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CIENCIA

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f. (Del latín scientia ). Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y a partir de los cuales se inducen principios y leyes generales.|| 2. Saber o erudición.|| 3. Habilidad, maestría, conjunto de conocimientos sobre cualquier cosa.|| 4. Conjunto de conocimientos relativos a las ciencias exactas, fisicoquímicas y naturales.|| ~ ficción. f. Género literario y cinematográfico cuyo contenido se basa en hipotéticos logros científicos y técnicos del futuro.|| ~ s exactas. f. Matemáticas.|| ~ s humanas. f. Las que se ocupan de aspectos del hombre no estudiados en las ciencias naturales, como la psicología, antropología, sociología o historia.|| ~ s naturales. f. Las que tienen por objeto el estudio de la naturaleza, como la geología, biología, física o química.|| ~ s ocultas. f. Conocimientos y prácticas misteriosos, como la magia, la alquimia o la astrología, que buscan penetrar y dominar los secretos de la naturaleza.|| ~ s sociales. f. Ciencias humanas.

Un concepto de ciencia.  Las fronteras entre el conocimiento científico y el conocimiento ordinario no son evidentes, como tampoco lo son las fronteras entre la ciencia y otros tipos de saber tales como el literario o el artístico. No existe, por lo tanto, una definición unívoca de ciencia; ni siquiera entre los científicos hay consenso sobre lo que significa pensar científicamente. Resulta lícito, sin embargo, preguntarse si es posible establecer criterios para distinguir el conocimiento ordinario del conocimiento científico; y la ciencia, de otras formas de aprehender el mundo, como la filosofía y el arte.

La manera más simple de definir la ciencia es afirmar que la ciencia es el producto de la actividad profesional de la comunidad científica. Para añadir algo más de contenido a esta tautología, podría indicarse que el rasgo más definitorio de esa actividad de la comunidad científica es el  método de trabajo al que se ajusta, de modo que definir el concepto de ciencia implica en último término definir el método que los científicos siguen para desarrollar su trabajo. La ciencia actual, tal como se entiende en nuestra civilización occidental, y su método no son un producto surgido por generación espontánea, sino que se va construyendo a través del concurso intelectual de numerosos científicos. La comunidad científica considera a Francis Bacon como uno de los fundadores del moderno método científico, basado en la experiencia y el pensamiento inductivo. Estos dos principios, empirismo e inducción, fueron la gran aportación de Bacon a una tradición científica erudita que hasta entonces no se distinguía claramente de la filosofía y que se basaba esencialmente en el método hipotético-deductivo propio de las matemáticas. El método hipotético-deductivo, desarrollado por Galileo y elaborado por Descartes, sirvió para el desarrollo de la ciencia, en particular la mecánica y la astronomía, durante el siglo XVII.

El método propuesto por Bacon significaba un desarrollo y racionalización de los procedimientos y tradiciones artesanales frente a los procedimientos matemáticos más eruditos enraizados en la tradición filosófica. Estas dos visiones de la ciencia, la baconiana y la cartesiana, permanecerían separadas, y sólo con el paso de los siglos acabarían confluyendo en lo que es el método científico vigente en la ciencia actual.

Evolución del concepto de ciencia. La palabra "ciencia" no ha contado siempre con el mismo significado y, además, diversos términos se han empleado en diferentes tradiciones científicas para designar algo parecido aunque no absolutamente idéntico. La episteme griega, la scientia latina, la science inglesa o francesa, la scienza italiana y la wissenschaft  alemana no son siempre equivalentes ni tienen el mismo significado a lo largo de la historia.

Episteme en Aristóteles significa literalmente "saber", un saber entendido como capacidad; un saber logrado como resultado de un proceso de superación, algo así como una ascensión desde el mundo de lo relativo al mundo de la verdad. Sin embargo, la "ciencia" de Aristóteles no lleva aparejada la inducción de ese saber a partir de la experiencia. La ciencia aristotélica es una ciencia de lo universal; es una indagación teórica de las causas de los fenómenos que se basa en la definición y en la demostración. Aunque muchos negarían el carácter científico de las especulaciones de esa ciencia clásica, los historiadores de la ciencia y de la filosofía comparten la idea de que en la Grecia clásica esa unidad que era entonces la ciencia/filosofía se constituye como actividad humana singular, separada por una parte de la mitología y la religión y, por otra parte, de la artesanía.

