Se puede afirmar, sin un ápice de exageración intencionada, que la ciencia, la tecnología y el pensamiento desarrollados en Andalucía o por andaluces suponen una de las más importantes contribuciones de España al crecimiento de la cultura de Occidente. Los comienzos de la ciencia andaluza lo son también de la ciencia española y, en gran medida, de la ciencia europea. Hasta la llegada de los romanos a la Península Ibérica, no existen referencias de actividad científica, y desde la Bética romana tampoco se hacen grandes contribuciones, salvo discretas excepciones como la de Lucio Junio Moderato, Columela (siglo I), y su De Re Rustica (comentario sobre agricultura). El primer gran exponente del saber científico andaluz es Isidoro de Sevilla (560-646). La principal contribución de San Isidoro es una obra de carácter enciclopédico, las Etimologías, que recoge el saber clásico y cristiano en todas las materias: gramática, retórica, dialéctica, matemáticas, medicina, derecho, cronología, religión, lenguas y pueblos, antropología, zoología, geografía, mineralogía, agricultura, las guerras, los espectáculos, los juegos, las naves, oficios, edificios, origen de algunos nombres, vestimentas, comidas y bebidas, instrumentos y ajuares. Isidoro se convierte en una gran autoridad en España y en Europa; y las Etimologías fueron una de las obras más leídas y reconocidas durante la Edad Media, hasta bien entrado el siglo XVI. Legado de al-Ándalus. No hay duda de que el período glorioso de la ciencia en Andalucía, y por extensión en España, es el correspondiente a al-Ándalus. Hasta el siglo IX, la cultura en al-Ándalus tenía su origen principalmente en los grandes centros culturales de Siria, Iraq y Persia. Es allí donde se asimila todo el saber de la Grecia clásica y se traduce al árabe. Un saber nuevo se incorpora así a las ciencias tradicionales del Islam: gramática, lingüística, teología y derecho. Las nuevas ciencias naturales, la mayoría de origen griego, incluyen matemáticas, física, anatomía, biología, botánica, química, medicina y astronomía. La filosofía se consideraba parte integral de las ciencias naturales: la física celestial o metafísica. La lógica era una base importante para el razonamiento científico en todas las disciplinas. Los filósofos del mundo islámico fueron muy a menudo expertos también en otras áreas, especialmente en medicina y astronomía. El corpus científico-filosófico de la civilización islámica se transfirió por entero hacia al-Ándalus, en general a través de los viajes de estudiantes y eruditos a los grandes centros culturales de Oriente. No obstante, durante el reinado de Abd al-Rahman III (912-961), comenzaron a hacerse contribuciones genuinas a la ciencia desde al-Ándalus. Este califa fue responsable de la importación de libros, la construcción de centros de investigación, hospitales y bibliotecas, y la captación de profesores y eruditos de todo el mundo islámico; ello hizo que Córdoba llegara a rivalizar con Bagdad como centro de investigación. Las matemáticas recibieron un fuerte empuje en al-Ándalus; ello facilitó a su vez el desarrollo de las ciencias experimentales, especialmente la astronomía. Una de las personalidades más relevantes fue Abbas ibn Firnas (?-887), quien llegó a Córdoba para enseñar música pero pronto mostró gran interés por la mecánica del vuelo, y se anticipó en más de seiscientos años a Leonardo da Vinci con su intento de construir un ingenio volador. Desarrolló también un planetario mecanizado en el que se reproducía el movimiento de los planetas, con lo que influyó en el desarrollo de la astronomía en Europa. El campo de la astronomía floreció en al-Ándalus. Entre los nombres más destacados en este campo se encuentran Muslamah al-Majriti (?-1007), un profundo conocedor de las matemáticas y la astronomía; y al-Bitruji (?