m. Lugar acotado destinado a dar sepultura a los difuntos, normalmente ubicado en las afueras de las ciudades. Aunque el término procede del griego, con el significado de lugar de reposo, la denominación comienza a ser utilizada por los cristianos primitivos para designar los recintos de sus enterramientos, considerados como lugar de reposo del cuerpo antes de su resurrección a la vida eterna. En la Edad Media se generaliza en toda Europa el enterrar a los difuntos junto a las iglesias; la costumbre es insalubre y además comienza a resultar insuficiente conforme los pueblos van creciendo, por ello se pasa en el XIX al cementerio actual, en las afueras de las ciudades, y del control de la iglesia al de los municipios, que asumen su mantenimiento. El romanticismo, por su parte, aporta leyenda y facilita que, por ejemplo, en muchas ciudades andaluzas la burguesía construya en ellos llamativos panteones que a veces adquieren carácter monumental. A esa burguesía se añadirán luego mausoleos muy diferentes, de escritores a toreros, mientras se cuidan los árboles, configurando el cementerio como un lugar peculiar en la mayoría de las urbes de la comunidad, sea el amplio cementerio de San Fernando, en Sevilla, que data de 1852, sea el de San Miguel de Málaga, que data de 1810, tiene porte neoclásico y en torno al cual incluso se llega a crear una Asociación de Amigos. En algunas ciudades con minorías de religiones diferentes de la católica se han creado pequeños pero llamativos cementerios, como el de los ingleses de Málaga.
En la Andalucía rural no han faltado otras tradiciones y herencias, algunos se encuentran enclavados en lugares insólitos, como el cementerio antiguo de Álora, en el recinto de la vieja fortaleza musulmana. Precisamente la huella musulmana, aunada a una posterior arquitectura popular, se puede ver en cementerios como el de Sayalonga, circular, o Casabermeja, ambos en la provincia de Málaga, y muchos de Las Alpujarras. Jimera de Libar conserva un cementerio árabe bajo su actual parroquia y también Mojácar muestra un cementerio de ese origen.
El crecimiento urbano en la segunda mitad del siglo XX obliga en muchos casos a construir nuevos cementerios, como ocurre en Jaén "que sustituye el cementerio de San Eufrasio de 1828" o Lucena, o bien a frecuentes ampliaciones, como en el cementerio de Nuestra Señora de la Fuensanta de Córdoba o la cañada de Almería, y a generalizarse fórmulas como los cementerios mancomunados, caso del de la Bahía de Cádiz, o empresas encargadas de prestar todos los servicios funerarios incluyendo el cementerio, como Emucesa en Granada. Al mismo tiempo, el crecimiento de la inmigración de religión islámica obliga a crear cementerios específicos para ellos, como ya se ha hecho en Jerez. Sin embargo, en los últimos años "desde mediados los noventa" el rápido crecimiento de las incineraciones abre una nueva etapa y estanca su crecimiento. [ Antonio Checa Godoy ].
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