La tradición científico-filosófica alemana, la wissenschaft , difiere de la episteme. La ciencia wissenschaft implica una comprensión general de las interconexiones entre los fenómenos naturales y una aprehensión simpatética de esos otros procesos que son fruto de la acción humana. Considera la existencia de analogías universales que revelan la presencia de una energía vital que impregna todo, tanto el universo físico como la mente humana. Es una ciencia vitalista, opuesta al mecanicismo de la tradición científica inglesa y francesa, que consideran el universo como algo esencialmente inerte y separado de la mente humana.   La ciencia moderna, propuesta por Francis Bacon y desarrollada desde la época de Newton, difiere de la episteme griega y de la wissenschaft alemana. La science dominante en la comunidad científica global de la actualidad se entiende como "descripción y correlación de aspectos de lo real obtenidas mediante la observación, la abstracción y la lógica".

El análisis de la evolución histórica del concepto de ciencia revela discrepancias, pero también evidencia algunas constantes o similitudes. Hay por lo menos un punto en que las tres nociones históricas de ciencia coinciden, esto es en considerar acientífica la simple opinión, lo cual implica una separación del conocimiento vulgar, ese que adquirimos tomando el sentido común como único principio, del conocimiento científico. Es cierto que tanto el conocimiento vulgar como el científico tienen una base de racionalidad y objetividad, pero el sentido común está marcado por un inevitable antropocentrismo y por una inercia al cambio que lo hace insuficiente para el avance del conocimiento. El mismo George E. Moore, filósofo defensor del sentido común, llega a admitir sin duda alguna: "Creo que muchas proposiciones que no son verdaderas pueden ser llamadas con propiedad aspectos de la «visión del mundo del Sentido Común» o «creencias del Sentido Común»".

Parece evidente que la polisemia, ambigüedad, ambivalencia y vaguedad del lenguaje coloquial no pueden soportar los objetivos del conocimiento científico. No basta con pretender aportar racionalidad, sino que es preciso emplear los instrumentos adecuados, y el lenguaje es la primera de estas herramientas. La observación de la existencia de ambigüedades en el lenguaje cotidiano hace pertinente, por lo tanto, una reflexión acerca del lenguaje mismo.

El lenguaje científico.  Albert Einstein reconoce a mediados del siglo XX que la ciencia no es más que un refinamiento del pensamiento cotidiano. La cuestión está en precisar qué clase de refinamiento es ese que es capaz de convertir la sabiduría popular en conocimiento científico. Podría decirse que esa visión popular del mundo, construida con un conocimiento ordinario fundamentado en el sentido común, se refina "como diría Einstein" cuando intenta superar las paradojas y contradicciones de nuestro lenguaje y procura hacerlo más preciso, y cuando elude creer en las ideas a menos que se demuestren. La reflexión sobre el lenguaje y la consecuente precisión de éste, la asunción de una lógica y el desarrollo de un método permiten el paso racional desde la mera opinión sustentada por el sentido común, que da lugar a creencias y convicciones, al conocimiento científico propiamente dicho.

