La conquista de Granada por los Reyes Católicos pone fin al largo periodo de dominio musulmán sobre algún territorio de la Península Ibérica. La capitulación de Granada en los últimos días de 1491 y la entrada de los cristianos en la ciudad el 2 de enero de 1492 significa el final del reino nazarita. Sin embargo, la entrega de la ciudad mediante capitulaciones supone que los musulmanes que lo deseen pueden permanecer en sus tierras, donde les serían respetadas su religión, sus leyes, sus costumbres y su lengua.
Los vencedores están convencidos de que tal situación no se mantendrá por mucho tiempo y los musulmanes, convertidos y en mudéjares, se incorporarán a su religión, su cultura y sus formas de vida. Entre otras razones, porque todos los que lo deseen pueden marcharse con su familia a tierras del norte de África, donde impera el Islam. Sin embargo, tales planteamientos no se confirmarán en los años siguientes.
El primer arzobispo de la ciudad, fray Hernando de Talavera, hombre tolerante, inicia un proceso de catequización, para lo que incluso aprende la lengua de los mudéjares, pero el proceso avanza con lentitud. También muestra una actitud tolerante el primer capitán general de Granada, el conde de Tendilla. No obstante, entre las clases populares que habitan barrios enteros de la ciudad y las zonas rurales apenas sí consiguen algunas conversiones. Los éxitos más importantes se logran entre las élites nobiliarias, que abrazan rápidamente el cristianismo y asimilan las costumbres de los castellanos.
Conversión forzosa. Esta situación hace que en amplios sectores de la corte cunda el malestar primero y las prisas después, por lo que desde la Corona, con el apoyo de fray Francisco Jiménez de Cisneros, se apuesta por una actitud más intransigente, que vulnera lo acordado en las capitulaciones. Cisneros decide el bautismo en masa de la población musulmana, lo que da lugar a que, en enero de 1500, se produzcan amotinamientos en los barrios populares, siendo el más importante de ellos el del Albaicín, que encuentra eco rápidamente en las zonas montañosas de las Alpujarras, donde la presencia de los castellanos es muy escasa. El fantasma de una nueva guerra hace acto de presencia y las tropas cristianas se emplean a fondo para aplastar la rebelión.
Las autoridades castellanas aprovechan la revuelta para considerar que quedan exentas del cumplimiento de las capitulaciones y, en consecuencia, los derechos que contemplaban quedan anulados. El 11 de febrero de 1502 se publica un decreto en virtud del cual la población musulmana del reino de Granada tiene que elegir entre la conversión al cristianismo o la expulsión de los dominios de los Reyes Católicos.
La expulsión de los que no renuncian a su religión ?una minoría? trae la ansiada unidad religiosa, al menos en el plano teórico. Así nacen los moriscos, nombre con que se designa a los nuevos conversos, a los que, en este momento, se les permite el mantenimiento de su lengua, costumbres y formas de vida.
Muy pronto se plantea el proceso de asimilación cultural, para acabar con las diferencias que separan a los moriscos de los cristianos viejos. Ya en 1508 se les insta a que abandonen sus vestidos tradicionales, dándoseles un plazo de seis años, que luego se prorroga por otros seis años más y posteriormente se encadenan nuevas prórrogas. De esta forma, conviven dos comunidades claramente diferencias en el seno del reino granadino.
Bajo el reinado de Carlos I, cuya atracción por Granada le lleva a construirse un palacio junto a la Alhambra y a plantear la posibilidad de instalar en esta ciudad la corte, se acometen nuevos procesos para la aculturización de los moriscos, pero el resultado es escaso. Entre otras razones porque los moriscos logran que la aplicación de los decretos que les conminan a abandonar sus formas de vida se vean anulados mediante el pago de importantes contribuciones a las siempre deficitarias arcas de Carlos I. Así, en 1526, mediante el pago de 80.000 ducados, consiguen una moratoria de 40 años para poner en práctica las medidas que los obligan a abandonar la algarabía ?habla propia de los moriscos?, sus costumbres y vestidos. A cambio, se aprueba la instalación en Granada de un tribunal del Santo Oficio, que puede actuar contra los moriscos porque se trata de cristianos.
