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FERIA

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(Del latín feria ). f. Históricamente, el concepto de feria está indisolublemente unido al de comercio, y tiene connotaciones de evento especial, ya que puede entenderse una feria como un mercado de mayor importancia que el común, que se instala en un lugar público y en días señalados. Por extensión, la feria también denomina al paraje público que contiene distintos puestos de venta y varios tipos de instalaciones, tanto recreativas como de mercado, al que acuden grupos de personas interesadas, reuniones que suelen ser muchas veces de carácter gremial o profesional.

Las ferias surgen en Europa en la Baja Edad Media al compás de la recuperación de las ciudades. Las actividades comerciales e industriales urbanas van a contraponerse al mundo aldeano campesino; aunque más bien las ferias-mercado lo que harán será generar una relación de complementariedad entre ambos sistemas socioeconómicos, sobre todo en la medida en que las ferias rebasen el ámbito de las grandes ciudades y se reproduzcan por las poblaciones rurales.

En Andalucía, este fenómeno se expandirá al tiempo que las conquistas castellanas. Grandes ciudades y poblaciones cabeceras de señoríos recibirán, primero y fundamentalmente de la mano de Alfonso X y de su hijo Sancho IV, (Jerez de la Frontera, Sevilla, etc.) y después de los Reyes Católicos (Málaga), ferias francas en las que comerciar todo tipo de productos. Pero de aquellas ferias no queda nada más que el recuerdo de la historia. Las transformaciones tecnológicas, mejora de los medios de comunicación y generalización de una amplia red comercial que permite en todo momento adquirir cualquier producto, han hecho desaparecer la función comercial que da origen a las ferias.

Pero hasta bien entrado el siglo XX, las ferias tradicionales desempeñan un papel fundamental en los intercambios comerciales y como articuladoras del propio territorio. En el ámbito comercial han estado asociadas fundamentalmente al trato de ganado, principalmente de animales de tiro: asnos, mulas, caballerías, bueyes. Hasta la generalización de la maquinaria agrícola y medios de transporte mecanizados, la energía de sangre constituye el pilar fundamental de los sistemas productivos tradicionales, por lo que el comercio de ganado no podía faltar prácticamente en ninguna feria; aunque en cada comarca siempre había al menos una población/feria especializada en esta mercancía, a la  que acudían los tratantes de ganado en un mayor número. Se establecía así un esquema piramidal en cuya cúspide se situaban las grandes ferias de ganado que actuaban, a la vez, como proveedoras de los territorios circundantes y redistribuidoras para otras ferias, como era el caso de las de Mairena del Alcor (Sevilla) o Jerez de la Frontera (Cádiz) en Andalucía, o de la población extremeña de Zafra (Badajoz) cuya influencia se extendía a buena parte de las provincias occidentales andaluzas. Pero también eran la ocasión para poder cubrir la demanda de los más diversos productos relacionados con las actividades domésticas o laborales, instalándose tiendas de guarnicionería y talabarterías, cuchillería, quincallas, mercería, zapaterías, especias, etc. Una actividad económica que las convertía igualmente en tiempo de encuentro al que acuden no sólo forasteros, sino los propios vecinos que residían dispersos en pedanías y cortijadas. De hecho, la feria en muchos contextos locales era el único evento al que no se podía faltar en el transcurso del año, con el objetivo tanto de abastecerse de los referidos productos como para poder participar de los actos festivos organizados para ocasión y que superaban ampliamente los modos de diversión cotidianos (corridas de toros, bailes, etc.) o propios de otras festividades anuales, relacionadas generalmente con rituales religiosos.

En segundo lugar, las ferias han contribuido a deslindar hasta el presente las complejas subdivisiones histórico-culturales en las que se organiza informalmente el territorio andaluz (comarcas). Mientras que no es infrecuente que se den en el mismo día y en pueblos próximos importantes rituales (romerías, cruces de mayo, carnavales, etc.) que pueden ser vividos como medio de autopercepción colectiva y de rivalidad contrastiva entre poblaciones convecinas, esta circunstancia nunca se dará con las fechas de las ferias. Su celebración va a seguir siempre una rotación pautada entre las diferentes localidades que comparten una misma área geoeconómica, evitando coincidencias y una competencia que impidiera la participación de los feriantes itinerantes; pero también posibilitando una redistribución del comercio comarcal que incluso permitía a algunas localidades un cierto grado de especialización en determinados productos (especies ganaderas, manufacturas o producciones artesanas), atrayendo así a un mayor número de comerciantes especializados en los mismos y a forasteros provenientes de diversas poblaciones.