Ciencia y lógica.  El lenguaje vulgar conserva una acepción del término "lógica" que es anterior al desarrollo de la lógica como disciplina. Así, son comunes las expresiones pensar "con lógica" o pensar "con la cabeza", refiriéndose con ello a un "pensamiento racional", "con sentido", "coherente", "consistente" u "ordenado". Esta acepción "no técnica" de la lógica no está fuera de lugar; de hecho la lógica formal que actualmente se enseña en la universidad todavía contempla esa aspiración inicial a la reflexión sobre el lenguaje ordinario y a la coherencia, aunque ahora está ya más dirigida a servir de instrumento a la ciencia. Además, este concepto de lógica "de andar por casa", en tanto que fundamento de la argumentación y de la comunicación racional basadas en los lenguajes naturales está alcanzando un gran desarrollo últimamente como base del "pensamiento crítico", que tiene en cuenta tanto la forma como el fondo de las argumentaciones. Morris Engel justifica así la conveniencia de esta lógica "de andar por casa": "He observado que, aunque la validez de un argumento depende, ciertamente, de su forma, lo que suele atraernos inicialmente de un argumento "y lo que, por lo tanto, suele impedir que detectemos sus debilidades" son ciertos aspectos no formales, es decir, materiales o de fondo. Así, un argumento puede parecer correcto porque su incorrección informal está oscurecida como resultado de un lenguaje vago o ambiguo, que da lugar a las falacias de ambigüedad; debido a que imita formas válidas de argumentos, que produce las falacias de presuposición; o porque el lenguaje empleado está cargado emocionalmente, con lo que se producen las falacias de pertinencia. Por lo tanto, el atractivo de un argumento no depende exclusivamente de su estructura como tal, sino también del uso que demos a tal estructura. A menudo, como veremos, el autor de un argumento utiliza una estructura particular únicamente como un recurso para desviar la atención de su audiencia, mientras afirma su tesis por un camino diferente".

Un repaso histórico de la filosofía permite entresacar las siguientes nociones de lógica: a) introducción y análisis de los principios, b) fundamentación de los ideales éticos, c) fundamentación del conocimiento verdadero, d) fundamentación del razonamiento correcto o formalmente válido, y e) cálculo formalizado para facilitar el análisis y la univocidad del discurso conceptual. Pero lo que hoy en día se entiende por lógica en el mundo académico es fundamentalmente eso que se conoce como lógica simbólica, la lógica desarrollada por George Boole, entre otros, una ciencia formal que estudia cuestiones tales como la composición de los enunciados, los sistemas axiomáticos, la deducción a partir de premisas, la teoría de la demostración o la teoría del significado.

Sigue habiendo cierto solapamiento semántico entre la acepción ordinaria del término "lógica" y esa otra acepción, más técnica, de la lógica como disciplina universitaria; de modo que el "pensamiento lógico" constituye la base tanto del conocimiento ordinario como del conocimiento científico. La principal aportación histórica de la lógica a esa elevación del sentido común hacia el conocimiento científico se puede sintetizar en un punto: la construcción de lenguajes precisos e inequívocos que permiten una comunicación clara entre personas que estudian los mismos temas y discuten problemas similares.

No se puede olvidar la reflexión de George Boole en su fundamentación de la lógica formal; según Boole, la lógica es resultado de la estructura de la mente, de modo que si nuestra mente estuviese configurada de otro modo, serían posibles otras maneras de discurrir lógicamente o, lo que es lo mismo, serían posibles otras lógicas. Esto es de gran importancia para la definición del concepto de ciencia, porque si la ciencia tiene a la lógica como fundamento, de esto se puede inferir que con otras lógicas también serían posibles otras ciencias.

El método científico.  La palabra "método" se emplea con diversas acepciones, aunque todas muestran en común el referirse a una serie de operaciones ordenadas y encaminadas a obtener un resultado. El método científico se puede definir como un procedimiento que abarca todas las etapas del ciclo entero de la investigación, desde la observación hasta la comunicación de un resultado o discusión científica sobre un asunto de contenido científico. El ciclo de la investigación científica está formado por las siguientes etapas, aunque los científicos no siempre siguen el orden exacto en que se indican: 1) Enunciado preciso del problema. 2) Formulación de hipótesis. 3) Establecimiento de consecuencias contrastables de las hipótesis formuladas. 4) Estimación de la hipótesis. 5) Formulación de técnicas de contrastación. 6) Búsqueda de evidencias. 7) Determinación de los dominios en los que valen las hipótesis y las técnicas. 8) Formulación de un nuevo problema.

En realidad, lo que hace a la ciencia superior al mero sentido común no es su objeto de estudio, que es el mismo, sino el método y la finalidad con la cual se aplica dicho método, lo que se llama el plan de trabajo científico. Es posible establecer una serie de reglas características del método científico común a todas las ciencias, aunque en ningún caso se puede considerar a estas reglas como definiciones axiomáticas, sino más bien como "reglas del juego". Mario Bunge resume así las cuatro reglas del método científico: 1) Formular el problema con precisión. 2) Proponer conjeturas bien definidas y con fundamento. 3) No considerar absolutamente verdadera una hipótesis satisfactoriamente confirmada, sino sólo parcialmente verdadera. 4) Preguntarse por qué la respuesta a una pregunta es como es y no de otra manera.

