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Vigésima letra del alfabeto castellano, que inaugura la siesta y que se templa por soleá, reina como el sol y se busca como la sombra. Es la ese de Sevilla, de su Semana Santa, su serenidad del mediodía y su silente poesía. Pero también la de Sanlúcar de Barrameda, San Roque, Setenil de las Bodegas, Santiponce, San Juan del Puerto, Santa Fe o la del Sacromonte granadino. Ese de sindicato y de Santísimo Sacramento. Es una serenata que suena en la salita de estar. La letra cabal de los serenos y de la sabiduría popular, que abre de par en par la boca de la sonanta y las canciones de Sabina o de Alejandro Sanz. Andalucía camina sobre sandalias, guarda secretos y entiende de sutilezas. Pero también sufrió el estigma de los señoritos sobre un sudor de siglos y de siembras. Sabe y saborea. Suma y Sansueña. Es el Silencio en una noche de primavera y el susurro del río bajo todos los puentes de los suspiros. Es la magia del siete como los niños de Écija y el sitio de Cádiz en La peste de Albert Camus. Es un sable en Bailén y una saeta en Málaga. Susto de las serranas del Marqués de Santillana. Es el sentido común y, sobre todo, el sentimiento. Es la sangre de Sánchez Mejías en la suerte de morir o de matar. Es el baile de los seises o el de las sevillanas. Alegres sarasas que eran desterrados en barcos en los muelles de la Señorita del Mar. Ese de Sierra Morena o de Sierra Mágina. Sambenitos, sampedros, sanjacobos. Montañas de sal marina en el añejo horizonte de San Fernando. Santuarios de Diana reconvertidos en advocaciones santas de María. La tierra del sanseacabó y de las siemprevivas conduce a la sartén de Andalucía o a un callejón donde estuvo el Santo Oficio. Sequedad hermosa del desierto de Tabernas. Aquí nos sigue dando el santolio sobre una silla de anea, bajo un sombrero cordobés y frente a un espeto de sardinas. Es la savia nueva y la sabiduría vieja. [ Juan José Téllez ].
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