La variedad de divinidades y rituales ( -> véase Religión romana ) requerían de distintos ministerios, que sirvieran de enlace entre el mundo divino y el humano. De ahí la proliferación de sacerdocios distintos, ligados a diferentes aspectos del culto, divinidades, e incluso rituales dentro del culto la misma divinidad. Se trataba, en la mayoría de las ocasiones, de cargos temporales, realizados por personas con determinadas características sociales, pero no especializadas religiosamente. Éste era el rasgo predominante, salvo excepciones muy concretas, de la religión romana, donde no había un estamento sacerdotal definido, sino que éste se confundía con los cargos cívicos. En los hombres suele ser una magistratura más dentro de la carrera de honores. En cuanto a los sacerdocios femeninos, dado que las mujeres tenían vetado su acceso a las magistraturas, suponían para ellas la única oportunidad de ejercer un cargo público y oficial, aunque siempre supeditadas a la autoridad máxima de un varón.
Los sacerdocios oficiales estaban regulados por las leyes locales. Al frente de la organización religiosa se hallaba el colegio de los pontífices (en número de tres), que dirigía los cultos ciudadanos, y el colegio de los augures (también tres), elegidos todos ellos en los comicios entre los varones de la élite local. Aparte de ello, oficial o no, cada culto tenía sus propia organización religiosa, con sus sacerdocios, auxiliares y rituales, dependiendo de las características del culto y las necesidades locales.
El culto imperial tenía sus propios sacerdocios, que en la Bética * se organizan a nivel provincial y local. En el ámbito provincial, el culto se celebraba en la capital de la provincia, Corduba * , donde se reunía la asamblea provincial una vez al año, y elegía a los sacerdotes provinciales: Se conocen en la Bética veintitrés flámines y una flamínica, todos ellos de la más alta extracción social. En el ámbito local, hay documentado igual número de sacerdotes y sacerdotisas, treinta y dos, miembros de las élites, que solían celebrar su cargo con muestras de evergetismo * , manifestando el poder de las familias de las oligarquías locales. Del mismo modo que el culto imperial era expresión religiosa del poder imperial en las provincias, los actos de munificencia de los sacerdotes y sacerdotisas locales lo eran del de las élites locales sobre el resto de la comunidad.
El culto imperial fue también vehículo para manifestar su influencia de forma oficial para quien no tenía otro modo de acceder al poder formal. De ahí que las mujeres suelan ser más generosas que los hombres, pues su influencia pública sólo podía plasmarse oficialmente en este cargo. Además, el culto también era organizado por diversas asociaciones específicas, como los seviri augustales , un colegio formado por seis hombres, generalmente libertos de clase acomodada, que encontraban así la única forma de intervenir de manera oficial en la vida pública de su ciudad. Suelen hallarse en ciudades de gran actividad comercial, en que un liberto tenía más oportunidades de prosperar económicamente. También los cultos orientales tenían su propia organización religiosa. De este modo, conocemos en la Bética una isíaca o sacerdotisa de Isis en Igabrum, así como varios sacerdotes de Cibeles. [ María Dolores Mirón Pérez ].
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