-1204), que elaboró una teoría del movimiento de las estrellas. Granada también sobresalió como gran centro de investigación en al-Ándalus. A este período pertenecen importantes astrónomos granadinos o vinculados de alguna manera a Granada; entro ellos se encuentra el célebre matemático Uach-Nafih (1096-?), o Benalbana el Granati, cuya obra matemática se ha estudiado hasta hace poco en Fez. Alcalsadi, oriundo de Baza, destacó en aritmética. De notable capacidad creativa y crítica, Benasamh el Muhandis (siglo X) se dedicó a la investigación y enseñanza. Escribió dos obras sobre el astrolabio, un comentario sobre la obra de Euclides y diversas obras de geometría; también se dedicó la historia de la Física. El astrónomo granadino Sukur, que trabajó en Siria, participó en las que hoy se considera como primeras observaciones coordinadas, una colaboración entre los observatorios de Toledo y Maraga, en Mongolia. Destacan también los Ibn Baso, padre e hijo. El padre introdujo una innovación en el astrolabio que permitía su utilización en todos los horizontes. También merece mención Ibn al-Raqqam, autor de unas tablas astronómicas y de un tratado de Gnomónica. Ibn Tufayl, nacido en Guadix en el siglo XII, es el científico granadino más influyente en la ciencia y el pensamiento de Occidente. Pionero de una revolución anti-ptolomeica inspirada en Aristóteles, denunciaba la imposibilidad física de los epiciclos y excéntricas. Entre sus discípulos se encuentran Averroes y al-Bitruji. La influencia de este astrónomo andalusí llegaría hasta la literatura europea, ya que en el Robinson Crusoe de Daniel Dafoe y en el Emilio de Rousseau se aprecian similitudes con su obra El Filósofo Autodidacta. El tercer gran centro científico de al-Andalus fue Toledo, especialmente durante el siglo XI, con su escuela astronómica encabezada por al-Zarqalluh (conocido por Azarquiel en la Europa medieval). Tras la conquista de la ciudad por el rey Alfonso VI en 1085, comenzaría un movimiento de traducción científica del árabe al latín, promovido por el arzobispo Raimundo de Toledo. Este movimiento continuó bajo el patrocinio de Alfonso X el Sabio y los astrónomos de su corte, entre los que destacó el judío Isaac ibn Cid; su trabajo quedó reflejado en los Libros del Saber de Astronomía y las Tablas Alfonsíes, tablas astronómicas que sustituyeron en los centros científicos de Europa a las Tablas Toledanas de Azarquiel. El impacto de los astrónomos andaluces sobre la ciencia de Occidente queda patente hoy en día en los numerosos términos árabes que se trasvasaron al latín, el castellano y el resto de lenguas europeas. Aldebarán (el seguidor), almanaque, Altair (el volador), acimut, Betelgeuse (bayt al-Jawza, casa de los gemelos), Deneb (cola), nadir y cénit, son sólo algunos ejemplos. La geografía es otro de los campos que experimentaron un desarrollo importante en al-Ándalus. El más famoso geógrafo de la época fue Abd Allah ibn Idris al-Sharif al-Idrisi (1100-1166), quien, al término de sus estudios en Córdoba, realizó numerosos viajes. Luego se estableció en Sicilia, donde escribió su Kitab al-Ruÿarí (Libro de Roger), una geografía universal. También es autor del primer mapa científico del mundo, un planisferio de forma circular. Otro gran geógrafo andalusí fue Muhammad ibn Abd Allah ibn Battutah. Nacido en Marruecos en 1304, viaja por todo el mundo conocido y pasa ocho años solo en la India. Su obra Rihlat, un diario de sus viajes, se convirtió en una importante fuente de información para geógrafos e historiadores. La medicina árabe estaba íntimamente unida a la religión y a los usos y costumbres de la sociedad y la cultura. Los médicos de al-Ándalus contribuyeron enormemente al desarrollo de la medicina occidental. Entre los más destacados se encuentra Abu al-Qasim al-Zahrawi, también conocido como Albucasis (936-1013). Es probablemente el cirujano más eminente de la Edad Media; su obra al-Tasrif, sería traducida al latín para entonces convertirse en el libro de texto de medicina más utilizado por las universidades europeas. También se preocupó de problemas psicológicos, como la educación de los niños. Ibn Wafid (1008-1075) nació en Toledo, donde estudió medicina y se familiarizó con los textos de Aristóteles, Dioscórides y Galeno. Era