Las reglas del método científico no son infalibles, no pueden sustituir a la inteligencia, ni pueden suplantar al genio de un científico; su justificación es puramente pragmática. El sentido de estas reglas es la normalización del proceder científico; crean el marco en el que discurre la comunidad científica de la mano de la lógica.

Con el método científico, la comunidad de científicos contribuye a la expansión de la ciencia, que crece como una red cuyo diseño resulta de modelos y teorías cuyo objetivo es acercarse lo más posible a la descripción y previsión de la realidad. Aunque este objetivo se considera como algo inalcanzable, ya que las teorías son sólo aproximaciones a una realidad simplificada. Las verdades de la ciencia no son absolutas y, además, las verdades absolutas no pueden considerarse científicas. Debe admitirse la posibilidad de otros andamiajes teóricos para la ciencia, de modo que lo único que puede emplearse para definir los dominios del conocimiento científico es el hecho de proceder con un método.

Ciencia y tecnología.  La relación entre la ciencia y la tecnología no es más que un ejemplo de lo compleja que es la clasificación de los saberes. Ya desde el comienzo de la primera revolución industrial no estaba clara la relación entre ciencia y tecnología, mientras que la relación entre técnica, industria y necesidades prácticas parecía evidente. Así, por ejemplo, la urgencia de un medio de transporte pesado, que está en el origen de la invención del ferrocarril, apenas si tuvo relación con la ciencia, pues los técnicos ferroviarios fueron autodidactas en sus comienzos. Muy limitadas fueron también las relaciones entre los científicos y los ingenieros y técnicos del metal. Los inventores de las modernas máquinas-herramientas se formaron como operarios manuales y maduraron sus técnicas sobre la base de postulados geométricos sencillos y la experiencia y un proceder mediante la técnica del ensayo-error les lleva a alcanzar cierta perfección. Este mismo proceso daría lugar a la aparición de la ciencia aplicada. El inventor de fórmulas para mejorar determinadas máquinas y procesos industriales se las averiguaba como podía con fórmulas empíricas.

Suele decirse que la ciencia básica o fundamental da lugar a diferentes aplicaciones tecnológicas, transcurrido cierto lapso de tiempo. Pero la tecnología también ha ejercido una influencia fecunda en el mundo de la ciencia. Los campos de la actividad industrial en los que se hizo más patente la participación de la ciencia en la búsqueda de soluciones fueron: el proceso de blanqueado y tinte del papel, que dio lugar a la industria química y al desarrollo de la química; la producción de alimentos y la nutrición, que dio pie al desarrollo de la química agrícola; y el campo de la energía, que permitió la aparición de la física del calor, la termodinámica. La historia de la ciencia y de la tecnología durante el siglo XIX es ilustrativa del complejo entramado de relaciones existentes entre la ciencia por un lado y la tecnología, la industria y la resolución de los problemas surgidos de las necesidades del hombre por otro. La interrelación entre ciencia y tecnología no es un proceso de dirección único sino una interrelación dialéctica y reversible; no puede ser reducida a un proceso único, sino que forma parte de un sistema constituido por procesos socioeconómicos más amplios.

Los límites entre ciencia y tecnología son difusos; y lo son porque tanto el producto de la una como el de la otra son la suma de las actividades de miles de individuos cuyas actitudes van desde el gusto intelectual por resolver rompecabezas o problemas meramente formales hasta la opción de servir a la humanidad resolviendo problemas puramente prácticos, pasando por un sin número de combinaciones entre ambas actitudes.