Feria y fiesta.  En el transcurso de los siglos XVI y XVII los precarios mercados itinerantes medievales irán dando paso a un nuevo concepto de actividades comerciales más sedentarias y especializadas territorialmente, y a unas ferias en las que se acrecienta la regulación de las actividades comerciales y el control fiscal. En el siglo XIX, con antecedentes en el siglo XVIII, aparecerán las "ferias modernas" que van a tener una notable expansión en Andalucía, y en las que se incrementan los actos lúdicos como un factor de atracción equiparable a las actividades comerciales. En este proceso, culminado en la segunda mitad del siglo XX, las ferias-mercado se convertirán en las ferias-fiesta que hoy conocemos.

De este modo, con la práctica desaparición de su finalidad comercial, se produce un cambio radical en el significado y sentido de las ferias andaluzas con respecto a su origen histórico. Sólo en algunas poblaciones, de forma marginal, se mantienen todavía mercados ganaderos vinculados a la ferias, centrados casi en exclusiva en la ganadería equina y por razones que nada tienen ya que ver con su función de animales para el trabajo; y en otras se realizan exposiciones de maquinaria agrícola y productos agroganaderos difícilmente relacionables con aquella originaria función comercial.

Por el contrario, actualmente, es su condición festiva (tal y como queda reflejado en los propios carteles que las anunciarán como "Feria y fiesta de "") la que las convierte en un acontecimiento esperado a lo largo del año, y justifica su razón de ser. Las ferias constituyen, junto a las romerías y la Semana Santa, una trilogía festivo-ceremonial que difícilmente va a faltar en las poblaciones andaluzas con una mínima entidad demográfica. Y de esta trilogía, las ferias son la variable más extendida. La razón del porqué en un tiempo en el que el ocio social se ha generalizado, las ferias constituyen un fenómeno sociocultural en expansión, tiene que ver con su significación simbólica, como tiempos festivos de encuentro que propicia y afianza unas relaciones sociales que tienden a diluirse en el complejo entramado de la sociedad del siglo XXI. Pero también por su condición de ser uno de los festejos tradicionales mejor adaptados a los nuevos cambios sociales y en concreto a la sociedad urbana. Los recintos feriales, se han convertido en un magnífico exponente de la sociedad local que los recrea. El real de la feria se convierte en una ciudad efímera que reproduce, a escala, la propia sociedad local, permitiendo que en un tiempo y espacio ritualizado se puedan percibir los grupos sociales que la conforman, a la vez que su pujanza, o capacidad de convocatoria. Las casetas, por medio de sus nombres, tamaños, decoración e incluso restricciones en la posibilidad de acceso, ponen de manifiesto las diferencias entre los grupos sociales que articulan el tejido institucional y asociativo de la población e incluso las ideologías que los sustentan. En ellas están representadas las instituciones y partidos políticos, asociaciones civiles y religiosas, empresas y otros grupos sociales más informales (amigos, familias, etc.) Al mismo tiempo, el progresivo incremento de los recintos feriales refleja la pujanza de una sociedad que puede seguir instrumentalizando un festejo popular sin las limitaciones (espaciales, participativas) que podemos encontrar en buena parte de los rituales festivo-ceremoniales tradicionales.

Feria y espacios urbanos.  Hasta el siglo XIX no era extraño que muchas ferias o mercados anuales se realizaran en lugares alejados de las poblaciones, incluidos santuarios extramuros: Guaditoca (Guadalcanal), Virgen de la Cabeza (Andújar), Virgen de Guía (Villanueva del Duque), Fuensanta (Córdoba), etc.; mercados que a partir de estas fechas van a desaparecer o se trasladan al interior de las poblaciones.

En la centuria decimonónica se acentúa el carácter urbano de unas ferias que pasan definitivamente a convertirse en símbolos de la propia ciudad o pueblo, del reconocimiento de que constituyen entidades políticas y simbólicas diferenciadas y autónomas. En términos generales se irán dotando de ferias anuales aquellas poblaciones que hasta entonces no los habían tenido históricamente; o bien revitalizan e incluso recuperan viejas ferias que languidecían o habían desaparecido por diferentes razones. Las ferias se afianzan como un fenómeno burgués que ocuparan los nuevos bulevares o espacios que se acondicionan, urbanizan, en los extrarradios de las poblaciones. Espacios que se conciben para que las ferias puedan compaginar una actividad comercial exaltada como símbolo de progreso, con unas actividades lúdico-festivas que propicien el lucimiento y ostentación de las nuevas clases sociales.

