La historia taurina de Camas se desarrolla entre dos plazas. Al otro lado del río, metida en la vecina capital, la Maestranza, el albero más deseado por aquellos niños, casi siempre de humildes familias, que soñaban con la gloria que da el torero. Más cerca, casi a tiro de piedra, la placita de La Pañoleta, lugar de la primera vez, banco de pruebas donde realizaban su ensayo general estos aspirantes ávidos de oportunidades para demostrar que querían ser gente en el toro. Dos plazas para un único destino: llegar a lo más alto, casi siempre con el objetivo sacar a los suyos de la pobreza, para alcanzar fama y dinero, para lograr ser alguien en la vida. Dos plazas y dos toreros. Romero y Camino auparon a Camas a la cima más alta de la Tauromaquia. Uno era dueño de la esencia y el otro, de la ciencia, pero ambos eran poseedores del don del toreo. Por eso convulsionaron a este pequeño pueblo andaluz que ya era torero mucho antes y que lo fue más, alimentado por la sana rivalidad, después de estos dos hijos pródigos de la tauromaquia sevillana. Pero Camas es mucho más que Curro Romero y Paco Camino. Camas resulta ser un auténtico vivero de toreros, donde se cuentan hasta siete matadores de toros vivos si se suman a los dos ya mencionados los nombres de Julio Pérez ‘Vito’, Antonio Cobo, Fernando Rodríguez ‘El Almendro’, Curri de Camas y Antonio Chacón. Pero en el vivero habitan otras especies taurinas. No hay que olvidar a los grandes picadores y banderilleros que dio este pueblo. Aún están en la retina de los más viejos el capote mágico de Salomón Vargas, o los puyazos de picadores de leyenda como Antonio Chaves Santos ‘El Camero’, Enriquillo, o Alfonso Soto Martín. Y en la memoria más dolorosa, los dos cameros que perdieron la vida en el ruedo, los banderilleros Joaquín Camino y Ramón Soto Vargas. Porque, además de disfrutar de su gloria, Camas también tuvo que llorar a sus toreros.
José Enrique Moreno |