Ciencias y humanidades. La polémica en torno a qué debe y qué no debe considerarse científico es tan antigua como la propia palabra ciencia. La mayoría de las disciplinas que hoy habitan el vasto edificio de la ciencia sufrieron un día el escarnio de aquellos que no veían en ellas más que una colección de datos sin forma o un cúmulo de especulaciones carentes de base empírica; la medicina es tal vez un caso ejemplar para ilustrar este asunto. Durante siglos la práctica médica es objeto de críticas como ninguna otra disciplina, desde sus orígenes en la medicina hipocrática hasta nuestros días. George Sarton, en su History of Science , concedía un puesto importante a las ciencias y a las técnicas de la vida y asimilaba la medicina a la ciencia en general. Pero ya en 1935 este punto de vista de Sarton da lugar a una polémica provocada por el médico y sociólogo suizo Henry E. Sigerist, quien sostiene que "la medicina no es una rama de la ciencia ni lo será nunca; y si nos atrevemos a afirmar que la medicina es una ciencia, habría que decir que es más bien una ciencia social". Si bien el caso de la medicina es uno de los más interesantes para ilustrar lo difícil que es marcar el territorio de la ciencia, no es precisamente el más complicado. El asunto se vuelve más complicado cuando nos acercamos al campo de las humanidades. Aunque aquí hay opiniones para todos los gustos, es un hecho que algunos de los rasgos característicos de los científicos son compartidos por investigadores del campo de la filosofía, la historia o la filología.

El conflicto entre ciencias y humanidades tarda cierto tiempo en suscitarse, a partir de que Francis Bacon pusiera los cimientos del método científico. En aquella época, de hecho, las diferencias entre ciencias y humanidades no están marcadas. Desde las primeras controversias sobre las dos culturas, la científica y la humanística, existe la conciencia de que conviene precisar el uso de la palabra "ciencia". Además, ya entonces se produce una fuerte protesta contra la idea de reducir el espíritu científico a las ciencias naturales. Hoy en día, y a pesar de las polémicas, persiste la tendencia a llamar ciencia sólo a la investigación de la naturaleza (física, química, biología) y a excluir sistemáticamente a disciplinas como la filología o a la economía; la pura inercia histórica parece estar detrás de esta conducta generalizada entre los profesionales de la educación y de la comunicación.

Las raíces de ese conflicto persistente entre ciencias y humanidades hay que buscarlas en la base lógica, racional, del proceder científico, que repercute en la necesidad de la existencia de un lenguaje común, comprensible por la comunidad científica; de modo que si un saber no se comunica mediante un lenguaje lógico, resulta incomprensible y es automáticamente excluido del seno de la ciencia. Ésa es históricamente la razón de las reticencias de los científicos a admitir como científica una nueva disciplina. La ciencia, sin embargo, jamás es lo que debía ser, ni evoluciona como una línea monótonamente ascendente, o como una máquina lógica y racional cuya voracidad no tiene límites hasta cumplir con su propósito de engullir el universo entero. Ésa es tal vez la pretensión de la ciencia en sus orígenes, la ciencia del siglo XVIII y parte del XIX. Porque ni siquiera el conocimiento científico puede evitar irse acomodando a un universo demasiado complejo como para pretender comprenderlo en su totalidad encerrándolo en una fórmula.

Los límites de la ciencia.  La idea de límite no se refiere exclusivamente a la frontera entre lo que está dentro del ámbito de la ciencia y lo que está fuera, tal vez sólo provisionalmente hasta que la razón humana encuentre una manera de explicarlo. Límite significa también una frontera insalvable, algo que los padres de la ciencia ni siquiera pudieron imaginarse, pues la euforia de los comienzos les hace creer en un universo en armonía, simple y perfectamente comprensible.

Pero, como afirma George Balandier, "la ciencia actual manifiesta una mayor incertidumbre, cuando sus éxitos instrumentales aumentan rápidamente su conquista del mundo y del hombre, su poder expansivo [...]. Ella misma ya no hace suya la prescripción de Albert Einstein: dar «una imagen del mundo simple y clara». La ciencia interroga su modo de conocer, aborda lo complejo, hace lugar a lo imprevisible. Las teorías científicas son ahora menos globales o unificadoras que locales, poco o nada deterministas, sometidas al trabajo del tiempo; proponen síntesis sucesivas separadas por espacios huecos".

