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ANEXOS |
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- La RomerÃa de Valme
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Sobre un cielo de tonos anaranjados, gloria de un lienzo simbólico en el que se distinguen las suaves pinceladas de la imaginación y el fervor sevillano, santos y mártires se arraciman a la espera de la resurrección de la carne. En este espacio de contemplación, etéreo e indefinido, ocupa un lugar privilegiado el rey que ganó Sevilla para la cristiandad, Fernando III el Santo, siempre representado de la misma guisa en palabras de Diego Ortiz de Zúñiga: “Con manto real bordado de castillos y leones, en la diestra la espada, y en la siniestra el mundo, con bizarra y venerable aptitud, grave y soberano semblante”. En la derecha, la espada, que cada año, coincidiendo con la festividad de San Clemente, el 23 de noviembre, recorre las naves de la catedral hispalense en solemne procesión. Sus afiladas hojas hendieron la carne de los “infieles”, defensores de la antigua al-Ándalus, y traspasaron, según cuenta la tradición, las entrañas de la tierra al tiempo que el monarca entonaba un desesperado “¡Valme, Señora!”. La Virgen que portaba en el arzón de su montura acudió con presteza a sus ruegos e hizo brotar agua del mismo lugar donde había clavado el acero, saciando la sed de las huestes castellanas acampadas en terrenos de Cuarto, un lugar próximo a la ciudad que con el tiempo sería conocida como Dos Hermanas. La leyenda perduraría a lo largo de los siglos y sería un tema abordado en aquel círculo posromántico que en torno a 1872 se reunía en la Alquería del Pilar, una mansión de recreo construida en las afueras de Dos Hermanas por el cónsul del Imperio Austro-Húngaro en Sevilla, José Lamarque de Novoa. A aquellas tertulias acudían los escritores Fernán Caballero y Luis Montoto, el pintor Virgilio Mattoni y el escultor Adolfo López Rodríguez , quienes impulsaron, junto a los duques de Montpensier, la idea de realizar una romería anual en honor de la Virgen de Valme. En 1894 se inició la tradición, apenas interrumpida, de trasladar el tercer domingo de octubre a la patrona de Dos Hermanas hasta la antigua ermita de Cuarto, donde se dice que Fernando III depositó el pendón del rey moro de Sevilla para agradecer el auxilio prestado. Favor que todavía solicitan los nazarenos y romeros al grito de “¡Valme!”, buscando, en el interior de una carreta tirada por bueyes, la bendición de su mano derecha y el consuelo del pajarito que custodia en su izquierda, justo al lado del Niño Jesús que sostiene sobre su regazo.
Javier Vidal Vega |
- Dos Hermanas, fruto del siglo XX
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Dos Hermanas, una de las doce ciudades andaluzas que superan los 100.000 habitantes, es un caso singular en nuestra comunidad. Aunque pueden rastrearse en ella vestigios romanos y medievales, es en esencia un fruto del siglo XX y un fruto sobre todo de la industrialización, tan escasa en Andalucía. Aquella población agraria, casi bucólica, donde Fernán Caballero sitúa su conocida novela La familia de Alvareda, población que concluye el XIX con apenas 8.000 habitantes, dista de ser esa agrociudad frecuente en la comunidad andaluza. Pero con el siglo XX Dos Hermanas conoce una rápida y continuada expansión, al calor primero de una temprana exportación andaluza, la de aceitunas de mesa, que la hará internacional, luego llegará el aceite y será capital española de la exportación oleícola, posteriormente, al calor del polo industrial sevillano, en los últimos años del franquismo, llegará una industria más diversificada. Pese a su vecindad con Sevilla no es una ciudad-dormitorio. Su crecimiento no se debe a la proximidad de la urbe, a la que incluso cede superficie durante la Guerra Civil, sino a las posibilidades que ella misma ofrece. Por eso, cuando desde tantas cabeceras comarcales andaluzas se emigra y se estanca la población, ella crece y mediados los setenta alcanza los 50.000 habitantes, cifra que dobla en menos de 30 años. Es una ciudad puramente industrial, sin refuerzo turístico o burocrático, aunque con el crecimiento demográfico le haya llegado también el de los servicios, comercio en especial. Lamentablemente, el crecimiento no ha estado acompañado de una planificación urbanística racional hasta fechas bien recientes, de ahí que Dos Hermanas ofrezca hoy junto a rincones que mantienen el sabor andaluz unos deshumanizados barrios de anodinos bloques de viviendas. Probablemente, la gran tarea para este siglo XXI sea transformar la que es por su volumen demográfico y su relevancia industrial sin duda una gran ciudad andaluza en una urbe más cohesionada y acogedora, mejor organizada, con más intensa vida cultural y social. Que el siglo nuevo culmine, con rigor, lo que germinó, en buena parte a su aire, en el XX. No es tarea utópica.
Antonio Checa |
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