(Del latín calx ). f.Óxido cálcico de color blanco o blanco grisáceo que, al contacto con el agua, se hidrata o se apaga, y desprende calor; al mezclarse con arena, forma la argamasa. || 2. Nombre que reciben diversas formas del óxido de calcio y algunas de las sustancias derivadas de él. || 3. Entre alquimistas, cualquier óxido metálico o escoria. || ~ apagada. f. Polvo blanco, compuesto principalmente por hidróxido de calcio, que se obtiene tratando la cal con agua. || ~ muerta. f. Cal apagada. || ~ viva. f. Óxido cálcico.
La cal en Andalucía es algo más que un material de construcción y recubrimiento. Elevada casi al tópico, la Andalucía encalada, blanca y luminosa llega a convertirse en un símbolo, elemento paisajístico definitorio de su personalidad. Y son muchos los andaluces que han hecho de la extracción y tratamiento de la piedra caliza su medio de vida.
De todos los centros caleros que coexisten en nuestro territorio, es quizá el de Morón de la Frontera (Sevilla) el que alcanza un prestigio singular, y en la actualidad es el único que aún mantiene a un artesano de la cal, Francisco Gordillo Montaño, conviviendo con la inevitable producción industrial. Por ello, sólo allí pueden encontrarse todavía los hornos caleros tradicionales, enclavados durante siglos junto a las canteras de piedra caliza. De hecho, una de las características morfológicas de estos hornos es la de estar construidos a pie de monte, aprovechando el declive natural del terreno, aunque también se han levantado en superficie, trazando después un desnivel artificial. El motivo de esta disposición es la necesidad de ahondar el vaso del horno unos dos metros, y a partir de ahí se eleva hasta los siete u ocho metros. Para su construcción se emplea la misma piedra caliza amalgamada con barro, aunque los caleros se ven obligados a retocar periódicamente las paredes internas, por ser las que soportan el calor más directo. El interior del vaso acoge un poyo circular, delimitando el espacio necesario para la acumulación de ceniza, y sobre él empiezan a colocarse las piedras a hornear, encajando unas sobre otras a lo largo de las paredes. A medida que sube, el calero introduce cargas de leña en el centro del horno, a las que se encarama para seguir añadiendo piedras; sólo al rebasar el nivel de la puerta frontal, tiene que continuar el trabajo accediendo por la boca superior.
Cuando al fin se alcanza el nivel de superficie, el calero comienza a cerrar la construcción con una falsa bóveda, siempre con la adhesión de piedras calizas. Sobre ella agrega el colmo , que es la parte sobresaliente de un horno cargado, de trazado circular, levantado con piedras cada vez de menor tamaño; una vez rematado, se refuerza el perímetro exterior e incluso se le abraza con gruesos cables metálicos, porque al avanzar la combustión, el colmo irá cayendo lentamente.
En suma, la carga del horno supone una verdadera construcción efímera para la que se requiere una enorme pericia. El aprendizaje se realiza tradicionalmente de una forma tan lenta como efectiva, puesto que los hijos de los caleros solían intervenir desde muy pequeños en determinadas tareas de ayuda a la producción, lo que les hacía ir adquiriendo todos los conocimientos técnicos del oficio. Retirado el padre, son esos hijos varones los que heredan los hornos y continúan la actividad. No obstante, en la actualidad, la dureza de este oficio ha provocado el progresivo rechazo de las nuevas generaciones, lo que unido al establecimiento de hornos industriales, explica la caída de unas formas de trabajo mantenidas en Andalucía al menos desde época romana. Y ello a pesar de las adaptaciones y mejoras con que los caleros han podido contar en los últimos tiempos.
De entrada, hasta hace bien pocos años, eran los propios artesanos los que se autoabastecían de las dos materias primas necesarias: la piedra caliza y la leña. La obtención de la piedra suponía un ímprobo trabajo, barrenando las canteras con unos instrumentos muy simples que exigían un gran esfuerzo físico, haciendo explosionar el barreno y transportando la piedra hasta el horno. Del mismo modo, la leña, preferentemente de olivo, era recogida y transportada por ellos mismos. Por lo general, se precisaba la ayuda de los arrieros hasta la generalización de los vehículos de motor. Hoy, sin embargo, ambas tareas han sido suprimidas al tener la posibilidad de adquirirlas a empresas especializadas.
Donde no puede introducirse ninguna variación es en la carga del horno. La elección precisa de cada piedra, según su forma y tamaño, y su colocación abovedada sólo viene dictada por la experiencia y profesionalidad de cada calero. Tras esta labor, que ocupa varios días de trabajo conjunto, se enciende el horno para iniciar la cochura, precisándose entonces otros 10 o 15 días de atención ininterrumpida, puesto que hay que ir introduciendo combustible cada pocas horas. Estos hornos llegan a superar los 1.000 grados de temperatura, y durante todo el proceso hay que vigilar los tiros e ir abriéndolos o taponándolos según su disposición.
Finalizada la hornada, se deja enfriar el horno otros varios días y se emprende el vaciado. Tradicionalmente la extracción comenzaba por la zona superior, introduciendo con cables de acero una espuerta de cinco arrobas, y acababa por la boca inferior. Hoy día, sin embargo, los caleros cuentan con una pala mecánica con la que acceden por la parte inferior tras abrirle el camino de entrada. Una vez extraída, la piedra, que aún conserva una temperatura muy elevada, se deja enfriar a la sombra o incluso se agiliza el proceso con agua, una labor no exenta tampoco de riesgos por los vapores que desprende.
A partir de ahí, las piedras se trasladan a la zona de envasado para ir rellenando y pesando bolsas de 2 arrobas, esto es, 23 kg. Los bloques de mayor tamaño hay que ir troceándolos previamente, mientras que los más pequeños se destinan a las bolsas de 10 kg. Asimismo, en los últimos tiempos cunde la demanda de cal ya preparada para el blanqueo, por lo que los propios caleros hierven, amasan y criban las piedras, empacando después la cal en bolsas o cubiletes plásticos. Por otro lado, los terrones más quemados se destinan a cal de obra, que precisa igualmente un proceso preparatorio de remojo, molienda y criba. A todas estas tareas se suman las referidas a la distribución y la propia venta directa en las caleras.
La producción industrial no requiere ni el arduo esfuerzo físico ni la manipulación directa del material a elevadísimas temperaturas, que durante siglos ha sido consustancial a un oficio artesano tan desconocido como necesario en todos los rincones de nuestra geografía. [ Esther Fernández de Paz ].
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