Al perder su gran aspiración unificadora, la ciencia actual se ve más permeable a todo ese mundo del saber no científico que se encuentra fuera de ella; de modo que aparece como algo fundido con el resto de los productos culturales de una sociedad. Las diferentes culturas, en cuanto que portadoras de otras lógicas, la fuerzan a una labor de autocrítica constante y la empujan por la inquietante pendiente del relativismo. Se atreve incluso a recuperar los espacios de la tradición y del mito. Hace concesiones en el rigor del lenguaje. Sus nuevos objetivos, con el abordaje de problemas cada vez más complejos, hacen que ya no le sea suficiente su vocabulario; de modo que toma prestados vocablos, giros, metáforas y símbolos. Antropomorfiza los organismos vivos y reconstruye los objetos naturales a imagen y semejanza de sus máquinas. Y hasta llega a intentos de fundirse con vías de conocimiento a simple vista tan lejanas como el conocimiento contemplativo común a las filosofías de Oriente.

Retrotrayéndonos al mundo de la filosofía clásica, Platón proponía una concepción absolutamente ordenada del cosmos. Para Platón, el orden de las cosas y el orden que nosotros le asignamos se hallan indisolublemente unidos; nuestro conocimiento es revelador de ese orden y ese conocimiento es posible precisamente porque existe una realidad inmutable de las formas: la razón puede comprender el cosmos sencillamente porque el cosmos es razonable. Heráclito, por el contrario, concebía una naturaleza en continuo devenir, sin una forma precisa: "Para las almas (es) muerte llegar a ser agua, para el agua (es) muerte llegar a ser tierra, y de la tierra nace el agua, del agua el alma."

A partir de ahí, las diferentes escuelas de pensamiento se suceden dando privilegio a una u otra visión del mundo. Para los estoicos, la razón es omnipresente; lo penetra todo, sin dejar un resquicio por donde se cuele el azar y el desorden; el mundo es armonía. El pensamiento estoico declara la necesidad del orden, sin permitir comprender los desvíos de la razón ni la carencia de un orden que deje surgir el caos en su propio seno. Los epicúreos, sin embargo, desarrollan su pensamiento de la manera inversa: detectan los efectos del orden en un fondo de desorden. Para ellos no existe un mundo unificado, sino la mera suma de una multitud de elementos, sistemas y órdenes parciales. La tradición filosófica occidental llevaba, por lo tanto, desde sus orígenes, esa contradicción interna, si bien el orden siempre resulta más atractivo, útil y acomodable a los principios políticos y religiosos dominantes. Durante la Edad Media, la vieja tradición platónico-aristotélica no se pierde, y Europa recupera la razón a través del mundo musulmán español, con Averroes y la Escuela de Traductores de Toledo. La tradición artesanal como la de la relojería contribuye a sostener esta visión racional del mundo, de modo que a principios del siglo XIX, como afirma Balandier, "el orden del mundo y el orden del hombre parecen estrechamente ligados; cada planeta tiene una responsabilidad y la astrología se convierte en un medio, una manera de comunicar y dirigir el curso de las existencias individuales o colectivas. Armonizarse con un universo en el cual el azar está excluido parece ser la única posibilidad de reducir la parte de aleatorio en los asuntos humanos".

La ciencia moderna surge en el seno de esa tradición racionalista dominante. El empirismo y el método baconianos la separan de la filosofía o de la teología, pero no son capaces de eliminar de ella un poso cultural tan asentado. A comienzos del siglo XVII, Kepler revoluciona la astronomía con el cálculo de las órbitas elípticas, pero no es capaz de deshacerse de ciertos conocimientos adquiridos por vías esotéricas. Sostenía que el universo en su conjunto era la imagen y analogía de la Trinidad. El Padre era el centro, el Hijo las esferas circunscritas, y el Espíritu Santo representaba las relaciones dentro del universo.

La armonía del universo propuesta por Kepler y Galileo significa también la triunfante armonía dentro de la ciencia emergente, que se desenvuelve en un mundo impulsado cada vez más al ritmo de las máquinas y los procesos industriales. Con Newton, la ciencia parece haber alcanzado el paroxismo, y el Siglo de las Luces lo encumbra a la categoría de mito, convirtiéndolo en símbolo de la revolución científica y modelo del conocimiento racional erudito. Tampoco Newton consigue zafarse de la tradición, e ignora el desorden del universo. Pero el propio Newton cuenta ya con sus detractores: Goethe, representante de la "wissenschaft" alemana, ataca sin piedad la visión reduccionista y mecanicista de la ciencia newtoniana. Para Goethe, las preocupaciones estéticas y científicas eran una misma cosa. Goethe miraba a la naturaleza con ojos de artista y de investigador al mismo tiempo. Es algo más que un aficionado a los temas científicos. A lo largo de su vida escribe sobre meteorología, botánica, zoología, antropología y geología. Sus doctrinas sobre la morfología de las plantas y sobre la metamorfosis preludian las modernas teorías del desarrollo y la revolucionaria teoría de la evolución darwiniana.

