Documento 1. A finales de julio de 1704 una escuadra compuesta de veinte naves entró en la bahía y casi dos mil hombres fueron desembarcados apenas sin encontrar oposición para aislar el Peñón de toda ayuda exterior. El príncipe de Hesse que mandaba estas tropas de desembarco, envió un mensaje al gobernador de la plaza, don Diego de Salinas, pidiéndole que se rindiera a la obediencia del archiduque, pero la respuesta de éste, el primero de agosto, fue contundentemente negativa: la ciudad había jurado ya a Felipe V como su rey legítimo y nada le haría cambiar su fidelidad, ni siquiera el temor a la muerte. La respuesta a su valentía comenzó ese mismo día, cuando se inició el bombardeo. Sin embargo, fue en la mañana temprano del día 3 de agosto cuando, alineados los barcos, Rooke dio la voz de fuego: medio centenar de navíos y más de mil cañones dispararon quince mil cañonazos en poco más de cinco horas sobre una plaza fuerte que presentaba desde antes de la batalla todos los signos de la debilidad: La guarnición no cntaba con más de trescientos hombres, la mayoría eran voluntarios reclutados por don Diego Salinas entre los escasos habitantes de la plaza; los cañones disponibles, cerca de un centenar, con abundante pólvora y plomo, apenas si podían ser utilizados, pues los verdaderos artilleros no pasaban de media docena. Todo facilitaba la posibilidad de un desembarco naval angloholandés triunfal. El propio gobernador de la plaza, don Diego Salinas, había pedido desde mayo a sus superiores un aumento de las fuerzas humanas, peor la Capitanía General de Andalucía, guiándose por la lógica de la tradición, estaba más pendiente de un posible ataque inglés a Cádiz y desatendió la llamada de socorro.
Francisco Núñez Roldán De Los ingleses en el Peñón. El Tratado de Utrecht. Historia 16, número 187.
Documento 2. Hasta el 4 de agosto de 1704, Gibraltar había sido una ciudad española más. Su Ayuntamiento estaba compuesto de 13 regidores, representantes de unos vecinos que eran dueños absolutos de la villa y de los terrenos colindantes, es decir, del Campo Llano de Gibraltar, dividido hoy en día en los términos municipales de La Línea de la Concepción, Algeciras, San Roque, Los Barrios y Tarifa. Gibraltar era la capital política de una zona tan extensa como alguna provincia española. El territorio de Gibraltar comprendía, pues, toda la comarca costera de la Bahía de Algeciras, en la que, en 1704, no existía más ciudad que la citada de Gibraltar, por ser su puerto el único que en dicha zona ofrecía a las embarcaciones refugio seguro contra los vientos de Levante. Gibraltar no era sólo una ciudad de 5.000 habitantes, capital de una zona extensa y rica. Era también una fortaleza con una guarnición permanente. La autoridad militar, con jurisdicción sobre la fortaleza y el puerto, dependía, según costumbre de entonces, de la autoridad civil local. Por ello, el que era Comandante de la Plaza en el momento del ataque, Capitán Don Diego de Salinas, antes de rendirla a los anglo-holandeses, hubo de obtener la oportuna autorización del Ayuntamiento gibraltareño. Dicho Ayuntamiento, que no quería acatar como Rey al Archiduque Carlos, se trasladó en corporación, con sus archivos y documentos, a la ermita de San Roque, a diez kilómetros de la ciudad, y allí se estableció provisionalmente, en espera de poder volver a Gibraltar cuando terminaran las hostilidades. Es sabido que, una vez ocupada la Plaza por los atacantes y evacuada la misma por su guarnición y Ayuntamiento, el Almirante Rooke, que mandaba las fuerzas navales de desembarco, tomó posteriormente posesión de ella en nombre de la Reina Ana. Inglaterra, que no estaba en guerra con España y únicamente defendía los derechos al trono español de uno de los pretendientes, usurpaba así a su patrocinado una plaza fuerte conquistada en su nombre. Los saqueos y desmanes de la soldadesca obligaron a la población civil a huir del Peñón y reunirse en San roque con su Ayuntamiento, quedando la Plaza de Gibraltar vacía de habitantes civiles y sometida a la autoridad militar británica...
