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TÉRMINO
- LIBERALISMO
  ANEXOS
 
  • El liberalismo en Andalucía  Expandir
  • La palabra liberal se utilizó por primera vez con un sentido político durante las Cortes de Cádiz. Se aplicaba a aquellos que se mostraban abiertos a la aceptación de las reformas que proponían algunos de los diputados frente a los que se declaraban contrarios a cualquier tipo de cambio. Pero posteriormente, el termino liberalismo pasó a expresar un concepto más amplio que definía todo el conjunto de reformas profundas que señalaron el paso del Antiguo al Nuevo Régimen. El liberalismo era, en suma, una nueva corriente cuyas raíces había que buscarlas en el racionalismo del siglo XVIII y que se basaba en la defensa de los derechos individuales y en unos principios de contrapeso de poderes opuestos al absolutismo, de libertad, de tolerancia, y de búsqueda de la verdad mediante la confrontación de ideas. Su fundamento doctrinal hay que encontrarlo en Locke y otros pensadores del siglo XVIII, como Montesquieu, Voltaire y Rousseau. El liberalismo se impuso a raíz del triunfo de la Revolución y afectaba, no solamente a las formas políticas existentes hasta entonces, sino también a las sociales y a las económicas.
        En efecto, la Revolución significó el triunfo del liberalismo y señaló el paso del Antiguo al Nuevo Régimen. Se produjo entonces la sustitución de unas estructuras que habían permanecido vigentes durante varios siglos de la Edad Moderna (monarquía absoluta, sociedad estamental, economía controlada o dirigida, instituciones viejas y arraigadas por la costumbre…) por otras nuevas (monarquía parlamentaria, sociedad de clases, libertad económica…) que vinieron a configurar una nueva etapa histórica: la Edad Contemporánea.
        La Revolución se produjo, sin embargo, de forma distinta en cada lugar: se inició en los Estados Unidos con el movimiento de independencia con respecto a la Gran Bretaña; en Francia con el asalto a la Bastilla; en Iberoamérica con la emancipación, y en España con las Cortes de Cádiz y la invasión napoleónica. Pero en todos los casos se trataba de algo más que un acto subversivo. Respondía a una filosofía de la vida elaborada de antemano, y que a finales del siglo XVIII o principios del XIX se impuso en el occidente de Europa y en toda América, ya fuera por métodos violentos, ya de un modo pacífico, para transformarlo todo: el régimen político, la administración, la estructura social, la dinámica de la economía, y, de ser posible, hasta las mentalidades colectivas de los pueblos.
        Andalucía. El liberalismo entró en España a través de Andalucía y la Revolución que dio paso a un Nuevo Régimen, tuvo como escenario privilegiado esta parte de la Península Ibérica.
        Una serie de circunstancias, unas casuales y otras que podríamos calificar de estructurales y geográficas, propició que fueran estos escenarios los que asumiesen el protagonismo en aquel fantástico proceso que abrió nuestro país a la Edad Contemporánea.
        En efecto, la Revolución liberal tuvo lugar en tierras andaluzas y más concretamente en la ciudad de Cádiz, en la que se reunieron las Cortes para dar lugar a una serie de reformas en el ámbito político, social y económico, como nunca antes había conocido España.
        Pero es que además, durante la difícil andadura del nuevo régimen liberal salido de aquellas Cortes y hasta que se impuso ante las fuerzas conservadoras que pretendían prolongar el Antiguo Régimen, Andalucía jugó un papel de primerísimo importancia en la mayor parte de los acontecimientos que tuvieron lugar durante aquellos años. El pronunciamiento de Rafael de Riego en las Cabezas de San Juan, las Cortes celebradas en Sevilla con ocasión del avance del ejército francés de los Cien mil hijos de San Luis destinado a restablecer el absolutismo, y, por último, las intentonas liberales que se emprendieron durante la Ominosa Década (la de los hermanos Bazán, la del coronel Valdés, o la de Torrijos) fueron episodios importantes que revelan el peso de la región andaluza en toda la trayectoria que siguió una Revolución que estaba llamada a consolidar en España el régimen político de la monarquía constitucional-parlamentaria y todo lo que este cambio trascendental suponía.
        Comencemos por el principio para explicar este protagonismo y desvelar algunas de las claves que lo hicieron posible.
        Todo empezó con los sucesos que dieron lugar a la sustitución del rey Carlos IV por su hijo Fernando VII en el “Motín de Aranjuez”. El triste espectáculo de aquel enfrentamiento entre el padre y el hijo hizo pensar a Napoleón que la ocupación de la Península sería tarea fácil. Mediante una habilidosa jugada diplomática, redujo a los Borbones españoles y puso en el trono a su propio hermano José Bonaparte. Los españoles nunca aceptaron al nuevo rey y su resistencia provocó un deslizamiento del poder, desde la corona, pasando por las más altas instancias, hasta el pueblo que asumió la soberanía a través de sus representantes reunidos en Cortes.
        Pocas semanas después de iniciarse la guerra de la Independencia contra la invasión napoloeónica, el general francés Dupont, al frente de un importante contingente de tropas, se dirigió a Andalucía con el objeto de apoderarse de Cádiz, en cuyo puerto se hallaba fondeada lo que quedaba de la flota francesa derrotada en Trafalgar. En Sierra Morena, Dupont tuvo que enfrentarse el 19 de Julio a las tropas españolas que había podido reunir la junta Central y que había puesto bajo las órdenes del general Castaños.