Las ferias actuales. El modelo sevillano.  El concepto de feria moderna al que nos hemos referido va a manifestarse de forma paradigmática en el origen y desarrollo de feria de Sevilla, convertida con el paso del tiempo en el modelo de referencia de las actuales ferias andaluzas.

La feria sevillana se crea a imitación de la que por entonces se celebraba en Mairena del Alcor; una feria instaurada en 1441 y reorganizada a mediados del siglo XVIII, que contaba en la primera mitad del XIX con una extraordinaria afluencia de comerciantes, especialmente tratantes de todo tipo de ganado. Pero que también era renombrada por el ambiente festivo que se vivía durante los tres días de mercado y, sobre todo, en los dos de "vísperas" que lo precedían.

En 1842 se instaura la feria de Sevilla, y muy pronto se afianza como gran fiesta de primavera, vinculándose por su capacidad de atracción y fama a la otra gran festividad sevillana: su Semana Santa. Lo que comienza siendo, principalmente, una feria-mercado más terminará por convertirse poco tiempo después en la feria-fiesta que hoy conocemos; hasta el punto de que en 1875 se crearía una nueva feria en septiembre, la de San Miguel (desaparecida en 1970 y recientemente recuperada también como feria-fiesta), con el objeto de suplir la pérdida del carácter comercial de la de abril.

El proceso, ampliamente documentado, que configura a esta feria, modificando y ampliando sus contenidos, es bastante elocuente tanto de la dinamicidad de los festejos populares como del modo como se crean tradiciones, con la consecuencia inmediata de las consiguientes controversias inacabables acerca de la preservación de las autenticidades primigenias y asunción de los cambios sociales de cada época; creadores, a su vez, de nuevas tradiciones. La feria sevillana muy pronto va a iniciar el desarrollo y fijación de unos patrones que luego se han extendido por toda Andalucía. Las casetas pasan de la función inicial de cobijo para el descanso de los tratantes a puntos de encuentro e, inicialmente, ostentación de la alta burguesía sevillana. Y junto a ellas, con una similar función de hacer patentes su posición privilegiada, vestimentas y medios de transporte apuntan desde el comienzo algunos de los aspectos más elitistas de las ferias andaluzas. También, desde su origen, estarán presentes las atracciones (carruseles, norias, etc.) que se hacen imprescindibles de toda feria, hasta conformar las actuales  "calles del infierno" por el ruido que caracteriza a las atracciones feriales allí instaladas.

Por último, también se celebraron corridas de toros que con el paso del tiempo han creado un cartel específico de la feria. De hecho, la existencia o no de estas corridas de toros se ha convertido en uno de los indicadores que establecen un gradiente en la importancia de las ferias a nivel comarcal y provincial; y una de las razones que tradicionalmente más han motivado la presencia de forasteros atraídos por el prestigio de los toreros que suelen componer estos carteles.

En la medida en que se incrementen las necesidades del real de la feria, se buscarán nuevos lugares en los que asentarlos. En Sevilla, el recinto original ubicado en el Prado de San Sebastián, junto a las murallas, es trasladado en 1973 a los Remedios y hacia 2005 se tiene previsto un nuevo cambio para los años siguientes. Un proceso similar se seguirán en numerosas poblaciones andaluzas, y muy especialmente en las grandes ciudades, con el paulatino desplazamiento desde espacios próximos a los centros históricos (Córdoba, Jaén...) a lugares más espaciosos en las nuevas periferias urbanas.

Con el transcurso del tiempo, y aunque en cada población podamos encontrar variantes que las singularicen y el proceso seguido no haya sido el mismo, se ira imponiendo en Andalucía un modelo similar, en el que la feria sevillana, fundamentalmente en el entorno de las provincias occidentales, va a jugar un papel fundamental al ir creando buena parte de los referentes que ahora se consideran imprescindibles o inequívocamente propios de una feria tradicional. Las fechas en que ello ocurre pueden resultarnos indicativas de cuando surgen o se afirman estos elementos tradicionales que paulatinamente son adoptados en otros lugares. En 1864 se queman los primeros fuegos artificiales; en 1877 se colocan por primera vez farolillos de papel; en 1890 se instaura la costumbre de los carteles oficiales que anuncian la feria (práctica que cuenta con una rica y antigua tradición en numerosas ciudades andaluza como es Córdoba o Jerez de la Frontera)

Y también va a ser esta ciudad la inicie la tradición de crear una portada que de acceso simbólico al recinto ferial, dando origen a uno de los fenómenos en expansión más significativos de las actuales ferias en las grandes poblaciones andaluzas: las portadas efímeras que reproducen diferentes motivos alegóricos a la ciudad o a la cultura andaluza. En Sevilla, entre 1896 y 1920, fue la "pasarela", de estructura metálica la que cumplía esta función. Tras su desmontaje, en 1921 se instala la primera de estas portadas y desde 1949 adquieren la monumentalidad que actualmente singulariza a las portadas sevillanas.