partidario de no usar los medicamentos compuestos, sólo los simples y aun estos evitarlos si los enfermos se pueden curar sólo con la dieta. Publica también un texto sobre balneoterapia. Avenzoar (1092-1162), sevillano, mantuvo estrecha amistad con Averroes. Recomendó el uso del agua fría para disminuir la fiebre. Insistió sobre el valor curativo de las dietas, previno contra el abuso de los medicamentos, y recomendó comenzar siempre administrando las drogas en pequeñas dosis y aumentarlas si se observaban buenos efectos al cabo de tres días. Mantuvo la conveniencia de espacios amplios y aire puro para mantener la salud y escribió también sobre la dieta. Como consecuencia lógica del desarrollo de la medicina, los científicos de al-Ándalus mostraron también interés por las plantas medicinales y la botánica en general. En este campo destaca la figura de ibn al-Baytar (1190-1248), que escribió un compendio de plantas medicinales organizado por orden alfabético. Empleó la mayor parte de su vida recopilando información por todo al-Ándalus y el norte de África. Otro botánico de prestigio fue ibn al Awwam (1170-?), autor de un tratado que ofrece instrucciones precisas sobre el cultivo y uso de cientos de especies vegetales. Cientificos cordobeses. Mención aparte merecen dos grandes científicos cordobeses, Maimónides y Averroes, ambos también vinculados a la medicina. Con Moisés Maimónides (1135-1204) alcanza la cumbre el pensamiento judío. Su obra, en árabe y hebreo, se extiende por la filosofía, la teología y la medicina. Clasificó la ciencia médica en tres divisiones: la preventiva, la curativa y la de los convalecientes, incluidos inválidos y ancianos. Su enseñanza, basada en la patología humoral de Hipócrates y Galeno, estaba impregnada de racionalidad. Maimónides da reglas sobre la vida higiénica y las dietas, y recomienda no usar medicamentos. Muchos de sus consejos son todavía útiles, tal como se demuestra en un manual conocido como La Preservación de la Juventud. En este y otros manuales similares emergen tres grandes principios de la salud: dieta, ejercicio físico y actitud mental. Averroes, Abu-l-Walid Mohammad ibn Ahmad ibn Rushd (Córdoba, 1126 - Marrakesh, 1198), fue filósofo, poeta, jurisconsulto, astrónomo y médico. Su producción científica abarca unas catorce obras, entre las que destaca El libro Completo de la Medicina, una obra enciclopédica en siete volúmenes. También se introduce en el campo de la astronomía gracias a su compendio sobre el Anagesto de Arzaquiel. Sus aportaciones se traducirían al latín, y todas ellas se convierten en clásicos para la filosofía, el misticismo y la ciencia de Occidente. Si la filosofía de al-Ándalus entró en declive después de Maimónides y Averroes, la ciencia perduró en el reino de Granada hasta final del siglo XV. La expulsión definitiva de judíos y musulmanes supondría un golpe a la tradición científica cuyo cultivo había llevado a al-Áldalus a convertirse en el centro del mundo civilizado durante siglos. Para el resto de Europa y la civilización occidental, las contribuciones de la ciencia de al-Ándalus fueron de un valor incalculable y abarcaron todos los campos del conocimiento. Hacia el siglo XII, un buen número de pioneros europeos dirigieron su mirada hacia el sur: al-Ándalus fue su principal fuente de conocimiento hasta el final del siglo XIII, y constituyó el puente por el que se trasvasó hacia Europa todo el conocimiento clásico junto con las aportaciones genuinas de la civilización árabe y otras civilizaciones orientales como la india. Los eruditos europeos iniciaron un proceso de traducción desde el árabe al latín de todo el saber griego y árabe. Entre ellos se encuentran Roberto de Chaster, Daniel de Morlay, Alfredo de Sarashel, Adelardo de Bath, Roger de Hereford, Juan de Sevilla, Gerardo de Cremona, Marcos de Toledo y Esteban de Antioquía; su trabajo fue esencial para el Renacimiento de Europa. Cambio de signo. A partir del siglo XVI, el destino de la ciencia andaluza está íntimamente unido, para bien y para mal, al de España, que