        La derrota de Bailén supuso el primer gran fracaso de Napoleón en España. En las puertas de Andalucía, la Grande Armée se veía vencida y humillada, cosa que no había ocurrido en ninguno de los países europeos por los que habían discurrido las triunfantes banderas del Emperador. La conquista de Andalucía por las tropas invasoras comandadas por el general Soult no se produjo hasta principios de 1810. Sólo Cádiz resistió el asedio hasta que terminó la guerra.
        Cádiz. El hecho de que Cádiz permaneciera invicta durante toda la guerra de la Independencia explica su papel de liderazgo a lo largo de todos estos años hasta el final del conflicto. Y también explica por qué la revolución liberal tuvo lugar en esta ciudad y no en ninguna otra de las ciudades españolas.
        Pero, ¿por qué Cádiz fue una ciudad inexpugnable para el poderoso ejército de Napoleón?
        No hay que detenerse mucho en señalar las condiciones geográficas de Cádiz. De todos es conocida la condición casi insular de esa ciudad andaluza. Las tropas francesas solo tenían un modo de acceso a ella y era a través de la estrecha lengua de tierra que la une a Torregorda y a la Isla de León. Y esa parte de tierra estaba perfectamente fortificada por unas murallas que habían sido construidas en el siglo XVIII, paradójicamente, según el proyecto del gran ingeniero militar francés Vauban. Esas fortificaciones habían hecho inexpugnable por tierra a la ciudad de Cádiz.
        Napoleón podía haber optado por asediar la ciudad por tierra y aislarla por mar, pero carecía de barcos para cerrar el cerco y aislar su puerto. Así que tuvo que limitarse a bombardearla desde el otro lado de la bahía, sin poder impedir que Cádiz siguiese manteniendo la comunicación con el mundo exterior por agua durante todos estos años.
        Así pues, durante todo el curso de la guerra, Cádiz ofreció refugio a cuantos españoles acudieron a ella para organizar la resistencia contra los invasores y para emprender otras tareas destinadas a cambiar el rumbo del país cuando éstos fuesen expulsados.
        Pero Cádiz reunía también otras condiciones que explican el sentido de las reformas que se emprendieron allí durante los años que duró el conflicto armado.
        El disfrute del monopolio comercial y la actividad mercantil desarrollada durante el siglo XVIII habían convertido a Cádiz en una ciudad cosmopolita. El historiador gaditano Ramón Solís, describió en su estudio El Cádiz de las Cortes el ambiente liberal de la ciudad y la mentalidad abierta de sus habitantes.
        En efecto, el hecho de que por el puerto de Cádiz hubiesen desfilado ininterrumpidamente buques de muy diversa procedencia y de muy distintas banderas, había influido en el carácter de los gaditanos, habituados a tratar con toda clase de marinos extranjeros y a recibir las ideas que provenían de otros países del mundo.
        En suma: lo que Cádiz ofrecía a quienes estaban dispuestos a imponer unas nuevas ideas, no podía ofrecerlo entonces ninguna otra ciudad de España, y mucho menos ninguna ciudad del interior, en las que solía predominar el ambiente más cerrado conservador, propio del Antiguo Régimen.
        Todo eso explica que fuese Cádiz y sólo Cádiz la sede apropiada para que en ella se realizase la Revolución liberal.
        Las Cortes. Cuando se convocaron las Cortes, muy pocos sabían que de sus reuniones y de sus debates iba a resultar una auténtica revolución de consecuencias similares a la que había tenido lugar unos años entes en Francia. No obstante, al diputado Antonio Ontiveros le horrorizaba la comparación con la Revolución Francesa y según él era como comparar “al sol con las tinieblas”. A su vez, Blanco White, comparó desde su periódico londinense, El Español, la experiencia de Cádiz con la “Gloriosa revolución” inglesa del siglo XVII. Pero en todo caso, la revolución de Cádiz sería una revolución incruenta, sin la sangre que había costado en el vecino país. Quizás, como ha sugerido algún historiador, porque la sangre la ponía en España la feroz lucha contra el “gabacho” que, de momento, evitó una guerra civil. Pero también, sin duda, por ese tono civilizado y tolerante (lo que no les restaba apasionamiento) en el que se desarrollaron en Cádiz los debates sobre las reformas. Algunos años después de aquellas reuniones, en sus cartas a Lord Holland, Quintana le diría con satisfacción que “aquellos hombres de Cádiz habían hecho su reforma política sin que a nadie costase una gota de sangre, una lágrima siquiera”.
        La obra reformadora de las Cortes de Cádiz fue inmensa y resultaría difícil en pocas líneas valorar todos y cada uno de los decretos de carácter político, social o económico que se aprobaron durante los años que estuvieron reunidas en la Isla de León primero, y en el Oratorio de San Felipe de Neri de Cádiz después. Baste señalar aquí lo que de significativo tuvo para la Historia de España aquel acontecimiento y sobre todo la Constitución de 1812, que pronto se convirtió en el símbolo de la Revolución liberal.
        Conviene destacar el logro y el avance que supuso la proclamación de aquel primer texto constitucional de nuestra historia (la Constitución de Bayona de 1808, fue un texto impuesto por el propio Napoleón).
        Así pues, aquella Revolución que se inició en Andalucía, fue decisiva para el triunfo del liberalismo en toda España. Y aún más, el pronunciamiento de Riego en 1820, que volvería a hacer triunfar el liberalismo después de la restauración del absolutismo durante seis años, fue el detonante de una intensa oleada liberal y revolucionaria que se extendió a toda Europa, desde la vecina Portugal hasta el Piamonte, llegando incluso hasta San Petersburgo. Y también, aunque resulte paradójico, las colonias hispanas y portuguesas encontraron en Cádiz y en el triunfo de Riego un referente político hacia el que dirigir sus anhelos de independencia y libertad.

    Rafael Sánchez Mantero
 
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