultura y el auge de su infraestructura para acondicionamiento de sus principales colonias. Entre ellas, en Granada, las de Ilíberis –Atarfe–, hoy en pleno proceso de excavaciones arqueológicas, e Ilurco –Íllora–. Casi toda la provincia se incardinó en la Bética, salvo su parte más nororiental, perteneciente a la Cartaginense. Es precisamente en Ilíberis donde el Cristianismo celebró su primer Concilio –año 306 d.C.–. En el primer cuarto del siglo V llegan a estas tierras orientales andaluzas las primeras expediciones de los pueblos bárbaros. Prevalece el dominio visigodo hasta el 711 en que los pueblos bereberes entran en Andalucía por el estrecho de Gibraltar, iniciándose de esta manera el sucesivo dominio árabe y musulmán del territorio que en 1238 sería el Reino de Granada. Anejo a estos valores intrínsecos, dimanantes de este dilatado mestizaje de civilizaciones –no olvidemos la antigua Garnatha Alyejud judía del siglo VIII– la provincia de Granada presenta el de ser motivo y punto de partida de la España actual, de la nación como Estado moderno. Concepto que adquiere plenitud para toda Europa con las monarquías absolutas y aquí con los Reyes Católicos tras la Conquista o Reconquista de al-Ándalus, que tiene como hito final la Toma de la ciudad de Granada en 1492 –la Garnata árabe fundada por los musulmanes en el siglo VIII–. Ocho años antes lo había sido la ciudad de Alhama de Granada, cuya toma por las huestes cristianas queda para la historia en el ‘Romance de la pérdida de Alhama’: “Paseábase el Rey Moro / por la ciudad de Granada / desde la Puerta de Elvira / hasta la de Bibarrambla. / ¡Ay de mi Alhama! / Cartas le fueron venidas / cómo Alhama era ganada / las cartas echó al fuego / y al mensajero matara. / ¡Ay de mi Alhama! Diversidad paisajística. Geográficamente y en diversos momentos, la provincia de Granada ha ido adquiriendo una zonificación que comúnmente viene denominándose comarcalización. A la hora de establecer sus distintas comarcas, hay autores para diferentes gustos. No obstante, aquí recogemos la que administrativamente –que también viene a coincidir sustancialmente con la judicial– opera para mancomunar servicios y establecer planes de infraestructuras y concesión de ayudas y colaboraciones desde las instituciones provincial, Diputación, y autonómica, Junta de Andalucía. La primera gran comarca sería la comprendida por Granada y lo que en un futuro configurará su área metropolitana, 34 municipios en conjunto y con una población aproximada a las dos terceras partes de la total provincial. Junto a ésta tenemos las siguientes comarcas: las tierras de Alhama-Loja, Guadix y Marquesado del Zenete, Los Montes, Valle de Lecrín-Alpujarra, Baza-Huéscar y la Costa Tropical. Se corresponden en el ámbito de la administración de Justicia con los partidos judiciales de Granada, Loja, Guadix, Órgiva, Baza y Motril. Todos menos la comarca de los Montes, que reparte su jurisdicción entre Granada y Guadix. La aglomeración urbana de Granada se encuentra en pleno proceso de construcción y búsqueda de identidad. Su denominador común es el rápido crecimiento y desarrollo urbanístico, que acarrea tensiones no desdeñables y no siempre bien resueltos. El ciclo integral del agua, la preservación de las vegas, el mantenimiento de los cultivos tradicionales, la apertura de focos de atracción turística de carácter local, la creación de áreas de equipamientos terciarios, principalmente para actividades comerciales, industriales y de ocio y, sobre todos, el transporte, constituyen el foco de permanente preocupación de instituciones y ciudadanos. Las tierras de Alhama-Temple –nombre éste que toma de la orden de los Templarios– y de Loja, situadas al sureste de la provincia lindando con la de Málaga, es una comarca muy árida en general, que contrasta con parajes de singular belleza en los alrededores de Loja, donde existen numerosas fuentes y manantiales de agua. Pérez del Álamo, Ibn al-Jatib, Narváez, son algunos de sus hijos. Historia, paisaje, tradición y monumentalidad