En general, la opinión de los científicos y de los historiadores de la ciencia sobre la crítica de Goethe a Newton y sobre su formulación alternativa de una teoría de la luz y de los colores es negativa. Pero Goethe sí que consigue mantener viva esa otra tradición marginal de la ciencia, esa que se aleja del racionalismo, el reduccionismo analítico y el mecanicismo. Hay en Goethe una racionalidad que supera la escisión de sujeto y naturaleza, que propugna un desarrollo armónico integral de la cultura, de todas las ramas del hacer humano. La ciencia que triunfa es, sin embargo, la de Newton. Su desarrollo, resultado del trabajo teórico de físicos y matemáticos y de las investigaciones puramente empíricas y técnicas, propugna la irrupción de una nueva era científica. La legitimación teológica, abrazada por el mismo Newton, tiende a desaparecer. La investigación experimental avanza y se acelera con el advenimiento de la sociedad industrial moderna. Con el abordaje de problemas relacionados con la vida, sin embargo, se acentuará la crítica goethiana y la reacción contra la hegemonía newtoniana.

El mundo de la complejidad biológica y la física del calor, desarrollados durante el siglo XIX, hacen que se atisbe una crisis. Surgen explicaciones antagónicas y la imagen del desorden reaparece en la arena del pensamiento filosófico y científico. El paradigma de una naturaleza mecánica deja paso al de otra naturaleza termodinámica. El estudio de las máquinas térmicas lleva a Carnot y Clausius al descubrimiento de dos principios de la termodinámica: la conservación de la energía y el de la propagación irreversible del calor. La idea de la irreversibilidad resulta revolucionaria, ya que aleja al universo y con él también al hombre del equilibrio. La conjunción de los dos principios de la termodinámica iguala el equilibrio con la muerte. El universo sólo alcanzará el equilibrio cuando la entropía sea máxima, cuando toda la energía esté ligada y no quede nada de energía libre para realizar trabajo alguno. La entropía, una magnitud que mide el desorden de un sistema, se convierte en un concepto clave para explicar la mayor complejidad del mundo. Este concepto rebasa los límites de la Física y se transforma en metáfora que trastorna los sistemas de pensamiento. La entropía aumenta constantemente, luego el mundo camina hacia el desorden. El futuro del universo y de la humanidad observa por primera vez que su destino está marcado por una clara flecha del tiempo.

Innovaciones. Hacia el final del siglo XIX, Ludwig Boltzmann introduce otra innovación al proponer una definición probabilista de la entropía. La probabilidad se convierte en principio explicativo. Se investiga el modo de pasar del nivel microscópico de los átomos y moléculas al macroscópico de una masa de gas o de líquido. Para la termodinámica estadística, entropía y desorden son sinónimos. La fórmula de Boltzmann ofrece una predicción probabilista de la evolución de los sistemas complejos compuestos por poblaciones numerosas. Pone de manifiesto una dinámica irreversible hacia estados de máxima probabilidad. El orden y el azar se encuentran asociados. La ciencia parece haber cedido en su afán por la determinación absoluta del universo. Werner Heisemberg, con su principio de incertidumbre, que postula la imposibilidad de conocer con igual exactitud la posición y la velocidad de una partícula, abriría poco más tarde la Ciencia moderna de par en par al universo probabilístico de la mecánica cuántica en los niveles microscópicos. Y Einstein introduciría el concepto de relatividad, que no es más que la misma expresión de indeterminación en el nivel macroscópico de la realidad.

