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TÉRMINO
- MAIRENA, ANTONIO
  ANEXOS
 
  • Brindis por Antonio Mairena  Expandir
  • Antonio, cantaor, andaluz puro,
    llave de qué gitanas catedrales,
    yunque y toná, cabal entre cabales,
    voz de fragua, minero de lo oscuro.

    El mármol de tu nombre está seguro,
    faraón de los cantes naturales;
    eco de vivas voces ancestrales,
    el aire se hace copla a tu conjuro.

    Antonio Cruz García, de Mairena,
    rey de la tribu de la hierbabuena,
    clavel en el ojal del señorío.

    Porque el cante es tu vida y tu mensaje
    hoy quiero levantar, en tu homenaje,
    la voz flamenca del soneto mío.

    Antonio Murciano
  • Un escultor del Renacimiento  Expandir
  • La memoria de Antonio Mairena, dos décadas después de su muerte, sigue siendo tan controvertida como en vida del cantaor. Principalmente, en el terreno de la flamencología, donde siempre se apunta la importancia de su obra a la hora de rescatar repertorios añejos, sin llegar a conclusiones solventes sobre su propio estilo. Existe unanimidad para nombrarlo “catedrático” o “enciclopedista” del flamenco, atributos que cumple con la franqueza que aportan sus reflexiones sobre las formas del cante, su disposición a ilustrar en tertulias o conferencias universitarias los conocimientos adquiridos en tantas horas de escucha. Se acierta al catalogarlo como un “teórico” si se leen sus Confesiones, preparadas por Alberto García Ulecia; o si se atienden sus escritos junto a Ricardo Molina. Sin embargo, se comete el error de reducir su figura con el tópico del “cantaor ilustrado”, olvidando su valía como intérprete.
        Antonio Mairena realizó, utilizando el símil de la Historia del Arte, una labor comparable a la de un escultor del Renacimiento. Se sirvió primero de la intuición –valiosa herramienta legada en la fragua y los festejos familiares– para descubrir las voces, que, más tarde, con la mesura de los años y los caminos recorridos, se convirtió en observación. Con razón es calificado como un “cantaor tardío”: Mairena fabricó su estilo lentamente, bajo el padrinazgo de Manuel Torre, con el que compartió en 1930 una velada imborrable en su recuerdo; de Joaquín el de la Paula, al que dignificó como algo más que un aficionado; o de la familia Pavón, a la que acompañó en amistad y éxitos. Alimentó su voz entre las sombras de las cuevas de Alcalá y de Triana, el olor a vino de las ventas de Jerez e, incluso, el rancio perfume de los teatros madrileños. Con ese bagaje, desempolvó los ecos de siguiriyas, tonás, soleares, martinetes. Desenterró las piezas clásicas enterradas, las tomó como modelo y las recreó. Como si de un Miguel Ángel se tratara, cinceló el cante hasta la perfección, en una conjunción mística, casi matemática, de quejío y silencio, que redimió la belleza abocada a pieza de museo.

    Jose Romero Portillo
  • Sucesor de Manuel Torre  Expandir
  •     Con Antonio Mairena llegamos al otro maestro de la seguiriya, al supremo. Juan Talega dice que es “una fiera” cantando. Aurelio Sellé no dice nada al principio; mueve la cabeza de un lado a otro y exclama al cabo de un rato: “¡Es mucho Mairena ese Mairena!” Yo empezaré diciendo que Antonio Mairena es un hombre con mucha paciencia. […]
        Hecha esta aclaración, debo proclamar con sinceridad que no conozco a ningún artista que sea en su arte tan indiscutible como Mairena en el suyo. No conozco poeta, pintor –tal vez Picasso–, músico, etc., que asuma absoluta primacía en el arte de su especialidad, como Mairena en el cante flamenco. Muchas veces me he parado a considerar el caso. Mairena es un cantaor nato y además ha seguido lealmente su vocación. De ahí su impresionante autenticidad. Pero en el cante no basta con “lo personal”. Más que para ningún otro artista vale para el flamenco la máxima de Goethe: “Desgraciado el artista que no recibe la antorcha y no la transmite a su vez”. Antonio Mairena ha recibido la antorcha. Los demás, chispas, reflejos… Pero él la ha recibido directamente de los maestros que llenan con su nombre el primer tercio de siglo: de Manuel Torre y de Tomás Pavón. Ambos estilos y tradiciones, confluyen en Mairena, su heredero.
        Del rango de seguiriyero de nuestro cantaor habla suficientemente este episodio real de su vida. Era Mairena un adolescente, rayando en los veinte años. Entonces era conocido en la comarca como El Niño de Rafael. Rafael Cruz, su padre, tenía una tabernita en Mairena, su pueblo natal. Antonio ayudaba a su padre en el servicio y se encontraba una tarde aburrido tras el mostrador cuando vio pararse un coche a la puerta del establecimiento; bajarse tres o cuatro señores muy serios y dirigirse a él, con gran sorpresa suya:
    – ¿Está aquí El Niño de Rafael? –le preguntaron.
    – Sí, soy yo –respondió con su habitual laconismo.
    – ¿Eres tú? Pues pon unas botellas, deja el mostrador y siéntate con nosotros.
    – Lo siento, pero yo tengo que estar en mi puesto. No puedo…
        Entonces, los desconocidos le explicaron que venían de Alcalá, creo –o acaso de Jerez–, donde Manuel Torre, el primer cantaor del siglo agonizaba en el último grado de su enfermedad. Ellos habían ido “a por Manuel, porque no sabían que estuviese tan malo” y habían entrado alegremente preguntando por él en el cuarto donde se moría, rodeado de cuatro o cinco gitanos viejos. Al oír preguntar por él y darse cuenta de que se trataba de unos excelentes aficionados amigos suyos, que iban de fiesta, Manuel Torre hizo un esfuerzo y les dijo: “Ir en busca del Niño de Rafael… Yo me muero. Buscarlo de mi parte y que os cante por seguiriyas”.
        Mairena quedó vivamente impresionado, se sentó con aquellos señores, se emborrachó con ellos y les cantó por seguiriyas pensando en su maestro que moría a pocos kilómetros de allí. Desde entonces ha sentido todo el peso de la herencia de Manuel Torre y lo ha llevado con dignidad. Muerto Manuel Torre, es Mairena su legítimo e indiscutible sucesor. Él llena el hueco que dejó el gran maestro jerezano. La antorcha de la seguiriyas ha pasado a él. Y esa antorcha es el centro del cante.

    Ricardo Molina

    De Obra flamenca.
 
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