Documentos sobre Gibraltar presentados a las Cortes Españolas por el ministerio de Asuntos Exteriores. Madrid, 1965.
Documento 3.Los españoles sintieron profundamente la injusticia que se les hacía y los habitantes de la ciudad de Gibraltar abandonaron en gran número sus hogares antes de reconocer la autoridad de los invasores.
De Enciclopedia Británica, vol. 10, ed. De 1879. Este párrafo fue suprimido en ediciones posteriores.
Documento 4. Fatal mes para Gibraltar. Sitio por mar y tierra a 1 de agosto de 1704. El día uno de Agosto entró la escuadra Inglesa. Confusión y horror. El sábado dos echaron bombas a media noche no es de decir los llantos y gritos... Batería de valas de artillería. Domingo tres de Agosto fue la batería de las valas desde las cinco de la mañana hasta la una del día dispararon veinte y ocho mil valas y también bombas y este día capituló la plaza y se rindió y el día quatro por la mañana estando en las capitulaciones y aviendo tomado el muelle nuevo los ingleses fueron a Nuestra Señora de Europa y robaron su santuario quitaron dese lámparas de plata, candeleros atriles coronas joias y vasos consagrados todo el santuario avido de muchas familias que allí se aviera retirado, y cuando no ubo que robar, quitaron la cabeza a la imagen que era recuerdo de España y al niño Jesús y le echaron al campo entre las peñas. Persuadidos los enemigos que esperaban en vano la entrega de Gibraltar, pusieron en línea a las cinco de la mañana del domingo 4 de Agosto de 1704 empezaron tan horrible e incesante fuego que en seis horas que duró arrojaron treinta mil b”. Las religiosas, niños, mujeres i gente inútil para la defensa, salieron despavoridos a refugiarse en el santuario de la Virgen de Europa. Entretanto se batían con fuerza los dos muelles, i aunque el nuevo se defendió con valor ,saltaron en tierra cien marineros desde sus chalupas i se apoderaron de él. Mayores fuerzas cargaban sobre el viejo; i viendo don Bartolomé Castaño, capitán i gobernador interino, que era la resistencia en vano, lo abandonó dando la disposición para que se volase la torre que llamaban de Leandro. Rompió la mina con tan grande estrétipo i estrago que sumergió siete lanchas enemigas con muerte o heridas de trescientos hombres i entre ellos muchos oficiales. La indefensa turba que al mismo tiempo estaba en la punta de Europa, volvió a ganar la ciudad, porque corrió la triste voz de que la cortaban los enemigos. No fue así. Pero sin mayor informe se pusieron en marcha para volver a entrar en la ciudad i en esta ocasión se vio un espectáculo que pudiera mover la compasión de los mismos enemigos. La artillería de los navíos descargaba sobre aquellas infelices víctimas, que a pesar de la edad i sexo manifestaron grande aunque triste conformidad en su peligro i estrago. No fue esta tan grande como se debió temer; pero las voces que llegaron a los oídos de los defensores, el poco afecto que podían guardar de su defensa, i la total ruina en la ciudad, haciendas i vidas de todos los vecinos, que con razón la temían si la plaza se tomaba por asalto, movieron a Don Diego de Salinas y a los demás oficiales a tratar de capitulación. Pusieron, pues, vandera parlamentaria i vinieron oficiales de los enemigos a exponer los terminos en que se habían de entregar. Juntaronse en cabildo con el gobernador el alcalde mayor Don Antonio Prieto, y los regidores Don Juan de Ortega i Caraza que era alcaide del castillo, Don Esteban de Quiñones, Don Bartolomé Luis Varela, Don Josef Trejo Altamirano, Don Juan Laureano, Don Geronimo de Roa i Zurita, Don Juan de Mesa, Don Pedro Yoldi, Don Juan de la Carrera, Don Pedro de la Vega, Don Diego Moriano, Don Antonio de Mesa, Don Josef Perez, Don Cristóbal de Aspurg, con el jurado Don Pedro Camacho. El gobernador hizo presente a la ciudad que según el dictamen de los maestros de campo, sargento mayor i demás oficiales de la plaza, se debía convenir en entregarla a l enemigo, pues siendo imposible defenderla, convenia no perder las honrosas capitulaciones que podían obtener i a que eran acreedores vasallos tan leales. ¿Qué pudiera hacer la ciudad abandonada con tan cortas fuerzas al inmenso poder de mar y tierra con que la estrechaban los enemigos? Convino el regimiento en la resolución de la junta de guerra aunque con dolor imponderable. Pidieron que se hiciesen las capitulaciones con el mayor honor que se pudiese, y se diese cuenta al rei. Firmaron todos este acuerdo, i en conclusión se entregó Gibraltar precediendo capitulaci´n concebidas en estos sería artículos.