Con el siglo XX continúa la afirmación y expansión de dicho modelo; en ocasiones no exento de paradojas y contradicciones. Como ocurre con el papel emblemático que actualmente tienen los caballos y carruajes en los paseos matinales. Una función como símbolo de ostentación que también llegaron a tener los automóviles, cuando su posesión era un sígno de estatus económico privilegiado, por lo que durante un tiempo fueron el medio de para ir y pasearse por el recinto ferial. Sólo a partir de la década de los años cuarenta, los carruajes y caballos recuperan este papel, cuando, perdida ya su función utilitaria, se reafirman como nuevo signo de ostentación, dado el elevado coste que supone su adquisición y mantenimiento únicamente con la finalidad de ser empleados en este tipo de eventos feriales, o (caballos) en romerías. Actualmente el paseo de caballos es una práctica común en toda Andalucía, aunque es en las grandes ciudades donde este desfile, complementado con el de enganches, adquiere un mayor protagonismo, destacando la "Feria del caballo" jerezana o la feria de abril sevillana y la malagueña de agosto.

Con respecto a las casetas, la provisionalidad inicial iría dando paso a unos modelos más elaborados. En 1875 el Casino sevillano instala la primera caseta con estructura de metálica. En las décadas siguientes los modelos variarán al compás de las modas arquitectónicas, destacando en algunos casos por la notable calidad de su diseño y riqueza ornamental, como ocurriera con las casetas que diseñara el arquitecto José Sáez y López en 1893. En otras ciudades, las casetas provisionales convivieron con estructuras de obra permanentes, sobresaliendo en este sentido las que se levantaran en el recinto ferial cordobés del Campo de la Victoria (1820-1994) por parte del Ayuntamiento, Círculo de la Amistad y Fuerzas Armadas. Estas estructuras permanentes aún se conservan en numerosos pueblos, pero prácticamente han desaparecido de los nuevos recintos feriales de las grandes ciudades donde se has impuesto las casetas desmontables. En Sevilla, el modelo actual se crea en 1919 aunque no va ser hasta 1983 cuando se implante el reglamento que fija la uniformidad de las casetas, caracterizadas por la composición de módulos rectangulares cubiertos con lonas de colores verde y blanco o rojo y blanco, y una fachada coronada por un frontón triangular (pañoleta) en el que se permite, entre su decoración geométrica, la colocación del nombre o símbolo que identifica a sus propietarios. Se trata de una tipología que en términos generales se ha extendido por el conjunto de Andalucía, si bien, a diferencia de Sevilla, la norma es que nos encontremos con una mayor riqueza en la composición de las fachadas (Córdoba, Jerez de la Frontera) que singularizan cada caseta. Y en cuanto a su número, de nuevo va a destacar Sevilla, donde en la feria del 2005 se supera ampliamente el millar, mientras que en las demás capitales de provincia su número se sitúa en torno a los dos centenares. Sólo en pequeñas poblaciones la feria se sigue articulando en torno a la una única caseta municipal en la que se organiza el baile abierto al conjunto de la comunidad. Un sentido de apertura/cierre de las casetas que también marca sustanciales diferencias de una feria a otra: mientras que en las de Sevilla predominan las carretas cerradas en las que se restringe la entrada a quienes no sean socios (salvo las de partidos y distritos municipales que serán abiertas), otras ferias tendrán a gala precisamente la condición abiertas de sus casetas y la facilidad en el trasiego de personas entre ellas (Málaga, Jaén, Córdoba).

Por último, el tiempo de duración también se ha modificado sustancialmente a lo largo del tiempo. Las antiguas ferias-mercado solían durar tres días, una cifra que ya se rebasa ampliamente. Pocas poblaciones tienen ferias que duren menos de cinco días y la norma en las grandes poblaciones, es que se extienda entre los seis y diez días (Córdoba). En el caso de Sevilla, los tres días iniciales (1847) se amplían a cinco en 1914 y a los actuales seis desde 1952. Y en cuanto al ciclo en el que se celebran, darán comienzo en abril para culminar en septiembre; aunque todavía en octubre encontraremos las más tardías, como ocurre con la de San Lucas de Jaén que simbólicamente cierra el ciclo de ferias andaluzas que iniciara la sevillana de abril.