La presencia de una importante comunidad morisca, en un momento en que en el Mediterráneo se sostiene una pugna entre españoles y turcos, siempre es considerada por los sectores más integristas como una grave amenaza, por cuanto pueden representar una peligrosa quinta columna. Lo cierto es que quienes defienden tales planteamientos no andan descaminados, porque son numerosos los episodios de colaboración de moriscos con los berberiscos que atacan con frecuencia las costas andaluzas en busca de esclavos y botín.
Cumplido a partir de 1566 el plazo de 40 años negociado con Carlos I, Felipe II se muestra intransigente en la aplicación de las medidas que buscan el fin de las peculiaridades moriscas. En 1567 se publica una pragmática señalando las prohibiciones en materia de lengua, vestidos y costumbres con una rotundidad hasta entonces no empleada. Una vez más, los moriscos intentan negociar con Felipe II y una comisión acude a la corte, encabezada por Núñez Muley, pero sus intentos resultan infructuosos. La amenaza turca es más patente que nunca y el peligro real.
Guerra de las Alpujarras. Los moriscos preparan una sublevación, esperanzados en la ayuda que podría proporcionarles la Sublime Puerta. En la navidad de 1568 la rebelión estalla potente en los barrios de Granada, secundada en casi todas las poblaciones del reino. A su frente se encuentra don Fernando de Córdoba y Valor, que es proclamado rey con el nombre de Abén Humeya * . Junto a él, Farax ben Farax planifica el ataque inicial, que coge por sorpresa a los cristianos, porque a pesar de que la conspiración tiene amplias ramificaciones, nada se había difundido. La noche del 24 al 25 de diciembre agitadores recorren las calles del Albaicín, pero la intentona se salda con un fracaso. Sin embargo, en las zonas rurales de las Alpujarras el éxito es total, comenzando una guerra que duraría casi tres años.
Los enfrentamientos religiosos son sangrientos y en muchas poblaciones los párrocos ?que en ocasiones eran los únicos no moriscos de la localidad? sufren martirio. A la rebelión le da alas las profundas disensiones que hay en el bando cristiano, donde las autoridades de la poderosa Chancillería granadina optan por caminos diferentes a los de los marqueses de Mondéjar y de los Vélez, entre quienes también existen sustanciales diferencias. Sólo la llegada a partir de 1569 de don Juan de Austria, al frente de tropas aguerridas de los tercios de infantería, logra poner orden en el caótico bando cristiano y sus efectos son experimentados por los moriscos muy pronto. Una tras otra, las localidades donde resisten van cayendo en manos de las tropas cristianas.
Paralelamente, se produce un proceso de enfrentamiento en el bando morisco. Una conjura acaba con la vida de Abén Humeya, asesinado en octubre de 1569, siendo sustituido por Abén Abó, que hace concebir algunas esperanzas a sus partidarios al conseguir algunos éxitos iniciales. Pero pronto se impone la capacidad militar de los tercios, que en la primavera de 1571 acaban con los últimos focos de resistencia. La represión es muy dura y las órdenes que llegan de la corte señalan que los moriscos han de abandonar, con carácter inmediato, el reino de Granada para ser diseminados por la geografía castellana. Con la medida se trata de dispersarlos y de, esa forma, hacer más fácil el proceso de asimilación. Sin embargo, resulta ineficaz, ya que los moriscos dispersos se concentran en barrios a los que se da el nombre de morerías
Expulsión. Bajo el reinado de Felipe III, ya en el siglo XVII, se decide la expulsión de todos los moriscos asentados en los reinos peninsulares. Por lo que respecta a los moriscos andaluces, el bando de expulsión se publica el 12 de enero de 1610, en Sevilla. Son 7.000 los que salen de esta ciudad, que, en unión de los de Córdoba, Jaén y otros lugares, alcanzan la suma de 60.000 que en el plazo irrevocable de un mes han de dirigirse a los puertos que les son asignados para ser embarcados con destino al norte de África en su mayor parte. Allí son acogidos con hostilidad y, en algunos casos, hay horribles matanzas.
Las consecuencias de su expulsión son muy negativas en el plano económico, porque los moriscos constituían una mano de obra sobria y muy cualificada en algunas actividades. Desde la perspectiva integradora que persiguen las autoridades es, sin duda alguna, muy positiva.
Para más información, visite Wikanda: http://www.wikanda.es/wiki/Morisco
|