también participó en el movimiento de renovación científica europea; destacaron Juan Valverde de Amusco, seguidor de Andrés Vesalio, y la escuela de los calculatores, a la que pertenecían Pedro Ciruelo, Juan de Celaya y Domingo de Soto. El descubrimiento de América estimuló avances tanto en historia natural, con José de Acosta y Gonzalo Fernández de Oviedo, como en náutica (de la mano de los sevillanos Pedro de Medina y Alonso de Santa Cruz, y Martín Cortés, aragonés afincado en Cádiz). La ciencia andaluza se vería particularmente influida por este acontecimiento. Será en este siglo XVI cuando se fundan las primeras universidades andaluzas, en Sevilla, Granada y Baeza. A raíz de que Felipe II prohibiera los estudios en el extranjero, la ciencia española, y la andaluza con ella, entró en una fase de decadencia y neoescolasticismo de la cual no saldría hasta finales del siglo XVII, con el trabajo de los llamados novatores. Este grupo promovía casi en la clandestinidad las nuevas ideas de Newton y William Harvey, y a él pertenecían, entre otros, Juan Caramuel y Lobkowitz, Juan de Cabriada y Antonio Hugo de Omerique, un gaditano de Sanlúcar cuya obra Analysis Geometrica atrajo el interés de Newton. El sistema newtoniano, aún prohibido por la Iglesia, se difundió ampliamente en el mundo hispano del siglo XVIII, a partir de Jorge Juan, el sevillano Antonio de Ulloa, y el médico, astrónomo y naturalista gaditano José Celestino Mutis. El otro pilar de la modernización científica de la Ilustración fue Linneo, cuya nomenclatura binomial fascinó a toda una generación de botánicos europeos, y estimuló nuevas exploraciones. El XVIII fue el siglo de las expediciones botánicas y científicas al Nuevo Mundo. Si bien en España la Ilustración no penetró tan profundamente como en otros países del entorno, la ciencia experimentó cierto empuje. Miguel Barnades, y luego sus discípulos Casimiro Gómez Ortega y Antonio Palau Verdera, enseñaron la nueva sistemática botánica. Entre las expediciones españolas destacan dos muy vinculadas a Andalucía: la de Mutis, que actuaba como corresponsal de Linneo, a Nueva Granada; y la de Alejandro Malaspina, alrededor del globo. Las Guerras Napoleónicas y de Independencia interrumpieron el avance de la ciencia en toda la península Ibérica. La actividad científica quedó prácticamente paralizada hasta la legada de nuevas ideas (darwinismo) y el advenimiento de la I República. En esta renovación científica desempeñó un papel esencial el neurólogo Santiago Ramón y Cajal, primer premio Nobel español (1906) por sus descubrimientos sobre la estructura del sistema nervioso; también intervinieron José Rodríguez de Carracido en química, Augusto González de Linares en biología, el malagueño José Macpherson en geología, y Zoel García Galdeano en matemáticas. La Edad de Plata. Gracias al empuje que Ramón y Cajal dio a la ciencia en general, en 1907 el gobierno español estableció la Junta para la Ampliación de Estudios para fomentar el desarrollo de la ciencia, ofreció becas para el extranjero y creó una serie de laboratorios. El centro de innovación en física fue el Instituto Nacional de Física y Química, para cuya construcción Blas Cabrera recibió una beca de la Fundación Rockefeller. Allí trabajaron Miguel Ángel Catalán, con importantes aportaciones en espectrografía, y el químico Enrique Moles. El centro de innovación matemática fue el Laboratorio Matemático de Julio Rey Pastor, donde se formaron muchos de los catedráticos de España. Rey Pastor fue un impulsor de la visita que Einstein realizó a España en 1923, en la que el físico alemán fue recibido sobre todo por matemáticos, debido al menor desarrollo de la física. En biomedicina, aparte de la neurohistología, adquirió relevancia la fisiología, con el grupo de Barcelona, dirigido por August Pi i Sunyer, y el grupo de Madrid, liderado por Juan Negrín, quien formó al futuro premio Nobel Severo Ochoa. Entre los científicos andaluces brilla con luz propia el jiennense Carlos Rodríguez López-Neyra, un parasitólogo de renombre