Artículo I. La guarnición, oficiales y soldados podrán salir con sus armas y bagajes necesarios; y los dichos soldados con los que podrán llevar en sus hombros; y los oficiales, regidores y demás caballeros que tubieren caballos puedan salir con ellos; y asimismo se darán las embarcaciones que necesitasen a los que no tuvieren bagajes.
Artículo II. Que puedan sacar de la plaza tres piezas de bronce de diferentes calibres con doce cargas de pólvora y las balas correspondientes.
Artículo III. Que se hará la provisión de pan, carne y vino para seis día de marcha.
Artículo IV. Que no serán registrados los bagajes que conduxeren ropas e arcas y cofres de oficiales, regidores y demás caballeros; y que la guarnición salga dentro de tres días; que la ropa que no se pudiese conducir se quedará en la plaza, y se enviará por ella cuando caiga la oportunidad, y no se embarazará al sacar algunos carros.
Artículo V. A la ciudad y los moradores, soldados y oficiales de ella que quieran quedarse, se concede los mismos privilegios que tenían en tiempos de Carlos II. La religión y todos los tribunales quedarán intactos, y sin conmoción, supuesto que se haga el juramento de fidelidad a la majestad de Carlos III, como su legítimo rey y señor.
Artículo VI. Que deben descubrir todos los almacenes de pólvora y demás uniciones, como también provisiones de boca que se hallaren en la ciudad y las armas que sobraren. De esta capitulación están excluidos todos los franceses y subditos del cristianismo, y todos los bienes de ellos quedarán a la disposición nuestra, y sus personas prisioneras de guerra”.
De Libro 18 de bautismos del cura Romero de Figueroa, fechados en 1704. Transcrito por José Antonio Ledesma Sánchez en San Roque y su historia (1980).
