Lugar o edificio público destinado en días determinados a comprar, vender o permutar mercancías. En el mundo medieval cristiano peninsular existió una importante proliferación de mercados semanales que aseguraron el intercambio de productos locales y cierto comercio de artículos de lujo, procedentes de al-Ándalus. Estos mercados estuvieron desde un principio bajo la protección y dominio del monarca, quien para ello instituyó la figura del zabazoque o almotacén, institución de origen andalusí, que se encargaba de controlaba pesos y calidades, mantener el orden, aunque en algunos concejos esto lo realicen los jueces y alcaldes. Los impuestos que recargan la entrada de mercancías las cobran los teloneros, portazguero o portero.
La revolución comercial y urbana de los siglos XII y XIII provocó la multiplicación y desarrollo de las ciudades en la Península Ibérica, que crecieron a la par que sus mercados. Junto a ello empezaron a proliferar las grandes ferias * . En la Andalucía Medieval no hubo ninguna localidad de cierta importancia que no tuviera mercado, que se celebraba normalmente un día a la semana, con frecuencia el jueves, aunque en algunas localidades, como Úbeda, se celebraba en dos días. En los grandes centros urbanos el mercado atraía a personas de la comarca, muchos de ellos campesinos, que realizaban transacciones comerciales con especiales garantías de salvaguarda para las personas y bienes, así como la concesión de algunas exenciones.
Sin embargo, tanto el mercado como la feria fueron instituciones insuficientes para satisfacer las necesidades de la población, por lo que fueron evolucionando hacia el mercado permanente, diario. Por ello las tiendas alcanzaron en la Baja Edad Media un gran desarrollo que en un principio aparecieron en las inmediaciones de las plazas de mercado y de las ferias, aunque debido al crecimiento de la población y de la demanda fueron ampliando su radio de asentamiento, lo que, unido a la existencia de talleres-tiendas localizadas en zonas periféricas, produce una dispersión por la ciudad, aunque en determinados sectores hubiera una mayor concentración que en otros.
Paralelamente a esto el mercado experimentó una evolución, pasándose del mercado a los mercados. Así, en los grandes centros urbanos la existencia de un único mercado, localizado en una plaza o conjunto de calles, acabó siendo inviable, ya que no toda la población podía acudir al mismo espacio en el mismo día, por lo que en muchas ciudades se crearon varios mercados, como es el caso de Jaén, Carmona, Sevilla o Baena. En la evolución lógica, se dio paso a los mercados especializados y la ubicación de diferentes productos en distintas zonas de la ciudad. Uno de los mercados especializados fue el ?rastro?, dedicado al ganado menor, que se encuentra prácticamente en todas las localidades.
Un aspecto importante a señalar relacionado con la especialización de mercados es el desarrollo de una política de concentración de algunas actividades comerciales especializadas en edificios propios. En este sentido destacan las alcaicerías, de herencia musulmana, y que encontramos próximas a las antiguas mezquitas convertidas en catedrales, como es el caso de Córdoba o Sevilla. Se trata de un conjunto regular de edificaciones y callejones, que se aislaban del resto de la ciudad mediante unas puertas. Allí tenían sus tiendas artesanos y comerciantes de cierta importancia: traperos, orfebres, sastres, sederos, etc. Otros edificios de compraventa que surgen en esta época son las carnicerías, lugares de matanza y venta al por menor, y las pescaderías.
Del mismo modo surgieron edificios que funcionaban como mercados centrales de regulación y redistribución, como son las alhóndigas y los pósitos, que van a proliferar a final de la Edad Media en todas las ciudades andaluzas, o las lonjas, destacando en este sentido la lonja de Sevilla que en el siglo XV monopolizaba la venta en la ciudad de los paños de Úbeda y Baeza, junto a las antiguas lonjas de las colonias italianas. [ María Antonia Carmona Ruiz ].
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