internacional. Este período se conoce como la Edad de Plata de la ciencia española. Durante los últimos cien años España había conocido un desarrollo científico muy importante, y en algunos momentos y disciplinas incluso espectacular, interrumpido por la Guerra Civil de 1936. Las consecuencias de la Guerra Civil se dejaron ver en todos los terrenos; la guerra supuso la destrucción del incipiente sistema científico español y el fin de la Edad de Plata. Las décadas posteriores se vieron marcadas por un desesperado e ingenuo intento de autarquía que, en la ciencia y la tecnología demostró ser imposible, debido en gran medida al exilio de muchos de los grandes eruditos y científicos de la época, hecho que supuso una sangría cuyas consecuencias aún se sienten hoy en día. Durante este período la ciencia española, y obviamente la andaluza, estuvo marcada por la precariedad, el rígido dirigismo del estado y la dependencia exterior. A partir de 1975, la gran preocupación de los andaluces y los españoles fue recuperar la democracia, lo que se consiguió con esfuerzo y no pocos contratiempos. Sin embargo, la democracia formal no es una solución inmediata a los problemas derivados de una perversión de la cultura trabajada durante cuarenta años de dictadura y aislamiento. Esa preocupación prioritaria por la democracia formal dejó de lado entre otras cosas el desarrollo de la ciencia y la tecnología. El despertar de la ciencia en Andalucía no llegaría hasta las décadas de los ochenta y noventa, con la implantación de un sistema de ciencia y tecnología en España, apoyado por los grandes proyectos de integración de la ciencia europea. La contribución de la iniciativa autonómica también es importante, en el marco de los planes de modernización de Andalucía y con el Plan Andaluz de Investigación (PAI) como instrumento dinamizador. La ciencia en el siglo XXI. La investigación científica va evolucionando hacia la tecnificación y hacia la integración del esfuerzo colectivo. Hoy en día es prácticamente imposible que una sola persona pueda desarrollar un trabajo de entidad en solitario; incluso en los casos en que el trabajo individual es técnicamente viable, ésta no suele ser la opción elegida por los investigadores. Además, la actividad investigadora ha llegado a ser muy importante para la economía, hasta el extremo de considerarse como algo vital, al tiempo que sus repercusiones sobre la sociedad son cada vez más fuertes e inmediatas. Se puede afirmar, por lo tanto, que hoy en día la ciencia está integrada en la sociedad a través de una tupida red de instituciones, infraestructuras, proyectos y personas. Por norma general la investigación se desarrolla en el seno de lo que se denomina “grupo de investigación”. El grupo de investigación es la unidad funcional básica de la investigación; está constituido por doctores, titulados superiores y medios y personal auxiliar, todos los cuales contribuyen al desarrollo de una misma línea de investigación. Estos grupos realizan su trabajo en los denominados “centros de investigación”, instituciones de naturaleza diversa que van desde las universidades a los departamentos de investigación y desarrollo de las empresas, y donde se gestionan y ejecutan los programas de investigación. La red científica de Andalucía está constituida por el conjunto de universidades, centros de investigación, parques tecnológicos, centros de innovación y tecnología, centros de incubadoras de empresas, centros europeos de empresas e innovación, centros de formación en innovación y tecnología para postgraduados, entidades de transferencia en el entorno de la innovación y tecnología, laboratorios de medidas, ensayos y calibración, redes y centros de I+D+I de titularidad pública o privada, agencias de desarrollo de ámbito andaluz o local, empresas de base tecnológica, centros de enlace para la innovación y otras empresas o entidades interesadas en la investigación. Integración andaluza. Las universidades y centros de investigación andaluces participan en programas de investigación dirigidos o financiados