Con el desarrollo de la mecánica no lineal, los sistemas se convierten en estructuras de un orden relativo que aparece lejos del equilibrio. Las estructuras disipativas son formas de organización que no surgen precisamente en los sistemas en equilibrio, sino lejos del equilibrio, y se mantienen alimentadas por la disipación (el derroche) de energía y materia. Puede afirmarse que hay producción de orden a partir del desorden. Los trabajos de Ilya Prigogine en este campo llevan a concluir que precisamente el ruido, constituido por las pequeñas fluctuaciones en un sistema, es responsable de la aparición de estructuras organizativas. La fluctuación actúa por amplificación; en lugar de atenuarse invade todo el sistema y termina por engendrar una nueva estructura organizativa. El poder generador de estructura de las fluctuaciones es tanto mayor cuando menos integrado está el sistema. La nueva ciencia de los sistemas complejos lo aborda todo. Científicos como Edward N. Lorentz crean modelos para la circulación de la atmósfera a escala mundial, introduciendo una formulación matemática que considera las componentes imprevisibles del sistema. Con los matemáticos, el estudio del caos se desarrolla con independencia de sus manifestaciones concretas. Así, Mitchel Feigenbaum progresa en un proceso de abstracción continua hacia la búsqueda de constantes que sirvan para comprender la trayectoria de bifurcaciones que conducen al caos. Otros científicos más pragmáticos llevan la no-linealidad a dar respuestas en fisiología, medicina, economía y ciencias sociales.

El modelo de estructura disipativa se traslada con facilidad desde la Física de sistemas inanimados a los sistemas biológicos, a los ecosistemas, a la Economía y la Sociología. La vida y las estructuras disipativas plantean una paradoja a la termodinámica: el universo tiende al desorden pero la vida, desde los organismos unicelulares hasta las sociedades humanas, presenta estructuras cada vez más complejas y ordenadas. La respuesta convencional a esta paradoja es que el acrecentamiento del orden es local, y se paga con un incremento de la entropía global del universo. La teoría de la autoorganización, desarrollada a lo largo del siglo XX con la contribución de científicos de las disciplinas más dispares, desde la física hasta la sociología, aborda el origen y evolución de la organización en los sistemas complejos: los órganos del cuerpo, las nubes, el tiempo atmosférico, la epilepsia, el crecimiento de las plantas, la dinámica de poblaciones, el comportamiento de la bolsa. La autoorganización va creciendo, vinculando disciplinas antes separadas: mueve a plantear los problemas de las formas vitales y de la morfogénesis cultural y social de otro modo; en realidad de un modo similar al planteado por el denostado Goethe en su día. En su abordaje de las estructuras surgidas a partir del comportamiento caótico de los sistemas no lineales, facilita el cambio de la metáfora maquinista por otro tipo de analogías, aportadas desde las diferentes disciplinas en su proceso de intercambio. Incita otras investigaciones teóricas, equipadas con nuevos instrumentos lógicos, matemáticos y cibernéticos. La dinámica no lineal se convierte en la llave que abre la puerta a otra manera de comprenderlo todo. De aquí en adelante, el universo y el mundo no se consideran ya como un ámbito ordenado donde actúa el desorden de forma aislada, sino a la inversa: el ámbito de las fluctuaciones, las turbulencias, los movimientos aparentemente caóticos.

En este estado de cosas, las ciencias de la naturaleza facilitan el acercamiento a las ciencias del hombre y de la sociedad. El caos fecundo se convierte, tal vez, en esa analogía universal que las tradiciones románticas inglesa y alemana lanzaran al terreno de la poesía y que pronto pasan a la ciencia de la mano de Goethe o Fourier; esa analogía en la que se recrea Octavio Paz cuando dice: "La idea de la correspondencia universal es probablemente tan antigua como la sociedad humana. Es explicable: la analogía vuelve habitable al mundo. A la contingencia natural y al accidente opone la regularidad; a la diferencia y la excepción, la semejanza. El mundo ya no es un teatro regido por el azar y el capricho, las fuerzas ciegas de lo imprevisible: lo gobiernan el ritmo y sus repeticiones y conjunciones. Es un teatro hecho de acordes y reuniones en el que todas las excepciones, inclusive la de ser hombre, encuentran su doble y su correspondencia". [ Miguel Aguilar Urbano ].

 

 
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