Documento 5. La salida de los vecinos ofreció un triste y penoso espectáculo. Unos corrían por los campos sin rumbo ni norte; otros se guarecían en las viñas y cercados: otros iban a buscar refugio en las ocultas chozas de los montes, y muchos caían muertos de hambre i de cansancio, victimas del ardiente sol canicular. Quien llamaba con agudos y desgarradores gritos al hijo extraviado; quien cargaba sobre sus hombros a su anciana madre rendida por los años; las mujeres y los niños cubrían los aires con sus amargos ayes y lamentos; y todo era miseria, lágrimas y desesperación”. “La población que sin duda se había aumentado contaba en este tiempo de unas seis mil almas, que corresponde a los mil y más vecinos que señala el cura Romero en su nota que literalmente copiamos, y cuyo testimonio es sin duda el más seguro y verídico, mediante a que él mismo formaba el censo, según obligación de los párrocos. Contábanse entre aquellas familias de la más calificada nobleza que acudieron a avecindarse en la ciudad, estimulada con los pingües repartimientos dados primeramente por los duques de Medina Sidonia cuando eran dueños de la plaza, y después por los reyes que confirmaron y dieron otros nuevos. Estos hijosdalgos eran dueños de extensas dehesas de arbolado y pastos, en las que criaban abundante ganadería, principal riqueza de este campo. Cultivaban también las viñas cuya plantación cubría más de una legua de su término llegando hasta los bujeos de Albalate; y exportaban el vino al extranjero y aun para el reino mismo. También mantenían pesquerías y almadraba, única industria de la ciudad pues la agrícola era tan corta que no alcanzaba a cubrir sus necesidades”
Francisco María Montero De Historia de Gibraltar y su campo. |
A lo largo de la historia, Gibraltar no sólo ha provocado sangre sino arte: el propio icono del Peñón resultó una constante en los grabados de los siglos XVIII y XIX, mientras que la pintura realista del XX lo inmortalizó en sucesivas ocasiones: el caso más notable sería el del pintor algecireño Antonio López Canales, que a finales de los años setenta de dicha centuria realizó 100 piezas en torno a este mismo pretexto, siguiendo los pasos de quienes habían llevado a cabo una aventura plástica similar con el Fujiyama japonés. El pintor gibraltareño de mayor relieve lleva el nombre de Gustavo Bacarisas, su obra supone una referencia obligada en el realismo y casticismo español de comienzos del siglo XX y residió durante buena parte de su vida en Sevilla. En la actualidad, existe una promoción de pintores locales cuyo referente más conocido es el de Mario Finlayson. Mientras Hugo Prat identifica a su héroe de cómic Corto Maltese como hijo de “La Niña de Gibraltar”, Rafael Marín y Carlos Pacheco arrancan las viñetas de su “Triada Vértice”, la primera saga de superhéroes españoles aparecida en los años noventa, con la resurrección del malvado dios Melkart en la cueva gibraltareña de Gorham. El cine tampoco olvidó este paraje, desde las tomas de Miguel Mateo “Miguelín” toreando en la arena de El Rinconcillo con el Peñón a fondo, en una secuencia de El relicario, hasta la primera incursión de Timothy Dalton como agente 007. También la música se fijó en este territorio mestizo, en especial el pop-rock, con creadores locales como Albert Hammond, Jade, Melon Diesel o Taxi, pero también con aportaciones tan pintorescas como “On the border”, de Al Stewart o “Como los monos de Gibraltar”, de Víctor Manuel, por citar ejemplos situados a uno y a otro lado de la Verja. Más allá de la jerga mestiza local, un spanglish que aquí llaman “yanito”, la literatura recoge copiosos ejemplos referidos al Peñón y su entorno, desde Avieno a Pío Baroja, pasando por autores tan diversos como Rafael Alberti, Emilio Prados, Gerardo Diego, Raúl González Tuñón, Oliverio Girondo y Paul Gallico, entre muchos otros. Punto obligado para numerosos viajeros, escritores de la talla de Lord Byron o de Rubén Darío, sin olvidar a Paul Bowles, también hicieron mención de su paso por este paraje. Daniel Defoe, Francis Carter, Somerset Maugham o Mark Twain dejaron textos relativos a este enclave en donde, en los años sesenta nacería un poeta de excepción, Trino Cruz. La cumbre literaria de Gibraltar viene contenida en las últimas páginas de Ulises, la obra magna de James Joyce, cuyo personaje Molly Bloom urde un trepidante monólogo en el que refiere sus remembranzas de la Roca. Joyce jamás estuvo en esta zona pero utilizó para ambientar su atmósfera el llamado Directorio de Gibraltar, que no sólo constituía una primitiva lista telefónica, sino que aparecían los nombres de sus habitantes, su profesión, un callejero y una suerte de guía turística, en la que se hablaba de La Alameda, la Bahía de los Catalanes, de Punta Europa y de los monos. También se sabe que utilizó un libro de viajes de un norteamericano, Henry Field, o el célebre manual para viajeros y lectores en casa de Richard Ford. Claro que también una tía suya que conocía el lugar le chivateó algunos detalles de la vida local.
Juan José Téllez |