hacen de Alhama, con sus baños árabes y afamado Tajo sobre el río de su mismo nombre, lugar singular para el turismo y el descanso. Los terremotos denominados “de Andalucía” en 1884 y la epidemia de cólera del siguiente año mermaron en casi la mitad la población de la comarca. Como toda la piel andaluza, la provincia granadina también está salpicada de castillos. Aquí el más emblemático se encuentra en las Tierras del Marquesado del Zenete, en La Calahorra. Su construcción obedece al mandato de Rodrigo de Vivar y Mendoza, hijo del Cardenal Mendoza. El primero heredó de éste el marquesado del Zenete, que da nombre a la comarca. De esta construcción se dice ser una de las más deslumbrantes de toda España, llamando poderosamente la atención su ubicación, en una zona, entonces y ahora, de las más deprimidas de la provincia. Desde él se divisa una espléndida altiplanicie y la inmensidad de Sierra Nevada. Y Guadix, con su Alcazaba, y pueblos de su entorno que se funden y confunden con Los Montes, una descomunal almazara, la despensa aceitera de la provincia que compite con los vecinos de Jaén y Córdoba. Alpujarra y costa. De contrastes llamativos, de frondosidades arboladas cambiantes de tonos y colores. De castañares que hacen retornar a las infancias. La Alpujarra de don Natalio Rivas, el político granadino de las mercedes para sus paisanos. En sus estribaciones, la saludable Lanjarón, con sus famosas aguas y balnearios, y pueblos recónditos de enorme encanto, Cádiar, Valor, Laujar... y ese barranco de postal que es el del Poqueira para recorrerlo a pié, cayado en mano, saltando de Capileira a Bubión y Pampaneira. ¡Ah, la Alpujarra!, parada y fonda, jamón de Trevélez con vino de Albondón y pan de cualquiera de sus hornos moriscos. El exotismo de la costa, con sus tres principales núcleos urbanos, Motril, cuna del inventor de las provincias españolas, Javier de Burgos y del mejor ron del mundo, cubano puro, el pálido de Paco Montero; Almuñécar, ese emporio de riqueza y belleza, hoy punta de lanza de la economía turística, y Salobreña, patria chica del dramaturgo Martín Recuerda, que inmortalizara a la heroína aquí ajusticiada, Mariana Pineda, en El Beaterio de Santa María Egipcíaca, que ve agonizar sus cultivos de caña de azúcar. También aquí, como en cualquier lugar de la provincia, la contemplación de la costa deja el regusto de lo hispanomusulmán, no en vano fue éste su último reino. Alpujarra y costa, alacena gastronómica de Granada, una mixtura de cocina interior y marinera, de productos de la mar, del cerdo y los bancales cultivados en paratas y subtropicales del valle del río Verde. ¿Qué añadir? Mejor callar para, silentes, captar la elocuencia de quienes, tras mirar, nos admiran por ser nuestro hogar esta provincia de leyenda. Del cultismo del también mexicano Francisco de Icaza –“Dale limosna, mujer / que no hay en la vida nada / como la pena de ser ciego en Granada”–, el vulgo granadino ha hecho popular su dicho: “El que no ha visto Graná / no ha visto ná”. O el “cuan desgraciado el hombre que perdió todo esto!”, exclamación de Carlos V asomado a uno de los ventanales de la torre de Comares y contemplando jardines, arboledas y curso del río Darro. Esa torre que, en árabe, tiene inscrito: “Edificaste para la fe en la preciosa cumbre una tienda de gloria, que no necesita cuerdas para su sostén”. O el aserto del gran humanista italiano Pietro Martire d’Anghiera, cronista de los Reyes Católicos, que cuando visita Granada en el primer cuarto del siglo XVI dice: “A todas las ciudades que el sol alumbra, es en mi sentir, preferible Granada [...], todo el país por su gala y lozanía, semeja los Campos Elíseos [...]. Yo mismo he comprobado cuantos arroyos cristalinos, que corren entre frondosos olivares y fértiles huertas, refrigeran el espíritu cansado y engendran nuevo aliento de vida”. Dicho esto, quedémonos ahora con Alejandro Dumas: “Empiezo a pensar que hay un placer todavía mayor que el ver Granada, y es el de volverla a ver”.
Antonio Mora de Saavedra |