por instituciones regionales, nacionales o europeas. A nivel regional, el fomento de la investigación en Andalucía se organiza y ejecuta por vía del denominado Plan Andaluz de Investigación (PAI). El PAI es una iniciativa trienal del gobierno andaluz que, desde el año 2000 se plantea con el fin de fomentar y coordinar la investigación científica y el desarrollo tecnológico, así como conectar ésta con el entorno productivo. Entre sus objetivos se encuentran los siguientes: incrementar el nivel de calidad de las actividades científico-tecnológicas, atraer y potenciar la participación de fondos privados en el proceso de investigación e innovación, incrementar y mejorar los recursos humanos del sistema de I+D andaluz, e impulsar la conexión entre la oferta científica y la demanda tecnológica de las empresas. El PAI se estructura en una serie de programas generales y sectoriales de investigación en los que se marcan diversas líneas prioritarias cuyo fin es optimizar los recursos de la investigación para que ésta produzca resultados de utilidad para la sociedad andaluza. El desarrollo de la ciencia andaluza también está marcado por los programas nacionales e internacionales de investigación, desarrollo e innovación, dirigidos desde el gobierno del Estado Español y desde la Unión Europea. El Plan Nacional de I+D+I tiene sus orígenes en 1986, en una ley de fomento de la investigación en la que también se creó la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología (Cycit). Este plan se concibió como un mecanismo integrador que debía fijar los grandes objetivos en I+D para períodos plurianuales y ordenar las actividades dirigidas a su consecución en programas a realizar por los distintos departamentos ministeriales con responsabilidades en la materia. Con el proceso de integración europea, la ciencia española, y con ella la andaluza, está en parte dirigida por los grandes programas europeos: Programa Marco, Cordis, Eureka y Cost. El objetivo de estos programas es conseguir una investigación más centrada e integrada a escala comunitaria, articular el Espacio Europeo de Investigación y fortalecer sus bases. Perspectivas futuras. La recuperación experimentada por la ciencia andaluza a lo largo de las últimas décadas del siglo XX ha permitido alcanzar un nivel respetable en áreas como Bioquímica y Biología Molecular, Genética, Medicina y Astrofísica, con personajes de la talla de José Rodríguez Delgado, Manuel Losada, Ginés Morata, Enrique Cerdá Olmedo o Juan Pérez Mercader. A pesar de los escasos recursos dirigidos hacia la investigación, tanto desde las instituciones públicas como desde la iniciativa privada, el desarrollo de una red científica y tecnológica andaluza, integrada por universidades, centros de investigación, hospitales y parques tecnológicos, junto con la aplicación de una política científica propia, a veces polémica como demuestran los proyectos de investigación con células madre, han supuesto un empuje fundamental para el avance de la ciencia en nuestra comunidad. A comienzos del siglo XXI, la ciencia andaluza es puntera en España, tanto en producción como en calidad. En este evidente desarrollo, sin embargo, persisten algunos defectos estructurales: i) el número de investigadores por habitante sigue siendo muy bajo, menos que la mitad del de la Unión Europea, y ii) la relación entre ciencia y tecnología, es decir, entre la ciencia y el mundo productivo, es poco intensa. La ciencia básica ha crecido más que la tecnología, con lo que el desfase existente entre los niveles de desarrollo científico y tecnológico de Andalucía (y España) y los países punteros de Europa ha seguido empeorando en términos relativos. La situación exige cambiar algunos hábitos y actitudes tópicas arraigadas durante las últimas centurias, como la idea de contraponer el desarrollo de la ciencia y la tecnología al de la cultura humanística. Porque el saber, la cultura toda, es como la propia ciencia, como el universo y la misma vida: un todo que danza y evoluciona al unísono. Miguel Aguilar Urbano |