A partir de los años setenta del siglo XX se acentúa el proceso de homogenización al que nos venimos refiriendo. Los reales de la feria van a seguir un mismo esquema, adaptado a los espacios disponibles, con la separación entre el espacio donde se ubican las atracciones feriales, y el recinto en el que se levantan las casetas en las que convivirán durante estos días vecinos y forasteros. En medio, ocupando los intersticios de ambos espacios perviven los restos de otras ferias pasadas, en los puestos de juguetes y dulces.

Pero posiblemente la transformaciones más simbólicas son las que han afectado al modo de divertirse y ataviarse para la ocasión. Aunque el uso de los trajes de flamenca o de gitana (teniendo siempre en cuenta la variabilidad de estilos y modas que caracteriza a este traje tradicional) comiencen a extenderse en la feria sevillana a partir de los años treinta del siglo XX, no va a ser hasta la década de los sesenta cuando su uso se generalice e inicie su rápida difusión por el conjunto de Andalucía como traje festivo vinculado a las ferias y romerías; unos vestidos que en menor medida se combinan con los "trajes de corto" más antiguos, y que en este caso también pueden lucir los hombres.

Lo mismo cabe decir de las sevillanas como baile y música dominantes. Al margen de su más o menos remota antigüedad, en lo que se refiere a las ferias andaluzas, su expansión sólo se producirá a partir de los años sesenta. Y sin embargo, su instrumentalización constituye actualmente un ejemplo paradigmático de las significativas controversias entre tradición/autenticidades y cambios sociales. En el 2005, acorde con los criterios de la Delegación de Fiestas Mayores del ayuntamiento sevillano, en las casetas de distrito "sólo se oirá música de rumbas y sevillanas" y se iba a procurar realizar una "campaña de sensibilización" para que se sumaran a esta iniciativa las casetas privadas. Paradójicamente, esta obsesión por el uso exclusivo de una determinada música o traje, va a constituir uno de los principales matices diferenciadores que podemos observar en otras ferias de pueblos y ciudades de las provincias centro-orientales andaluzas (Córdoba, Jaén, Almería), donde son más frecuentes las casetas-disco y la música de sevillanas se combina abiertamente con otros estilos.

Y en todos los casos se ha implantado un mismo esquema a la hora de organizar las ferias. Se inicia con el encendido del alumbrado a las doce horas de la noche en la que se inaugura. Luego cada mañana tendrán lugar los paseos de caballos y enganches por el recinto ferial hasta el comienzo de la tarde. Con el medio día empiezan a animarse las casetas, dando comienzo un complejo juego de invitaciones y recorrido de caseta en caseta, entre baile y cante y charlas, que durará prácticamente sin interrupción hasta bien entrada la madrugada. Los fuegos artificiales a media noche del último día, marcarán el final de la feria. Fuera del recinto ferial tendrá lugar, en las poblaciones que cuentan con plazas, las corridas de toros. Y de forma paralela, con mayor arraigo en las pequeñas y medianas poblaciones andaluzas, se celebrarán una variada gama de actividades deportivas y lúdicas: toque de dianas, recorrido de gigantes y cabezudos, tiro al plato, juegos infantiles, proclamación de reina de las fiestas, etc.

Aunque a partir de este modelo compartido, también han surgido interesantes variantes. Probablemente, la más destacable sea la que caracteriza a la ciudad de Málaga y poblaciones de su litoral (Marbella, Estepona...) En estas localidades se desarrollan dos ferias en tiempos y espacios diferenciados: la feria de día y la feria de noche. Las ferias de día se celebran en el entramado de las calles y, sobre todo, plazas, engalanadas para la ocasión. Es un tiempo festivo en el que participaran muy activamente los naturales de las localidades, en torno a bares y barras montadas para la ocasión y en las que se dispensan bebidas y comida mientras se baila, canta y charla. La feria de noche, una vez concluida la de día, se desarrolla en el recinto ferial más formal, reproduciendo el esquema más extendido; aunque los acompañamientos musicales van a tener una mayor diversidad, alternándose las sevillanas con otras músicas y bailes, incluidos los verdiales (Málaga). [ Juan Agudo Torrico ].

 

 
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